Adam Sandler y el cristal con que se mira

16/09/2016 - 12:01 am

Un ticket autografiado, un actor hollywoodense que idealiza las historias de amor en playas exóticas, un rompimiento de pareja, unas vacaciones de cultura light ofrecida en dólares y muchos gringos en bermudas. Ricardo Benítez plasma todo esto en la siguiente historia.

Ciudad de México, 16 de septiembre (SinEmbargo).– En enero de 2015 me encontré con Adam Sandler en Santa Mónica, California. Yo comía una pizza en Stefano’s y él estaba a punto de entrar al cine contiguo. Al verlo me puse de pie inmediatamente y le pedí pluma y papel a la cajera, quien se exaltó con mi urgencia. Apenas los recibí me percaté de que la pluma decía Stefano’s y de que el papel era un ticket de compra olvidado por algún cliente. “Esto será ridículo”, pensé mientras corría para alcanzar al actor, quien estaba a punto de entrar a una sala. Al llegar le dije que mi novia era su seguidora número uno en México y le pedí que le dedicara un autógrafo. Entonces escribió “Hi Valeria!”, sus iniciales y una carita feliz. Cuando regresé del viaje le di el autografiado ticket a Valeria. Su emoción provocó que ese mismo día nos echáramos dos de las últimas películas de Adam Sandler (Just Go With It y Blended). A cada rato ella me preguntaba detalles del trato que recibí por parte del actor. Un tipo muy cálido, hay que decirlo.

Hace cuatro semanas terminé con Valeria. Hace tres decidí gastar todos mis ahorros en una estancia de ocho días y siete noches con todo incluido en un hotel de la Riviera Maya. Hace dos aterricé en el aeropuerto de Cancún y tomé un taxi hacia el resort. Al llegar a éste mi look con jeans, camisa y tenis desentonaba frente a las bermudas beige, camisetas y sandalias de los demás turistas, prácticamente todos anglosajones. Sin embargo, iba preparado. En cuanto me dieron la habitación me puse una vestimenta igual a la de ellos. Esto resultó bastante práctico pues durante toda mi estancia no tuve que preocuparme por vestirme de otra manera y además logré pasar desapercibido. Bueno, casi. Mi piel siempre marcó un insuperable contraste.

Los primeros tres días completos que pasé en el lugar fueron exactamente iguales. En las mañanas caminaba varios kilómetros a la orilla del mar antes de que el calor hiciera imposible un desplazamiento de esa naturaleza, me metía en una de las cuatro albercas, me aseaba en mi habitación y desayunaba en el buffet. A mediodía hacía cualquiera de las actividades disponibles, como andar en kayak, en catamarán o tomar clases de buceo. A continuación me bañaba de nuevo, comía en alguno de los cinco restaurantes, miraba los concursos que se organizaban en las albercas y esperaba el atardecer acostado en un camastro con algún trago en la mano. En las noches cenaba en el sitio de hamburguesas y después iba al teatro del hotel donde vi un show de Vaselina, otro de los éxitos de Broadway y un concurso de karaoke. Lo cierto es que me sentía sumamente triste.

"Me enfureció imaginarme a todos esos turistas con cara de Adam Sandler andando con su maldita bermuda beige creyendo conquistar la experiencia mexicana". Foto: Especial
“Me enfureció imaginarme a todos esos turistas con cara de Adam Sandler andando con su maldita bermuda beige creyendo conquistar la experiencia mexicana”. Foto: Especial

Después comencé a salir del hotel sin sospechar que mi situación se agravaría. El sábado pasé todo el día en Xcaret donde, además de aprovechar las atracciones que involucraban mojarse el cuerpo, vi el espectáculo de danzas prehispánicas y el de los voladores de Papantla. El domingo fui a Xoximilco (así, con doble X) y me subí a una trajinera con una familia de Seattle. Ellos me dijeron que estaban felices por haber tenido la experiencia sin necesidad de ir a la Ciudad de México. Además, agregaron, alguien les había dicho que Xoximilco estaba más bello y limpio que Xochimilco. Quise convencerlos de que esa no era la verdadera experiencia en una trajinera, pero después de varios shots de tequila mis argumentos no fueron propiamente expuestos y los turistas se burlaron del desesperado intento por defender mi ciudad.

En el trayecto de regreso al hotel caí en cuenta de que el problema no era mi chilangocentrismo. El problema era que cada vez más me sentía en una de las dos películas de Adam Sandler que Valeria y yo tantas veces habíamos visto después del día que le di su autógrafo. Lo que el actor hacía en Hawaii y en Sudáfrica era, básicamente, lo mismo que yo estaba haciendo en la Riviera Maya, a excepción de enamorarme. Me hallaba rodeado de muchas Jennifer Aniston y muchas Drew Barrymore, pero no quería ni podía vivir mi cursi historia de amor en la playa. No. Yo extrañaba a Valeria. Y si bien miraba sin culpa los concursos de bikini, la verdad es que hubiera dado lo que fuera por compartir mis vacaciones con ella.

Por esto, el día siguiente me la pasé metido en la cama de mi habitación. En la tarde pedí servicio al cuarto y puse Just Go With It en Netflix. A la mitad me resultó insoportable. Me enfureció imaginarme a todos esos turistas con cara de Adam Sandler andando con su maldita bermuda beige creyendo conquistar la experiencia mexicana viendo espectáculos descontextualizados, en lugares carísimos a los que mi depresión me había orillado so pena de sufrir económicamente durante los siguientes meses. Comenzó a parecerme detestable la cultura light preparada, empaquetada y ofrecida en dólares. Adentro y afuera del hotel todo estaba diseñado para evitar la transgresión que supone un verdadero viaje.

Pospuse mi vuelo de regreso a la Ciudad de México con el fin de pasar unos días con mis papás en Mérida. En el camión ADO que abordé en el centro de Cancún nadie se sentó en la fila donde estaba yo. Entonces me puse en el asiento del pasillo, imaginé que Valeria estaba junto a la ventanilla y recordé la última vez que viajamos juntos. Nunca olvidaré su imagen mirando hacia el exterior del avión cuando estábamos a punto de volver a casa. En ese momento me daba lo mismo haber recibido la cultura empaquetada de Las Vegas. En ese momento podía ver una y otra vez las películas de Adam Sandler sin que me incomodaran. En ese momento estaba enamorado en un destino “exótico” en el que Valeria y yo nos habíamos sentido en Venecia a bordo de una góndola del hotel Venetian. En ese momento pude haber disfrutado de Xoximilco. Pero ahora… Ahora estaba solo, maldiciendo a Adam Sandler porque me había engañado.

No Adam, la cosa no es así. Xochimilco está lleno de marginación y estudiantes alcoholizados. Valeria acaba de comenzar otra relación y yo tuve unas terribles vacaciones. No Adam. Fuiste muy gentil conmigo en Santa Mónica, pero no quieras engañarme más con los bodrios que te la pasas filmando. Sin embargo, debo reconocer que aún te celebro en Punch-Drunk Love.

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