Subiré a las tres rutas de transporte público más peligrosas de la ciudad, las que han tenido más reportes de atracos en los últimos años. Atravesaré tres alcaldías de la Ciudad de México y cinco municipios del Estado de México. Por eso, antes de salir, tomo mis precauciones: cambio mi celular por uno inservible así que estaré incomunicado en las próximas horas, dejo mi cartera y tomo cuatro billetes de 50 pesos, abandono mis llaves, me pongo dos sudaderas para el frío, unos jeans, tenis cómodos y salgo rumbo a la adrenalina.
El objetivo es narrar la situación de inseguridad a la que se enfrentan miles de usuarios todos los días a bordo del medio de transporte más arriesgado: el microbús. Tan sólo entre enero y septiembre de este año se iniciaron 406 carpetas de investigación por robos con violencia en microbuses, más de una cada día, a éstas hay que sumar todos los asaltos que no se denuncian. Pero los últimos dos meses del año el riesgo aumenta por varios motivos: los trabajadores reciben aguinaldos, llega el buen fin y se pagan los bonos anuales, por lo que la mayoría de los ciudadanos cuentan con un poco más de dinero en estas fechas y los ladrones lo saben.
¿Cómo ubicar las rutas más peligrosas? Primero pregunté a mis contactos en redes sociales sobre qué lugares de la ciudad consideraban más susceptibles para los atracos. La lista es de más de 30 sitios en los cuatro puntos cardinales de la capital. Cada respuesta aseguraba que tal o cual ruta era la más arriesgada porque ahí los habían asaltado, por eso opté por buscar datos más precisos. Así fue como encontré un estudio de México Evalúa, un Centro de Análisis de Políticas Públicas, que muestra los puntos más calientes de la Ciudad de México entre 2008 y 2016, estos son los datos más recientes basados en reportes policiacos.
Por Rogelio Velázquez
Ciudad de México, 16 de noviembre (VICE/SinEmbargo).– Son casi las 16:00 horas y el tránsito sobre la carretera México-Texcoco está completamente detenido. El ruido de los cláxones lastima los oídos. El calor hace el trayecto más pesado. El bochorno se cuela por las ventanillas del microbús y el sudor emerge en el cuerpo de los pasajeros: moja su rostro, sus hombros y espalda, hace que la ropa húmeda se pegue a los asientos. De pronto, en medio del caos vial, se trepan dos sujetos al camión.
— ¡Ya valieron madre, pasaje! —dice uno de ellos. Su gorra cubre toda su frente y cae hasta sus ojos. Trae una pistola en la mano derecha y se coloca junto al chofer.
— ¡Que nadie se baje o se chingan! ¡Celulares y dinero! —ordena el otro con un tono más duro, mientras recorre el microbús con una mochila abierta.
Toda la gente comienza a sacar sus móviles y a depositarlos en la mochila. Billetes, monedas, relojes y hasta aretes caen en su interior. Pero una de las pasajeras se niega a colaborar. No es que sea terca o se haya envalentonado contra los asaltantes, simplemente no entiende lo que está pasando.
Es una niña sordomuda de 11 años que se aferra a su tablet. En ese dispositivo electrónico trae los juegos que más le gustan y no piensa entregar a unos desconocidos el mecanismo que todas las tardes la aleja de su complicada realidad.
Pero ellos no entienden que la menor no respeta la autoridad de un arma. Su nerviosa madre se convierte en la intérprete de los asaltantes. A ellos les dice que la menor no escucha y a ella le explica mediante señas que debe de darles su tablet y trata de arrebatársela. La niña forcejea, el hombre armado también.
—¡Con una chingada, señora, deme esa chingadera o aquí vale madres!
Fracciones de segundos después ¡pum!, suelta un balazo. Un sonido hueco y seco deja helados a todos. Acaba de disparar hacia el techo. Los pasajeros gritan. Los asaltantes se asustan y huyen perdiéndose entre el abrigo de los puestos ambulantes. En el motín no va la tablet. El micro se ha quedado con un hoyo en la lámina superior y los usuarios con el coraje de haber sido robados. La niña se ha quedado con sus juegos y con un ataque de nervios por no entender bien lo que acaba de ocurrir. Pasará los siguientes dos meses en tratamiento psicológico debido al incidente.
