Por Carlos Mínguez
Madrid, 16 sep (EFE).- Sofía Segovia ha logrado con su segunda novela, El murmullo de las abejas, convertirse en una autora superventas en México, su país, un éxito que intenta repetir ahora en España con esta historia "sensual y sensorial" que desprende aromas de miel y azahar.
Segovia, que antes de escritora ha sido periodista, experta en comunicación política, actriz y cantante, entre otras muchas ocupaciones, ha cruzado el Atlántico con El murmullo de las abejas (Lumen) en su maleta, convencida de que la literatura "no tiene fronteras" y confiada en que los lectores españoles se enamoren también de esta "historia sobre la experiencia humana".
La historia de la familia Morales Cortés en el México convulso de la Revolución que puso patas arriba el país en las primeras décadas del siglo XX, un México violento que todavía hoy, más de un siglo después, no ha puesto punto y final a esa etapa de su historia, según asegura Sofía Segovia en una entrevista con Efe.
Años en los que una reforma agraria "cuyas consecuencias perduran", destaca la autora, revolucionó el campo mexicano y, en concreto, la hacienda que en la ficción tienen los Morales Cortés en Linares, en el estado de Nuevo León, al norte del país, muy cerca de la ciudad de Monterrey.
Pero el patriarca, Francisco Morales, y su esposa, Beatriz, junto a sus hijas Carmen y Consuelo y el benjamín, Francisco chico, quien ya anciano narra la historia de su familia, en su afán por no rendirse ante las circunstancias adversas, deciden sustituir los cultivos de maíz y caña de azúcar, tradicionales pero poco productivos hasta entonces, por naranjos.
Al crecimiento de los árboles traídos desde la vecina Texas, al otro lado de la frontera, contribuirán las abejas que, desde recién nacido, han acompañado la vida de Simonopio, un niño abandonado a su suerte, bajo un puente, rescatado por la nana Reja, que muy anciana ve pasar la vida sentada en su mecedora, y adoptado por la familia.
Un "niño de las abejas" silencioso, con la cara deformada -le ha besado el diablo, dicen quienes ven en él una amenaza a su suerte-, bondadoso y dotado con la capacidad para "intuir las desgracias, presentir el futuro y conocer los secretos" de quienes le rodean.
El resultado es una historia que invita al lector a sacar el máximo partido a sus sentidos, una historia "sensual y sensorial" que "huele a la miel de las abejas y a la flor de azahar de los naranjos" de la familia Morales Cortés.
Hay quien compara a Sofía Segovia con novelistas consagradas como Isabel Allende o Laura Esquivel, lo que considera un honor pero a lo que no da excesiva importancia. "Ellas tienen su propia voz. Y yo creo tener también voz propia, una personalidad definida. No he tratado -insiste- de parecerme a ellas. Las he leído, pero también a muchos otros. Imitarles sería terrible. Somos lo que leemos o hemos leído".
También ha habido quien aprecia en las páginas de El murmullo de las abejas destellos del realismo mágico de maestros como García Márquez. "No lo he buscado adrede. Fluye con la historia y con tres personajes tan mágicos como Simonopio, la nana Reja y, por supuesto, las abejas. Los tres son un único personaje".
"Salió natural, y por eso, creo, la historia no suena acartonada, fingida. El realismo mágico -advierte Sofía Segovia- es algo que vivimos en una región del mundo en la que la ficción no es más extraña que la realidad. Es algo que llevamos dentro".
El murmullo de las abejas es pura ficción, si bien hay en sus páginas mucha historia real y muchas de las anécdotas que desde muy niña Sofía Segovia escuchó contar en su familia, procedente de la misma zona de México en la que viven los Morales Cortés.
"Sí -reconoce la autora- hay algo de mí, de mi pasado, de mi familia en esta novela. Esta es una historia de ficción, pero mi abuelo de Linares tuvo que abandonar sus tierras (por la reforma agraria), tuvo que dejar la tierra que creyó que le pertenecería siempre y a la que siempre creyó pertenecer".
La pasión por la escritura, por contar historias, le viene de cuando era muy niña. "En la escuela -dice- que no me pusieran a hacer sumas y restas; a mí lo que me gustaba era escribir".
Para satisfacer esa pasión, creyó que lo mejor era hacerse periodista. Y estudió para ello. "Pero pronto me di cuenta de que en México es muy peligroso ser periodista. Todavía hoy. Y que había que ser muy disciplinado con los hechos, contando tal cual ocurren. Y no tenía esa disciplina. A mí me gustaba más fabular".
"Contamos historias -concluye sus reflexiones- porque somos humanos. Nos gusta que nos cuenten historias y contarlas. La de narrador es la profesión más antigua de la humanidad. Todos somos cuenta cuentos y receptores de esos mismos cuentos".EFE