MISHIMA: MUERTE Y MARTIRIO

16/12/2011 - 12:00 am

Al tennō Hirohito le colocaron delante un micrófono de la NHK, la radio pública japonesa. La grabación se transmitiría a la mañana siguiente. La voz que se dirigió por primera vez a su pueblo, aceptaba las condiciones impuestas por los Aliados tras los bombardeos atómicos: el control de los vencedores en los años inmediatos, una nueva constitución y bases militares estadounidenses. El Emperador Hirohito consideró el momento y el medio, adecuados para despojarse de la calidad divina que todo tennō poseía por tradición: “En realidad, admitió, yo también soy un mortal”.

El almirante Onishi, jefe de las unidades Kamikaze, reunió a sus muchachos. Pelear una guerra para vivir en la derrota y en nombre de una divinidad que no lo era, mejor valía sacrificarse en nombre del honor propio. Piloteados por muchachos en torno a los 20 años, los aviones de su unidad, desprovistos del tren de aterrizaje y sin combustible para la vuelta, se dirigieron contra dos blancos a escoger, la chimenea o el cuarto de máquinas de los barcos enemigos.

La misma edad tenía Yuko Mishima. No apto físicamente para la guerra, el ejército lo designó a las brigadas de trabajo. La claudicación de Japón lo encontró como bibliotecario de la pensión de estudiantes en la Universidad de Tokio, donde cursaba la carrera de Derecho. El año anterior terminó la preparatoria con calificaciones de excelencia y el Emperador lo recibió para darle un reconocimiento. Ese fue su mayor acercamiento real a la casa monárquica. Un cuarto de siglo después, la palabra final que sus labios dejaron escapar en un grito fue “¡Emperador!”.

“Mucha gente no entendía lo que ocurría, Mishima estaba en contra de la degradación del Emperador, pero la gente común se alegró por el fin de la guerra. No veía mal las fuerzas de ocupación militar, porque junto con eso terminó la opresión militar de Japón; llegó la democracia y hubo desarrollo económico a partir de 1955”, explica Yoshie Awaihara, investigadora del Colegio de México.

La vida humana es breve, pero yo querría vivir siempre, anotó en la mitad de una hoja sobre el escritorio, cargado de libros, papeles y la fotografía de su esposa Yoko, en un close up que captura el asomo de una sonrisa, el cabello negro, ondulado, a los hombros.

 

 

“VIVIR SIEMPRE…”

Al escritor, su nana, una católica conversa, le mostró la imagen religiosa de un joven desnudo atado a un tronco, la pálida piel cruzada por flechas, el rostro alzado en un rictus cercano al éxtasis. El Martirio de San Sebastián es una imagen que Kimitake Hiraoka incorporará a su álbum de estampas, cuando todavía es un chico al que la abuela gusta vestir de niña. Adulto, se hace un retrato imitando al romano Sebastián, un fetiche de la iconografía gay.

Kimitake  Hiraoka es el nombre de nacimiento de Yukio Mishima, quien la mañana del 25 de noviembre de 1970, escribe esa última nota, “Vivir siempre…”, y la deja junto al sobre manila rotulado para Shinchosha, la editorial que publica sus libros; dentro está el cuarto y último manuscrito de El mar de la fertilidad, aparecido en las mesas de novedades en febrero del año siguiente.  El escritor ya ha entrado a la recámara de Noriko y depositado un beso en la frente de la chica de 11 años, quien se ha de arreglar para ir al colegio.

Más tarde el auto rumbo al cuartel de las Fuerzas de Autodefensa conducido por Morita, en el que viajan los cinco hombres de la milicia privada llamada Sociedad de los Escudos, pasa frente al colegio de Noriko. Se hace un silencio que Mishima borra contando una cosa ligera que los hace sonreír, según uno de ellos, Furu-Koga. La víspera, los cinco cenaron juntos en un restaurante de comida internacional a donde, en su gusto por los modos y costumbres occidentales, el escritor solía invitar a Yoko y al joven Morita, su predilecto.

“Después de la Segunda Guerra hubo nueva Constitución, donde se especificaba que la figura del Emperador sería simbólica. La clase dirigente de derecha aseguraba que Estados Unidos formuló la Constitución, aprovechando su papel de primera fuerza de ocupación militar en el país. El Artículo 9° estipula que Japón no cuenta con ejército en caso de guerra. El gobierno japonés formó la Fuerza de Autodefensa; aunque oficialmente no era militar, lo era en realidad. Según Mishima, Japón debía tener su ejército propio”, comenta la maestra Yoshie Awaihara del Colmex.

La tarde anterior al asalto de las Fuerzas de Autodefensa, Mishima seleccionó el salmón más fresco y de buen tamaño que encontró en la pescadería. Para las fiestas decembrinas es una tradición en Tokio ofrecer un salmón entero, ligeramente salado, a las personas que se respeta o admira. Encargó al dependiente que lo enviara a Hase 264, Kamakura, un pequeño poblado a hora y media de Tokio. Cada Navidad manda un salmón al señor Kawabata. Este año ha tenido que adelantar un mes el envío. No tenía mucho de haberle confiado al Maestro Yasunari Kawabata  que, cuando uno se vuelve fuerte, no se encuentra un adversario a la medida, cosa que le frustraba, le dijo Mishima.

 

A mediados de los cincuenta comenzó a modelar el cuerpo plano que tenía. De los ejercicios de fisicocultura saltó a las artes marciales. La última de ellas, el karate; en el verano había obtenido el cinturón negro después de tres años. Los grados superiores en la jerarquía de las artes marciales japonesas como el aikido, kendo, y aido, constan de 10 dan; si Mishima sumaba sus grados en esas artes alcanzaba a ser un noveno dan.