Bertha, la madre de la niña, me contó esta historia cuando supo que hoy saldré de casa para buscar algo parecido a lo que ella vivió. Subiré a las tres rutas de transporte público más peligrosas de la ciudad, las que han tenido más reportes de atracos en los últimos años. Atravesaré tres alcaldías de la Ciudad de México y cinco municipios del Estado de México.
Por eso, antes de salir, tomo mis precauciones: cambio mi celular por uno inservible así que estaré incomunicado en las próximas horas, dejo mi cartera y tomo cuatro billetes de 50 pesos, abandono mis llaves, me pongo dos sudaderas para el frío, unos jeans, tenis cómodos y salgo rumbo a la adrenalina.
El objetivo es narrar la situación de inseguridad a la que se enfrentan miles de usuarios todos los días a bordo del medio de transporte más arriesgado: el microbús. Tan sólo entre enero y septiembre de este año se iniciaron 406 carpetas de investigación por robos con violencia en microbuses, más de una cada día, a éstas hay que sumar todos los asaltos que no se denuncian. Pero los últimos dos meses del año el riesgo aumenta por varios motivos: los trabajadores reciben aguinaldos, llega el buen fin y se pagan los bonos anuales, por lo que la mayoría de los ciudadanos cuentan con un poco más de dinero en estas fechas y los ladrones lo saben.
¿Cómo ubicar las rutas más peligrosas? Primero pregunté a mis contactos en redes sociales sobre qué lugares de la ciudad consideraban más susceptibles para los atracos. La lista es de más de 30 sitios en los cuatro puntos cardinales de la capital. Cada respuesta aseguraba que tal o cual ruta era la más arriesgada porque ahí los habían asaltado, por eso opté por buscar datos más precisos. Así fue como encontré un estudio de México Evalúa, un Centro de Análisis de Políticas Públicas, que muestra los puntos más calientes de la Ciudad de México entre 2008 y 2016, estos son los datos más recientes basados en reportes policiacos.
PRIMERA PARADA
Este viaje comienza a unas cuadras del paradero Indios Verdes, en la frontera entre la alcaldía Gustavo A Madero y Tlalnepantla, en las faldas del cerro de Zacatenco. Ahí, en la colonia Santa Isabel Tola, la policía capitalina ha ubicado el sitio más peligroso de la ciudad. Se trata de Tonantzin, una pequeña calle de tan sólo 150 metros de largo que corre paralela a Insurgentes Norte. Ahí se han registrado el mayor número de asaltos a microbús en la Ciudad de México.
Pero me sorprendo al llegar cuando veo que es una calle por donde no pasa ningún micro. A pesar de ser un lugar pegado a una de las avenidas más grandes y transitadas del país, esta calle está sola. Tan sólo hay tres hombres lavando sus combis y uno que otro transeúnte. La vialidad no se ve descuidada, cae la noche, pero no se siente el peligro, la gente que pasa cerca camina a paso lento reflejando seguridad.
A media cuadra hay una cámara de vigilancia y buena parte de la manzana la ocupa la primaria Bombero Ramón Arriaga. Espero ahí más de 20 minutos y sólo han pasado tres autos particulares y dos combis sin pasaje que hacen maniobras para incorporarse al paradero. A lo lejos, se escucha el motor de los autos que pasan sobre Insurgentes. Por fin alguien me da una respuesta.
—¿Oiga, señora, aquí pasa algún micro?
—No, nunca han pasado por aquí. Sólo las combis que se regresan vacías al paradero. Pero micros no, bueno a veces pasan pero es porque se suben a asaltarlos por Insurgentes y los meten por esta calle, los roban y se esconden cerca del mercado.
Decido subirme a una de las combis que van con destino a Ecatepec, para cruzar el tramo bautizado como “La Ruta de la Muerte” que forma parte de la autopista México-Pachuca.
Pasadas las 18:00 horas me trepo a una combi con un letrero que dice Piedra Grande. Tarda unos 15 minutos en llenarse y salir del paradero. Dejamos la Ciudad de México y cruzamos rápidamente una parte de Tlalnepantla para llegar a Ecatepec. Todo transcurre tranquilo, la gente platica y los solitarios revisan su celular. No hay tensión en ningún momento. Pero la tranquilidad no durará mucho.
20 minutos después cuando la Van se mete a una colonia cerca de un cerro, me bajo. Ya había visto que de regreso pasaban otras rumbo a Indios Verdes así que sólo cruzo la calle y espero.
