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Julieta Cardona

15/10/2016 - 12:04 am

Sembrar papas y calabazas

Crecí sin poner atención a la siembra. Este sistema culero y controlador menosprecia a los campesinos, a los granos, al cultivo, al color verde. Aplasta el deseo de ver vida saliendo por la tierra. Aplasta el deseo del que quiera arar con las manos. Condena a quienes vierten semillas y cantos sobre suelo fértil. La […]

el libro de texto y las monografías sentencian las diferencias entre el campo y la ciudad. Foto: Especial.
el libro de texto y las monografías sentencian las diferencias entre el campo y la ciudad. Foto: Google.

Crecí sin poner atención a la siembra. Este sistema culero y controlador menosprecia a los campesinos, a los granos, al cultivo, al color verde. Aplasta el deseo de ver vida saliendo por la tierra. Aplasta el deseo del que quiera arar con las manos. Condena a quienes vierten semillas y cantos sobre suelo fértil.

La escuela como institución y brazo legítimo del sistema engorda esta idea: el libro de texto y las monografías sentencian las diferencias entre el campo y la ciudad (ver links insertados). Los que viven en el campo son pobres, analfabetas, hediondos, beben leche directo de la ubre de la vaca y visten sombreros de paja. Los que viven en la ciudad usan traje, se bañan con agua caliente, son profesionistas y gastan su dinero en perfumes y leche deslactosada light.

En el salón de clases nadie quiere ser pobre. Nadie quiere corretear pollos y cabras. Nadie quiere trabajar una pala para quitar la hierba mala. Nadie quiere caminar kilómetros para conseguir agua. En el campo no se maquillan ni se peinan y en el salón de clases nadie quiere ser una fodonga incivilizada. Vivir en el campo es ser marginado y nadie quiere ser un marginado.

Nos convencieron de que acosar a la banda por teléfono para venderle préstamos de 30 mil pesos –a 49 cómodos pagos de mil 999 pesos con una tasa del 13%, la mejor del mercado–, es mejor. Nos convencieron de que olor del escape de un vehículo es mejor que el de un granero porque petróleo quemado es sinónimo de progreso. Nos convencieron de que el éxito es un coche caro, ropa de diseñador, el iPhone más nuevo, la selfie en un yate atrancado en la costa de Miami. Nos convencieron de que competir es sano y que tener más el otro está bien. Nos convencieron de que ser mediocre es no desear, pues, ese éxito.

Nos convencieron de que existen fronteras. Nos metieron, durísimo, la idea de que existe un límite, banderas del mundo, guerras ganadas, estratos sociales, colores de piel, himnos nacionales. La división entre el campo y la ciudad. Y les creímos. Me queda, sin embargo, trabajar para ser digna de esta tierra. Quiero, con mis manos, estar bien cerquita de la vida: sembrar papas y calabazas.

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