El fotógrafo estadunidense Elliott Erwitt, de la exclusiva agencia Magnum, lo retrató ese verano, tres meses antes del asalto a la Defensa. El portafolio de Erwitt ya incluía a reconocidos como JFK, Marilyn Monroe, “El Che”, Simon de Beauvoir, Grace Kelly… Al autor japonés lo retrata en casa y durante un descanso del entrenamiento de equitación. Mishima le muestra en el estudio una katana. Parece olvidarse de sí, desenvaina parado delante del escritorio, sostiene el cigarrillo en la boca y no mira a la cámara. No se ha atado la banda en la frente ni muestra el torso desnudo como acostumbra. Anda de calle, pantalón blanco y camisa oscura.

Yoko despidió a su marido y subió a arreglarse, tenía un almuerzo. Él subió al auto nuevo que pasó a recogerlo, lo había adquirido Morita para la ocasión, a bordo estaban los cuatro soldados del ejército privado dos años antes fundado. Mishima carga una cartera de cuero con el pase al cuartel de la Defensa: un sable antiguo forjado y pulido por un famoso armero.

Yoko se casó con Mishima cuando él tenía 33 años. Mishima dispuso que la boda se celebrara al estilo occidental y solicitó a Yasunari Kawabata, formado católico, que fuera su padrino. Ella iba con tocado y traje de novia blancos, y el novio con el pelo engominado, chaqué  y corbata de punto como manda la etiqueta. La pareja tuvo a Noriko al año siguiente y, en 1961, al niño Ichiro. Desde su primer viaje a América a bordo del Presidente Wilson como corresponsal del periódico Asahi, adquirió el gusto por las costumbres occidentales; vivían en una casa tipo europea y ella tuvo que estudiar cocina internacional para darle gusto. Kawabata, en cambio, vestía kimono y vivía en una casa nipona tradicional. Como los padres de Mishima. El señor Azusa Hiraoka  sintonizó las noticias del mediodía y así se enteró que a esa hora su hijo estaba asaltando las Fuerzas de Autodefensa. A las 12:30 se enteró Yoko, desde el taxi que la trasladaba al almuerzo.

“En 1964 se inaugura el tren bala en el marco de las Olimpiadas de Japón, la gente en esa década quería tener televisor, refrigerador, y lavadora. La sociedad gozaba de las comodidades del crecimiento económico. No obstante, surgen movimientos estudiantiles en contra del tratado impuesto a Japón por los Aliados al término de la guerra; en contra del alza de colegiaturas y que piden autonomía universitaria; para 1968 organizan un único movimiento que se radicalizó y fue oprimido a la fuerza. Lo que quedó del movimiento pasó a las filas del Ejército Rojo. Mishima manifestó durante un debate con el movimiento estudiantil que si sólo dijeran “‘Viva el Emperador’, yo podría estar con ustedes’”, relata Yoshie Awaihara, del Centro de Estudios Asia-África del Colegio de México.

 

Yoko declaró que temía el suicidio de su esposo, pero no tan pronto. Era el segundo aniversario de la Sociedad de los Escudos, a la fecha conformado por 100 miembros; el festejo del primer aniversario se celebró con un desfile marcial en el techo del Teatro Nacional. Sin embargo, el autor llevaba años representando en sus novelas, el cine y la fotografía, la manera en que moriría. Fueron ensayos, aproximaciones, como si hubiera nacido para diseñar su muerte. Shizue, la madre, pidió que no lo compadecieran: “Por primera vez en su vida ha hecho lo que deseaba hacer”, dijo.

Mishima extrajo la joya de sable, deseaba mostrarla al general Kanetoshi Mashita, comandante del cuartel. Dejaron pasar a los cinco hombres. Sentado en su despacho, el general Mashita observaba con detenimiento el sable. Fue amagado y sometido a las órdenes de Mishima. El discurso de éste frente a las tropas clamando por el espíritu bushi (samurái) se escuchaba trasnochado. Los soldados no lo bajaban de payaso, pedían que nos les quitara más el tiempo. Nadie tenía fe en la vía del samurái ni en el honor que supondría cometer seppuku. Nadie excepto este escritor. Ninguno se abría ya en canal exclamando: “¡Tennō Heika Banzai! o “¡Larga vida al Emperador!”.

Yasunari Kawabata dirigió las exequias públicas de Mishima y leyó un pasaje de la carta que recibió unos meses antes:

“Digo cosas casa vez más tontas, que seguramente le harán sonreír, pero de lo que tengo miedo no es de la muerte, sino de qué será el honor de mi familia después de mi muerte. Si alguna vez me sucediera algo, supongo que el mundo lo aprovecharía para sacar sus dientes, marcar mis menores defectos y hacer trizas mi reputación. Esto me da igual que si se burlaran de mí estando vivo, pero la idea de que se rían de mis hijos me resulta insoportable. Seguramente usted es la única persona que puede preservarlos de esto, se los entrego completamente para el futuro… En lo que a mí  concierne, nada detesto más en el mundo que las caras gordas de los realistas con anteojos”. Mishima Yukio.

Kawabata era un anciano nacido en 1899, no podría cuidar de Noriko de 11 años ni de Ichirô, de 9. Se suicidó dos años después abriendo el gas de la estufa. En las honras fúnebres de su amigo estuvo sentado en primea fila con Yoko y los padres de Mishima. Al frente quedaban expuestas las cabezas cortadas de Morita y Mishima, cómplices para siempre, como dos que cometen shinjû, el suicidio en conjunto de dos amantes.

A la larga, Mishima representó su martirio.

 

 

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