Para este punto la noche ya cubre la ciudad. Me subo a la primer combi que pasa con destino al paradero. Van sólo tres personas a bordo. Cuadras más adelante se sube otra y posteriormente más. En una de las paradas sube un joven de no más de 20 años, sudadera con gorro y una cachucha, su cabeza hacia abajo igual que su mirada. Sus brazos aferrados a su mochila y a medida que la unidad se acerca de nuevo a la autopista, el sujeto comienza a frotar sus manos contra su pantalón para limpiarse el sudor. Abre su mochila y de inmediato varias personas piden bajarse.
“En la esquina bajan. Cóbrese dos. Yo también bajo aquí”. Palabras apresuradas para evitar lo que parece un asalto inminente. La combi queda casi vacía. Tres cuadras después el joven hace lo mismo. Se baja y para otra de regreso. Quizá el botín no era suficiente.
Un informe conjunto entre Otro Ecatepec es Posible y Mujeres en Cadena, denuncia que en la autopista México-Pachuca se registran diariamente entre ocho y 10 asaltos a unidades de transporte.
SEGUNDA PARADA
A las 20:30 horas subo a un micro afuera del metro Iztacalco. Me bajo en la esquina de Río Churubusco y Tezontle. Camino una cuadra sobre la entrada de la Preparatoria 2 de la UNAM hasta llegar a la calle De Las Torres en la colonia Carlos Zapata Vela. Justo sobre esa calle, entre Churubusco y Popoloca, se ha identificado el segundo punto más caliente para los usuarios de microbús.
Más que una calle parece un callejón un poco amplio. De un lado está la barda de la Prepa y del otro el muro de un depósito vehicular de la policía capitalina. Como no hay casas, esta pequeña callecita es bastante solitaria. Sólo hay coches estacionados y tres jóvenes que le toman una foto a un grafiti que hicieron a inicios de la semana. Más adelante unas canchas de basquetbol donde juegan varios muchachos y a unos pasos tres hombres de unos 40 años inhalan solventes.
Pero igual que en Tonantzin no pasa ningún micro por aquí por la misma razón. Un transeúnte me dice que en este punto es común que desvíen a los micros que pasan sobre Tezontle con dirección al oriente de la ciudad o a los que van rumbo al aeropuerto y circulan sobre Churubusco.
A veces, me cuenta, también roban a las combis que se desvían rumbo al metro Coyuya. Eso ocurre a pesar de que a unos pasos se encuentra un módulo de policía. Ahí han colocado una cámara de video vigilancia y afuera de la Prepa hay tres policías bancarios resguardando la entrada y salida de los estudiantes del turno vespertino.
A media cuadra del lugar se encuentra la famosa Unidad Habitacional Mujeres Ilustres, reconocida porque en su interior, dicen los vecinos, se comercia todo tipo de drogas e incluso armas. Es una unidad pequeña pero impenetrable para los extraños y hasta para las autoridades. Desde hace años es un punto rojo de la alcaldía Iztacalco. Algunos aseguran que es uno de los mayores puntos de distribución de drogas en toda la Ciudad de México.
Regreso a la esquina donde me bajé, justo enfrente de esa unidad y tomo un microbús con un letrero que dice Villada, una de las colonias más famosas de Ciudad Neza. Salgo de Iztacalco y entro a Iztapalapa, cruzo la zona comercial de Parque Tezontle y Plaza Oriente.
De un brinco se sube desafiante un joven y se coloca al lado del chofer. Llama la atención de los pasajeros. Trae una gorra y no se ve su rostro completo. Todos voltean a verlo con temor. Abre una mochila. “Señores usuarios, les vengo ofreciendo esta barra de chocolate Oreo en 10 pesos. 10 pesitos nomás, no viene caducado ni maltratado. Chéquenlo sin compromiso, no me deje con la mano estirada”. El susto pasó rápido.
Luego se sube otro con la misma pinta. Otra vez la tensión en el micro. Al parecer la vestimenta favorita de los asaltantes consiste en una gorra que cubre casi la mitad de su cara, sudadera, jeans y tenis, además de una backpack. Pero no pasa nada. Me bajo en el CCH Oriente y tomo un camión que cruza el Periférico rumbo a Neza, otra de las vías más peligrosas de la ciudad.
De inmediato, al subir me topo con una advertencia en una de las ventanillas. Se trata de un cartel con dos fotografías. En ella se ve a dos tipos con ese outfit. “¡Denúncielos! Se suben a asaltar al transporte público en la zona de Sur 20 esquina con Canal de San Juan en la Agrícola Oriental”, dice el letrero. El sitio descrito se encuentra en el siguiente semáforo.
