Durante mucho tiempo, Rogelio Cuéllar ha fotografiado a los creadores dentro de su medio, en el momento que escriben, corrigen un texto o inventan un mundo en un lienzo. “Primero disparo y luego aviso” ha sido su máxima.
Por Ezra Alcázar
Aunque no todos lo sepan, conocen su trabajo. Basta con ver el noticiero de Canal 22 o cualquier Inventario en TV UNAM; incluso en algunos programas de Televisa cuando se llega a hablar de cultura, su trabajo está presente.
Efectivamente, su trabajo ya está en la cabeza de muchos mexicanos: la foto de José Emilio Pacheco rodeado de un sinfín de libros, Carlos Fuentes con una playera blanca mientras ríe en su estudio, Emil Cioran tocándose el labio inferior con los dedos índice y pulgar mientras sostiene una pluma y revisa un libro.
Todas esas imágenes que ya forman parte de la memoria colectiva de la cultura en México son obra de Rogelio Cuéllar, quien durante más de 50 años ha dedicado su vida a retratar a los creadores en nuestro país, dándoles un rostro especial a escritores y artistas plásticos.
Fotoperiodista freelance de diferentes medios, no siempre se especializó en la fotografía cultural; cubrió fuentes tan diversas como deportes, política, ciudad y cultura, una diversidad que le hizo comprender que su obra no estaba en las fotos falsas que hacía a políticos como De la Madrid o López-Portillo, sino en los creadores.
Después de trabajar en la revista Proceso, fue contratado por Difusión Cultural de la UNAM, que según él “fue como hacer mi maestría o doctorado. Me pagaban por fotografiar los festivales de teatro, por ver el ballet coreográfico de Gloria Contreras y las grandes mesas y conferencias en la Facultad de Filosofía y Letras; ese universo me jaló.”
Con ese antecedente de trabajo en la UNAM fue que conoció al escritor Ricardo Garibay, quien lo contrató para fotografiarlo para uno de sus primero libros en Joaquín Mortiz. “Me dijo [Garibay] “Bueno, yo quiero fotos, pero no tengo dinero. Te puedo invitar una torta o un café.” Le dije que aceptaba, pero quería las dos cosas. De ahí nació una gran admiración de mí para él y por su parte era como un papá grande.”
La amistad creció tanto que todo lo que Garibay le contaba fue estudiado y reflexionado por el joven fotógrafo que con 20 años montó su primera exposición fotográfica titulada “La vuelta al mundo en ochenta rollos”, donde ya se podía ver el guiño literario al que estaría ligada su obra.
Después de ese gran inicio, su ambición por descubrir más sobre los libros que leía y el arte que empezaba lo llevó a indagar sobre los procesos creativos de aquellos artistas que llamaban su atención
Durante mucho tiempo, Rogelio Cuéllar ha fotografiado a los creadores dentro de su medio, en el momento que escriben, corrigen un texto o inventan un mundo en un lienzo.
Dice el fotógrafo: “la fotografía ha sido el mejor pretexto para conocer a las personas que me emocionan, los lugares que me excitan”.
EL ROSTRO DE LAS LETRAS
A finales de 2014 La Cabra Ediciones publicó un libro de gran formato titulado El rostro de las letras donde gran parte de su trabajo es por fin compendiado en un libro de fotografías y no un catálogo.
Entre las imágenes se encuentra una de Octavio Paz que no era muy conocida. En la fotografía el Nobel mexicano va saliendo por una puerta de su casa y es captado sin que pose ante la cámara, en forma inesperada, involuntaria.
Cuenta Rogelio Cuéllar: “Ya tenía cita pactada con él, pero salió Marie Jo a decirme que Octavio no estaba de ánimo para que le hiciera retratos. Le contesté: -Ah, bueno, nomás quiero saludar. Yo ya había acomodado mi tripié con una cámara 6x6 y antes que saliera hice la primera foto, cuando va saliendo saco la segunda y ya que me dice que no puedo tomarle las fotos ese día, le pido que me haga un recadito de que sí vine pero que no me pudo recibir. Entonces Paz me hizo el recadito para Carlos Payán (ex director de La Jornada) que nunca entregué y que todavía conservo”.
Una de sus máximas al tomar fotografías ha sido “primero disparo y luego aviso”.
El gran escritor Miguel León Portilla le dijo una vez a Rogelio Cuéllar que era un tlacuilo, es decir, un hombre que trabaja con luz. Y eso es a final de cuentas el trabajo que Rogelio Cuéllar ha hecho durante su larga carrera profesional: dar luz a México con los retratos de los grandes creadores y artistas que son a su vez luz en un país lleno de tinieblas.
Quién es Rogelio Cuéllar: Nacido en 1950 en la ciudad de México, comenzó su carrera fotográfica en 1967, en la Dirección Cultural de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Su oficio se ha desarrollado dentro del fotoperiodismo y la fotografía de autor en tres vertientes: el retrato de creadores y sus procesos de trabajo, los paisajes rurales y urbanos y el desnudo fotográfico. Formó parte del equipo de periodistas que fundó la revista Proceso. Fue también fundador del periódico La Jornada. Ha sido profesor de la UNAM, la Universidad Autónoma Metropolitana y la Escuela de Periodismo Carlos Septién García. Es autor de los libros Huellas de una presencia (1982), El rostro de las letras (1997), De frente y de perfil (1993), en colaboración con Miriam Moscona, y Entre la historia y la memoria (2003), en colaboración con Silvia Cherem. Su obra se encuentra en más de treinta acervos de instituciones nacionales e internacionales como la Fototeca del Colegio Nacional, la Fototeca del Fondo de Cultura Económica, el Museo internacional de Arte Contemporáneo Rufino Tamayo, el Instituto de las Artes Gráficas de Oaxaca, el Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires; The Museum of Fine Arts, en Houston, y la Casa de las Américas en La Habana. Sus fotografías han sido adquiridas para las colecciones FEMSA en Monterrey, Pingyao International Photography Festival, en China, y Novi Manesh de Moscú.