El diablo vivió en Edomex y se personificó en 10 hermanos

31/10/2015 - 12:04 am

Nada es nuevo en materia de secuestro en la gran Ciudad de México, integrada por el DF y una porción del Edomex que, así como son parte de un mismo continuo urbano, componen un mismo sistema criminal. Y porque todo es viejo en su funcionamiento criminal se puede decir que si algo permite operar a un clan dedicado al secuestro es la protección de las policías que lo persiguen. Ambas entidades sufren esta colusión entre el sistema de justicia y la industria del plagio, y entre las dos suman el grueso de ese delito en el país. Daniel Arizmendi es producto de esa asociación delictuosa y si prosperó fue gracias a los acuerdos que tejió con la Policía Judicial del Gobernador César Camacho Quiroz, hoy mano de Enrique Peña Nieto en la Cámara de Diputados. Pero El Mochaorejas no es el único producto de la alta traición del sistema de justicia –incluidos policías preventivos, judiciales, agentes del MP y responsables de cárceles– contra los ciudadanos a los que jura proteger. El Edomex y el DF fueron casa de otros demonios, estos de apellido Montante.

Esta es su historia…

I. LAS BODAS DE MONTANTE

Ciudad de México, 31 de octubre (SinEmbargo).– .… Jonathan Legaria o Padrino Endoque o Comandante Pantera, sacerdote de la Santa Muerte, conoció a los Montante en la misa que ofició en una casa de Ciudad Nezahualcóyotl.

Ahí se maravilló por la capilla de pilares de mármol blanco levantada en el jardín principal de la casa del secuestrador que apadrinaría. En el centro emergía la imagen de un esqueleto de metro y medio de altura representativo de la Santa Muerte, laqueada en marfil y vestida con un ajuar de seda negra y perlas blancas. La capilla estaba inundada de flores y sus límites delineados por veladoras doradas y negras.

Jonathan guió la mirada hacia una placa de bronce colocada en el suelo y leyó la leyenda ahí escrita: “Esta es la casa de la dama de negro, reina y señora del mundo y de la tierra protectora de nosotros, tus elegidos. Gracias por los favores recibidos a lo largo de nuestra existencia. Tus ahijados Los Macizos y la familia Montante te veneran”.

Padrino Endoque —que significa diablo, brujo, hechicero, espíritu, duende o maleficio en la santería cubana— inició el rezo. Recorrió con la mirada a la feligresía compuesta esa noche por 150 secuestradores y sus familiares: los pies calzados con botas vaqueras, las cabezas tocadas con tejanas negras y las cinturas apretujadas contra las pistolas. Cuando el sacerdote terminó la misa, se le acercó uno de los Montante, a quien Legaria identificaría como José Luis en su libro Santa Muerte. Revelaciones.

En esos días, quizás de 2005 —Padrino Endoque no precisa fechas en el relato introductorio de su texto—, la banda de los Montante tenía decenas de colaboradores, más de 30 secuestros en la Ciudad de México y la atribución de media docena de asesinatos.

La trayectoria de Los Macizos, grupo al que las procuradurías del Distrito Federal y del Estado de México habían considerado independiente, no estaba muy alejada de esa marca. Montante le estiró un vaso con alcohol al Padrino Endoque y le agradeció ayudarle a cumplir la vieja promesa hecha a la Santa Muerte de dedicarle una misa. En el libro de Legaria se reproduce este diálogo:

—Ni modo de buscar al cardenal Norberto Rivera [arzobispo primado de México] —dijo Montante entre risas—. ¿Te imaginas decirle a Rivera que venga a oficiarnos la misa? Puta madre, me cae que el cabrón se caga de miedo. Mira comandante, tú me caíste a toda madre y la verdad no voy a negarte algo que tú mismo ya te diste cuenta, y es que lo cabroncitos lo traemos a cuestas, ¿qué no?

—Pues en eso tienes razón, hermano, mira que tu cara no te ayuda mucho —dijo el Comandante Pantera y continuó con la carcajada—. Pero déjame decirte una cosa: si de algo se jacta mi madre, justamente es de no discriminar a nadie, y créeme que así como a ti te ha ayudado, a muchos más que se han acercado a ella les ha dado luz.

—En eso tienes razón. Cuando nosotros empezamos en esto, nos las vimos negras. A mi hermano lo agarraron y estuvo dos años dentro [de prisión] y las chingas que nos puso la Judicial estaban de a peso, pero yo nunca dejé de creer en ella. Es más, un día, después de un careo en Santa Martha, saliendo le puse su veladora y le dije: “Si tú nos ayudas y sacas a mi hermano de la cárcel, yo te prometo que de cada trabajo que hagamos yo te hago tu fiesta con mariachis”. Y míranos: aquí estamos y mi carnalito ya está afuera, y encima se nos casa en dos semanas. Por cierto, ¿qué te parece si oficias su boda después de lo civil?

—Faltaba más, dalo por hecho. Déjame que te apunte Zafiro [a quien Endoque refiere como su hija] y ya está.

Por eso, cuando el Padrino Endoque caminó dos semanas después por un rancho cercano a Texcoco, no lo hizo como un desconocido. Era sábado al mediodía. Estaba embelesado de nueva cuenta: “Desde el comienzo se notaba el derroche a lo grande. Las mujeres bien arregladas y los hombres de frac con botas de avestruz y cintos piteados, todos con tejanas de color negro y tabaco”. En la mesa nupcial, un pastel de 12 pisos surgía de entre los arreglos de orquídeas y tulipanes. Con betún rojo y negro estaba dibujada la imagen de la Santa Muerte y, debajo, escrita la leyenda “Larga prosperidad y abundancia a nosotros tus hijos”.

Después de la ceremonia civil, Endoque ordenó traer de la camioneta una imagen de dos metros y les pidió a los novios que se vistieran con túnicas blancas para la liturgia, “una unión para toda la vida y para toda su muerte”. Hizo un ritual de purificación y vivificación de la pareja. Luego oraron. Impuso collares de la muerte e instruyó a los esponsales para que encendieran por primera vez “el sahumerio del amor”, compuesto por copal y eucalipto.

A la solemnidad de Endoque siguió la banda norteña y los ríos de coñac y whisky.

—Comandante, de verdad, muchas gracias. Yo pensaba que este cabrón ya no salía —dijo Montante y rió [en el relato de Jonathan, el secuestrador siempre ríe]—. Ya tenían seis años y pura manita sudada, comanche. Y este año le dije: "te casas tú con ella o me caso yo". Y míralo, salió jalado el pelado.

—En verdad me da gusto que los ha tratado bien mi madre y, ya que lo menciona, la imagen en el pastel no tuvo nombre, hermano. Vas a ver que esta unión no la deshace ni el Papa —halagó Comandante Pantera.

—¿No te dije, carnal? Este comandante es a toda madre —le dijo Montante a su hermano—. Si no en vano quiero tratarte un tema muy delicado —se dirigió a Jonathan.

—Pues tú dirás —dijo Endoque, y fue llevado al despacho.

—Desde hace tiempo que la traigo atravesada, y un día de estos ya no la cuento. La he librado gracias a la Santa Muerte. Desde la otra vez quería comentarte, pero no sabía qué tan jalador eras… En confianza, a mí me recomendó contigo el Primo [a quien Jonathan se refiere como el “líder de uno de los grupos más temidos de Tepito”]. La mera verdad, comanche, yo necesito una protección, un padrino, pues alguien que me diga si la cago o si voy bien, ¿cómo la ves?

—¿Para qué hablamos más? Claro que te apadrino, cabrón.

