“La pantalla no merece ser endiosada, el cine no merece ser endiosado. Los directores y los actores no merecen ser endiosados”, dice David Toscana, escritor mexicano. “¿Por qué todo el mundo tiene que estar diciendo que Roma es una maravilla?”, cuestiona.
Ciudad de México, 16 de marzo (SinEmbargo).– David Toscana es un escritor regiomontano que lleva varios años radicando en Europa. Hace tiempo, tras ver un partido de futbol, decidió no ver más la televisión. No le interesaba demasiado. Para él la literatura era suficiente. De ahí que sea uno de los escritores mexicanos más ocupado de ahondar en los problemas literarios.
La semana pasada, en su columna publicada en Milenio, hizo una crítica formal a la recepción que ha tenido Roma, la película de Cuarón, sin haberla siquiera visto. Sus argumentos iban en torno al fanatismo de algunos espectadores, no de la cinta. Pese a ello, en las redes sociales le llovieron muchas críticas de las que él difícilmente se enteró pues no utiliza esos medios.
Tuvimos la oportunidad de platicar con él antes de la polémica. David habló de literatura, de la industria editorial e hizo algún comentario cinematográfico. Al margen de las posturas que se puedan tener sobre él, lo cierto es que su obra es de las más sólidas de la literatura mexicana actual.
***
–Hay muchos libros ahora, muchísimos más que en cualquier otra etapa de la humanidad. Todo el mundo escribe. ¿Tú crees que en algo le beneficia a la literatura que haya tanta oferta editorial?
–No, yo creo que la perjudica. La oferta editorial se ha vulgarizado demasiado. Hay gente que está publicando hoy, que en el pasado ni siquiera había soñado con publicar. Los grupos editoriales ya no tienen lo que en antaño tenían. Ya no tienen el sello del editor. La mayoría de las editoriales tenían el nombre del editor y el editor se hacía responsable de lo que publicaba. Hoy se acercan a la gente famosa que no sabe escribir. Saber escribir ya es lo de menos, lo que importa es que puedas vender libros, desde consejos estúpidos de cómo enamorarse, cómo entrar o salir de una relación… Entonces el espacio para la gente inteligente, para los filósofos, para los intelectuales, se ha ido perdiendo a cambio de toda esta ‘niñatería’ que tenemos ahora. Se están vendiendo más libros que nunca, pues sí, pero qué clase de literatura estamos leyendo. ¿Hasta dónde hay alguna responsabilidad por parte de las editoriales de tener ciertos criterios de calidad? No podemos decir que es una literatura ‘Made in China’, pero de alguna forma tiene esa calidad. Lo que importa es la fama. Yo miro con nostalgia esas épocas con editores que no eran millonarios. Ahora sí veo que los grupos editoriales tiene potencial para tener bonitas oficinas en Polanco. Sí se vende, pero ¿a precio de qué? A precio de corromper a los lectores con basura.
–A ti te tocó la parte final de la época dorada de las editoriales. Justo en ese momento hubo grandes escritores que, además, vendían mucho.
–Sí. La literatura latinoamericana tenía un peso que ya no tiene. No tenemos los escritores de peso completo. En esa época teníamos a Fuentes, Rulfo, un montón. Eran escritores que no sólo leíamos en español, sino en otras lenguas. Ahora tenemos mucha oportunidad de publicar en otras lenguas y de que se edite en otros países, pero ya sin el ‘bombo y platillo’ que se tuvo en otra generación. Alguien decía: ‘es que en nuestra época no se traducía tanta literatura’. Quizá sea verdad. Hay demasiadas editoriales publicando demasiado y los lectores tienen una incapacidad de leer todo eso. Si lo combinamos con que la pantalla chica y la pantalla grande están absorbiendo demasiado tiempo de la gente, entonces la mayoría de los libros que se publican mueren pronto.
–¿Cómo le hace David Toscana para definir lo que es buen libro?
–¿Como lector o como escritor?
–Como lector.
