Antúnez, municipio de Parácuaro, Michoacán, 16 de enero (SinEmbargo).- El llanto se tornó grito, y pronto decenas de personas en una sola voz exclamaban en pleno funeral, como si estuvieran en una manifestación callejera: “¡Queremos paz en Michoacán!”, “¡Queremos justicia, Peña Nieto!”, “¡El pueblo no tiene miedo!”, “¡Déjennos vivir en paz!”.
El entierro de dos de las cuatro víctimas del desarme en la comunidad de Antúnez fue una pesadilla, llena de dolor y resentimiento.
“¡Esto no fue un pinche accidente!”, se oyó gritar primero a una señora de unos 45 años de edad que sostenía en brazos a un niño que lloraba desconsolado.
De fondo quedó el llanto desgarrador de la madre del joven Rodrigo Benítez Pérez y del hijo de Mario Torres. Ambos murieron fulminados por disparos en la espalda la noche del 13 de enero. Intentaban escapar de la trifulca que se formó cuando un comando del Ejército intentó desarmar por la fuerza a las guardias comunitarias en este poblado.
Juana Pérez Avilés, madre de Rodrigo Benítez, no dejaba de llorar y gime maldiciendo su suerte. Rompe el discurso de protestas para decir: “¡Fue el pinche gobierno, ya déjennos en Paz!¡Perdóname, hijo”.
Todos lloraban al rededor de dos ataúdes plateados con los cuerpos sin vida de Rodrigo, un joven cortador de limones y su vecino, el señor Mario Torres, un hombre de 57 años que dejó en el desamparo a sus hijos y sus nietos.
Ambos tenían en común el oficio y la pobreza, pero también el hartazgo de que tras cada jornal se aparecieran en sus casas unos desconocidos para exigirles 200 pesos, comida y unas caguamas.
Nadie hablaba. Sólo se escuchaba el murmullo de las plegarias que rezaban por el muchacho, por el señor, quienes tuvieron la mala fortuna de estar en medio de un desarme, pero desarmados.
Rodrigo Benítez, un joven cortador de limón de esta localidad, no era un miembro activo ni frecuente de los grupos de autodefensa, aunque simpatizaba con ellos. Él prefería ocuparse en el corte del limón, toronja y mango, preocupado por llevar sustento a su casa y su familia conformada por nueve hermanos, su madre, su cuñada y sus tres sobrinos.
Ese lunes 13 decidió levantarse de su catre desvencijado y atender el llamado de las autodefensas para que su madre saliera en medio de la noche a hacer guardia a la entrada del pueblo.
La señora Juana Pérez Avilés, como muchos de los pobladores de la Tierra Caliente michoacana estaba harta y temerosa de que le cobrarán cuota por cada caja de limón y de que Los Caballeros Templarios amenazaran un día si y al otro también, con llevarse Laura, su hija, de tan sólo 12 años de edad y hermana de Rodrigo para violarla.
Por eso decidió apoyar a los autodefensa desde el mismo día que entraron al pueblo y se sumó al contingente con lo único que tenía: la rabia y el miedo contenido. Puso a disposición del grupo su fuerza de trabajo para lavar trastes, servir la comida o lo que se ocupara en las barricadas.
Pero ese día dejó ir a Rodrigo porque estaba cansada y quiso también que el muchacho se enterara bien de lo que se trataba el asunto de las autodefensas.
Así que Rodrigo fue a la guardia nocturna más que por convicción, por curiosidad.
Apenas salió de su casa cerca de las 19:00 horas, pudo respirar en el aire la agitación de la gente que se aprestaba a formar barricadas en los dos accesos de Antúnez, ante el inminente rumor de que venía un comando armado, que en ese momento, no sabían bien a quien pertenecía.
Lo cierto es que, pese a que las alertas estaban encendidas en las autodefensas, no creyeron que fuera a cumplirse de inmediato la orden del desarme tras el banderazo de salida dado por el Secretario de Gobernación Miguel Ángel Osorio Chong, el medio día de ese lunes 13 en la ciudad de Morelia.
Pero sin quererlo, Rodrigo ya estaba metido y, por primera vez, involucrado en el grupo. De inmediato le dieron una playera blanca y un paliacate para cubrirse.
No supo en qué momento quedó en medio de una discusión entre unos militares y sus compañeros y comenzó a jalonearse con un soldado que estaba arriba de una camioneta y les aventaba a la cara, culatazos con su arma.
En un momento dado, alguien ordenó correr y Rodrigo en la carrera quedó al lado de su mejor amigo Bernardo X. quien le decía: “¡jálale rápido, ‘Huache’!”. Pero el “Huache” no pudo correr más y cayó de bruces sobre el suelo, vomitando sangre por la boca.
“Huache”. Así le decían todos a Rodrigo. “Huache” en Tierra Caliente, significa “muchacho, niño”. Y le decían “Huache” por su corta estatura que tenía pese a sus 27 años a causa de la desnutrición, causada a su vez por la extrema pobreza en la que vivía desde que tenía memoria.
“¡¿Pa’ que me dijiste que volvías ‘Huache’ si no ibas a volver?!”. Vuelve a gritar su madre antes de que bajen el ataúd de Rodrigo al hueco de concreto del que ya no saldrá ni él, ni el señor Mario, dos de las cuatro víctimas que cobró en las primeras horas el desarme y la nueva estrategia de seguridad anunciada –por cuarta ocasión-, para el estado en los últimos dos años.
Las otras dos víctimas, quedaron repartidas en Múgica y Parácuaro. Los grupos de autodefensa dijeron que había niños entre las bajas de ese día, pero lo cierto es que no fue posible localizarlas.
A la par, el gobierno federal reculó y decidió posponer el desarme de las guardias de autodefensa y los líderes de estos grupos han sentenciado: “Si nos vuelven a matar a otro compañero, nos vamos a cazar también soldados, porque bien sabe el gobierno que no puede sin nosotros, ni contra nosotros”, afirma el comandante cinco, exaltado ante la tragedia y desde la plaza principal de Parácuaro, donde las autodefensas han entrado de lleno.