Endoque recordaría y reflexionaría años después: “Estaba en la boda de Montante con Valentín Elizalde [ejecutado en noviembre de 2006] y pura gente bien… Quién diría que a mi compadre lo balearían a la salida de un palenque […] Este pinche gobierno de corruptos que trata de corregir a una misma delincuencia, que empieza desde el clásico policía mordelón hasta el ministerio público que no te levanta acta si no hay motivación económica. Puro pinche mojigato, como decía mi compadre Osiel Cárdenas Guillén. Hay que exterminarlos, pero hay que empezar con los de arriba, con los que cagan dinero y nos lo dan a embarradas. A esos cabrones son los primeros que hay que chingarnos. Esa tarde y a la mañana siguiente, cuando despejé las dudas de Montante, pude ver en él a un hombre con hambre de poder, sed de dinero, necesidad de creer en algo, de creer en alguien y gracias a ello puedo decir que aun a pesar del rumbo que le dio a su vida es el momento en que él conserva eso que muchos han perdido: la fe”.1

II. EL CLAN MONTANTE (PRIMERA PARTE)

Los Montante son hijos de Lucía Esperanza Montante Cervantes y el agricultor José Socorro García Ramírez, ambos zacatecanos. Vinieron a la ciudad de México a finales la década de 1980. Esperanza se hizo vendedora en Tepito y sus hijos taqueros en la calle de Toltecas del mismo barrio del Distrito Federal.2

Del padre no se dice mucho. Quizá por eso la banda de hermanos evitó el apellido paterno y se fue directo al dado por su madre, apodada la Negra.

No está claro a cuál de los 10 Montante apadrinó y a cuál casó Endoque.

No pudo ser José Samuel García Montante El Fish. El mayor de los hermanos se casó con María Catalina Arroyo la Cata el 5 de noviembre de 1994. Se conocieron 15 años atrás. Eran vecinos de la colonia Polígonos, en Ecatepec, y fueron presentados por alguna conocida mutua. Él trabajaba en una tenería en Inguarán, y ella en un taller de maquila de bolsas en el centro. Comenzaron a salir, se unieron libremente y luego se casaron por el civil. Vivieron una temporada en la casa de la madre de José Samuel y ahí La Cata conoció a todos sus cuñados: Juan Carlos el Loco, Martín Eduardo el Rocky, Julio César El Julio, Fernando El Pepo, Omar El Granoso, Hugo El Blue, Christian El Cansado, Alan El Gallo Tierno y Brian.3

El Fish fue ladrón de transeúntes hasta 1998, cuando encontró trabajo como guardia privado de la empresa de traslado de valores Cometra. Al año siguiente, con algunos compañeros de trabajo, inició su empresa de secuestro. El primer hermano incluido en la banda fue Juan Carlos el Loco. El Julio también estaba activo en la banda, que no dejó de lado a las mujeres. La Cata participó en el secuestro de Yuri Magali Valdez Nicolás, hija de un panadero, con quien había amistado uno de los primeros miembros del grupo ajenos a la familia, Víctor Hugo Cirilo Piñal Moreno.

En la banda también había hombres y mujeres que los Montante habían conocido en billares —como El Copa de Oro—, cantinas y centros nocturnos del Estado de México. En uno de esos sitios fueron reclutados la amante del Fish, Teresa Reyes Téllez, La Chaparra o La Chuky, Mónica Estévez Maysson, La Güera; Eduardo Gómez Ramírez, El Whiskey; Fabiola Ortiz Martínez, La Flaca; César Félix González Peralta, El Chaparro, y Rosario Pérez Pérez, La Chayo.4

La Güera era fichera de un bar de la colonia Villa de Guadalupe, al norte del DF, llamado Los Socios. Estaba desesperada, no tenía dónde vivir y la perspectiva de ser una prostituta canosa y arrugada le causaba pavor. Dormía en ocasiones en la cantina, donde era conocida como Viviana. Con la Flaca ocurrió algo parecido. Estaba harta de ir y venir entre las mesas de borrachos dormidos y mingitorios desbordados por la orina.5 Y es que algo más había con los Montante, aparte del credo en la Santa Muerte: se daban a rescatar prostitutas para convertirlas en secuestradoras.

El Fish, líder de la banda, era el negociador. Exigía a los familiares de sus víctimas que se refirieran a él como Lincoln, más posiblemente en relación con el automóvil de lujo que con presidente de Estados Unidos, porque si algo amaban los Montante en esta vida eran los autos.

La madrugada del 14 de diciembre, El Fish les pidió al Granoso y al Whiskey que lo acompañaran por el rescate de Agustín Cerón y su sobrino. Se dirigieron hacia las pirámides de Teotihuacán. El Granoso esperó en una iglesia cercana y ahí fue detenido. Siguió El Fish. Los llevaron a la casa de seguridad, donde ya estaban aprehendidas La Chaparra, La Flaca y La Chuky y liberados el hombre y el niño. Los Montante y sus mujeres fueron al Reclusorio Oriente. El Fish admitió su participación en cinco asuntos en el Distrito Federal y el Estado de México. Al igual que su hermano fue condenado en calidad de delincuente de primera ocasión a 21 años y tres meses de prisión.6

Los demás Montante huyeron a San José de Lourdes, en Fresnillo, Zacatecas. Hasta La Negra, madre de los Montante, se fue. Desaparecían durante días, regresaban a la ciudad de México y daban la explicación de que debían cuidar sus inexistentes fábricas de ropa. En otras ocasiones los hermanos mentían con que eran policías para justificar las armas de la casa, en los autos, entre sus ropas.

El 7 de noviembre de 2000, antes de cumplir 35 años de edad, El Fish murió en el Hospital General Xoco, al sur del Distrito Federal, de un catarro mal atendido y fue enterrado en alguno de los cementerios contiguos a la estación del metro Panteones, en los límites con Naucalpan.

Durante el sepelio del Fish, junto a la tumba, estaban el Pitas, Iván, Lola y Rosario.7

El Granoso, entonces de 21 años de edad y alguna vez empleado de una fábrica de jabón, conoció en el Reclusorio Oriente a un sujeto llamado Mario y apodado el Licenciado, quien hizo honor al sobrenombre y le vendió una boleta de libertad falsa con certificado de absolución. El 5 de enero de 2001 salió por la puerta principal del Reclusorio Oriente con la complicidad de varios custodios. Los guardias habían sido comprados por su hermano Juan Carlos el Loco, quien desembolsó dos millones de pesos, dinero obtenido de los secuestros que éste dirigía. Otra parte de los ingresos se utilizaron para pagar a los abogados defensores.8

Un hermano libre y otro preso. Once días después de la fuga del Granoso, Julio César fue detenido el 16 de febrero junto a Víctor Hugo Cirilo Piñal Moreno. Fueron testigos de la aprehensión la Negra, la esposa del Julio, sus dos hijos y su hermano Christian, entonces de 16 años. No fue casualidad. No era cualquier fecha ni cualquier lugar donde la pjdf los encontró.

Celebraban el cumpleaños del Fish junto a su lápida.

III. ESCUCHO LADRAR LOS PERROS

Inicia el momento que cambiará mi vida para siempre. Es 27 de noviembre de 2001. Son las 5:30 de la mañana. Salgo de mi casa en mi auto a la bodega de mi padre, en el gigantesco mercado de pescados de La Nueva Viga, el mar muerto en medio de la ciudad de México. Al circular por la calle Genaro García, paso un tope y me percato de un auto blanco con cuatro hombres. Me cercioro que los seguros de las puertas estén abajo, pero en ese momento uno de los hombres se apuesta de mi lado, otro en la parte del copiloto y otros dos atrás de mi vehículo.

Uno de ellos, Gualberto Iván Berdejo Flon el Invasor, me encañona con una pistola y me pide bajar. Lo hago pensando que quieren el auto. El que está armado me amaga y aprieta mi cabeza debajo de su antebrazo. Me sube atrás del auto en el que vienen. Me colocan en el piso y uno de ellos me dice: “Ya valiste madres”.

Me pregunta de las joyas que tengo puestas. Ordena que me las quite. Me saco los anillos, los aretes y una cadena. Esculca mi bolsa preguntando cuánto dinero traigo. Le respondo que llevo tres mil pesos en un compartimento de mi bolsa.