–Soy poco arriesgado. Y por eso me la vivo con los clásicos. La idea de aventurarme con la literatura contemporánea para estar como un pescador hasta ver si atrapo a la trucha sabrosa, no va conmigo. Yo me espero a que alguien me recomiende un libro. Incluso la mayoría de las recomendaciones de literatura contemporánea no terminan por gustarme. Hay cierta ligereza en el trato de la condición humana que no me gusta. Hay mucho cinismo. De pronto te encuentras una buena prosa, un buen ritmo, pero es como si la gente no supiera mucho de la vida, del arte. Todo lo que tiene que ver con géneros, no me interesa. Yo sé que está el género policiaco, que de pronto brinca más allá del género, pero casi siempre miro con desconfianza a escritores de ciencia ficción. Me interesa la literatura más sencilla, pero que va a los valores clásicos de la condición humana, de las pasiones humanas. No contesto mucho. Cuando leo, muchas veces desde el primer párrafo, digo: ‘esto tiene peso, densidad, belleza’. ¿Cómo definir la belleza? Difícil decirlo.
–Eres uno de los mejores autores de la literatura mexicana contemporánea. Me parece que tiene que ver con tu trabajo con la prosa, en ese conseguir hacer algo, algo que todavía no puedo decir con palabras, algo con el lenguaje. Te relaciones con el lenguaje. ¿Es un asunto de talento o de trabajo? ¿Una combinación?
–Tiene que ver con cómo te formaste como lector. Alguna vez, en un taller literario, yo les pedí a los pupilos que me trajeran un buen párrafo, uno que les gustara mucho, de alguien más. Me trajeron puras ‘simplonadas’. Les importaba el significado del párrafo. Solamente uno trajo el pasaje de García Márquez. Cada uno debía leerlo en voz alta. A veces queremos pensar que la prosa tiene una función, pero más allá de la función la prosa es con lo que construyes el arte literario. A veces lo entendemos con la música: dos personas cantan la misma canción, entendemos que uno canta mejor que el otro. En la prosa es donde la mayoría de la gente falla. Yo le digo: ‘piensa en la gente que sabe contar un chiste y en la que no lo sabe contar’. Hay alguien que maneja bien las palabras y otro que no. Todo el arte dramático griego estaba construido de manera bella, y no solamente utilitaria. ¿En qué consiste? Creo que nadie lo sabría decir, es algo que notas. Las palabras deben tener ritmo, intención, se necesita de la metáfora, se necesita ser sugerente, claro. La buena prosa es eficiente, no usa palabras demás. Se nota cuando algo no encaja. Pensemos más en términos de música, y no en términos de cine. No digo que todo se deba vivir para poderlo narrar, pero hay que interiorizarlo de tal manera que la narración sea seductora. Un escritor debe aprender a detectar en otros libros la buena prosa. Hay que conocer el Siglo de Oro. Leer poesía.
–Es la primera vez que hablas de poesía. Habías hablado sólo de prosa.
–Leer poesía es importante.
–No escribes poesía.
–No, no escribo poesía.
–Podrías intentarlo, pero lo tuyo es contar historias.
–Nunca lo he intentado. No sé. No sé si podría. Quizá algún día. Por lo pronto no.
–Desde que te conozco siempre has sido profundamente radical con tu postura frente a las pantallas. En alguna época dejaste de ver televisión. ¿Crees que no puede ser interesante la ficción en una plataforma que no sea la literaria o no crees que se pueda escribir para series, para televisión, de manera literaria?
–Hay un mundo que me cae mal. ¿Por qué todo el mundo tiene que estar diciendo que Roma es una maravilla? ¿Por qué no se arrodillan delante de un escritor? ¿Por qué todos los escritores somos… ‘ah, está bien’? Pero viene un pinche cineasta y hay que adorarlo como si fuera Dios. Creo que me falla algo genético porque la única otra persona que no ve cine y televisión es mi hermano. Nunca nos pusimos de acuerdo. Tengo que pensar que estamos endiosando a alguien que no lo merece. La pantalla no merece ser endiosada, el cine no merece ser endiosado. Los directores y los actores no merecen ser endiosados. No los veo. Ahora siento que debería hacer una especie de campaña para que nadie lo haga y que vuelvan a los libros, que vean que los libros tienen una posibilidad intelectual y estética mucho más poderosa que el cine.
–Para la cual hay que entrenarse para acceder.
–Se supone que en la escuela teníamos que acceder un poco. Pero la gente va a la escuela y odia la lectura. Lo que ocurre también es que hay pocas cosas tan malas como un mal libro.
–El que cansa, aburre.
–Me dicen: es que tú amas la lectura. No, a veces la odio, y la odio profundamente. Cuando tengo un libro que no me gusta, pues claro que lo dejo. Cuando tengo un libro que no me gusta y lo tengo que leer por cualquier compromiso, pues sí, odio la lectura. Es terrible leer un libro que no quieres leer, pero es maravilloso descubrir la lectura. Los clásicos son indispensables para conseguir esto. No todo el mundo nació para lector, la escuela debería entrenarnos para ser lectores. Todo parece que conspira contra la lectura. Tú prendes la televisión y un analfabeta se ríe y dice que no le gusta leer. Parece que simpatiza más la ignorancia.
