El Cartel del Golfo es una de las redes criminales organizadas más antiguas de México, varias de cuyas facciones operan en Reynosa.
Por Parker Assman
Ciudad de México, 16 de julio (InSight Crime).– Fue poco después del amanecer que Ricardo Montes* vio llegar a casi una docena de hombres armados en dos camionetas pickup a la central de abastos en Reynosa, Tamaulipas. No hacía más de 20 minutos que había llegado a esa ciudad en la frontera entre México y Estados Unidos, apiñado en la parte trasera de una tractomula con cerca de 200 migrantes más.
En la plaza, conductores de taxi y coyotes—los gerentes nominales de este flujo de migrantes transfronterizo— interrogaron a los recién llegados. ¿Cómo se llaman? ¿De dónde vienen? ¿Tenían la clave que confirmara que tenían permiso para cruzar la frontera por esa zona?
Aterrorizados, los migrantes huyeron, dispersándose en distintas direcciones. Montes, sin embargo, se quedó inmóvil; 17 días y noches de ardua y agotadora travesía desde su natal Guatemala lo dejaron paralizado.
“Habían pasado tantos días que habíamos hecho mucho, venía muy cansado y ya no pude correr, ya no pude moverme y ya no pude hacer nada”, le confesó a InSight Crime.
Montes fue uno de muchos. Los hombres armados lo secuestraron a él y a otros seis u ocho más ese día. Los llevaron a un escondite a menos de media hora de camino. La casa tenía un jardín y ventanas bonitas, pero, en el interior, había muros de concreto bloqueando las ventanas y una barra de acero en la puerta trasera que confinaba a los migrantes a un salón.
“Somos del Cartel del Golfo”, recuerda Montes que dijeron los hombres.
El Cartel del Golfo es una de las redes criminales organizadas más antiguas de México, varias de cuyas facciones operan en Reynosa. Sus demandas eran simples: querían dinero. Les ordenaron a Montes y a cada uno de los 30 migrantes, que según sus cálculos se encontraban en el escondite, que pagaran 5 mil dólares.
Con una franqueza impávida, los hombres les explicaron lo que sucedería si el pago no llegaba pronto.
“Los matamos”, recuerda Montes que dijeron.
PRESAS FÁCILES
Desde mediados de los 90, el problema de Montes se ha vuelto cada vez más común, especialmente desde que el Gobierno estadounidense implementó su llamada política migratoria de “prevención mediante la disuasión”. La idea era reprimir a los muchos migrantes y solicitantes de asilo que intentaban ingresar al país asustándolos con rutas cada vez más peligrosas hacia el país.
No es claro cómo muchos migrantes han decidido que la recompensa no valía la pena el riesgo, pero esa política ha tenido otras consecuencias quizás imprevistas. En primer lugar, dicha estrategia empujó a los migrantes a viajar por desiertos, montañas agrestes y valles áridos, lo que produjo un incremento de las muertes y desapariciones de migrantes durante la travesía.
En segundo lugar, la estrategia cambió la industria migratoria. Convirtió una operación que antes era difícil pero relativamente manejable para emprendimientos familiares que tenían lazos estrechos con las poblaciones atendidas en una industria criminal de múltiples capas. Esto incluye grupos criminales multinivel que muchas veces buscan despojar a los migrantes hasta del último centavo posible y, en ciertos casos, victimizarlos de las peores maneras.
Estas políticas los han expuesto a un mayor riesgo de ser asesinados, desaparecidos, extorsionados y secuestrados en tramos aislados de la frontera, donde los grupos criminales tienen fuerte presencia. El resultado final es el incremento inédito de migrantes en la frontera entre México y Estados Unidos.
Consecuencias-impensadas-Politica-Migratoria-InSight-Crime-June-2023-1Los riesgos para los solicitantes de asilo, como Montes, se agudizaron especialmente tras la promulgación de políticas como los Protocolos de Protección a Migrantes (Migrant Protection Protocols o MPP) y el Título 42. También conocidos como “Quédate en México”, los MPP requerían que los migrantes que pedían asilo en los puertos de entrada o en zonas intermedias aguardaran en México sus audiencias ante los tribunales.
