El éxito de uno de los rincones más legendarios de la capital mexicana está en los puños de su dueño, un ex boxeador de la década de los cincuenta que dejó el ring por el pulque.
Por Ollín Velasco, Munchies
Ciudad de México, 16 de junio (SinEmbargo/ViceMedia).– En la famosa pulquería ‘La Hija de los Apaches’, en la colonia Doctores, de la Ciudad de México, se impone la ley de “El Pifas”. A sus 79 años, Epifanio Leyva es dueño de uno de los bares más representativos de la cultura chilanga, guarda tres Guantes de Oro de sus épocas doradas como boxeador y atesora tal cantidad de vivencias, que él mismo asegura ser una especie “en peligro de extinción”.
Con sus manos grandes, marcadas por cicatrices, Epifanio hurga dentro de bolsas de plástico con rótulos a mano, que le indican a qué hora tomar cada una de sus medicinas.
“El Pifas” me cuenta: “Me dio una embolia y me recetaron pastillas para el corazón, la presión y la diabetes. A esta edad, el tiempo ya hizo lo suyo”.
Ya no es capaz de moverse, ni de escuchar como antes. Sin embargo, recuerda que lo peleonero le venía desde niño. En su barrio de la infancia, Santa María la Ribera, había un panadero que, cuando veía chamacos (niños) golpeándose, le daba una bolsa con panes dulces al triunfador y una de bolillos al que perdía.
Epifanio aprieta su puño izquierdo, mismo que lo hiciera legendario en los 50, y cuenta que le gustaba ganar, para llevarle cena a sus papás y a sus siete hermanos. Lleva un año sin beber.
Como sus hijos y nietos le ayudan en el bar, ahora disfruta de sentarse, con una botella de agua a observar cómo la gente se goza el momento en la pista de baile o brinda con caguamas y pulque.
Dice que la escuela nunca fue lo suyo. Aunque su madre le compraba libros, él los vendía para ir por golosinas a la Alameda, o ver películas en el extinto cine Continental (que estaba en lo que ahora es la colonia Del Valle). Eso sí, su corazón estaba consagrado a la pelea; agarrarse a golpes con quien fuera era un arte que ejercía por gusto.
En 1954, a sus 16 años, vio por primera vez un gimnasio donde entrenaban boxeadores. Eso lo cambió todo: dejó las clases y saltó a un cuadrilátero.
Sus glorias fueron muchas. Nunca nadie le hizo un nocaut. No obstante, la decepción tras una pelea que le robaron en Tijuana, Baja California, aunada a la ruina que le trajeron el alcohol y sus incontables amores, hicieron que tirara los guantes y empezara de cero.
“El Pifas”, a quien el mote se le quedó por siempre, lo mismo fue ebanista, quinielero de máquinas de apuestas en el Hipódromo de las Américas, o vendedor de línea blanca. Un día, las pulquerías que frecuentaba como cliente se le pusieron enfrente como opción de trabajo, y entró a una como elemento de seguridad.
Era su trabajo ideal: había trago, placeres y golpes a los cuales meterse. Luego de tres mujeres que le cambiaron la vida con 10 hijos, y 40 años de poner orden en una pulquería a punta de izquierdazos, decidió seguir el negocio por su parte con La Hija de los Apaches, en el número 149 de la calle Dr. Claudio Bernard.
Su familia es un satélite que orbita con cariño a su alrededor y muchos de sus viejos amigos de ring pasan a visitarlo a menudo. Por eso, Epifanio asegura que es un hombre con suerte, a quien el amor, los puños y el pulque, le han dado todo en la vida.