La relación tormentosa y apasionada entre el pintor Gerardo Murillo y su musa, Carmen Mondragón, conocida como Nahui Olin, sirve al autor mexicano radicado en Europa para describir el méxico de los '20, cuando nacía el concepto de cultura nacional
Ciudad de México, 8 de diciembre (SinEmbargo).- “Cada día escudriñas el misterioso mundo a través de la diminuta lente de las cosas. Te has convertido sin querer en detective de un caso que sólo tú puedes resolver”, escribió Rafael Vargas en un poema dedicado al escritor y cineasta Alain Paul Mallard, nacido en México y radicado desde hace muchos años en Europa.
En la reciente Feria Internacional del Libro en Guadalajara, Mallard ha presentado el libro Nahui versus Dr.Atl, la historia de amor entre el pintor de la insurgencia Gerardo Murillo y Carmen Mondragón, hija de un general contrarrevolucionario.
Se trata de una de las realidades más explosivas de la modernidad mexicana, centrada sobre todo en la fascinante personalidad de Nahui Olin, musa y pintora, poeta y fingidora, encarnación de la mujer deseada, belleza rebelde que nunca se plegó a nada, fueron auténticos gracias a las máscaras, como bien describe la editorial Turner.
Su amor, un ejercicio de equilibristas entre la idolatría y la venganza es traído al presente por Mallard, quien leyó todo y más sobre la pareja, para escribir lo que primero fue guión cinematográfico y luego novela pasional y apasionada.
Escritor, cineasta, fotógrafo, viajero, coleccionista, dibujante, AlainPaul Mallard nació en la ciudad de México en 1970. Cursó estudios superiores de letras hispánicas en su ciudad natal, de historia intelectual europea en Toronto y de dirección cinematográfica en París.
Su bibliografía comprende Evocación de Matthias Stimmberg, cuya edición española también presentó en estos días el autor, Recels (El don de errar, todavía inédito en español) y un álbum ilustrado, André Pieyre de Mandiargues, pages mexicaines.
Destacan en su filmografía Evidences (cet obscur désir de l’objet) y L’adoption. Enseña escritura y dirección de cine documental. Tras 18 años de vida parisina, reside ahora en Barcelona.
UNA TORMENTA DE AMOR Y LA REVOLUCIÓN
–Si pudiéramos comparar la relación entre Dr.Atl y Nahui Olin con la de Frida Kahlo y Diego Rivera, ¿qué dirías?
–Lo primero que diría es que es difícil la comparación, porque fueron relaciones tormentosas, pero esta fue más tormentosa aún. El caso de Nahui se caracteriza porque ella asume su papel de musa, pero al mismo tiempo tiene veleidades creativas. Es una persona que propone un universo pictórico que no está terminado. También por el lado literario se trata de textos inacabados. Tenía furia de vivir y no se preocupaba por la forma. Si uno la compara con Frida Kahlo, no tiene la densidad en la propuesta estética y sin embargo es una mujer completamente transgresora. Sus transgresiones la sociedad se las cobró caro.
–Estas veleidades creativas han creado cierta estética por la que es reconocida, ¿lo ves así?
–Creo que aporta más con su vida, con su transgresión; pintaba muy a prisa, los colores están directamente salidos del tubo, transforma su vivencia en pintura, pero no consideraría que ella es una gran pintora. Lo que es más seductor su afrenta, su valentía, fue una mujer que nunca tuvo miedo de ir al encuentro de su propio deseo. Comete también una traición de clase al irse a vivir del mundo burgués en el que nació al mundo de la bohemia mínima y marginal. El tiempo de alguna manera ha engrandecido a esa bohemia. La familia le cerró las puertas y ella se va quedando sola. El final de su vida es un largo declive de enorme soledad y sordidez. No me ocupo de eso en el libro, sino en los años de esplendor, cuatro o cinco años en el tiempo.
–Había en esa época ya mujeres que se dedicaban al arte en forma profesional
–Muy pocas. Estaba una mujer que era amiga de Nahui, Rosario Cabrera, pero no era algo común. Olin abre esa puerta por la que luego ingresan Frida Kahlo y María Izquierdo. Es interesante las críticas que le hacen los hombres ilustres de la época, que dicen que están bien sus cuadritos, pero ¡qué mujer! Su carta de negociación con el mundo siempre fue su belleza felina y espectacular. Cuando se cae la belleza irresistible, pierde su poder. Nada se le podía negar cuando era bella y eso la hacía sentir enormemente libre, siempre al filo de la provocación.
Ella recoge una serie de conflictos de la historia nacional; la imagen es un poco la del jardín devastado por la Revolución. Es hija de una de las figuras históricas menos recuperables que hay en la historia, el asesino de Madero y de Pino Suárez, el hombre que cañoneó la ciudad en los días de la Decena Trágica. Vuelve al jardín devastado marcada por el estigma de su padre. La primera gran aventura democrática mexicana se salda con un asesinato de la reacción, un mal comienzo, sin duda. Los ’20 fueron un momento en donde el país se deja de importar los modelos de modernidad de Francia y los Estados Unidos. México se mira a sí mismo y se inventa la cultura nacional. Es una generación de hombres genio que forjaron la idea post-revolucionaria.
–Dice Elena Poniatowska que México fue mejor, que el pasado fue mejor
–Al menos se creía en algo, se tenía una idea de nación, se creía en la idea de crear un país nuevo y hubo ciertos logros innegables. La persona central fue Vasconcelos, que intentó forjar una idea nacional. Están Edward Weston, Tina Modotti, Louis Henri Jean Charlot, está el Dr.Atl, que increíblemente a pesar de haber creado las técnicas del muralismo, él no se convierte en muralista. Intento dar algunas respuestas desde la literatura, desde la ficción y no desde la historia o la sociología.
–Hablas de personas para las que el arte era una forma de vida
–Sí, sobre todo Atl, que era una figura transida por un fuego creador impresionante, por eso es tan difícil de asir, es una especie de hombre del Renacimiento y al mismo tiempo con carices bastante siniestro.
–¿Cómo es tu relación con Elena Poniatowska, quien presentó tu libro en la FIL?
–Nos conocimos de manera epistolar, porque hice un libro en Francia sobre el escritor André Pieyre de Mandiargues y necesitaba escribir sobre el México de los ’50. Mis investigaciones siempre terminaban en una página de Elena Poniatowska, así que fue natural que me acercara a ella, la única persona que se había encargado de narrar todos esos México olvidados.
Como yo conozco bastante bien la galaxia surrealista, también me consultó para su libro sobre Eleonora Carrington. Así nos volvimos amigos entrañables. Mucho se ha escrito sobre Nahui Ollin, pero a mi entender todo es basura, salvo lo escrito por Elena para un libro que se llamó Las siete cabritas y algo de José Emilio Pacheco en su “Inventario” para la revista Proceso.