Mónica Mansour, quien explota su conocimiento arquitectónico, habla sobre la anatomía de una casa y los materiales que la mantienen estable. Las historias que la autora nos relata hacen que salgamos de nuestra casa y la miremos por fuera para reconocerla y distinguirla de las demás porque, así como los cuerpos, cada hogar es genuino y sobresale por sus particularidades. La casa sufre un proceso de acomodamiento ante los individuos que la habitan; cada objeto que contiene las cuatro paredes absorbe su identidad.
Ciudad de México, 16 de junio (SinEmbargo).- Una casa como yo es la construcción de un hogar en su eterno cambio, la interacción con lo que sucede en el exterior y la consciencia de lo mínimo en el interior. Mónica Mansour, quien explota su conocimiento arquitectónico, habla sobre la anatomía de una casa y los materiales que la mantienen estable. Realiza un recorrido a través de varias experiencias acerca de lo que implica tener un espacio en el mundo, un espacio seguro y legalizado para decir: “yo existo”.
El texto se convierte en un manual extenso y gratificante sobre cómo construir en su totalidad un hogar: desde la búsqueda del terreno hasta la decoración final que se amolde a nuestro imaginario. Se remite a la construcción del cuerpo mismo: lo que se transforma y le sucede, el tiempo, la memoria, las grietas, los cuidados: “la casa es mi cuerpo y me alberga, alberga mi alma, mi espíritu, mi mente, y también todos los órganos y fluidos ocultos que me dan vida”. En este viaje del cuerpo y la casa, Mónica Mansour expone sus experiencias en distintas situaciones: anécdotas hogareñas, de arquitectos, de fraudes en los contratos, de fantasmas y tanques de gas que explotan.
Las historias que la autora nos relata hacen que salgamos de nuestra casa y la miremos por fuera para reconocerla y distinguirla de las demás porque, así como los cuerpos, cada hogar es genuino y sobresale por sus particularidades. La casa sufre un proceso de acomodamiento ante los individuos que la habitan; cada objeto que contiene las cuatro paredes absorbe su identidad. Un ejemplo de esto es el espejo, lugar que obtiene una suerte de ritual en su aproximación y, a la vez, de seguridad para recordar quiénes somos a pesar del tiempo y sus transformaciones. Existe un reconocimiento de todo lo que ha sucedido fuera de ese sitio, de ese tiempo: aquello que se alteró en el más pequeño detalle, como las marcas que deja la mesa al ser removida de sitio, una nueva arruga en nuestra frente, el cambio de color en la madera cuando se expone al agua.
En el apartado de “Materiales”, todos los elementos que menciona la autora tienen su función primordial, distinta e irrepetible, como los huesos que nos conforman. Los metales fungen como el esqueleto de la casa; los vidrios que dan vida al hogar por la luz que permiten son los ojos que reciben el mundo interpretado; la piedra, cuyos años se remarcan en las vetas que le crecen, es el objeto “que presenta la permanencia en el tiempo”, quizá como el corazón. Apreciamos entonces la anatomía de una casa que se conforma con todos sus elementos, como nuestro cuerpo con todos sus órganos. Lo que cambia es la decisión que tenemos sobre dónde irán los órganos que tendrá la casa, claro, si sabemos al respecto de lo que necesita para resistir y no caer al segundo día. Por ello esta lectura, si bien no vuelve al lector arquitecta o arquitecto, sí da una guía de precauciones, consejos y hasta la razón de ser en los distintos espacios del hogar.
La casa tiene memoria: la distribución y los nombres tienen una razón social, una historia que antecede. La sala de estar, “como si uno no estuviera en las otras habitaciones”, menciona Mansour, era específicamente para que estuvieran ahí los habitantes, puesto que las casas elegantes tenían otro espacio llamado “sala de estrado” destinado únicamente para las visitas, lo que les impedía el paso a sus paredes más íntimas. Otro ejemplo es la manera en que la casa en su totalidad, como la mayoría de las cosas, estaba hecha para el “señor de la casa”, lo que implica que cumplía con los gustos de él, como el despacho, la recámara, la sala de estar ya mencionada y, claro, la cocina, la cual era elemental para él sin que tuviera que pisarla.
Sobre la cocina habría muchísimo que hablar al respecto de la función que cumple en la casa. En las generaciones actuales ha existido una deconstrucción necesaria en los papeles que lleva cada habitante, pero anteriormente, en la construcción del hogar para el ya mencionado señor de la casa, la cocina estaba hecha para el quehacer de la mujer: una cueva donde tenía que sumergirse para proveer el alimento. Y ante una forma de renuncia a ese estereotipo y sometimiento, varias artistas, entre ellas, Remedios Varo y Leonora Carrington, crearon su escenario para la alquimia. Las mujeres, como brujas, preparaban sus pócimas y menjurjes, podían jugar con el fuego: “Se sabe que remedios Varo y Leonora Carrington solían preparar recetas para protegerse de los malos sueños, para invocar sueños eróticos, para curar el insomnio” (Cinco llaves del mundo secreto de Remedios Varo). En la descripción de la cocina, Mansour inicia diciendo: “La cocina ha sido el centro fundamental del hogar (no es fortuito que a la casa familiar se le llama “hogar”, o sea, fuego, fogata, hoguera)”.
Este tipo de libertades y recreaciones se vierten en la casa, en la imaginación y realización artística para quienes van a vivir en ella. El acomodo de los muebles, el color del tapiz, el baño, las escaleras, etcétera pueden ser una pintura abstracta, si así se desea, con el cuidado y dirección del arquitecto. Una casa como yo comienza con fotografías concretas, para luego llegar a pinturas abstractas que abarcan lo que va más allá de la decoración, o sea, nuestro sentir, realidad y comunicación con cada parte del hogar. El que la casa sea dinámica implica una posible destrucción de lo lineal. “A Mies van der Rohe no le gustaban mucho las paredes y las sustituía por ventanales en el exterior o únicamente mamparas en el interior (no le gustaba fragmentar y segregar, prefería los espacios continuos, y por ello versátiles, porque creía en la necesidad del azar; seguramente vivía solo). Y Barragán recuperó la presencia de los muros no sólo para delimitar espacios y “crear silencios”, sino también como esculturas que uno tiene que rodear y transitar.” (Una casa como yo, p. 90.)
El caos visual, que se menciona entre las hojas de este libro, se encuentra en todas las casas que comparten un espacio exterior. Somos un conjunto de elementos y experiencias que nos hacen distintos a los demás y, sobre todo, cambiantes. Al ser así de camaleónicos, las casas en las que vivimos se vuelven ese caos retratado. Lo que construye la casa es lo que le sucede —y nos sucede— por dentro y por fuera.