Ambos libros comparten un personaje, Jack Dulouz, alter ego del propio Kerouac, quien narra el suceso más determinante de su niñez: la enfermedad y muerte de su hermano mayor, Gerard. Este tema también es una excusa para reflexionar sobre conceptos como el bien y el mal, lo divino y la trascendencia.
Maggie Cassidy es mucho más cercana al Kerouac de On the road, mientras que Visiones de Gerard ofrece una prosa más mesurada, aguda y melancólica. La historia de enamoramiento que relata es casi una alegoría sobre la pérdida de la inocencia de una generación, que habría de ser sacudida por la guerra.
Por Nora de la Cruz
Ciudad de México, 16 de enero (BarbasPoéticas).- Dos novelas no tan célebres del autor, pero que reflejan bien su estilo y sus preocupaciones: altos niveles de lirismo, viñetas, sobrecarga sensorial y originalidad en las imágenes y el vocabulario.
Las dos comparten un personaje, Jack Dulouz, alter ego del propio Kerouac, que narra en sendas novelas su juventud y primer amor, y el suceso más determinante de su niñez: la muerte de su hermano mayor, Gerard.
La historia de infatuación sirve para mostrar un retrato de la juventud de la época y, de manera casi alegórica, la pérdida de la inocencia de esa generación, que habría de ser sacudida por la guerra. Por otro lado, la enfermedad de Gerard y su muerte se narran en un tono que podría parecer hagiográfico, muy pertinente para las reflexiones del autor sobre lo divino, y los conceptos metafísicos de bien, mal y trascendencia. De las dos, Maggie Cassidy es mucho más cercana al Kerouac de On the road, mientras que Visiones de Gerard ofrece una prosa más mesurada y, aunque aguda, permanentemente melancólica.
Además, el ritmo de la primera novela –producido por los cambios de escenarios, las acciones y los múltiples personajes- es mucho más acelerado que el de la segunda, compuesto por pasajes de poca movilidad, centrados casi siempre en Gerard y su interacción con una o dos personas, casi siempre miembros de su familia. Sin embargo, a raíz de ello, Visiones… gana profundidad. En las dos, el estilo de Kerouac está presente el ritmo –asincopado, casi de bebop- y en la densidad que adquieren los acontecimientos al narrarse gracias a las catálisis expansivas que rodean cada pequeña acción.
De cierta manera –mucho más evidente en Maggie Cassidy– percibimos un hilo narrativo muy fino alrededor del cual se superponen capas de información sensorial o interior que imponen al lector un ritmo de lectura particular (en esto, entre otras cosas, Kerouac es semejante a Proust).
Si bien es cierto que Kerouac es un autor de culto que cuenta con seguidores apasionados, no creo exagerar si afirmo que no hay alguien que no pueda disfrutar de su lectura (una vez que descifre su código estético), sobre todo en una era en la que la adolescencia aparece idealizada y extendida la mayor cantidad de años que sea posible, a cualquier costo.
Como suele ocurrir con longsellers como Kerouac, existen siempre diferentes ediciones de su obra. Los especialistas o admiradores se decantan por una determinada en función de lo que ofrece de particular: prólogos, cronologías, estudios preliminares, etcétera. Los libros que nos ocupan son publicados por Juan Pablos y cuentan ambos con prólogos fervorosos pero informados: Jorge García-Robles (encargado también de la traducción de ambos tomos) ofrece una introducción accesible para los que no conocen al autor, pero también interesante para quienes sí, por la frescura de su perspectiva y lo desenfadado de su estilo. Sin embargo, lo verdaderamente llamativo en ambos libros es, precisamente, la traducción.
En este punto no es ocioso decir que uno de los aspectos de lo literario es su “intraducibilidad”: el autor no consigue nunca transmitir a cabalidad sus pensamientos por medio del lenguaje y, por otra parte, una obra solamente es plena en su idioma original, pues al ser transferida a otra pierde los matices sonoros, sintácticos, formales y semánticos que le daban identidad estética. Al leer una traducción siempre nos encontramos ante otra obra.
En este sentido, la elección de una traducción particular se basa en distintos criterios, que suelen estar ligados a la precisión (siempre ilusoria) que suele depender del grado de especialización del traductor, no sólo en la lengua original, sino en el estilo del autor, sus coordenadas históricas y culturales y el código estético de la obra. Usualmente, el traductor aspira a ofrecer una interpretación fidedigna e informada, que comunique los matices de la voz del autor, de modo que –se entiende- parte de su trabajo es volverse traslúcido.
Por ello nos parece chocante, en Latinoamérica, la lectura de los tomos publicados por editoriales ibéricas que no tienen empacho en cargarlos de localismos que de inmediato nos recuerdan la mediación existente y crean una distancia entre nosotros, lectores, y la obra en sí. Jorge García-Robles toma una decisión atrevida en sus versiones de Kerouac al usar deliberadamente jerga mexicana, por lo general de la capital, pero también nahuatlismos:
“En la otra foto (¡Gracias a Dios! Pensé cuando la vi al día siguiente en el Lowell Evening Leader) soy un héroe atleta griego con rizos negros, cara blanca como el marfil, ojos como periódico gris claro, cuello de joven noble, manos poderosas posadas como leones en a cada lado de mi regazo desesperado… en vez de tener a Maggie entre mis brazos para la foto como felices prometidos que se ríen, nos sentamos a cada lado de la mesa con pequeños regalos dispuestos sobre ella, (radio, guante de béisbol, corbatas) – aún así no sonrío, tengo una grave mirada vanidosa que medita internamente ante la cámara para mostrar que tengo honores especiales reservados para mí en la sala de eco y el oscuro pasillo del infinito, esta sombría telepatía, pensando en grande, en lugar de estallar en grandes risas como Iddyboy [Robert Morissette] ahí atrás, que pasa su brazo alrededor de Martha Alberge y Louise Giroux – diciendo ‘HEE! en un estruendoso grito regodeándose con la chica, Iddyboy abrazando con satisfacción a la chica, amando la vida mostrando tanto entusiasmo que hace saltar el cabello del fotógrafo. Maggie, por su parte, es un ejemplo de desinterés ante la cámara, no quiere tener nada que ver con eso (como yo) pero tiene una actitud más fuerte, duda mientras hago pucheros, frunce los labios mientras miro fijamente al mundo – porque también mis ojos brillan grisáceamente en el papel y muestran un interés definitivo en la cámara que al principio es imperceptible, como de sorpresa — En Maggie hay asco sin disimulo. Lleva un crucifijo y en primer lugar no tiene nada que decirle al mundo ante la cámara”.- Jack Kerouac, en Maggie Cassidy (Traducción por Odeen Rocha)