Quieren saber si tengo tarjetas de crédito. No. Al hombre que me llevaba amagada se le cae su teléfono celular. Quiere hablar con el sujeto que se quedó en la calle para indicarle qué ha pasado. El aparato me lastima. Muevo el brazo derecho hacia el piso y le entrego su teléfono. Grita el Invasor: “¡No te quieras pasar de lista! ¿Te sientes muy fregona?” Sé que tiene el puño cerrado. Lo deja caer una y otra vez sobre mi espalda y cabeza. Jadea. Lo siento encima de mí, como las quijadas de un perro atascadas en mi nuca.

Me bajan del vehículo. Debo caminar con la cabeza agachada y los ojos cerrados. Subimos unas escaleras de caracol, toco un tubo a la derecha. Me meten en un cuarto. Me avientan sobre una colchoneta. Me ordenan que me quite la ropa. Escucho a más personas dentro de la habitación, alrededor de ocho hombres. Ríen. Callan. Ríen.

Uno me baja los calzones y me nalguea. Los demás comentan. “Está bien buena” y ese tipo de cosas. Me suben los calzones y me dan un short. Me paran en una esquina del cuarto. Me ponen parches de algodón sobre los ojos y luego me vendan la cabeza, hasta la nariz, con cinta adhesiva. Entra alguien más. Sé que es el jefe, Juan Carlos García Montante el Loco. Todos callan, todos salen, sólo él se queda conmigo.

Me pide calma. “Es un secuestro”. Pregunta con quién se debe comunicar para negociar. Tiene la voz gruesa. Le proporciono el número telefónico de la bodega de mi padre. Marcan, supongo que de un celular. Pero mi padre todavía no llega a la bodega. Me piden marcar de mi teléfono celular a la casa. El jefe anota todo, escucho el bolígrafo arrastrarse sobre el papel. Tiene puesta una chamarra de piel. La huelo y me roza.

—Tenemos a tu hija. Está bien, pero nos la llevamos —dice El Loco.

—¡Hijos de la chingada! ¡No vayas a tocar a mi hija o te carga la chingada!

—¡Hijo de la chingada tú! Tranquilízate, porque las cosas las vamos a hacer como yo digo. No le avises a la policía o le haremos mal a tu hija. Van a ser dos millones y medio de pesos.

—No tengo el dinero.

—Pues júntale, hijo de tu pinche madre. Y si no escuchas la palabra “Roque” cuando te hable, hijo de tu puta madre, no contestes ni des nada de información. Sólo conmigo negocias, pendejo. Con nadie más.

—Mi hija es claustrofóbica, se puede poner mal.

—Tenemos doctores para atenderla y para resolver cualquier emergencia.

Silencio.

—Si la negociación no se hace este próximo viernes, el asunto se pospone hasta el lunes, porque no trabajamos fines de semana.

—Voy a empeñar mi casa. Voy a tener dinero el viernes a mediodía.

—No trabajo de día, solamente de noche. Separa los dos millones y medio de pesos en fajas de 10 mil pesos y envuelve cada una en papel aluminio.

El jefe sale del cuarto. Entran tres o cuatro tipos. Me sientan sobre un colchón que está en el piso. Me sujetan los pies con una cadena delgada a la base de una cama. Encienden la televisión a todo volumen. Los hombres murmuran cosas. Al poco rato se fueron tres y se quedó sólo uno. Me pregunta cómo me llamo, qué estudio. Dice que no me preocupe y que si mi familia coopera, todo estará bien. Me pregunta qué quiero tomar. Es amable. Quiero café.

No hay nadie más.

—¿Crees que pague tu papá? ¿Crees que denuncie? —me pregunta.

—Lo más seguro es que sí pague.

Quedamos en silencio. Acaricia mis piernas. Me toca. Me penetra. Termina y me da papel para que le limpie. Me ordena no decirle a nadie.

Segundo día. Otro sujeto que se rola turno con el primero para cuidarme me preguntaba si hago ejercicio, si me gusta estudiar.

—Tranquila. Todo terminará muy pronto. Tu papá coopera —dice.

Me intenta tocar, pero se arrepiente.

Me da de comer quesadillas. A veces son tacos de carne con queso, jugo, agua, café, licuado y pan. En ocasiones escucho la sirena de una patrulla o de una ambulancia. Me pregunto si vienen por mí.

El Invasor sube de vez en cuando al cuarto. Es el más agresivo. Me pega y propone a los demás que jueguen conmigo. Me hace preguntas.

—¿Qué día es? —interroga.

Dudo y me golpea.

—¿Qué hora es?

Titubeo. Me pega. Callo. Me pega.

—Te voy a dar unos bombones.

Me ordena inflar los cachetes y aplaude con mi cara entre sus manos.

—¡Bombones! —ríe—. Se llaman bombones, puta. ¿Con quién andas?

Siguen los golpes.

—¿Tienes novio?

No sé qué contestar. Me golpea.

—¿Tienes relaciones sexuales? ¿Desde cuándo te masturbas?

No importa qué conteste. Me golpea. No abusa de mí, pero incita a los demás a que lo hagan.

—¡Huevona! —grita antes de golpearme cada vez que entra al cuarto y me encuentra acostada–. No estás de vacaciones, hija de la chingada. Estás para lo que nosotros te digamos.

Pregunto a uno de los cuidadores por qué el otro me golpea.

—Por su forma de ser. No todos somos iguales.

Me cuida el resto del día. Lo siento cerca. Me toca. Lloro. Me pide perdón. Me pregunta si alguien me ha hecho algo.

—No —respondo por miedo.

Me cuidan dos sujetos durante el tercer día. Juegan Nintendo, uno de ellos es Alan el Gallo Tierno. Prenden la televisión y el radio en la estación Universal Stereo. Son jóvenes, con fuerte acento del Distrito Federal. Llega el Invasor. Ordena a los otros que me den un cepillo de dientes y a mí que me bañe. Me sacan del cuarto y pasamos por otro maloliente a pies. Tienen música. Me meten al baño y me ordenan que me desvista. Sigo con los ojos cubiertos. Sé, por las voces, que alrededor de mí están unos cinco de ellos.

—Estás bien buena.

—Está gorda.

—¿Estás embarazada?

—Tienes panza.

Risas.

Uno abre la llave del agua y los demás salen. Me quita la venda y moja mis ojos. La pared es una mancha verde.

—¡No intentes verme, no subas la cabeza o te mato! —grita.

Uso jabón y estropajo que él mismo me dio. Tengo frío. Cierra la llave y me saca. Me da un calzón que no es mío, el mismo short, mi suéter y mi sostén. Cubre mis ojos y me lleva a través de la habitación apestosa.

Uno de los sujetos, el que ha sido amable, pone audífonos en mis oídos.

—¿Qué música te gusta? —pregunta.

—El grupo Intocable.

Se va y regresa en un minuto, algo hace clic. La música llena mi cabeza. Sólo él me trata bien. En mi interior le digo “Ángel”.

Foto: Humberto Padgett, Sinembargo
Bodega de patrullas inservibles en Nezahualcóyotl. Foto: Humberto Padgett, Sinembargo

***

Despierto con el golpe de la puerta. Es El Invasor. Me empuja, me lleva al cuarto donde están los otros. Me desnudan. Sólo tengo la cabeza y la cara cubierta hasta la nariz. Me hacen bailar con ellos. Me pegan, me lastiman, se burlan de mí. Dicen que si mi papá tiene tanto dinero, cómo es posible que mi ropa sea tan corriente.

Me dejan en paz. Me tiran sobre el colchón. Uno de ellos se acerca quieto, en silencio, como si lo hiciera a escondidas.

—¿Estás bien? —me pregunta “Ángel”.

Amanece. Lo sé por las voces. Sigo en la oscuridad.

—¿Te quiere tu papá? —pregunta otro.

