Melvin Cantarell Gamboa
15/11/2022 - 12:05 am
Genealogía del Imperio Americano
“Es importante reconocer que la ética puritana ha determinado y acompañado el desarrollo del capitalismo; pero la frugalidad que permitió su prosperidad, su hábitos y comportamientos tienen por objetivo ideales que se alejan de ciertas prácticas ortodoxas de los primeros cristianos”.
A Erika Moreno
Erika sobre tu pregunta: ¿qué diría hoy Nietzsche de lo que ocurre en el mundo? Es imposible saberlo; sin embargo, podemos construir una perspectiva nietzschiana capaz de dilucidar nuestra actual condición humana.
En principio, Nietzsche nos diría que el asunto no es un problema de visión, sino de poder. Como furibundo crítico de los prejuicios morales, del Estado, del trabajo como manera de disciplinar los instintos libertarios de los hombres, que como pensador denunció la fetichización de la religión y propuso la transvaloración de todos los valores (los valores son los principios mediante los cuales se aprecian los fenómenos); que elogió el espíritu libre; que consideraba que el geneaólogo es aquel filosofa a “martillazos” para derruir los muros de la metafísica, la moral y valores que engendraron el conformismo y las nuevas formas de sumisión; que consideró que la crítica de la ideología y su superación es la realización de la crítica; considero que delinearía un programa terapéutico-cultural, no concebido como reacción, sino como acción capaz de poner en crisis la voluntad de poderío de todos aquellos individuos o naciones que pretendan la dominación, sometimiento o subordinación del otro. Considero que intentar construir una perspectiva nietzscheana sería un excelente ejercicio intelectual.
Entiendo que su pregunta surge de mis dos últimas colaboraciones en SinEmbargo, en las que me ocupo de la guerra en Ucrania y las pretensiones norteamericanas de liderear globalmente el mundo actual; si es así, para este caso propongo el siguiente plan:
Primero, el tema requiere un minucioso esfuerzo de investigación por la cantidad de material que debe consultarse y paciencia; segundo, procurar hacerlo sin significaciones ideales, indefiniciones teológicas ni metafísicas, sino escuchando a la historia; tercero, llevarlo a cabo con pasión y sin perder la oportunidad de reírse de la estupidez humana, como nos recomienda Diógenes de Sinope, que se burló de las solemnidades y la avidez de los poderosos.
Empezaré por definir qué significa genealogía en Nietzsche; dicho concepto quiere decir a la vez valor de origen y origen de los valores; se opone tanto a su carácter absoluto como a su uso utilitario. Según el diccionario de Usos del español de María Moliner, genealogía es también el estudio de los orígenes y el seguimiento de la ascendencia y descendencia de una persona o familia; pero tratándose del nacimiento de un Imperio, en este caso, el de los Estados Unidos, la indagación ha de incluir sus orígenes, formación, valores iniciales, su sentido de las cosas, las fuerzas materiales, espirituales e impulsos que motivan sus actos y, por último, el propósito y significado de su obra, su moral y cuales son en realidad sus verdaderos sentimientos.
Ahora bien, los conceptos de sentido y valor que normalmente se adjudican los países rara vez coincide con aquello que pudiera ser lo mejor para los otros. La perspectiva y proyecto de futuro de los Estados Unidos, normalmente tiende al uso de la fuerza como medio para universalizar su modo de ser, su estilo de vida o su manera de interpretar el mundo. La veracidad de esta afirmación sólo sería real a condición de demostrar, con pruebas documentales, historiográficas, hechos y resultados que esa manera de proceder se corresponda con lo que dicen de sí mismos. En este artículo se trata de argumentar cómo la construcción metafísica e ideológica de los valores que el poderío norteamericano expresa en su voluntad de presentarse como el único modelo de vida digno de imitarse, no guarda correspondencia con lo que ha sucedido en la historia. Aquí seguiremos los rastros que Estados Unidos ha dejado en su biografía como nación.
En mayo de 1607, 107 personas a bordo de tres barcos llegaron a lo que hoy es Jamestown en la costa de Virginia; fueron los primeros colonos anglosajones en el Nuevo mundo; poco más tarde la población aumentó a 500 personas, quienes enfrentaron un ambiente hostil debido a la presencia de tribus locales y las incursiones de barcos españoles; situación a la que hubo que sumar las dificultades para el cultivo de la tierra y la dureza de los inviernos, en especial el de 1609-1610, que provocó la escasez de alimentos y una hambruna a la que sobrevivieron sólo 65 de los pobladores.
