Adela Navarro Bello
15/11/2023 - 12:04 am
La incesante necesidad presidencial del halago
"Las visitas que hizo el Presidente de la República, incluida aquella primera donde incluso el vehículo militar en el que era transportado se atascó en tierras lodosas por las inundaciones, no estuvieron a la altura de la necesidad de los guerrerenses. El sentimiento de asilamiento persiste".
Durante tres días, en ambientes cerrados y controlados, después de su arribo al hangar privado del Gobierno de Baja California en el Aeropuerto Internacional de Tijuana, el Presidente Andrés Manuel López Obrador “recorrió” los siete municipios del estado. Lo de las comillas es porque, aun cuando así lo presumen los funcionarios, no fueron recorridos, sino encuentros en actos programados, específicos y limitados en su asistencia.
Hace mucho tiempo que el Presidente dejó de ser el político que se rodea y escucha al pueblo, que viaja en avión comercial y se traslada en auto compacto. De aquel que se decía arropado por el pueblo sólo queda el discurso. No lo ha variado, pero está más sustentado en resultados de encuestas de popularidad que en actos ciudadanos de apoyo al mandatario nacional, más allá de las concentraciones a las que, también en un ambiente de control y con transporte masivo, ha convocado en el Zócalo capitalino.
Su tardía, y ahora se sabe, consciente respuesta minimizando la fuerza con la que el huracán "Otis" impactaría la costa de Guerrero, dejando catastróficos daños en varios municipios, particularmente el de Acapulco y el de Coyuca de Benítez, dejó a cientos de miles de ciudadanos sin hogar, sin alimentos, sin comunicaciones, sin servicios, sin posesiones. Los vientos de más de 250 kilómetros por hora del huracán se llevaron todo a su paso.
Igual durante las primeras horas posteriores a la entrada del meteoro, la respuesta gubernamental fue tardía. Ni el Presidente apareció, mucho menos la Gobernadora, hija de Félix Salgado Macedonio. Nada. De perderlo todo, estar sin servicios, ahogados con inundaciones sin carreteras habilitadas, sin comunicación telefónica, sin recursos y sin alimentos, comenzó el desabasto, la inseguridad, los robos, el saqueo, la rapiña.
Cuando apareció la Gobernadora y el Presidente aceptó los daños causados, aun minimizados en la premisa de que “nos fue bien” porque según él no hubo tantos muertos, se dejó de lado la atención inmediata a los damnificados. Se centraron en las zonas turísticas de Acapulco, y abandonaron las colonias y el resto de los municipios.
A la fecha, sigue el desabasto, organizaciones no gubernamentales internacionales, partidos políticos, organizaciones nacionales, abastecen de despensas a la par que lo hace el Gobierno mientras continúan censando los daños, y el Presidente arrancando compromisos a los hoteleros para que aceleren la reconstrucción de las zonas turísticas privadas con resultados a final de este 2023 y en el primer trimestre de 2024.
Los ciudadanos siguen en el abandono. En Coyuca de Benítez ya se restableció la energía eléctrica, como en otras partes de Acapulco, pero como el huracán arrasó con los cableados públicos y privados, continúan muchos sin servicio de telefonía residencial o comercial, sin tener acceso a Internet o a servicios de televisión. “No hay cables, ahora sabemos porque Telmex se comprometió a no cobrar unos meses de servicios, pues no hay servicio porque no hay cables”. Lo mismo sucede con quienes prestan servicio de telefonía celular y de televisión por pago.
En los días siguientes a la histórica tormenta, y todavía en recientes, se ha podido ver a partir de redes sociales y en programas noticiosos de televisión, a ciudadanos quejándose de la falta de atención gubernamental. Algunos subidos de tono, con palabras altisonantes hacia quienes encabezan los gobiernos, incluido el Presidente de la República. La soledad del abandono en condiciones de crisis de salubridad, de servicios y de alimentos, se transmutó en inconformidad verbalizada. Esperaban más de un Gobierno que se dice cercano al pueblo.
Las visitas que hizo el Presidente de la República, incluida aquella primera donde incluso el vehículo militar en el que era transportado se atascó en tierras lodosas por las inundaciones, no estuvieron a la altura de la necesidad de los guerrerenses. El sentimiento de asilamiento persiste.
La pregunta de porqué el Presidente no va a Guerrero, especialmente a Acapulco y a Coyuca de Benítez, la respondió él mismo. No va porque lo van a atacar. Y asume que serán ataques programados y no genuinos de una población en crisis y sin atención. Lo dijo así: “Lo que quieren es el espectáculo, es que, si voy a la Colonia Renacimiento, en Acapulco, me van a mandar a 10 o 20 provocadores con la televisión. Si no he ido por eso y en Azteca hicieron unos reportajes y le abrieron el micrófono a gentes para que me mentaran la madre, entonces no puedo exponerme.
“No es Andrés Manuel, si se tratara de Andrés Manuel respondería yo como cuando estábamos en la escuela, como cuando estaba yo estudiando en Tepetitán, que había algo y decíamos 'a la salida nos vemos', pero no. Soy el Presidente de México, tengo que cuidar la investidura presidencial, no soy Andrés Manuel, soy el Presidente y no puedo permitir que nadie me ningunee, o sea, prestarme, caer en una provocación, eso es lo que quieren”.
No es la primera ocasión en que decide no asistir a algún lugar con el pretexto de que lo van a atacar y él protege, al no acudir, la investidura presidencial. En 2021 decidió no acudir al Senado de la República a la entrega de la medalla Belisario Domínguez porque una Senadora supuestamente había convocado a atacarlo.
Dedicar tres días a Baja California, donde también se celebrarán comicios electorales locales en el 2024 y a días de que Morena designe candidatos, y no acudir a Guerrero a las colonias damnificadas, a comprobar que su discurso de “no nos fue tan mal” sea una realidad, o que supervise las urgentes obras de limpieza, restauración y atención a damnificados, justificando que no va para que no lo ataquen “provocadores”, da cuenta de un Presidente acostumbrado al halago, a la lisonja, a la alabanza.
Es evidente que al Presidente no le gusta la crítica, pero justificar con ataques provocadores su ausencia de liderazgo en la zona cero del huracán "Otis" está más ligado a la vanidad y la soberbia política de un hombre que no sabe cómo debe responderle a un pueblo necesitado precisamente porque lleva la investidura presidencial.
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