—Sí.

—Ni madres que las quiere —se refiere a mi madre, mi hermana y a mí—, ¿por qué las dejó?

—Una vez te seguimos hasta tu escuela —dice uno de ellos.

—A principios de mes estuvimos detrás de ti y de tu hermana en un McDonald’s. Estabas con tu mamá y tus hermanos —habla otro.

—¿De quién es el Camaro rojo que se estacionó hace una semana a tu lado en la Universidad Anáhuac del Sur? —me pregunta uno más. Quieren saber detalles de mis compañeros.

—No sé, yo sólo voy a la universidad a estudiar. No tengo amigos —les digo la verdad.

Bombones.

—Tu papá no quiere pagar.

Tengo miedo.

—El pendejo avisó a la policía. Te vamos a matar y tirar frente a la puerta de su casa.

Están agitados, entran y salen del cuarto. Los oigo correr por la escalera de caracol. En la tarde llega el Loco y me ordena hablar con mi padre y decirle que todo está bien.

Se queda el Gallo Tierno. Tiene voz aguda y habla como imbécil. Es de los peores conmigo. Entra al cuarto y se sienta a mi lado. Pone un muñeco de peluche en mis manos.

—Es un Tazz, como el de las caricaturas. Quédatelo, te lo regalo —acerca su aliento.

Entra otro, Bulmaro Feliciano Mendoza el Oaxaco. Habla mucho.

—Somos dos bandas —alardea y me pide nombres de personas que pudieran secuestrar.

Me golpea cuando me quedo callada. Estoy desesperada. Tartamudeo. Me pega más. Conoce La Viga perfectamente.

—¿A quienes sabes que han secuestrado en La Viga?

Le digo apellidos de familias. Él los ubica por sus nombres de pila. Insiste en que le diga a quién más podrían secuestrar y repasa los negocios, andén por andén. De la cocina, como siempre, sube el olor a pescado cocinado.

***

A las siete de la noche del cuarto día, se me acerca el hombre que me consoló y me puso música. Escuché su voz.

—¿Ángel? —le pregunto.

—¿Qué me dijiste? —su voz se revuelve, se transforma en furia, como una gota de sangre al entrar en un vaso de agua. Se serena.

—Tu papá pagará. Estarás bien. Olvídate de todo.

Llegan otros tres tipos y luego el Invasor. Se burla de mí por el muñeco y me lo quita.

—Yo se lo regalé. Es mi amiguita —escucho decir al Gallo Tierno con su voz infantil y estúpida.

Se quedan el Invasor y entra una mujer que se burla de mí por la música que encontró en mi carro. Saca algo de un mueble cercano, acomoda algo y luego la escucho planchar, huelo el agua quemada entre la ropa y la plancha.

—¿Te masturbas? —pregunta ella.

Risas nerviosas, ansiosas.

Algo compacto toca el piso. Es la plancha. Los golpes de las chanclas contra los talones de la mujer se alejan. No estoy sola. Alguien pone un video de Cándido Pérez. El colchón se hunde a mi lado. Y al otro. Me agarran. Me viola uno enseguida del otro.

Siento que me asfixio. No escuché el chancleteo de regreso, sólo la voz.

—¡Atásquense! —pide la mujer.

Me asfixio. Los hombres no dejan de hacer bromas sexuales. Tampoco ella.

Regresa el Invasor. Me jala de los cabellos.

—A ver quién le pega más fuerte —propone a los demás.

Y los demás aceptan. El Invasor me da un puñetazo en un muslo. Y otro. Cada vez es más fuerte. Si me quejo o muestro dolor me pega nuevamente. Ríen. Prenden y apagan un encendedor.

—¡No! —pide alguien.

—¡Sí! —gritan a coro los demás.

Me voltean y sujetan. Omar el Granoso me quema la nalga derecha. El Invasor sale y el Gallo Tierno se queda. Me toca, me jala el pelo, intenta hacerme cosquillas. Me asfixio.

PROMO_CHIMA_01***

Me levantan a la una o dos de la mañana. Me desencadenan los pies. Esculcan mi bolsa. Me dan mi ropa. Están todos en el cuarto, 10 o 12 personas. Ríen. Se dan palmadas en la espalda, se abrazaban. Festejan. El Oaxaco pone un billete en mi mano. Sube a quien yo digo “Ángel” y  con otro tipo me bajan por las escaleras. Salimos. Jalan la cinta adhesiva y quitan los algodones de mis ojos, convertidos en dos chicles calientes.

Me ponen lentes oscuros.

—Tu papá pagó. Te vamos a soltar en un lugar y dependerá de ti si llegas bien o mal a tu casa.

Manejan por media hora y paran el auto.

—Levantas la cabeza hasta que ya no escuches el motor.

Arranca el auto. Las luces son plásticos derritiéndose. Hay un terreno baldío. No sé más. Me siento por 10 o 15 minutos. Son las cuatro de la mañana del 1º de diciembre. Camino por calles desconocidas. Pregunto a alguien por dónde ando. “Por la cárcel de Santa Martha”. Me detengo frente a una casa y toco. Al fondo, escucho ladrar unos perros.9

IV. EL CLAN MONTANTE (SEGUNDA PARTE)

Los oficios religiosos de Padrino Endoque tampoco pudieron ser para Hugo el Blue, cuidador de los secuestrados. Lo asesinaron a puñaladas a las afueras del metro Oceanía en el año 2000. En la banda se dijo que por cuestiones de narcotráfico.10

Es más posible que el ahijado fuera Juan Carlos el Gordo, el Flash, el Loco o el Vox, heredero del liderazgo del Fish a quien superaría en récord con 33 plagios, según estimaciones de la policía, algunos por los que obtuvo hasta cinco millones y medio de pesos.

Como todos los suyos, el Loco se hizo taquero en Fresnillo, Zacatecas. Tras la migración de los Montante al Valle de México, estuvo preso por robo en la prisión de Bordo de Xochiaca, Ciudad Neza. Ahí conoció a varias personas y al salir se fue a vivir a la colonia Polígonos, en Ecatepec, pero siempre mantuvo las visitas a la cárcel. Trabajaba como hojalatero. Eso decía. Sus propios hermanos no lo creían. Los billetes se le salían de los bolsillos. Era generoso. Sin chistar repartía 5 mil pesos entre sus hermanos.11

El Loco capitaneó a sus hermanos libres y al resto de la banda que no fue capturada, entre estos el Pitas y Rosario Pérez Pérez la Pelos, amante de Martín Eduardo, una mujer en sus veintes que abandonó su casa a los 15 o 16 años. Conoció las esquinas de bebedores y fumadores de marihuana de sus rumbos, la colonia Peralvillo y Tepito. Reforzó la banda con Gualberto Iván Berdejo Flon el Invasor, Aarón Álvarez Moreno el Chavo del Ocho —vivía en una vecindad— y David Álvarez Moreno el Espacioso.12

El Loco también era el dueño de las relaciones de la banda con la policía. En 2003 viajó a Zacatecas a visitar a su hermano Fernando el Pepo, en ese momento resignado a ser taquero en su pueblo.

—Me torcieron, pero no hay bronca, porque hubo baile, carnal —dijo Juan Carlos al Pepo.

—¿Cómo estuvo?

—Llegué a La Viga. Me quedé de ver con cuatro amigos. Llegaron unos policías judiciales del Distrito Federal. Me dijeron que ya sabían quién era, que ya estaba puesto. Me subieron a la patrulla. Les dije que ya sabía de lo que se trataba y que íbamos a bailar. Me puse de acuerdo con los judiciales y mandé a traer dinero y unos coches. Les di cinco millones de pesos y unos automóviles, incluido el Ford Focus ZX3 color negro.

Otro baile descrito por el Pepo ocurrió en junio de 2005. Habían capturado a su hermano Omar el Granoso en la colonia Ramos Millán mientras desayunaba.

