Ciudad Abatida. Antropología de la(s) fatalidad(es), libro realizado por Martha Mónica Curiel García y Salvador Salazar Gutiérrez, toma como escenario los últimos años en la fronteriza Ciudad Juárez y muestra cómo, desde que en 2008 inició el Operativo Conjunto Chihuahua-Juárez, y de acuerdo con datos oficiales, en los últimos cuatro años, han perdido la vida más de seis mil habitantes en Juárez: jóvenes, estudiantes, trabajadores de maquila, amas de casa, empleados, profesionistas. Una lista extensa de personas que por diversos motivos, principalmente por estar en el momento no indicado, han sido víctimas en un escenario del que la violencia sistémica y sus miedos se han apoderado vorazmente.
Ciudad Abatida, editado recientemente por la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, más allá de la recuperación de acontecimientos que ejemplifican la presencia de esta violencia sistémica “busca, desde una estrategia reflexiva, la relación entre múltiples prácticas de vivir o enfrentar, por el habitante de la ciudad, los paisajes de violencia”.
Con la autorización de los autores y de la casa de estudios ofrecemos a ustedes el siguiente adelanto que corresponde al Capítulo I:
1. El acontecimiento irruptivo en la ciudad fronteriza
Nuestras ciudades, no sólo las del norte de México, se enfrentan en los últimos años a la marejada de una violencia sistémica que penetra los escenarios más íntimos y de resguardo. En la inseguridad, el caos, el número de homicidios en la vía pública, los secuestros y asesinatos, se encaran a una creciente angustia cultural (Rotker, 2000), que permea a lo largo de la socialidad, de esos lugares de encuentro, al instaurarse en el paisaje dominante de la fatalidad.
Para el ciudadano “de a pie”, la ciudad asume el rostro de la fatalidad inevitable, ubicándola junto con sus miedos como la gran promotora de una densa nube de desgracia que se asocia a la penetración de la violencia sistémica. En marzo de 2008, se dio a conocer la estrategia militar Operativo Conjunto Chihuahua, con su implementación se incrementó el número de homicidios —más de seis mil muertos en tres años—, las desapariciones y las prácticas de detenciones y torturas de probables integrantes del cártel de Juárez. (1)
Las huellas o cicatrices de esta violencia cotidiana que ha venido permeando hasta los niveles más íntimos de la vida del habitante de la ciudad fronteriza (Schutz, 1977), exigen ser comprendidas a partir de perspectivas que, más allá de anecdotizar los eventos, coloquen la mirada en las articulaciones estructurales-cotidianas que permitan dar densidad analítica al acontecimiento irruptivo y la construcción de la fatalidad.
Para hablar sobre el acontecimiento irruptivo, desastre que se enmarca en la presencia de una violencia sistémica y sus miedos, el texto de Rossana Reguillo, Ciudad, riesgos y malestares. Hacia una antropología del acontecimiento (2005), permite comprender cómo en los últimos años, la antropología latinoamericana enfoca su atención en la dinámica cultural y sociopolítica que desata un acontecimiento en la vida de una comunidad urbana generando una “antropología del desastre”. (2)
Por acontecimiento irruptivo hacemos referencia al evento que trastoca de manera creciente e invasiva los modos de percibir y vivir la ciudad. Mientras que por desastre a las causas y efectos (no solamente operativos y materiales, sino culturales) relacionados al evento:
El desastre no sólo adquirirá la fuerza de potente revelador de las contradicciones, desigualdades y conflictos en la ciudad latinoamericana, sino que además prefigura un escenario estratégico para interrogar, antropológicamente hablando, la cultura profunda que los ciudadanos ponen a funcionar frente a la desestructuración del tejido material y simbólico de su entorno inmediato (Reguillo, 2005; 314).
Si bien el acontecimiento irruptivo, los desastres, las violencias y sus respuestas ciudadanas no son novedad ante la historia, adquieren peso en los últimos años al convertirse en los espejos desde los cuales se observa, se denuncia, el conjunto de nuevos riesgos que han traído consigo los proyectos político-económicos, dominados por la lógica neoliberal, así como el acelerado proceso de transformación tecnológica y la consolidación de los medios de comunicación —que van más allá de los tradicionalmente referidos como la televisión, prensa, radio, sino que se encuentran en los escenarios virtuales (Internet, por ejemplo)— colocándose como los dispositivos centrales de representación y reproducción de la vida contemporánea. El acontecimiento, en tanto evento irruptivo, abre e intensifica las reflexiones sobre lo que significa hoy el riesgo en nuestras ciudades fronterizas del norte de México. (3) Es decir, una antropología urbana del acontecimiento asume que el desastre, alimentado por la violencia sistémica y sus miedos, es algo mucho más complejo que la simple “normalidad interrumpida”.
La interrogante inicial que se presenta es ¿por qué plantear a la ciudad fronteriza del norte de México a partir de la relación entre violencia sistémica y sus miedos? Una respuesta remitiría al escenario de violencia que los últimos años ha dado como resultado miles de homicidios en las calles de estas ciudades, así como el incremento en prácticas de extorsión, desapariciones, secuestros, en el contexto de lo que simplemente se ha denominado como “guerra contra o entre el narcotráfico” o “guerra contra el crimen organizado”. El eje del presente trabajo va más allá de evidencias de primer nivel y coloca la premisa que sostiene que la vida cotidiana, como lugar estratégico para pensar lo social, sólo adquiere densidad reflexiva cuando se colapsan las estructuras que la hacen posible: “el acontecimiento irruptivo desata procesos de ingobernabilidad y anomia o de acción concertada y solidaridad o, simplemente de cohesión y fragmentación social” (Reguillo, 2005, p. 316).
