La gran belleza de la que goza el quetzal ha llevado a su saqueo y tráfico ilegal, que junto con la destrucción de sus hábitats, ha puesto a la especie en peligro de extinción.
Ciudad de México, 6 de diciembre (SinEmbargo).- El quetzal es un animal que desde épocas prehispánicas se considera el ave más bella del continente americano. Su nombre proviene del náhuatl quetzalli, que significa "bella pluma brillante".
Se distribuye principalmente en la zona centroamericana, anidando en los bosques nubosos de Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua, Costa Rica y Panamá. Así mismo, en México se pueden encontrar en los estados de Oaxaca y Chiapas.
Su nombre científico es Pharomachrus mocinno y tradicionalmente se reconocen dos subespecies de quetzales, la P. mocinno mocinno (que agrupa a las poblaciones de México, Guatemala, Honduras, El Salvador y Nicaragua) y la P. mocinno costarricenses (que habita en Costa Rica y Panamá). Sin embargo, a partir de datos moleculares y morfológicos, científicos han planteado que pueden ser dos especies.
La gran belleza de la que goza el quetzal ha llevado a su saqueo y tráfico ilegal, que junto con la destrucción de sus hábitats, ha puesto a la especie en peligro de extinción.
La investigadora de la División de Investigación y Posgrado de la Facultad de Estudios Superiores (FES) Iztacala de la UNAM, Sofía Solórzano Lujano, informa que al revelar las diferencias significativas en la morfología de las poblaciones de ambas subespecies, la academia propone separarlos y actualizar la información ecológica perteneciente a cada una de ellas.
Esta pequeña ave que desde épocas ancestrales fue venerada y considerada un animal sagrado, ahora está amenazado por depredadores como el tucaneta verde, ardillas y otros mamíferos nocturnos, que atacan sus huevos o polluelos pequeños; o por búhos, halcones y aguilillas, que matan a los adultos. Además, los humanos llevan décadas cazándolos para adquirir sus plumas o para intentar venderlos como mascotas.
Los aztecas lo asociaban con el dios Quetzalcóatl y los mayas con Kukulkán. En ambas culturas el vínculo era con deidades relacionadas con el cielo y la tierra, es decir, con el infra y el supramundo. En ese tiempo, su plumaje era tan sagrado que solo los sacerdotes y gobernantes podían utilizarlas.
El hecho de que siempre haya estado asociado a los dioses es consecuencia, al menos en parte, de la rareza de la especie. Pues no son muchos los ejemplares que se pueden encontrar y no canta cuando vuela. Incluso cuando llega a hacerlo, el volumen es bajo. Sólo un vez al año su comportamiento cambia, y es en el apareamiento.
El cortejo entre las aves, que generalmente tiene una duración de dos semanas, se caracteriza por nutridas vocalizaciones, y prolongados vuelos donde los quetzales se agrupan. Es una especie monógama, pues en la reproducción el macho se establece con una hembra, los dos tienen el cuidado parental de sus polluelos y el los años subsecuentes regresan con la misma pareja. Al menos así lo muestran los ejemplares rastreados telemétricamente.
El nido se construye aproximadamente entre los 7 y 27 metros de altura, y después del apareamiento la hembra pone dos huevos color azul claro sobre el piso del nido, que no está cubierto de hojas o ramas.
El período de incubación corresponde a 17 o 18 días, donde la hembra se turna con el macho para calentarlos, después de ese tiempo los huevos eclosionan y salen dos crías con los ojos cerrados. Dos semanas después su cuerpo ya está cubierto casi en su totalidad de un suave plumón verde. Alrededor de las tres semanas el polluelo aprende a volar enseñado por el macho. Después pueden dejar el nido, pero curiosamente siguen manteniendo relaciones con sus progenitores.
Aunque faltan estudios genéticos que confirmen que esta monogamia también sea genética, lo que si es un hecho es que el cada ejemplar realiza la migración latitudinal en fechas diferentes y visitas bosques distintos. Incluso las parejas migran de manera independiente, pero se reencuentran a finales de diciembre en el sitio de anidación.
Los quetzales son animales que no son capaces de vivir en cautiverio, por lo que una vez atrapados dejan de alimentarse y fallecen. Es una especie que la mayoría de las personas no comprende, quizá por ello en las culturas antiguas se decía que estaba hecho para ser entendido por pocos.
La especie emite 15 tipos de vocalizaciones asociadas a conductas particulares (si se sienten amenazados o tienen un nido, cuando están en cortejo, si buscan pareja o al incitar a sus polluelos a abandonar el nido), lo que sugiere que podrían manejar un sistema complejo de comunicación, así lo informó la investigadora Sofía Lujano.
Además, se trata de un ave con un marcado dimorfismo sexual en la adultez. Los machos se distinguen por sus cuatro plumas cobertoras supracaudales de un esmeralda iridiscente que pueden alcanzar un metro de largo. En contraste, la hembra adulta es menos llamativa y carece de la coloración ventral rojo-verde, de una cauda atractiva o de la cresta y el pico amarillo del género masculino. Ellas también tienen la iridiscencia referida en todo el cuerpo, pero su cabeza es más opaca, la boca negra y la cola blanca y con barras horizontales.
Su conservación es compleja, pues como especie migratoria requiere protección y cuidado tanto de su hábitat como de su ruta migratoria. La pérdida de los bosques ha propiciado la desaparición de casi el 70 por ciento de los sitios de anidación.
La pequeña ave está considerada en peligro de extinción en la NOM-059-SEMARNAT-2010. Por ello, los países donde habita firmaron el acuerdo CITES, que regula el tráfico de especies amenazadas y establece la prohibición de traficar individuos de esta especie (vivos o muertos) o sus productos o subproductos.
México, al igual que el resto de los interesados, ha establecido zonas protegidas para que sus zonas de anidación estén a salvo. No obstante, aún faltan muchas medidas para garantizar la supervivencia del ave. A nivel mundial, el quetzal se incluye en la categoría de especie en riesgo cercano a la amenaza.