Julieta Cardona
16/07/2016 - 12:00 am
Volví a tatuarme
Hace dos semanas gasté el poco dinero que tenía en cambiar mi cuerpo de forma permanente. Me tatué un buda adentro de un triángulo adentro de un mandala. Lo decidí en mi espalda para que me cuide el corazón.
Hace dos semanas gasté el poco dinero que tenía en cambiar mi cuerpo de forma permanente. Me tatué un buda adentro de un triángulo adentro de un mandala. Lo decidí en mi espalda para que me cuide el corazón.
Tenía diecinueve cuando me tatué por primera vez: “Una plegaria para los salvajes de corazón que están enjaulados”, era la idea –todo en latín–, pero solo me cupo la mitad: el tatuador era un novato y yo también. Tenesse Williams me perdone.
Hace unos días leí un cuento. Un conejo está tratando de armar un rompezabezas que es un paisaje. Una pieza que es un pedacito de cielo no halla su lugar. ¿Dónde irá?, se pregunta el autor. No embona aunque parece ir en cualquier parte. El conejo guarda la pieza y se va a buscar la puerta que lo llevará a otro mundo. Días después llega, entra y sobre una mesa encuentra un rompecabezas distinto. A la bóveda celeste le falta una pieza, así que del bolsillo saca la que trae y al colocarla brota un bosque hermoso con un domo plagado de estrellas que brillan un montón porque están muertas.
Pienso en mis tatuajes como pedacitos buscando ensamblarse en algo más grande. Pienso en el autor del cuento: quizá mientras lo escribía miró para arriba y asumió que la pieza perdida trataría de ser, de todas las formas, el cachito que armaba el paraíso.
Me quito la ropa y me miro al espejo. Descalza. Vulnerable. Rayada. De tinta y de cicatrices. Morena. En el brazo derecho está mi favorito: un dorje. En el izquierdo una máquina de escribir. Estoy desnuda. Expuesta. Salpicada de lunares. En las costillas llevo a Eva: palabras que Lawrence Durrell escribió cuando estaba como yo cuando decidí acicalarme para siempre: muriendo de amor. Castaña. Entintada. Apenas limpia. Por la clavícula, en hindi, una burla al sentido común. En un ilíaco a una mujer. En el otro a la misma. En desparpajo. En tantito sudor. Detrás del hombro un saxofón. Mutando.
Pienso que los tatuajes que vinieron después del primero han sido, de todas las formas, su otra mitad.
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