El fin de semana pasada tuve una charla con el escritor colombiano Héctor Abad Faciolince. Había yo tenido un golpe en la cabeza con un árbol, mientras iba para la conversación. Fue en el marco del Hay Festival y estaba un poco preocupada y cuando él llegó me vio con un médico, en la puerta.
Fue de una dulzura extraordinaria y se quedó conmigo hasta que el doctor me dijo que por ahora no era nada y pudimos llevar adelante el encuentro.
Le pregunté si había decidido dejar los libros, jubilarse. Bueno, jubilarme no, porque no tengo las horas trabajadas para ello, así que me emplearé hasta morirme, pero dejar de escribir libros sí. No sé, de pronto soy un hombre de un solo libro, El olvido que seremos, me dijo, al hablar de su padre asesinado y de cómo él no tomó la bandera de los derechos humanos de su progenitor, sí las ideas, y decidió irse de Colombia.
Antes había estado con Hanif Kureishi, que decía que iba a jubilarse, estar viendo televisión todos los días, hasta que fue a un lugar de Italia donde no había aparatos de TV, así que se le ocurrió una idea, comenzó a entusiasmarse y ahí está La nada, que pronto llegará a nuestro idioma.
Tengo una novela que terminé el año pasado, pero no funciona, me dice Héctor Abad. ¿Cuántos libros tendrá así, sin mostrar? ¿Dejará la prohibición de no publicar nada cuando muera? Le dije que su libro me hacía acordar a Canción de tumba, la elegía escrita a su madre por el poeta Julián Herbert, esos volúmenes que salen sacados de nuestro vientre, con todo el dolor. Obvio, no quisiera que a mi padre lo hubieran asesinado ni tampoco quisiera que mi madre se muriera para poder escribirle algo acorde, pero sí es importante poder contarlo, para que una esperanza tal vez ilusa no se vuelva a repetir. No he tomado la bandera de derechos humanos de mi padre, fui cobarde, tres personas que hablaron en el velorio de él luego fueron asesinadas, así que me fui de Colombia.
Hablamos de La oculta, su novela publicada en 2014, que habla sobre la posesión de la tierra, el secuestro y al mismo tiempo enumera el paisaje y la gastronomía colombianas. Me dijo, citando a Nélida Piñón, que “no tengo nada de imaginación”, así que se inspiró en una tierra heredada por su padre, que había sido de su bisabuela, un lugar que es muy importante para los nacidos en Antioquia, que cuando tienen un dinero se compran una finca.
Yo me compré una finca, contó y habló de su nueva editorial Angosta, que llegó como reemplazo de su nuevo departamento en Madrid, ¿para qué?, se dijo. Total que ahora tiene una editorial. Si da ganancia seguirán con más años, de otro modo hay dinero para cuatro años. Son cuatro personas, con Héctor Abad incluido y dice su página web: “Las palabras ‘angosta’ y ‘angustia’ provienen de la misma raíz latina: angustus. En la Antigüedad, angustus era un desfiladero o un abismo profundo y estrecho que había que cruzar. Algunas versiones dicen que el abismo se pasaba de un brinco temerario y otras, que se hacía caminando por la base y en fila india. Sin embargo, las dos sensaciones –la de brincar sobre el vacío o la de pasar un callejón de rocas con el riesgo permanente de ser atacado desde la parte alta por ladrones o soldados enemigos– se consideraba, por asociación, angustiosa.
Los angustiados padecían una zozobra indescriptible, pero al mismo tiempo sabían el paso por la senda estrecha como algo necesario. Lo que había al cruzar el desfiladero era la posibilidad luminosa de volver a casa, de ubicarse en un punto estratégico para la batalla o de transportar alimentos y mercancías para las ciudades.
No cruzar era una opción, pero era también la renuncia a llegar a su destino. Angustia y tránsito, por tanto, eran dos ideas inseparables. Se padece, pero no para siempre. Se padece, pero hay una recompensa. Algo de parecido tiene esto con el mercado editorial. Hacer libros es un poco brincar al vacío, caminar de a uno por un callejón rocoso. Hay un riesgo, pero también hay posibilidades luminosas al final de cada tránsito”. Contó la existencia de un libro próximo a salir, que trata sobre cuatro narcotraficantes colombianos que fueron detenidos en los Estados Unidos. Un trabajo de investigación muy serio, con testimonios de los protagonistas. titulado Niebla en la yarda, cuya autora es Estefanía Carvajal. “Yarda” es como le dicen al patio de la cárcel los presos latinos.
Sucede que a uno de ellos se les ocurrió no aparecer en el libro y su familia, sus hijos, comenzaron a llamar a la editorial. Héctor Abad siguió el consejo de su hija, cineasta, que le dijo: “Cuando en un documental nos ponen un muro, filmamos el muro”. Así, el libro saldrá intacto, con las páginas en negro de ese narcotraficante arrepentido.
Hablamos del Papa (mi madre se levantó a las cuatro de la mañana para ver a Francisco, contó), no de fútbol, ni de Argentina, pero si de esa tierra prodigiosa donde los hombres tienen la voz dulce y una sonrisa angelical como la de Héctor Abad.