Disautonomía: El mal de la Damisela

16/04/2016 - 12:01 am
Disautonomía, la incapacidad del corazón de reaccionar ante las situaciones de riesgo, explicó el doctor. Foto: Especial
Disautonomía, la incapacidad del corazón de reaccionar ante las situaciones de riesgo, explicó el doctor. Foto: Especial

Cuando escuché el nombre de la prueba, me imaginé algo salido de una película futurista de los 70: un enorme cuarto blanco iluminado con luces quirúrgicas potentísimas, una mesa a la que yo, con mi traje blanco de enferma, estaría atada con correas intransigentes y que me haría girar en todas direcciones, un montón de doctores tomando notas desde sus múltiples especialidades porque nunca habían visto algo así. Imaginaba algo interesante, algo que pudiera usar para contar una historia. Pues no: la famosa prueba de la mesa de inclinación consiste en estar parado, simplemente. Hay una correa, hay, pero sólo para evitar que uno se vaya de boca y se parta la mandíbula. Hay un doctor que no se dignó ni a ponerse la bata, pues no esperaba que yo soltara espumarajos por la boca, que un alien dientudo emergiera de mi pecho y se explicaran todos mis malestares. Estar parado y ya: “una prueba medio aburrida”, se disculpa la enfermera.

A los veinte minutos se confirma la hipótesis: empiezo a marearme, a sudar frío, a no sentir las piernas, los brazos. A los veintidós minutos las palabras del médico se convierten en balbuceos ininteligibles, su cara es una mancha, pronto dejo de escuchar, de ver. Se me olvida como respirar y siento que me voy, que soy líquido negro arremolinándose para huir por el drenaje de la tina y dejarla vacía. Mi cuerpo se encoge dolorosamente y se concentra todo en el último minuto de conciencia, que utilizo para pensar: “¿y si esto no está tan controlado como decían? ¿Y si me estoy muriendo?”. Con sólo acostarme vuelvo a la vida y del susto me pongo a llorar.

Diagnóstico: Disautonomía. El mal de las damiselas de antaño, que caían desmayadas tras pasar varias horas de pie, socializando, sentadas en una ópera o caminando lentamente por jardines decorados con estatuas griegas y fuentes mientras el poeta de la corte les endulzaba el oído. Perder el sentido simplemente por ser, por estar. El sentido, la razón. Yo creía que mi cansancio era por vivir dos vidas paralelas, la del corazón y la del cerebro, pero resulta que la fatiga crónica es causada por mi falta de control sobre aquel músculo que manda sin pensar. Solía justificar mi cansancio poniéndole nombres como “es que acabé mi novela”, “es que ayer me enojé mucho y por eso dormí toda la tarde” o “tengo tanta vida en mi imaginación, que no me queda energía para la real”. Disautonomía, la incapacidad del corazón de reaccionar ante las situaciones de riesgo, explicó el doctor. Me enseñó las gráficas, me enseñó el momento en que mi presión arterial llegó a cero. “Cero”, dijo, “no es normal”. Cero, pensé, qué gran historia.

Una inmadurez del corazón, resumió, asegurando que no era grave pues “el corazón tiende a madurar, como todo”. La condición, admitió, es más común en mujeres más jóvenes que yo. Porque, a mi edad, una debía saber mejor. El corazón debía haber aprendido a reconocer el riesgo y reaccionar: Ey, tú, toc-toc. Ey, tú, eso de “me muero de amor” no me está latiendo, literalmente, así que hazme un favor y sácanos de esta situación. Yo, a los 34 años, no he aprendido a hacer eso.

No es la primera vez que algún doctor me habla de mi inmaduro corazón: ya estoy medicada para eso, para el corazón que vive en el cerebro y que me hace vivir como una kamikaze, buscando siempre la adrenalina de la caída libre sin pensar en lo que viene después. Sin pensar en que luego tocará volver a armar el rompecabezas, que cada vez tiene piezas más pequeñas.

Pero ahora es EL corazón: nada de metáforas románticas: tu motor dejó de bombear gasolina, así que reacciona, niña. Que ya estás grandecita. Reacciona, que ya te podrías ir vistiendo como la señora que eres, que podrías dejar de disfrutar las montañas rusas, que ya hay que ponerse serio porque disautonomía es no ser autónomo y los adultos queremos ser autónomos, no contar con el caballero galante que te atrapará la próxima vez que te desmayes. El tratamiento es simple: aumentar la presión, envejecer, engordar, llenarse de sal de mar. Cosas que no creí ver jamás en una receta médica. El tratamiento es simple: entender que para sentirse vivo no hay que sentirse morir. Aprender a estar de pie. A caminar lento. A oxigenarse con sangre fresca. ¿A mandar sobre el corazón?

Nota: Se calcula que 11 millones de personas en el mundo (80% mujeres) sufren algún tipo de disautonomía, que rara vez es diagnosticado. Si eres mujer, tienes entre 12 y 30 años y estás constantemente fatigada, te cansas más rápido que la gente a tu alrededor, te mareas y/o desmayas constantemente y has ido con doctores que te dan vitaminas o te sacan exámenes que siempre salen negativos, prueba a ir con un cardiólogo y menciónale la disautonomía. Puede ser que no te lo estés inventando y que tu vida pueda mejorar.

Lorena Amkie
Nació en la Ciudad de México en 1981. Su idilio con las palabras empezó muy temprano y la llevó a pasearse por la poesía, el ensayo y el cuento, para encontrar su hogar en la novela. Graduada de Comunicación por la Universidad Iberoamericana, ha publicado la trilogía gótica para jóvenes Gothic Doll (Grupo Planeta) y la novela El Club de los Perdedores. Imparte talleres de escritura creativa y colabora con distintos medios impresos y digitales. Su cercanía y profundo respeto hacia su público, así como su estilo franco y nada condescendiente, le han valido la atención de miles de jóvenes en México y Latinoamérica, situándola como una de las autoras de literatura juvenil más interesantes en el mundo de habla hispana actualmente.
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