Conversar con Griselda Triana es recordar de primera mano al periodista Javier Valdez, asesinado el 15 de mayo de 2017 en la colonia Jorge Almada de su ciudad natal al dirigirse a Ríodoce, su periódico. Este jueves se inaugura una biblioteca en la Casa Refugio Citlaltépetl, en la Colonia Condesa.
Ciudad de México, 15 de noviembre (SinEmbargo).- Aún recuerdo sus nervios cuando había salido elegido por la revista Quién en el 2012, entre “Los 50 Personajes que Mueven a México”.
Tenía que ponerse un esmoquin, pero estaba tan feliz. Hace apenas un poco más de un año que murió asesinado, a los 50 años, luego haberse realizado algunos estudios médicos y los dos, Griselda y él, contentos por los buenos resultados obtenidos.
Hoy se inaugura la Biblioteca Javier Valdez, asesinado el 15 de mayo de 2017 en la colonia Jorge Almada de su ciudad natal al dirigirse a Ríodoce, su periódico.
Esta es la primera vez que le hago una entrevista a Griselda, que vive lejos de la Casa Refugio donde me da la nota. La viene a buscar su hijo Francisco, que desperdició la beca que le dieron para estudiar en la Ibero, porque él quiere estudiar Derecho en la UNAM (estudiaba Relaciones Internacionales). Uso la primera persona porque es una entrevista a flor de piel, esas que nunca queremos hacer, porque se nos nota nuestro estado de ánimo, porque tenemos que hacer esfuerzos para no llorar, en un momento donde todo es llanto, donde nadie se explica cómo tenemos que aceptar un destino así, tan endiablado y que podría haberse evitado.
–Desde que asesinaron a Javier Valdez no hablaba contigo. Te vi en la conferencia de Random House, él era amigo de todos…
–Sí, lo pienso así porque ahora lo veo. Todas las expresiones no nada más de indignación, sino también de admiración que le tenían como periodista, al escritor o al amigo. Yo hace muchos años entendí que Javier era de todos. Es mi compañero, pero él era de todos. Ninguna persona es propiedad de la otra, él era propiedad de toda la gente que lo rodeaba porque lo conocieron personalmente o porque lo conocieron por las redes sociales o lo admiraron por lo que escribía, por lo que publicaba. Era muy generoso en todos los aspectos, en cuanto a la amistad que manifestaba no escatimaba nada.
–Antes de que lo asesinaran yo había hablado con él y estaba muy preocupado en cómo hacer un estilo de su trabajo. Quería a todas luces ser escritor, más allá del narco…
–Javier llegó a publicar sus libros no porque él lo haya pretendido ni lo haya buscado. Su primer libro, que se llama Azoteas y olvidos, se lo publicó el Ayuntamiento de Culiacán en el 2006. Eran crónicas urbanas de Culiacán, la ciudad en donde nació, donde creció y donde lo asesinaron. Surgían de la observación que él hacía sobre el entorno, de los personajes que deambulan por la ciudad, los ríos, siento que ahí empezó Javier a desarrollarse como cronista. Ya después de su trabajo en televisión, él sentía que lo limitaba mucho porque había muchas cosas por escribir. Haberse ido a trabajar al Noroeste, después a fundar RíoDoce, a partir de ese momento tuvo total libertad para escribir todo aquello que tenía guardado. Sabía que detrás de cada denuncia pública que se hace para un diario, donde las notas son muy breves, había muchas cosas para publicar. Eso lo fue llevando a hacer otro tipo de periodismo que no le permitía hacer un diario. Entonces fundar RíoDoce fue donde tuvo total libertad para escribir sobre todo aquello que quería. Ahora las cosas han cambiado en RíoDoce, siempre hablaban de esa línea tan delgada de que si la traspasas te matan. Así se la jugó Javier.
–¿Qué pasaron los días previos al asesinato?
