Los expertos del Cinvestav calculan que con cada tonelada de residuos orgnánicos podrían generarse entre 25 y 50 kilowatts-hora de hidrógeno, y de 600 a 700 kilowatts-hora de metano.
Ciudad de México, 10 de febrero (SinEmbargo).– Las refinerías emplean petróleo para generar combustibles. Sin embargo, también existe un modelo de biorrefinería que permite aprovechar residuos como cáscaras de fruta, restos de comida o papel para producir energía en forma sostenible.
De acuerdo con el Centro de Investigación y de Estudios Avanzados (Cinvestav), a diferencia de otras fuentes energéticas, los residuos vegetales están ampliamente disponibles con un costo prácticamente nulo.
"Si este modelo de biorrefinería fuese escalado a un tamaño adecuado para la producción industrial podría convertirse en una alternativa para dar tratamiento a los desechos generados, sobre todo en las urbes", afirma.
En el país se acumulan diariamente 102 mil toneladas de desechos sólidos municipales y de ellos, entre 50 y 60 por ciento son residuos orgánicos.
Los expertos del Cinvestav calculan que con cada tonelada de residuos orgnánicos podrían generarse entre 25 y 50 kilowatts-hora de hidrógeno, y de 600 a 700 kilowatts-hora de metano.
Sin embargo, para llevar la biorrefinería a una escala industrial antes tendría que probarse un modelo piloto, por ejemplo, con un reactor del tamaño de un barril de petróleo donde pudiera procesarse al menos un kilogramo de desechos orgánicos al día, para así comenzar a evaluar los resultados.
El autor del proyecto, Carlos Escamilla Alvarado, del Departamento de Biotecnología y Bioingeniería del Cinvestav, reconoce que el concepto de biorrefinería no es novedoso, pues comenzó a desarrollarse a pequeña escala desde 1980.
Pero Escamilla Alvarado propone la integración de diversas tecnologías, que inicialmente incluyen el uso de consorcios de microorganismos como hongos y bacterias para fermentar los desechos. Luego se aplican otros procesos biotecnológicos a fin de obtener los biocombustibles de hidrógeno y metano, así como enzimas usadas en la industria textil y alimentaria.
A decir del investigador, su modelo se distingue por la combinación de varios procesos biotecnológicos para obtener biocombustibles de segunda generación, es decir, que no requieren áreas de cultivo, como los de primera generación, que son obtenidos a partir de maíz, soya y otros productos agrícolas.
La ventaja de unir varios procesos biotecnológicos con diferentes condiciones de operación y distintos microorganismos --el ciclo comienza con la fermentación anaerobia de los residuos, dentro de tanques especiales llamados biorreactores-- es que se obtienen varios productos sin desperdicio, pues aun los residuos finales pueden usarse como composta o fertilizante.
Carlos Escamilla Alvarado es Ingeniero Químico Industrial por la Escuela Superior de Ingeniería Química e Industrias Extractivas del Instituto Politécnico Nacional (IPN).