—Ya sabemos lo que debes —le dijeron y, como al Loco, lo llevaron de paseo—. Vamos a echar un bailecito.

—No tengo dinero, pero carros sí, y oro también —propuso el Granoso.

Otra coincidencia entre policías y secuestradores: unos y otros adoran los autos y el oro.

—¿Quién y dónde nos los dan? —cuestionaron los judiciales y ellos mismos propusieron la entrega cerca de la Basílica de Guadalupe.

El Granoso buscó por teléfono al Loco. Éste llevó los autos a Calzada de los Misterios y habló al Granoso. Los secuestradores cumplieron y entregaron una camioneta Sonora dorada, un Honda Civic blanco, un Pointer gris, un Chrysler PT Cruiser morado y un Jetta generación cuatro, todos de modelo reciente. También 700 mil pesos y un kilo de oro. Pero los policías no hicieron su parte. Presentaron en el ministerio público al Granoso, enviado después a la misma prisión de la que se había fugado.13

Había otros gustos comunes entre los Montante y los policías que los protegían y traicionaban. En una casa de seguridad rentada en Tláhuac, la última que ocuparon, la policía encontró dos botes de cerveza Modelo, una hebilla de cinturón metálica con forma de cabeza de tigre, y dos pistolas doradas con la leyenda de “Montante”. Los relojes: Bulova, Swatch, Caravelle, uno del Hard Rock Café Acapulco y Michel Domit. Joyas: un anillo de metal de tres colores con siete piedras; un anillo de metal amarillo con siete piedras blancas y una roja; un anillo en forma de herradura con un caballo de color amarillo con 10 piedras blancas; un brazalete de metal amarillo con tres placas cuadradas con felinos; una esclava de metal rojizo con una placa de trébol de cuatro hojas. Y balas de pistolas Magnum.14

V. LOS XOLOESCUINTLIS

Habla una víctima de los Montante:

Es la noche del 8 de octubre de 2001. Estoy en mi casa con mi esposo T., mis dos hermanos y mi hijo único T., de cinco meses de nacido. Mi bebé y yo estamos acostados en mi recámara, en el primer piso. Sé que hay gente en la casa viendo cachorros de raza xoloescuintli criados por mi marido. Escucho un disparo de arma de fuego en la parte de abajo. “¡T.!”, grito corriendo escaleras abajo. Está con mi hermano Salomón en el suelo bocabajo en el piso de la sala. Un hombre me grita que cierre los ojos y me tire al suelo. Otro pregunta por el dinero. Uno más cuestiona si hay alguien más en la casa; me toma del brazo y me agacha la cabeza. Preguntan por las llaves de nuestra camioneta y me llevan a la cochera. Me acuestan en la parte trasera del vehículo y sube un hombre herido, ayudado por alguien más. Una mujer llega con mi bebé en brazos. Va con el niño adelante. Lo pido y me lo niegan. Manejan con rumbo a Oceanía. Mi hijo llora. Pido de nuevo que me lo entreguen. Uno de los hombres lo acuesta en sus piernas y le da palmaditas en la espalda. Meten la camioneta a una casa.

Me suben por una escalera de caracol y me repiten que no abra los ojos. Me meten a un cuarto con una colchoneta a la entrada y me sientan en el piso. Me ponen algo sobre la cabeza. Escucho música de corridos a todo volumen. Pregunto qué pasa y una mujer me calla. Llega quien entiendo es el jefe. Me dice que ya saben todo de nosotros, que me hará unas preguntas y si miento me golpeará.

—¿Tú esposo trabaja en la prensa?

—No.

Me azota contra la pared. Me piden hablar a mi familia y pedirles que retiren a la policía. Camino en el cuarto y tropiezo con una cama. El hombre me pide que me acueste y hasta entonces me dan a mi hijo. Me preguntan qué marca de pañales usa y si toma leche en polvo. Todavía le doy pecho. El primer día no me dan de comer y me vendan la cabeza hasta la nariz. Casi no puedo respirar.

A la mañana siguiente escucho la voz de tres hombres que juegan Nintendo todo el tiempo. Me ordenan dirigirme a ellos por “señor”. El jefe llega. Pisa muy fuerte, marca el paso, golpea las puertas. Ordena que me den de cenar chuleta de cerdo y frijoles. Me dan un pañal para cambiar al bebé. Lo hago con el tacto. Escucho camiones de carga y el ladrido de un perro.

Mi esposo no paga. Dicen que me dejarán ir para conseguir el dinero, pero que mi niño se queda. Les pido, les ruego que no. Me sacan de la casa. El bebé llora. Estoy en un auto. En la noche, en medio de un lugar que no conozco, me abandonan. Pasan semanas. Conseguimos el dinero. No sé de mi hijo. Pagamos. Nos dicen que la mujer que está con ellos se lo quiere quedar, porque se ha encariñado con él. Hablan una medianoche y me dicen que está en una colonia en el oriente de la ciudad de México. Que lo encontraré en un Volkswagen rojo abandonado. Me dan la dirección exacta. Voy con mi marido. Encontramos el carro, tiene las ventanas  abiertas. Adentro sólo hay basura. Regresamos a casa. Suena el teléfono. La policía tiene a mi hijo. Lo abandonaron en un Volkswagen negro. Mi hijo está azul por el frío.15

VI. EL CLAN DE LOS MONTANTE (TERCERA PARTE)

Tal vez quien partió el pastel de bodas decorado con el esqueleto fue el Pepo. “Fernando es un señor moreno oscuro y muy feo, de estatura aproximada de un metro noventa. Es robusto, pero no gordo. Tiene facciones toscas y sus labios son muy gruesos. Le faltan algunos dientes y tiene inflamadas las encías. Parece que está dormido o que es tonto.”16

O  Martín Eduardo el Rocky, alto, delgado, moreno y de cabello negro ondulado. En sus tiempos de secuestrador usaba bigote. Vestía pantalones de mezclilla y camisas de cuello. Era cobrador de rescates.17

El Julio también fue taquero en alguna parte de su vida. Nació el 17 de mayo de 1971. Medía un metro 80 centímetros y pesaba 100 kilos. Estiló decolorarse las puntas del cabello, en contraste con su piel morena oscura. Vivió en la colonia Popular Rastro de la delegación Venustiano Carranza del Distrito Federal.

Los Montante extendieron la familia en La Nueva Viga, uno de los dos océanos secos a media ciudad de México por los que pasa la mayor parte de pescado consumido en el país, como si los mares no estuvieran al otro lado de las sierras y los volcanes. La Central de Abastos La Nueva Viga: 9.2 hectáreas con 202 bodegas mayoristas y 52 al menudeo que escupen cada día mil 500 toneladas de pescados y mariscos. Cientos y cientos de comerciantes con fortunas olorosas a pescados y levantadas cada día entre la madrugada y la noche. Las presas favoritas de los Montante. Riqueza sin influencia. La influencia es implacable, destroza los eslabones de protección con policías, agentes del ministerio público y jueces. El pez grande se come al chico.

El Rocky se casó con una mujer de nombre Leticia, prima de Víctor Manuel Matías Aguilera, pescadero y relacionado con los secuestros, quien conoció al Fish y al Loco desde muy jóvenes, cuando se dedicaban al robo de vehículos, asalto a transeúntes en la vía pública y robo a transporte.18

VII. OLFATO DE PERRO

Habla El Loco con los tres: mi padre, mi madre y conmigo.

—Esto es un secuestro, creo que ya lo saben. Pónganse de acuerdo en quién se va a quedar —nos dice.

—Ellas se van y yo me quedo —intenta Vicente, mi padre.

—No. Eres tú el que se va.

—Yo me quedo, por favor —pide mi papá.

—Quien se va eres tú.

Nos despedimos.

—Hoy mismo las libero —nos alcanza a decir antes de que lo callen.