El camión va atiborrado de estudiantes del CCH que tratan de abrirse paso entre sus mochilas. Pero nadie se sube a robar. Llegamos al metro Canal de San Juan sin mayores contratiempos.
TERCERA PARADA
Ahí sobre la Calzada Ignacio Zaragoza, uno de los tres puntos más calientes de la capital según el reporte de México Evalúa, me subo a un camión que dice “San Francisco Ixtapaluca”. Son las 21:30 horas y a diferencia de los microbuses que pasaron antes, éste va casi vacío. Apenas nueve personas, entre ellas sólo una mujer, ocupan sus 39 lugares.
En el radio suena un programa llamado “Los Adoloridos de la Z”. De las bocinas emerge la historia de un noviazgo de invidentes. La chica llamó a la estación para dedicar una canción de banda a su novio. Sólo una persona revisa su celular, los demás van atentos a la radio.
Pasamos el metro Tepalcates, Guelatao y hasta la estación Peñón Viejo se sube otra persona. Al parecer este camión no es tan popular. Las combis que pasan a nuestro lado con el mismo destino van a su máxima capacidad. Pasamos por el Puente de la Concordia, donde en octubre de 2015, encontraron un cuerpo colgado con visibles huellas de tortura. Fue una de las primeras narco imágenes que vimos en la capital.
Abajo, sobre los muros del puente, se ofrecen en carteles terrenos a buen precio en el Estado de México, servicios de brujería y amarres. Metros después llegamos a la estación Santa Martha, la frontera entre Iztapalapa y el municipio de los Reyes La Paz. El vehículo comienza a llenarse. Tardamos más de 20 minutos en pasar ese punto.
No va completamente lleno pero sí están todos los asientos ocupados y varias personas paradas. Nadie tiene su celular en la mano. Ya son tres las mujeres que van a bordo. La mayoría son hombres de entre 20 y 35 años. Su semblante cansado y su aspecto desaliñado refleja que han pasado bastantes horas en una dura jornada laboral. Otros son estudiantes, vienen más frescos pero igual de exhaustos.
Sólo la mitad del camión está iluminada por una luz blanca que recorre desde adelante hacia atrás la unidad. Cada tope la gente brinca debido al descuidado estado en el que se encuentra el vehículo. Y cada que hace una parada todos voltean atentos a ver quién se sube y lo siguen hasta su asiento con la mirada. “No vaya a ser que otra vez se suban los malandros”, dice un hombre en voz baja a su compañero de trabajo.
Me bajo en la Renault de Ixtapaluca y tomo una combi que me lleve a Plaza Sendero. Atravieso las letras con el nombre del municipio colocadas en un camellón iluminadas en varios tonos y una pequeña Torre Eiffel un poco deformada afuera de una plaza comercial.
Son las 23 horas. Espero casi 50 minutos a unos metros de la autopista México-Puebla en una zona poco iluminada, hasta que aparece la primera combi con destino al metro Zaragoza. Después de esperar casi una hora afuera de una plaza vacía, con sólo otro pasajero, en un cruce donde pasan muchos tráileres y ninguna patrulla, es un alivio ver un medio de transporte que me lleve de regreso a la Ciudad de México.
Una mujer es la única pasajera, al vernos subir le pide al chofer que la deje ir adelante, él accede. “Es que vas a agarrar la pista y está bien solo por aquí”, le dice. Es cierto, la combi se mete a la autopista y cruza el municipio de Valle de Chalco rumbo a la capital. Va a más de 100 kilómetros por hora. En este momento no me asusta un asalto sino un accidente. La poca luminosidad es la característica principal de la zona.
Hace una parada en un sitio conocido como la Caseta Vieja. Se baja el otro pasajero y la muchacha. Me quedo solo con el chofer. De nuevo a acelerar. Para romper el hielo le pregunto, a través de una rejilla, sobre la inseguridad en su ruta.
— Pues a veces nos asaltan más y otras menos. Hay como temporadas.
— ¿A qué se debe? ¿Es porque viene diciembre o algo así?
— No, es cuando los líderes de la ruta no pagan la cuota a la maña. Esos cabrones se cobran a lo chino. Hasta han matado compañeros.
Llego a mi casa después de la 1 de la mañana. He tenido suerte el día de hoy. Prendo mi celular y veo en Twitter la última noticia del día anterior: “Pasajeros golpean a presunto asaltante en Naucalpan”.