En 1620 peregrinos procedentes de Inglaterra (conocidos históricamente como Padres peregrinos), descontentos por el ambiente político religioso de su país, fundan la colonia de Plymouth. En 1625, es fundada, en la isla de Manhattan, hoy Nueva York, una colonia de calvinistas, provenientes de Holanda, traídos a América por la Compañía Neerlandesa de las Indias Occidentales, Pierre Minuit, representante de la empresa, compró el territorio para su asentamiento a los indios lenapes (una de las 564 naciones indígenas que fueron exterminadas o confinadas en reservas) por 25 dólares, tres años después, la isla fue cedida a los ingleses. En 1628 se establecen en la Bahía de Massachusetts una nueva ola de inmigrantes; para 1634, Nueva Inglaterra estaba habitada ya por 10 mil puritanos. Entre esta última fecha y la guerra de independencia también habían llegado a esas colonias 50 mil convictos procedentes de Europa. En los ciento cincuenta años siguientes ingleses, irlandeses, escoceses, galeses, holandeses, esclavos negros y otras minorías, habían configurado 13 colonias con sistemas políticos, constitucionales y legales muy similares. Las principales actividades económicas eran de carácter agrícola, talleres y, principalmente, comerciales. Su creciente poderío los llevó a resistir las demandas del gobierno británico, que capitalizaba en su beneficio el comercio colonial; esta creciente oposición e intercambios en el mercado local fue dando cuerpo a una identidad americana, precursora de la futura independencia de la nación.
Del total de los migrantes dos tercios eran europeos pobres que trabajaban como sirvientes de colonos ricos; el trabajo productivo, la única fuente real de riqueza, lo realizaban esclavos negros, algunos eran utilizados como servidores domésticos.
Por otro lado, la serie de conflictos internacionales que desataron la llamada Guerra de los Siete Años en Europa, en la que participaron Prusia, Reino Unido y su aliado Portugal contra Austria, Francia, Rusia, Suecia-Finlandia y el Imperio Español, para dilucidar el control de Silesia, la supremacía en la India y la división de los territorios de América del Norte termina con el Tratado de París entre Francia, Gran Bretaña y España en que se acuerda que Francia perdía sus posesiones en América en favor del Reino Unido y España entrega a Francia la Luisiana y su capital Nuevo Orleans (Acuerdo de Fontainebleau). Esta arbitraria división del mundo hizo nacer, en las colonias británicas de Norteamérica, un gran sentimiento independentista.
Estas trece colonias contaban, para 1776 (año de la revolución de independencia) con un gobierno local de corte republicano, la esclavitud y el comercio de esclavos era legal, su población se acercaba a los tres millones de habitantes, tenían una economía fuerte, un comercio boyante y ninguna representación en el Parlamento del Reino Unido. La ausencia de derechos y el trato inequitativo de la metrópoli completaban las condiciones materiales y políticas para su Independencia.
Antes de continuar ¿Quiénes eran esos colonos procedentes de Europa? ¿Qué querían? ¿Cómo pensaban? ¿Qué los obligó a migrar? ¿Qué papel jugaron en el desarrollo del capitalismo en América del Norte? ¿Qué fuerza espiritual los animaba y de dónde provenía?
El capitalismo en Europa occidental se desarrolla a partir de la disolución del feudalismo y el declive del absolutismo. El crecimiento de la economía basada primero en los talleres y, más tarde, en las fábricas catapultaron el crecimiento económico y el despliegue ideológico del espíritu burgués. Lo característico de esta transición, que resulta extraordinariamente importante por la forma social que adopta, es que el proceso se halla vinculado al movimiento religioso de la Reforma, cuyos creadores e impulsores fueron Martín Lutero en Alemania y el teólogo francés Juan Calvino. Las ideas de Lutero, teólogo, filósofo y fraile de la orden de san Agustín, predominaron principalmente en Alemania. Lutero no era un doctrinario, sino un moralista enemigo declarado de los abusos eclesiásticos del papado. Acusó a la Iglesia Romana de disipación moral y corrupción, rechazaba la autoridad del Papa y proponía el regreso a la espiritualidad del cristianismo primitivo; creía que el único camino para obtener la salvación y la unión con Cristo es la fe. Sus propuestas de reforma inspiraron la guerra de los campesinos alemanes (1524-1525), conocida también como “revolución del hombre común”, encabezada por Thomas Münzer, el conflicto, apoyado en su inicio por Lutero, contó también con aprobación de la nobleza mientras se combatió a la Iglesia católica, cuando lo sublevados afectaron las propiedades de los aristócratas, el fraile agustino tomó partido por estos últimos, traicionando de esta manera a los insurrectos plebeyos a quienes pidió someterse al absolutismo de los monarcas germanos. La derrota campesina retrasó por años el desarrollo económico, social y cultural de Alemania.
En contra parte, la fe calvinista, que predominó principalmente en Holanda e Inglaterra, fue la fuerza propulsora de dos de las más importantes revoluciones del naciente liberalismo burgués; la primera en los Países Bajos, que se independizaron de España para convertirse en Repúblicas y, la otra en Inglaterra donde se extinguieron los privilegios medievales para imponer la propiedad burguesa y sus derechos a una economía moderna de tipo artesanal. Más tarde, este calvinismo moverá los corazones de los independentistas norteamericanos.