Se lo llevan al amanecer. Luego me toman por el brazo y, de espaldas, me colocan gasas en los ojos y cinta adhesiva blanca muy apretada. Me recargan en la pared junto a mi madre. Escucho la voz de un hombre con fuerte acento centroamericano. Nos ofrece café y nos pide no comentar nada de la cortesía o tendrá problemas. Prepara un caldo de su tierra, una especie de sopa de leche, huevo y epazote. No quiero probar bocado. Tengo tos.

—Debes comer. Estás enferma, ¿qué te gustaría? —dice el centroamericano.

Una mujer interviene.

—Mira, este pendejo todavía les pregunta qué quieren de comer, como si fuera restaurante.

Es el último día que el hombre amable está con nosotras.

***

En la mañana llega la misma mujer y, como siempre, juega con el teléfono celular.

—El muy pendejo se conmovió. Si lo dejamos otro día las deja escapar —dice.

Se acerca un hombre fornido, Gualberto Iván Berdejo Flon el Invasor. Olisquea el aire con fuerza.

—Huelen mal. Hay que bañarlas —nos dice en voz tan baja que casi sólo se le escucha el odio–. A ver, gorda, párate, ponte los zapatos —dice a mi madre.

Una noche, cuando dormimos, el Invasor irrumpe en el cuarto y me lleva. Hay música tropical y norteña. Me obliga a bailar.

—Hasta para eso eres muy pendeja —brama—. ¿Sabes jugar a la silla eléctrica?

—No.

—Haz como si estuvieras sentada en el aire con las manos extendidas hacia el frente.

Me dejan en esa posición una hora. Hacen lo mismo con mi madre. Dormimos el resto de la madrugada.

Despertamos con las campanadas de una iglesia cercana y el ladrido de dos perros grandes dentro de la casa.

—¿Quieres fumar? —me pregunta el Invasor. Acepto.

—Odio a los ricos, son personas muy déspotas —tiene el aliento agrio—. En mi familia fuimos muchos y yo sufrí mucho desde chico. El hijo de la chingada de mi padre no supo sacarnos adelante. ¿Qué estudiaste?

—Hotelería.

—Igual y es bueno tener una carrera. Pero en lo que yo hago tengo muchos lujos. ¿En qué centros comerciales compras tu ropa?

—En Coyoacán —le miento.

Silencio.

—¿Crees que no te puedo matar y destazar? —su boca es un aspersor de saliva—. ¡Yo voy a Santa Fe, Perisur y Coapa! ¡Yo compro por lo que las cosas cuestan antes que por la marca… —me hace tocar su chamarra de gamuza—, es Armani y me costó 10 mil pesos! Sólo me pongo ropa de ese precio pa’rriba. ¡A mí me vale madres la muerte! Yo estoy en algo que me arriesgo todos los días. No me importa morir. ¿Quieres que te descuartice?

Silencio. Se tranquiliza.

—En cualquier momento llega un operativo y yo salgo a morir. No me importa. Yo disfruto chingando a la gente y ya gocé su dinero. Nosotros no secuestramos gente con mucho dinero, porque son muy poderosos y tienen influencias. Tampoco jodidos, porque no pueden pagar. Nos fijamos en gente de clase media alta. Es más manejable.

Termina su cigarro. Llama a mi madre y nos ordena hacer ejercicio las tres horas siguientes.

PROMO_CHIMA_02

***

—¿Qué crees, Lupe? Si todo sale bien en unas horas se van. Tu marido está juntando el dinero. Espero que no nos hagan una mamada —le dice el Loco a mi madre y luego se acerca a mí—. Mi’ja, en unas cuantas horas ustedes se van. Ya se está cerrando el trato. ¿Estás contenta, verdad?

Habla por teléfono con mi padre y se propone la última prueba de vida. Mi padre pregunta a mi madre dónde se casó mi hermana Norma. Mi madre tartamudea. El Loco me pone el teléfono.

—En Puebla —respondo.

—Arréglenlas para que su familia las vea bonitas —pide el Loco.

Nos dan gel para el cabello y un peine.

—A lo mejor las tiramos al canal —dice la mujer mientras talla el peine sobre mi cuero cabelludo. Sólo siento alivio cuando lo pasa encima de la apretada cinta adhesiva. Nos dan un cepillo dental. El Loco explica el gesto: somos un objeto que debe cuidar.

Estamos sentadas sobre el colchón donde dormimos, sin base, a ras de suelo. Se quedan callados. Como la luz de una lámpara entra en una cueva, un ruido se acerca a nosotras. Un perro nos huele la cara. El animal sube al colchón. Pone el hocico junto a mi cara. La mujer lo jala.

—No te vayas a infectar con estas viejas —se dirige al perro—. Infla los cachetes —me ordena.

La obedezco. Me golpea las mejillas en cuatro ocasiones con una manopla. Entrega nuestras cosas, pero la mujer decide quedarse con los zapatos de mi madre.

Antes de irnos, el Invasor se me acerca por última vez. Pone un billete de 50 pesos en mi mano para subir a un taxi donde nos liberen.

—Si nos hubiéramos conocido en otro momento —me dice—, hubiéramos podido tener una bonita amistad.19

VIII. EL CLAN MONTANTE (TERCERA PARTE)

La familia creció con las amistades de la calle y las prisiones.

El Pitas tenía alrededor de 33 años de edad, era delgado y usaba bigote en ese tiempo. Era idéntico al actor Ramón Valdez, Don Ramón, pero más bajo de estatura y empedernido fumador de marihuana. Levantaba a las víctimas y las llevaba a las casas de seguridad. También tuvo su paso por el Reclusorio Norte en 1998.20 Algún derechazo le enchuecó la nariz y está tatuado con la imagen de la Santa Muerte. Trabajaba en Tampico. Se hacía pasar por vendedor de paletas para identificar gente con dinero y luego secuestrarla.21

El Tirirí murió de sida en 2004 y era cuidador de las víctimas. Antes fue huésped del Reclusorio Oriente.

El Chaparro, claro está, es bajo de estatura. Además estaba pasado de peso. Tiene uno de esos cabellos tan lacios que cada pelo apunta en dirección distinta. Cuando sonríe se le hace un hoyuelo en la mejilla derecha. Era un informante.

El Abuelo, de nombre Vicente, era un arrugado prematuro con líneas especialmente marcadas en los rabos de los ojos. En el antebrazo derecho tiene una enorme cicatriz que parece un cartón remojado. Se quemó con el radiador de un carro. Vestía botas y camisas vaqueras y usaba gafas oscuras. Era levantador de víctimas.

Rosario Pérez Pérez La Chayo era novia del Rocky. La escogió por ser chaparrita y, según descripción de su cuñado el Pepo, “tiene las nalgas muy pronunciadas”, que realzaba con pantalones de mezclilla. Su función en la banda era cuidar a las víctimas y darles de comer, llevarlos al baño. Vivía en el barrio de Tepito. Martín Eduardo la conoció en un bar donde hacía bailes eróticos.22 El mismo Rocky también incluyó en la cuadrilla a su esposa, Leticia Aguilera, quien trabajaba en la Central de Abasto, posición que le permitía obtener información de comerciantes prospectos de ser secuestrados.

El Erick estilaba barba de candado y cabello casi a rapa. También capturaba víctimas. El Príncipe o el Judío renquea del pie izquierdo y cuidaba a los secuestrados. Casi nunca salía de la casa de seguridad. El otro Erick, el Keros, camina con actitud desafiante. No necesariamente por serlo, sino porque tiene chueca la cadera.

El Charmín o el Capulina, mezcla física del oso de la marca de papel higiénico con el cómico Gaspar Henanine, usa anteojos que no lo libran de sus apodos. Era cercano a los Montante. En 2005 fue a la fiesta del día de las madres que el Loco organizó en la casa que tenían en Teotihuacán, cerca del Hotel Sol.