–Fueron dos meses tremendos, semanas muy estresantes. Javier siempre padecía de insomnio, escribir sobre los temas que hacía no era fácil, te vas a tu casa y no te puedes deshacer de las historias que tratas. Sobre todo cuando hablas de las víctimas que hay en este país. Tenía un problema crónico de sinusitis. Javier, unas semanas antes, le habían detectado unos nódulos en la tiroides, le hicieron una biopsia, tenía algunos problemas de salud que afortunadamente no resultaron graves. A eso súmale la presión de su trabajo. Cuando les piden que no circule esa edición de la entrevista con Dámaso (Griselda se refiere aquí al narcotraficante Dámaso López, actualmente extraditado a los Estados Unidos), el periódico estaba impreso, la delincuencia criminal fue comprando todos los ejemplares que encontraron en los puestos, pero finalmente se publicó en la página de RioDoce, en algunos municipios sí llegó a circular, así que hubo mucha preocupación. En algún momento se manejó la posibilidad de que Javier se saliera de Culiacán. Javier platicó con los directivos de La Jornada y contó cuál era su situación, para esto Carlos Lauría, del CPJ (Committee to Protect Journalists), ya estaba enterado y buscaba las opciones para que él se fuera lo más pronto posible. Se le ofrecieron dos opciones, todo era cuestión de que él hubiera dicho sí, pero él no quiso irse. Lo importante era que él se fuera. Nosotros, la familia, no éramos el pretexto para que él se salvara.
–¿Cómo fue que te avisaron del asesinato?
–Ese día Javier se fue más tarde de lo normal. Volvió porque había olvidado sus lentes. Regresó. Se volvió a ir. Estaba yo a las once en mi oficina cuando me habló para preguntarme si había hecho comida. Le dije que no. Que él había quedado en traer algo. Y me dijo: “Sí, claro, llevo un pollo”. A los pocos minutos, me habla Ismael Bojórquez [periodista de RíoDoce] y me preguntó dónde estaba, lo escuché muy alterado y me dijo: “Griselda, atacaron a Javier”. Yo le dije: “¿Qué?; hace un ratito habló conmigo” y le colgué. Al ratito lo llamé pero él no me atendió, me atendió otro periodista y pregunté dónde estaba y me dijo: “A la vuelta del periódico”. No había ambulancia cuando yo llegué, estaban las cintas amarillas cuando llegué. Ahí me di cuenta de que estaba muerto. Mientras iba a su encuentro, yo le marcaba una y otra vez a su celular…
–¿Cómo hiciste para salir adelante?
–No he salido adelante. Es difícil, pero intento hacer cosas, intento y trabajo conmigo para sostener a mis hijos. Mi hija está casada, tiene a su compañero pero no tiene a su papá. Estamos vivos pero separados, la vida nos cambió por completo.
–¿Qué piensas del periodismo?
–Lo último que le hubiera pedido a Javier era que dejara de escribir, sí es cierto que le pedía que escribiera sobre otros temas. Que hiciera una novela policial. Ya no trates esos temas. Es el momento de que escribas otras cosas. Javier y yo fuimos reporteros, comenzamos así, prácticamente juntos.
–¿Alguna vez lo viste a Enrique Peña Nieto?
–Nunca. Ni me interesa.
–Hoy se inaugura la Biblioteca Javier Valdez.
–Tenía una preocupación qué iba a pasar con los libros de Javier Valdez. La que era nuestra casa está semiabandonada. Cuando me vine con mi hijo en enero, me preocupaba su espacio, su biblioteca, que iba a pasar con sus libros, con sus cosas. Una vez platicando con la gente de Casa Refugio sobre los libros de Javier, ellos me dijeron: “Griselda, aquí. Es un espacio que ponemos a tu disposición”. Así fue como surgió. Te soy sincera: no me traje todos los que hubiera querido, porque no es fácil desprenderse de las cosas que Javier amó. Cuando lo revisaba, decía: “Este libro sí lo llevamos, pero este no, éste tampoco…”. Todos tienen un significado muy especial. Por ejemplo, todos los libros de Charles Bukowski, tardamos en comprarlos, lo compramos en cuotas, eran libros carísimos, no me pude deshacer de ellos. Me traje alrededor de 400 libros. Es un proceso que no es fácil, pero que sí quiero compartir, porque él era muy generoso. Este será un espacio donde podrán a venir a hacer notas, a leer pausadamente; he contado con el apoyo de Eduardo Vázquez, de María Cortina, para que este nuevo espacio no sea tan formal como la mayoría de las bibliotecas. No, será un memorial, un lugar de encuentro de colegas, cada uno de los cuales podrá también donar un libro dedicado a Javier, que formará parte de la biblioteca.