Más allá de una mirada epidemiológica, característica de visiones simples y limitadas que han dominado enfoques pseudocomprensivos del fenómeno como si se tratara simplemente de una problemática de disfuncionalidad, el dominio de una violencia sistémica y su correlato plasmado en los miedos, con este documento se busca comprender las formas de “hacer ciudad” en el contexto del acontecimiento irruptivo y del desastre, desplazando el análisis hacia la intersección entre la violencia sistémica y el conjunto de representaciones y discursos que ella engendra. Perspectivas que reducen la problemática, han caracterizado la fertilidad de discursos de exclusión y el fortalecimiento del autoritarismo por parte no sólo del Estado, inclusive la aparición de organismos privados de seguridad que han encontrado en la violencia, en tanto acontecimiento irruptivo y desastre, una bonanza en los últimos años. El paisaje dominado por la violencia sistémica y sus miedos produce el surgimiento de una sociología de resguardo.
Si las explicaciones deterministas están en crisis, la mirada analítica para reconocer la capacidad crítica de los sujetos-agentes de la ciudad, nos lleva a replantear las perspectivas que han dominado los enfoques explicativos-comprensivos de nuestras ciudades latinoamericanas. Trasladar la vista a perspectivas que se coloquen desde y a partir de los actores, de quienes viven, se desplazan, enfrentan, resisten los entramados urbanos, en la búsqueda de aminorar, si no es que desechar, visiones dominantes que se han preocupado más por colocar al actor como dato: un simple usuario. Se debe atender a la ciudad en un doble desplazamiento que implica forma (estructura) y proceso (movimiento), como límite y como posibilidad (Reguillo, 2005).
A partir de una perspectiva sociocultural, nuestra intención parte de comprender cómo la violencia se ha apoderado de los escenarios cotidianos e íntimos del habitante de la ciudad fronteriza, donde la violencia sistémica y el miedo son los recursos analíticos de partida. La atención se traslada hacia las transformaciones de las formas de socialidad (Salazar, 2009) y de pacto social, que se recomponen ante el declive de la institucionalidad cínica y el debilitamiento de los relatos de orden y control, propios de un proyecto que se venía legitimando a partir de la figura central del Estado moderno.
La irrupción del narcotráfico y del crimen organizado, aunado al empobrecimiento estructural y el crecimiento desmedido de las poblaciones urbanas, ha acelerado los brotes y expresiones de violencias difusas y caóticas, cuyo proceso no puede leerse al margen del debilitamiento de los Estados y sus instituciones, tanto de prevención y control como punitivas. (Reguillo, 2005; 310).
Las fracturas de una institucionalidad cínica, que limita a la violencia y al miedo como recursos operativos de su propia condición —el único facultado para detentar la violencia legítima eran el Estado y sus organismos de control—, se reducen a un Estado penal. Éste encuentra en la estrategia de “mano dura” su única condición de autolegitimación, convirtiéndose en el principal promotor de una violencia sistémica que encuentra en la fatalidad la última condición de encuentro por los integrantes de su comunidad política. Para ello se cruzan a lo largo del texto tres supuestos interpretativos clave:
a. La tensión impulsada por la presencia de zonas de contención, que erosionan el sentido de habitar la ciudad a partir de la privatización del espacio, ejemplificado en una fortificación de la ciudad, muestra su perversidad y cinismo al fomentar una práctica de autorreclusión voluntaria.
b. El escenario global, que con mayor presencia muestra procesos de desgaste en la institucionalidad moderna —política y religiosa—, es dominado por actores que se separan de los límites formales ético-políticos que definían los principios de la racionalidad moderna. A partir de una paralegalidad clandestina, que borbotea desde reductos de la institucionalidad moderna, en la que el narcotráfico y el crimen organizado se han posicionado como actores clave contra una mayor población abatida y negada por esta institucionalidad, al encontrar en ella el resguardo a la crisis de la incertidumbre —política, social, económica y, sobre todo, cultural— característica de nuestro contexto actual.
c. La tensión entre lo visible y lo no visible de las violencias ha sido tradicionalmente dominada por tendencias que reducen a ésta a una sobrevaloración subjetiva, convirtiéndola en un evento anecdótico y limitado a modelos explicativos de patología subjetiva, perdiendo la pista a las condiciones histórico-estructurales desde donde se reproduce.
A lo largo del texto, estos supuestos encontrarán el cauce explicativo al comprender cómo se construye la relación violencia-miedos en el contexto de la fatalidad propios de nuestras ciudades fronterizas del norte de México, que muestran el establecimiento de zonas de contención como una marca penetrante, aquí los miedos juegan un papel central al impregnar los imaginarios cotidianos de los habitantes.
Violencia sistémica y miedos colocan a la fatalidad como el gran eje discursivo que va desde las prácticas y representaciones cotidianas de los habitantes, hasta el nivel de lo institucional y lo paralegal. (4) Ante este panorama ¿qué extrañamos y con su ausencia nos atemoriza? Bauman (2002) responde que son tres los requisitos que nuestras sociedades actuales han erosionado: seguridad —que permite estabilidad en los modos de actuar y las habilidades necesarias para enfrentar los desafíos de la vida—, certeza —conocer los síntomas, los presagios y los signos de advertencia que permitan actuar y discernir una buena jugada—, y la protección —confianza que posibilita establecer relaciones de estabilidad con los otros integrantes de una comunidad—, requisitos que conformaron el eje clave que definió la instauración del proyecto moderno y sus instituciones emblemáticas —Estado, iglesia, familia, escuela—; y ante su carencia, nos enfrentamos a la inseguridad y la incertidumbre, al abandono y a la reclusión como las dinámicas que cada vez dominan más nuestros escenarios de fatalidad: así como la asimilación de lo inevitable de un acontecimiento irruptivo del desastre (Reguillo, 2000).