–Ahora que hablas del fomento a la lectura y de esos casos particulares, hay un mito sobre la supuesta superioridad moral que tenemos los que leemos. ¿A la humanidad le haría mejor que todos fuéramos lectores? ¿Sirve en serio fomentar la lectura?
–La gente pasa mucho tiempo delante de las pantallas y mucho tiempo de esa pantalla tiene que ver con la lectura. ‘Me llegó un mensaje, leo la prensa…’. Es verdad que mucha gente lee, es verdad que empresas editoriales están teniendo un auge y les va muy bien. Pero también es verdad que tendríamos que preguntar qué estamos leyendo. En un mundo donde tenemos la mejor novela que se ha escrito en nuestra lengua y que no te encuentras quién la leyó… ¿Por qué si tienes lo más sabroso vas y te comes una McDonald's fría? ¿Qué hay en el paladar de la gente? La gente pierde gusto por la literatura, la arquitectura. Estamos propiciando la fealdad. Y la fealdad la estamos propiciando en la literatura. Me considero de los solitarios. Sigo hablando de la literatura. La gente no habla de esto. Sigo hablando de la belleza.
–Algún día estaba en una discusión y alguien sostenía que se había llegado a lo máximo de la escultura con Miguel Ángel. ¿Crees que en la literatura podríamos ya haber pasado ese punto?
–No todos los días tienes que ir a comer el plato maravilloso del chef. Hay comida que puedes disfrutar sin que sea basura, ni sana. Se dice que en la literatura lo más grande que se creó fue con Homero.
–Tú dijiste que Cervantes.
–Sí, tenemos un montón de cosas, de autores vivos, de literatura que sí llega a buen nivel. La vida contemporánea también merece narrarse. Pero narrase bien. Debemos saber que hay un mundo que se ha venido acumulando.
–En la ciencia es acumulativa la trayectoria, en el arte no.
–No es acumulativo. Pues no, no puedo decir: ‘como Juan Villoro ya leyó a Cervantes, yo no tengo que leer a Cervantes’. No. Eso no se puede. El gusto literario se desarrolla mejor con los clásicos. Si a alguien le vas a enseñar a pintar, le debes hablar del renacimiento. Si quieres ser un buen lector, debes tener una buena mezcla entre lecturas clásicas y contemporáneas.
–¿Ya eres el autor que llega y habla de su obra?
–No, sólo vienen ferias y no tengo nada para presentar. Creo que también debe haber espacio para que escritores hablen como lo hacemos ahorita. Hablar de escritura, de literatura, de creación. Hablar de qué significa y cómo enriquece leer. ¿Cuál es la diferencia entre leer un clásico y un contemporáneo? ¿Por qué las novedades a los tres meses salen de la impresión?
–Pienso en un niño al que le gustaba leer mucho, pero que decidió ser ingeniero y que después lo abandonó. Es una apuesta. ¿Se puede apostar por la literatura?
–Se puede. La literatura tiene muchos periféricos. El ideal de un autor es vivir de las regalías de sus libros, pero aun cuando no se da eso, tu posición como autor te lleva a dar charlas, puedes tener alguna beca, algún premio, escribes para alguna revista. Sin embargo, también hay mucosa autores que han sido grandes autores y no dejaron sus profesiones.
–¿Crees que sirve de algo bajar el precio del libro?
–Sí, sí creo. Para nosotros que compramos muchos libros, un precio económico es bueno. Habría que darle esta posibilidad de precios bajos a los clásicos. Los clásicos tendrán que ser bastante accesibles. Siempre han sufrido los libros por sus precarios canales de distribución. Si yo lo vendo en los kioscos, el ‘kiosquero’ me pide el 10 por ciento. Si lo vendo en la librería, piden el 50 por ciento. Al autor a veces le toca el 5.6 por ciento. El problema con el libro es doble. ¿Qué es un libro? ¿Por qué no pueden publicar mi libro con otro papel y otro tipo de pastas? No le interesa a los grupos editoriales. A ellos les interesan los libros caros, aunque maten de hambre a los autores. Cuando nació el libro de bolsillo, las editoriales se resistieron. No querían que los libros fueran baratos.