El Monjas era informante, proponía víctimas y daba información de los pasos de la policía. Lo mismo hacía el Jamón, obeso, corto, sonrosado y calvo, a quien le falta medio dedo del meñique de la mano izquierda.

El Compadre es un hombre alto y obeso con marcado acento sinaloense. Era otro cuidador.23

Alberto Aguilera Díaz el Bigotes, suegro de Martín Eduardo el Rocky, era señalador de víctimas en La Nueva Viga.24

Luis Fernando Menegazzo Morales el Rambo nació en Guatemala. Llegó a la destrozada ciudad de México en 1985 sin documentos. Obtuvo un acta de nacimiento mexicana, porque un amigo suyo lo registró como su hijo en el registro civil de Ecatepec con el nombre de Luis Fernando Maldonado Cervantes. En 1987 conoció al Bigotes, vendedor de pescados y mariscos. El Rambo le compraba aleta de tiburón. Diez años después, el Bigotes le presentó en su casa a uno de sus yernos, el Rocky. Hicieron amistad de inmediato. El hermano Montante le vendía autoestéreos, bocinas, rines y celulares. En noviembre de 2000 lo visitó en su casa. Llegó con el loco.

—Te andamos buscando para que nos pongas personas y nosotros, con nuestra gente, las secuestremos —propuso el Rocky.

—¿A quién quieres que te ponga? —preguntó el Rambo.

—A marisqueros de La Nueva Viga.

—Está bien.

El Rambo hizo rápidamente una lista.

Seleccionó por el número de bodegas de su propiedad, cantidad y tipo de mercancía que manejaban. Propuso a una mujer, Q., que trabajaba en el mercado como secretaria de su padre, dueño de dos bodegas de mayoreo. Mencionó a Miguel, propietario de granjas de camarón y dos bodegas. El tercero fue una mujer chiapaneca llamada Arely. Finalmente mencionó a Gladys Arellano Quintero. En los siguientes encuentros con los Montante describió a las cuatro personas, el sitio exacto donde trabajaban, sus horarios y los autos que utilizaban.

Juan Carlos le dijo que lo buscaría el Trompudo para que le señalara a las personas. Se citaron en La Nueva Viga. El Trompudo llevaba barba de candado delgada, recortada por estilista. El Trompudo escogió a Verónica Martínez. Esperó a que saliera y la siguió. Por la información, el Rocky pagó al Rambo 100 mil pesos en efectivo que gastó en alcohol y cocaína.25

Los cuatro señalados por el Rambo fueron secuestrados.

IX. LA JAULA, EL GATO Y EL SUEÑO

Me desnudan y ponen el aire acondicionado para que me entuma. Así ha sido desde mi secuestro, el 9 de febrero de 2004. Me raparon y rasuraron el bigote. Me drogan, me hacen tragar barbitúricos a la fuerza cada dos o tres días. Cuando despierto me hacen creer que ha pasado un año. No es cierto. Han pasado tres meses. Preguntan si mi familia, bodegueros de chiles en la Central de Abasto, pagarán. No sé. Me golpean en la cara después de que me hacen inflar los cachetes. Me tienen dentro de una jaula de madera con un zarape. En la misma habitación duermen tres, en ocasiones cinco vigilantes. A veces uno de ellos descansa arriba de mi jaula. Ponen música de narcocorridos y juegan Nintendo durante todo el día. Vendado, me sacan de la caja y me golpean. Me ordenan que cuando me dirija a ellos les debo decir “señor”. Una de las mujeres, mientras me bañan, me araña la espalda y los brazos hasta sangrar con un objeto agudo. Me dejan salir al baño una vez al día. Escucho el silbato de un tren que pasa cerca de la casa. El último día me obligan a beber alcohol hasta la inconsciencia. Despierto en el hospital con 20 kilos menos. Tras las golpizas, he perdido parte de la capacidad de habla y de vista del ojo izquierdo. En las piernas me han marcado con navaja las siglas de la Procuraduría General de la República.26

PROMO_CHIMA_03***

“Tú eres el que deberías estar secuestrado, no tu esposa, por lo que te exijo de rescate cinco millones de pesos”, le dicen por teléfono a mi esposo, U., transportista de autobuses Estrella Blanca. En su lugar, yo, T., estoy secuestrada desde el 10 de marzo de 2003. Hay por lo menos cinco personas, entre ellas una mujer. Todos me golpean con el puño cerrado, con los pies. Me encadenan a una cama y me dejan al cuidado de dos hombres. Me hieren hasta con una navaja, con la que han dibujado la figura de un gato en mi brazo izquierdo. Tengo las cicatrices de los cigarros que apagan en mi cuerpo. Me golpean Alan el Gallo Tierno y Christian el Cansado García Montante.

Me liberan. Me busca la policía. Me hacen ver un video. Con camisa negra, la misma voz que me dijo varias veces que me regresaría a casa en pedacitos dice: “Quiero salir en la película de televisión”.27

***

Estoy encadenada en un colchón desnudo. Los primeros tres días de mi secuestro, del 13 al 15 de marzo de 2002, he sido violada por diferentes hombres. Puedo reconocer su voz. Me hablan mientras me violan. Me dicen que soy una puta y que me pondrán a trabajar en La Merced. Me dicen todo el tiempo: “Te vamos a mandar en cachos; vamos a mandar un brazo o una pierna; vamos a mandar tu cabeza; vamos a ir por tus hijos si tu marido no nos paga”. “Pórtate bien, nosotros no hacemos esto por gusto. Te tenemos que pegar, porque es nuestro trabajo.” “Si tu marido no me da el dinero, te vamos a violar.” “Cuando te dejemos salir, róbale dinero a tu esposo y mándalo a matar, porque al cabrón le vales madres.” Mi esposo tiene una bodega de mariscos en La Viga.

Fuman marihuana. Uno de ellos me parece homosexual por su forma de hablar; todo el tiempo dice que le dan asco las mujeres. Cada vez que lo dice me golpea con la pistola en la cabeza y en el cuerpo y me patea.

El 30 de marzo, como a las nueve de la noche, escucho mucho ruido y un disparo. Me dicen que es una R-15. Me ordenan que me vista. El jefe les dice a los demás que levanten las cosas, que se tienen que ir. Dicen que acaban de matar a tres policías. En la nueva casa me tienen encerrada en medio baño y durmiendo en el suelo. Todos los días me golpean. El Loco dice tener un informante dentro de la policía. Dicen que ya me voy. El jefe dice que la banda se quiere despedir de mí. Me ordena inflar las mejillas varias veces. Cuando lo hago, cada uno de ellos me golpea con el puño cerrado. Gritan: “¡Bombón!” Llego a mi casa. Tengo quemaduras y cortaduras en la espalda y una nalga. La cara amoratada, hinchada. Ya no deseo acordarme de esos momentos, porque para mí es como una pesadilla. He perdido el sueño. Estoy muy mal.28

X. EL CLAN MONTANTE (ÚLTIMA PARTE)

La banda hizo diáspora. Jesús Arroyo Bucio, hermano de la Cata, conoció a los Montante desde los 16 años en la colonia Polígonos. Hizo amistad especialmente con su cuñado, Samuel el Fish. Fue preso en el Penal de Puente Grande, Jalisco, por robos a casas y sentenciado a 10 años con seis meses. Salió preliberado a los tres años con tres meses. Al salir, vino a la ciudad de México en 2003, el mismo año en el que fue detenido el Invasor.