El Título 42 fue una medida de salud pública impuesta en el marco de la pandemia global de la COVID-19, que suspendió totalmente el asilo y dio a los funcionarios estadounidenses la autoridad de expulsar a los solicitantes de asilo hacia México o a sus países de origen.
Ambas medidas obligaron a un creciente número de migrantes a permanecer en México o a atravesar los tramos más peligrosos del trayecto una y otra vez. Para los grupos criminales que buscaban lucrarse de ellos, eran matemáticas simples.
“Esto crea un mercado para que la gente busque vías de paso de nuestra frontera por fuera de los puertos de ingreso, y dicho mercado lo cubre el crimen organizado”, declaró un abogado defensor estadounidense que trabaja de cerca con los solicitantes de asilo.
Estas políticas se derogaron, pero el Gobierno estadounidense introdujo nuevas restricciones que mantienen a los migrantes en México. Mientras tanto, las organizaciones criminales diversificaron sus portafolios criminales y ganaron mayor participación en el negocio del tráfico de migrantes.
En el año que duró nuestra investigación sobre este fenómeno, la cual se materializó en un informe que documenta el impacto de la política migratoria estadounidense en el crimen organizado, esta mayor participación se manifestó de diversas formas.
En algunas partes de la frontera, los grupos criminales manejaban albergues improvisados donde cobraban una tasa de mínimo 100 dólares por cada migrante que pasara por los corredores controlados por ellos. En otros tramos, empleaban a sus propios coyotes para traficar migrantes e incluso contrataban a centinelas que vigilaran los albergues en busca de posibles clientes.
Sin embargo, algunos se aprovecharon aún más y crearon divisiones especializadas en el secuestro extorsivo de migrantes. Esto fue lo que le pasó a Montes en Reynosa. Allí, el Cartel del Golfo había comenzado a tomar migrantes cautivos en masa. El fenómeno no era nuevo, sino que amplió el número de víctimas potenciales, como le relataron abogados, activistas y migrantes a InSight Crime durante la investigación.
Se creó “una situación [en la que tenían] miles de presas fáciles”, añadió el abogado.
UN RIESGO INELUDIBLE
Al llegar a Reynosa, Montes había pagado a su red de traficantes dos tercios de los casi 10 mil dólares que debía por el trayecto. Pero no tenía otros 5 mil dólares para pagar a sus captores.
Las posibles consecuencias de ese hecho se evidenciaron de inmediato cuando sus secuestradores comenzaron a golpear a algunos de los migrantes frente a él. En medio del pánico, Montes negoció desesperado.
“Denme unas semanas”, suplicó. “Y les consigo el dinero”.
Por fortuna accedieron. La pareja de Montes comenzó a contactar a todos sus parientes y amigos en Estados Unidos y Guatemala para recoger el dinero de a poco. Después de unos días, hicieron el primer pago. Y 20 días después, su pareja en Guatemala les transfirió la última cuota.
A la mañana siguiente, el grupo le vendó los ojos, lo subió a la parte trasera de un camión, lo llevó a unos 30 minutos del escondite y lo dejó a un lado de la carretera. Montes caminó hasta la gasolinera más cercana y desde allí llamó a su pareja en Guatemala. Esta contactó a la red de traficantes para que fueran a recogerlo para llevarlo por el último tramo de su viaje hacia Estados Unidos.
Los traficantes estaban furiosos. Relató cómo, antes de recordarle los 3 mil dólares que aún les debía al llegar a su destino, lo regañaron por no tener más cuidado.
“Culpa suya”, recordó Montes que le gritaron por teléfono. “Usted dejó que lo secuestraran”.
*Por razones de seguridad, InSight Crime cambió el nombre del protagonista.