Entre los colonos holandeses y anglosajones del Nuevo Mundo fue la doctrina de Juan Calvino, teólogo y filósofo francés, y uno de los gestores de la Reforma Protestante, la que con mayor fuerza influyó entre los intelectuales puritanos de las trece colonias americanas quienes destacaron por su carácter, erudición y elocuencia; sus ideas fueran decisivas en el origen de la Revolución de Independencia de los Estados Unidos.
Los preceptos, fundamentos, principios y rupturas de Calvino con el cristianismo católico proceden de las enseñanzas y la doctrina de Lutero, quien a su vez se basan en la teología de San Agustín de Hipona. Tanto Lutero como Calvino se inspiraron en el humanismo cristiano e hicieron una interpretación diferente de la Biblia, libro sagrado de los judíos adoptado por los católicos. Es así que la Biblia de Ginebra que acompañó en su viaje trasatlántico a los peregrinos del Mayflower, quienes desembarcaron el 6 de septiembre de 1620 en las costas de Massachusetts, era la versión al inglés que hicieron Juan Calvino y el predicador protestante escoses John Knox, fraile agustino.
La versión del Libro Sagrado traducido por Calvino, con notas al margen, plasma su talante pragmático, pues además de obedecer a la actitud celosa del reformismo, para el que la verdad le pertenece por entero a la voluntad divina, fundamenta la inerrancia e infalibilidad del mensaje divino, lo que da a su movimiento rasgos conservadores y lo conducen fácilmente a posiciones radicales; de ahí que cuando la Norteamérica actual reclama el liderazgo mundial y la sumisión general, sus declaraciones no deben tomarse a la ligera porque imaginan estar cumpliendo con el “plan de Dios”, proyecto al que no pueden renunciar como nación al servicio de Cristo.
Pero, ¿en qué momento se originó esta fantasía? Su creador fue San Agustín (354-430) que neurotizó y distorsionó la civilización cristiana de Occidente con su metafísica de la predestinación, que constituye el sistema más abismal de producir terror que conoce la historia de las religiones; montada sobre el axioma de que sólo muy pocos serán salvados, mientras que la mayoría será arrojada merecidamente al fuego del infierno junto con el montón de depravados que no se sometieron al evangelio; a esta idea hay que sumar también la angustia que produce su idea del pecado original o pecado de Adán: “Por un hombre entró el pecado en el mundo y, por el pecado la muerte; y así la muerte alcanzó a todos los hombre, pues todos los hombres pecaron” (F. P. Astor-Ramos. Para mí, vivir es Cristo; citando a Pablo). “Sentencias de dimensiones siniestras, escribe Peter Sloterdijk en su libro Celo de Dios (Siruela, 2011). Y agrega, todas las grandes religiones participan de una economía general de la crueldad, pero, la apuesta de Agustín es que el miedo al fuego eterno impulse a los creyentes a asumir voluntariamente la ascesis de prácticas y reglas encaminadas a la liberación del espíritu y el logro de la virtud; una forma de fascismo del bien que se transforma en el imaginario de los norteamericanos como una misión universal que, a lo largo de su historia como nación ha llevado a los “americanos” a cometer extremos y atroces.
Es importante reconocer que la ética puritana ha determinado y acompañado el desarrollo del capitalismo; pero la frugalidad que permitió su prosperidad, su hábitos y comportamientos tienen por objetivo ideales que se alejan de ciertas prácticas ortodoxas de los primeros cristianos. Volvamos brevemente a San Agustín, para él, no se llega a Dios más que por la caridad y el amor al prójimo, en el juicio final los seres humanos serán juzgados por sus obras, mediante la fe sólo se espera entender. Por el contrario, en el calvinismo sólo destaca la fe; pues desde el principio de la creación, Dios ha escogido a los suyos y predestinado ya quien se salvará y quien será condenado; no importa lo que el creyente haga o deje de hacer; Dios que conoce el pasado, el presente y el futuro de todo y de todos ha determinado el destino de las criaturas y de todo lo que sucede en la tierra. Por lo tanto, los calvinistas que se rigen por el “plan de Dios” saben que sólo la fe los salvará y ninguna otra cosa que hagan puede conducir a los hombres y a sus familias a ser como Dios y a vivir en su presencia eternamente.
Este sometimiento total al evangelio de inspiración agustiniana, en rigor, “predica sólo servilismo y sometimiento y favorece demasiado la tiranía, tanto que ésta no debería intentar siempre sacar provecho de ello” (Alfred N. Whitehead. Como surge la religión) o como afirma Leo Baeck: esta dinámica religiosa tiene consecuencias espirituales que impela a quien la practica a desembocar en un fascismo del bien. Lamentablemente para el mundo, las doctrinas religiosas que dominan las creencias del hombre común en Norteamérica y la voluntad de poder de sus gobiernos dieron lugar a la matriz supremacista que va a delinear las relaciones de los Estados Unidos con el resto del mundo a lo largo de su historia (continuará).
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