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Julieta Cardona

16/04/2016 - 12:05 am

Adiós, Angustia

Marcela es mi relación más estable porque es mi terapeuta. Hago alarde del hecho más por verdad que por gracia. Cada martes voy a su consultorio y le platico, sobre todo, mis desaciertos: estaba por cerrar bien la semana pero recaí …

Marcela es mi relación más estable porque es mi terapeuta. Cada martes voy a su consultorio y le platico, sobre todo, mis desaciertos. Foto: Shuterstock
Marcela es mi relación más estable porque es mi terapeuta. Cada martes voy a su consultorio y le platico, sobre todo, mis desaciertos. Foto: Shuterstock

Por Bibiana Faulkner

¿Gustaría ponerle play antes de comenzar? Tomorrow is my turn – Nina Simone

Marcela es mi relación más estable porque es mi terapeuta. Hago alarde del hecho más por verdad que por gracia. Cada martes voy a su consultorio y le platico, sobre todo, mis desaciertos: estaba por cerrar bien la semana pero recaí el viernes en el alcohol (cuatro bourbon lancer, cinco black velvet y tres slippery nipple shots); el azúcar (dos barras de chocolate una rebanada de pastel un juguito en tetrapack y nada menos que los doce cocteles); volví a ver al muchacho que por puritito ego partí en dos, quién sabe, supongo que para no saberme olvidada; le digo que no a cada cosa que me dice la mujer que sí amo y en carretera pisé el acelerador al tope. Todo en un solo día. Me saboteo, Marcela, todo el tiempo de una manera consciente. Y lloro un montón.

También le platico a Marcela que ahora que estoy a punto de cumplir un año en mi departamento, miro para atrás y, joder, cómo me costó encontrar ese pedacito de cemento que intento hacer mío con plantitas, cuadros, muebles de madera, libros y música que suena todo el día. Pobres vecinos. Le digo que me costó mucho encontrarlo porque cuando vives con tantas explosiones adentro no existe el equilibrio y se manifiesta, de entrada, en la dificultad para hacer tu casa. Qué de tu casa. Todo. Qué de todo. Todo de todo. Le digo que he encontrado que las explosiones son sentimientos que son nombres propios, ja, porque tienen una identidad absolutamente constituida y un cuerpo ni siquiera tan abstracto. Y me siento, Marcela, igual que hace un año, pero con algo menos de suerte.

Termina nuestra sesión y ese día me voy sin promesas. Entonces –cómo es de perfecto el tiempo, en serio, y tema de otro momento– sucede todo en tantitos días: me reconozco y veo mis negros, todos mis tonos: caigo hasta el fondo. Y otro martes regreso distinta: no mejor ni peor: distinta. Me siento en su diván –más por verdad que por cliché o quién sabe tal vez por las dos– y descubro que no predomina el discurso nihilista. Le hablo, toda esa sesión, de lo que me parece verdaderamente importante: las flores.

Marcela me dice, como quien trata de documentar una transformación que sabe bien de dónde viene (de decirle adiós a la angustia, muy probablemente y quizá),: “escribe escribe escribe”. Le digo que no me sale a vomitadas sino a cachitos y antes de irme me dice: “oye, Julieta, quédate donde las flores”. Y yo quisiera voltear y proponerle, como los niños cuando se hacen promesas para siempre, que sea mi amiga, pero supongo que no es así, que el fluir de los ríos corre en una dirección y que las cosas son siempre de una manera, muy probablemente y quizá, única.

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