En 2003 y 2004 Jesús hizo una banda de asaltantes de gasolineras en el Estado de México y Michoacán. En octubre de 2004 participó en el robo de una camioneta de valores en la ciudad de Puebla. El asalto sería sencillo. Uno de los ladrones, identificado por Jesús como David, tenía las llaves del transporte de seguridad, copias que antes le había dado un empleado del Servicio Panamericano. Pero todo se complicó. Mientras los guardias entregaban parte de las bolsas con dinero, vieron el acercamiento de los ladrones. Salieron disparando. David Celis, líder del grupo, murió en un tiroteo al igual que dos custodios. También fue detenido un asaltante cuya ocupación oficial era la de guardia privado de seguridad. El botín fue grande y a Jesús le tocó un millón de pesos. Jesús buscó a Juan Carlos El Loco, quien mantenía relación con la viuda de su hermano y le daba trabajo como cuidadora de los secuestrados. Fue contratado para el mismo puesto en dos plagios. Le pagó 55 mil pesos por ambos asuntos. Molesto por la paga, Jesús desertó y buscó a sus anteriores compañeros de robo y formó su propia banda de secuestradores. Lograron cuatro plagios.29

La situación se hacía insostenible para los Montante. Abandonaron la casa de San Juan Teotihuacán que Juan Carlos rentó bajo el nombre de Augusto García García el 18 de julio de julio de 2004. Dejaron ropa tirada en el patio. La dueña se asomó porque abandonaron a unos perros que no dejaban de ladrar de hambre y sed.30

A mediados de 2005 Martín Eduardo el Rocky buscó a Fernando el Pepo en Zacatecas. Le recriminó que hubiera dejado a la banda y le pidió que regresara con él. Llegaron el 18 de julio de 2005 a Tulpetlac, Ecatepec, en ese momento base de la pandilla. Se encontró con sus hermanos Cristian y Alan. También había armas largas. El 21 de julio de ese año, después de la medianoche, el Pepo despertó por las detonaciones de arma de fuego. Se levantó y se asomó por la ventana. Se puso los zapatos y cuando salió del cuarto fue detenido por agentes de la Agencia Federal de Investigación. Escuchó a su hermano Alan decir que él les había disparado.31

El arsenal encontrado parecía de narcos: carabinas Uzi, fusiles R-15 y AK47, pistolas de casi todos los calibres (desde .22 hasta .357 Magnum) y tres granadas de fragmentación. No sólo armas encontraron en la casa de Lomas de San Carlos, Ampliación Tulpetlac. También información. Alguno de los Montante estaba enfermo y se atendía en uno de los hospitales más costosos del país, el Ángeles de las Lomas. La madre de los Montante estaba enferma de leucemia y alguna enfermedad renal, según recetas y órdenes de laboratorio.

La policía siguió las recetas y dio con los demás hijos de la Negra, incluido el Loco, apresado a finales de octubre de 2005.

El objeto etiquetado por la policía con el número 169 era un libro de portada azul cielo con una imagen de una barda de malla ciclónica y alambre de púas retorcido y la frase “Vive tu muerte”. En la primera hoja se escribió “Mayo 2005. Rosario” y en la parte trasera la frase “3 de mayo de 2004, soy tu conciencia Beau bua… sapo… tonto… potro zaino… no te me acerques imagino unos chayotes caminando sin espinarme, ¡ay!” También el dibujo de una mujer que sostiene encadenado a un perro.32

El Granoso ya había regresado a la prisión de la que se fugara el 22 de junio de 2005, acusado de tres nuevos secuestros, por lo que fue condenado a 63 años y 9 meses de prisión. Agregado el tiempo que no cumplió, y si no escapa, saldrá libre el 2 de marzo de 2085.33

Sin embargo, no está claro a cuál de los 10 hermanos Montante apadrinó y a cuál casó el sacerdote de la muerte. Éste nunca lo aclaró. Fue ejecutado la última madrugada de julio de 2008. Le pegaron 300 tiros en Tultitlán, Estado de México, a unos metros de la figura de 20 metros de altura que Jonathan Legaria o Padrino Endoque o Comandante Pantera ordenó levantar a la Santa Muerte.

Eran los días de la guerra por esa parte del Estado de México entre Los Zetas y La Familia Michoacana.

Notas:

  1. Legaria, Jonathan, Santa Muerte. Revelaciones, editado por Santa Muerte Internacional.
  2. Declaración de Julio César García Montante dentro de la averiguación previa FSPI/145/00-10 y 50/762/00-07, ante la Fiscalía para la Seguridad de las Personas e Instituciones de la PGJDF.
  3. Declaración de María Catalina Arroyo Bucio del 2 de agosto de 2005.
  4. Declaraciones de los acusados en diciembre de 1999 dentro de la averiguación previa 50/1534/99-12.
  5. Declaraciones de Mónica Estévez Maysson y Fabiola Ortiz Martínez.
  6. Causa penal 230/99 instruida en el Juzgado 56 de lo Penal.
  7. Declaración de María Catalina Arroyo Bucio del 2 de agosto de 2005.
  8. Declaraciones de Juan Carlos García Montante, Omar García Montante y de Víctor Manuel Matías Aguilera.
  9. Declaración de Q. y su padre del 6 de agosto de 2002.
  10. Declaración de Víctor Manuel Matías Aguilera.
  11. Declaración de Fernando García Montante del 22 de julio de 2005.
  12. Declaración de Omar García Montante del 22 de junio de 2005.
  13. Declaraciones de Juan Carlos García Montante del 23 de octubre de 2005 y de Fernando García Montante del 22 de julio de 2005.
  14. Parte de la Policía Judicial del Distrito Federal.
  15. Declaración de Salomé Romero Ramos del 29 de octubre de 2001.
  16. Declaración de Guillermina Gracida Velazco, dueña de la casa de Teotihuacán alquilada por Juan Carlos García Montante del 14 de enero de 2005.
  17. Declaración de Fernando García Montante del 22 de julio de 2005.
  18. Declaración de Víctor Manuel Matías Aguilera.
  19. Declaración de Miriam Esmeralda Gómez Reyes del 26 de julio de 2005, secuestrada con su madre y padre el 6 de diciembre de 2004.
  20. Declaración de Fernando García Montante.
  21. Declaración de Víctor Manuel Matías Aguilera.
  22. Ibid.
  23. Declaración de Fernando García Montante de 22 de julio de 2005 ante el Ministerio Público Federal.
  24. Declaración de Víctor Manuel Matías Aguilera.
  25. Declaración de Luis Fernando Menegazzo Morales del 25 de julio 2005.
  26. Declaración de J.
  27. Declaración de T. del 9 de septiembre de 2005.
  28. Declaración de V., secuestrada el 13 de marzo de 2002, afuera de la escuela de sus hijos.
  29. Declaración de Jesús Arroyo Bucio del 10 de agosto de 2005.
  30. Declaración de Guillermina Gracida Velazco, dueña de la casa de Teotihuacán alquilada por Juan Carlos García Montante, de 14 de enero de 2005.
  31. Declaración de Fernando García Montante del 22 de julio de 2005 ante el Ministerio Público Federal.
  32. Fe ministerial de objetos de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal.
  33. Sentencia de la causa penal 134/03 instruida por Carlota Guadalupe Mosco Vilchis, juez 17 de lo Penal del Distrito Federal, y confirmada por la Cuarta Sala del Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal.

Las anteriores declaraciones, partes policiacos y resoluciones judiciales fueron tomados de:

Averiguación previa FSPI/145/00-10.

Averiguación previa PGR/SIEDO/UEIS/069/2003.

Averiguación previa PGR/UEDO/099/2003.

Averiguación previa PGR/SIEDO/UEIS/314/2004.

Causa penal 24/01 Juzgado 50 de lo Penal del Distrito Federal.

Toca penal 611/2005-II.

Averiguación previa 50/1132/01-10.

Averiguación previa FSPI/196/02-07

Averiguación previa PGR/SIEDO/UEIS/069/2003.

Averiguación previa PGR/UEDO/099/2003.

Averiguación previa FSPI/145/00-10

Causa penal 150/2005-I llevada por el juez 18 de Distrito de Procesos Penales Federales del Distrito Federal.

Toca 1133/2000 de la Sala 17 de lo Penal del Distrito Federal.

Causa penal 230/99 instruida por el Juzgado 56 de lo Penal.

Causa penal 134/03 del Juzgado 17 de lo Penal.

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