A los rarámuri se les conoce como los que caminan bien, los que cuidan a los demás a través de sus pasos. Para adentrarse a su cosmovisión, tenemos que olvidar lo material de los objetos, es decir, lo que se ve a simple vista; en el ritual de los rarámuri Owirúame (el que cura) pasa un cuchillo y corta el aire donde se encuentran estos hilos para después dar inicio a la caminata de las personas que se quedan y también a la caminata del que ha muerto, pero hacia el mundo de los nombres (riwigach).
Ciudad de México, 15 de noviembre (SinEmbargo).- Tratar de comprender la visión de los Tarahumaras no parece ser un tarea sencilla. Para ello tenemos que olvidar, o dejar de lado, un tema social, cultural y, sobre todo, humano, la muerte. Para nosotros, o en su mayoría, las pérdidas humanas siguen un desarrollo por principio doloroso, un duelo que aún no alcanza el nombre, que no se puede argumentar. Pero para los tarahumaras, o los rarámuri, el fallecimiento de sus seres queridos conduce a un ritual en el cual el hilo que une aquella relación se cortará para evitar que aquellas personas generen enfermedades. También, para adentrarnos a esta cosmovisión, tenemos que olvidar lo material de los objetos, es decir, lo que se ve a simple vista; en el ritual de los rarámuri Owirúame (el que cura) pasa un cuchillo y corta el aire donde se encuentran estos hilos para después dar inicio a la caminata de las personas que se quedan y también a la caminata del que ha muerto, pero hacia el mundo de los nombres (riwigach). Artes de México devela algunos de estos recorridos en su revista Tarahumaras. El camino, el hilo, la palabra.
A los rarámuri se les conoce como los que caminan bien, los que cuidan a los demás a través de sus pasos. En los fragmentos que nos comparte Carl Lumholtz en “Al inicio del camino. Palabras antiguas de los rarámuri”, descubrimos que desde un comienzo los pasos fueron esenciales para construir la realidad de los tarahumaras: Al principio su mundo se mantuvo en la oscuridad, el Sol (Onorúame) le quitaba las pulgas a la luna (Eyerúame) y ambos vestían con hojas de palma. Ambos carecían de luz y vivían en una cueva a lo alto, mientras los rarámuri se tomaban de los brazos para trazar una senda y no tropezar. Entre ellos se cuidaban el paso sigiloso hasta que, de un momento a otro, alcanzaron a llegar a la cueva donde sorprendieron al sol y a la luna. Para curarlos les frotaron tesgüino (que en náhuatl significa latido del corazón) y estos comenzaron a brillar. Los dos astros subieron a una altura considerable y los rarámuri pudieron observar todas las huellas que habían trazado.
Se le llama Eyénama a la acción de caminar. Los tarahumaras sostienen la idea de que para habitar la tierra primero se tiene que aplanar con los pies. Pero también, como comenté anteriormente, para habitar se tiene que cortar el hilo que los une con el mundo no perceptible, con el mundo de los antepasados donde se encuentran todas las almas. Cuando alguien fallece se le tiene que preparar para su andar solitario. Hay que pedirle que recoja todos sus pedazos que dejó en la tierra y sus huellas para que no regrese, para que no se vuelva una enfermedad o un dolor para quienes se quedan. Abel Rodríguez López en su texto “Los rimuká, hilos de vida y muerte”, señala que los rarámuri están atados a estos hilos invisibles, nombrados rimuká, por los cuales tienen el don de soñar, pues el término ramuká procede del verbo rimuma: soñar. Cuando los rarámuri hablan de este estado lo mencionan como un soñar sombras donde el cuerpo se siente ligero como el aire. Los sueños pueden llegar a generar padecimientos, una persona puede despertar triste porque sueña con los familiares fallecidos y es necesario volver a hacer el corte del rimuká.
En el estado onírico existen las caminatas celestes en las que el alma escapa un rato del cuerpo para andar por los caminos que la persona ha recorrido con anterioridad. Cuando la persona despierta alicaída o enferma se busca al Owirúame para narrarle los caminos con los que sueña y así poder encontrar su alma y traerla de regreso al cuerpo y alejarla, de momento, del mundo no perceptible. El corte de los hilos no sólo se hacen una vez, tienen que hacerse constantemente ya que estos se vuelven a generar porque los rarámuri, al estar en la tierra, están enlazados al sitio del que proceden, el arriba.
Para adentrarnos entonces a esta realidad, tenemos también que humanizar todo cuanto existe entre los tarahumaras. Las personas no son las única que tienen estos hilos que las enlazan con el arriba, sino que también los tienen las plantas, los animales, los objetos. Los mismos astros tienen rimukás puesto que tienen propiedades humanas y por lo tanto también sueñan. Se podría decir en todo caso que la luna sueña con sus familiares fallecidos y, dentro de esta cosmogonía, podríamos imaginar que tanto el Sol como la Luna al morir tienen que hacer una caminata a la inversa, recoger todo lo que esparcieron por el mundo, para ir al mundo de las almas, al mundo de los nombres.