María Rivera
16/05/2024 - 12:01 am
Lealtad
“A mí me parece delirante, querido lector, que pretendan que un partido que se dice socialdemócrata, se pudiera aliar con la derecha conservadora y con el priismo corrupto”.
Poco falta para las elecciones, querido lector. Dos semanas y se acabaron las campañas y el ánimo rijoso, esperemos. Es normal que en el periodo electoral los ánimos se desborden y que corran insultos e imprecaciones entre los contendientes y sus partidarios. No sabemos, sin embargo, si alcancemos esa normalidad democrática una vez que pase el 2 de junio. A mí me preocupan, y mucho, las señales de parte de la coalición opositora, sobre todo de parte de sus analistas e intelectuales que una y otra vez han intentado instalar la especie de que la elección presidencial podría anularse. La narrativa es muy clara y preocupante porque devela pulsiones claramente antidemocráticas. El asunto, querido lector, es si esas pulsiones permanecerán como amenaza o si de perder la elección intentarán ganar en los tribunales lo que no ganaron en las urnas. O si, por el contrario, se comportarán de manera leal al sistema democrático. Las señales que han mandado, de total desesperación estos días, al tratar de manera grosera y chantajista al candidato de Movimiento Ciudadano intentando que decline por ellos, hablan por sí mismas y dejan ver que no le tienen mucho aprecio a la pluralidad democrática y a la representación de minorías. La descalificación que sus seguidores han hecho del candidato Álvarez Máynez son bochornosas, cuando no clasistas y racistas, inadmisibles.
A mí me parece delirante, querido lector, que pretendan que un partido que se dice socialdemócrata, se pudiera aliar con la derecha conservadora y con el priismo corrupto ¿por qué lo harían? No veo qué ganancia podría tener Movimiento Ciudadano para unirse a lo que dicen combatir. Perderían el sello que han construido esta campaña, el empuje que han ganado como una tercera vía, y seguramente a muchos de sus votantes simpatizantes de la izquierda que se verían obligados a inclinarse por Morena, o a abstenerse.
Estas obviedades les pasan de noche al frente opositor prianista porque está desesperado ante la constatación de que su candidata no logró el objetivo de ser competitiva, ni lograron imponer en la opinión pública la narrativa, falsa, de que esta es una elección excepcional por el peligro de que la democracia sea liquidada, o que esta es una elección de Estado.
Como en el 2006 y en el 2018 su intención ha sido crear miedo en el elector, pintando escenarios catastróficos de ganar la izquierda lopezobradorista. No les funcionó hace seis años y muy probablemente este año tampoco. El desprestigio de los partidos opositores es demasiado grande como para que la mayoría de la gente pueda olvidar el régimen de corrupción y desigualdad en que tenían sumido al país y los pueda ver como una opción ante el actual gobierno, con un presidente muy bien calificado e innegablemente popular. Lo que es increíble es que lo hayan siquiera pensado, en lugar de hacer una autocrítica profunda, deshacerse de políticos impresentables y de intereses empresariales cupulares, a partir del triunfo y el gobierno de López Obrador: tuvieron seis años. En cambio, los partidos se convirtieron en cascarones para los peores intereses y decidieron proponer lo mismo y los mismos, que ya hace seis años fueron votados y botados del poder. Ahora tendrán que enfrentar, junto con sus intelectuales y consejeros, el dilema que los persigue y decidir si son capaces de ser leales al juego democrático o no, por más que estén en desacuerdo con quienes gobiernan.
Si las encuestas resultan ser correctas y la candidata de Morena, Claudia Sheinbaum, gana la elección con una diferencia muy amplia, la oposición difícilmente intentará anular la elección: sería un disparate. Pero si el margen de ganancia fuera menor, que es lo que anhelan y se ve muy poco probable, podría ser que buscaran anular el triunfo de Morena judicialmente aduciendo inequidad en la contienda, actos anticipados de campaña o cualquier otra causa que les convenga: para eso tienen abogados en sus filas y hasta ex ministros de la Corte a su servicio. Obviamente, este escenario es especialmente riesgoso para la estabilidad del país. Entraríamos a una zona de incertidumbre e inestabilidad que nadie puede desear, salvo quienes son incapaces de aceptar la regla básica de la democracia, que implica la posibilidad de perder elecciones. Muy mal mensaje, pues, que los partidarios de Xóchitl Gálvez estén sacando esa última carta, anticipando su fracaso en las urnas.
Lo más importante es, querido lector, que la gente, usted y yo, votemos libremente en un par de semanas, y que nuestros votos definan quiénes nos habrán de gobernar; que esos votos se respeten por parte de todos los contendientes y que tanto el gobierno como las oposiciones contribuyan a la estabilidad en el cambio de gobierno. Digamos, ese es el contrato básico de la democracia, gane quien gane. Exijamos, pues, que todos los que aspiran al poder, una vez que se decida la voluntad mayoritaria, la respeten. Son los votos, no los tribunales, quienes determinan a los gobernantes. Hay que recordarlo, no está de más.
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