Según la última encuesta de Parametría –realizada hace un par de semanas—, el 44 por ciento de los mexicanos declaró aprobar el trabajo de Enrique Peña Nieto al frente del gobierno federal. Por el contrario, más de la mitad (52%) opinó exactamente lo contrario: reprueba –en diferente grado— el desempeño presidencial.
Su nivel de aceptación es el más bajo desde que inició su mandato. Visto los escándalos –y la crisis política y social— de los últimos meses no debería ser una sorpresa para nadie. Los índices de aprobación más elevados se dieron en el arranque de su mandato, durante su primer año. En donde cosechó la aprobación de alrededor de seis de cada diez mexicanos. Era el tiempo del Pacto por México y de las grandes reformas, del mexican moment.
A partir de ahí la popularidad presidencial ha ido en declive.
¿Qué significa que más de la mitad de la población desapruebe a su Presidente?, ¿es mucho o poco?
Si se contrasta con otros países –dice Parametría— pareciera que la popularidad de Peña Nieto es elevada: los mandatarios español y francés únicamente tienen un nivel de aprobación de un 13 por ciento; el presidente colombiano solo obtiene el respaldo del 40 por ciento de sus connacionales, al igual que Barack Obama, la dirigente brasileña, su par venezolano o el primer ministro británico.
Por el contrario, si la comparación se realiza con los anteriores mandatarios de nuestro país, entonces la respuesta es muy diferente: la popularidad del actual presidente sí es baja. Bastante baja de hecho.
El tan controversial y cuestionado presidente Felipe Calderón nunca alcanzó tal nivel de rechazo, ni siquiera al inicio de su mandato, cuando se puso en duda la limpieza de su elección. Tampoco fue el caso de Vicente Fox.
Lo cierto es que las crisis de los últimos meses –Tlatlaya, Ayotzinapa, la casa blanca, etc.— ha representado un duro cuestionamiento a la actual administración. Más aún, ha desnudado la forma de entender el ejercicio del poder y sus abusos y omisiones, que se escondían tras el citado triunfalismo del mexican moment. Y lo que por momentos hemos visto, refleja el viejo estilo autoritario y opaco de hacer las cosas.
Dice la voz popular que gobernar en Toluca no es lo mismo que gobernar México. La brutal realidad de las semanas recientes parece dar la razón a este dicho.
La bola está en la cancha del gobierno federal, y pareciera que hasta el momento no sabe qué hacer con ella.
Por el bien del país –y de todos nosotros— necesitamos gobiernos plenamente operativos y con capacidad de encauzar los problemas y las crisis (de forma democrática y transparente obviamente). Ningún país sin un gobierno fuerte ha salido adelante. De ello depende nuestro futuro.
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