María Rivera
15/08/2024 - 12:01 am
X
"Hoy me pregunto, muy seriamente, cuál es el sentido de participar en la red, salvo para leer información periodística valiosa y algunas cuentas que logran abstraerse de los dimes y diretes que allí campean o los linchamientos virtuales que de divertidos no tienen nada".
Le pido una disculpa, querido lector. La semana pasada no pude publicar esta columna por un problema en la mano derecha. Afortunadamente, parece que ya estoy bien. Estos días en que no he escrito nada he estado pensando mucho en las redes sociales, especialmente en X. Me permito, pues hacer la siguiente reflexión.
Hace muchos años que me mudé a esa red, desde Facebook. Al principio, Twitter me parecía una red tóxica. Vista desde afuera, la red social me parecía que guardaba todas las fallas posibles; era un espacio narcisista donde los participantes eran seguidores o seguidos, creado para la exhibición personal, el monólogo. Todo me parecía ridículo, hasta el espacio tan breve para escribir que no daba para ninguna charla y mucho menos para un debate cordial, cosas que, según yo, sucedían mejor en un espacio como Facebook donde las personas pueden explayarse tanto como quieran en igualdad de circunstancias, como “amigos”. Otra característica era el tono general que los miembros guardaban en una red donde abundan los alias y no las verdaderas identidades posibilitando ataques y difamaciones impunes.
Entre las cosas positivas encontraba yo la rapidez y agilidad en la información, un fenómeno impresionante, a decir verdad y que se lleva de calle a Facebook. La naturaleza pública de las cuentas vuelve posible que el mundo entero esté interconectado en segundos. Fue este el gancho que me retuvo en X. Luego, uno se va acostumbrando a la velocidad vertiginosa de los tuits y su naturaleza perpetua: siempre que una entra la red se está moviendo. Llevo en ella ya muchos años, pero desde hace ya bastante la red se ha vuelto especialmente violenta: entre los trolls y los bots, las campañas creadas, la lucha política y la desinhibición, se me ha vuelto menos tolerable. Estoy segura que si las personas se encontraran personalmente serían incapaces de relacionarse como lo hacen en X, entre acusaciones y descalificaciones, sobre todo los mexicanos, que somos muy poco discutidores y cuidamos las formas en nuestras relaciones sociales.
Y no es que las personas que están en X sean especialmente violentas o agresivas, es lo que la red produce en quienes se suman a ella, aparte del fenómeno de las cuentas pagadas. La red misma promueve esos comportamientos, funciona como una válvula de escape para que la gente diga lo que no diría en su vida diaria, se comporte como no se comportaría con otros en persona, y genera agresividad y violencia: el poquísimo espacio de los tuits orilla a respuestas tajantes y groseras. Además, la red es un espacio realmente público y a menos que uno tenga cerrada la cuenta, cualquiera puede interactuar con uno, ya sea de manera directa o indirecta a través de los tuits. Es un fenómeno sociológico y es difícil agotarlo en unas líneas, querido lector.
Quizás, lo más notable es la rabia. A veces, me cuesta trabajo distinguir si el clima de polarización política es meramente un fenómeno de las redes, o es un fenómeno social extendido. Estos días que estuve fuera de la red, le comentaba, al volver lo noté con más intensidad. El nivel de violencia, de agresividad, de mentiras y fake news abruma, realmente. Es imposible para mí ya no notarlo. Sobre todo, que en esa red es imposible tener un debate de ideas, respetuoso. Se pasean por X furiosas bandas (organizadas y desorganizadas) dando golpes y patadas a cualquiera que no opine como ellas, o cualquiera que ose escribir un punto de vista personal. Y sí, es una paradoja, querido lector, porque al menos en teoría, las redes sociales y especialmente X se presentaba como un espacio de libertad. En realidad es, más que un foro, una jungla donde se expresan los peores comportamientos y donde la gente tiene que estarse cuidando de lo que dice y piensa, si no quiere ser atacado por cualquiera que vaya pasando. Vamos, la red puede ser un espacio de información y difusión, pero está lejos de ser cómoda: cualquiera puede ser sacado de contexto maliciosamente con tuits escritos hace diez años, por ejemplo. El famoso “siempre hay un tuit”.
Esto me pareció o lo recordé las semanas recientes a razón de los juegos olímpicos y los debates que se suscitaron; por la inauguración (que a mí me pareció espectacular) o por el debate de la seguridad de las mujeres en los deportes olímpicos, como el box. Troleos, bajezas, difamaciones son las mismas prácticas con el debate que sea, las elecciones, los candidatos, todo.
Hoy me pregunto, muy seriamente, cuál es el sentido de participar en la red, salvo para leer información periodística valiosa y algunas cuentas que logran abstraerse de los dimes y diretes que allí campean o los linchamientos virtuales que de divertidos no tienen nada. No sé si usted esté en X, antes Twitter, querido lector, y si coincida o no conmigo. Tal vez, deba darse unas vacaciones de la red, se sorprenderá cuando la vea con nuevos ojos.
Ahora pienso, como alguna vez pensé de Facebook, que las únicas charlas y debates interesantes que me gustaría sostener son estrictamente presenciales: cara a cara, con un vasito de agua y de preferencia ninguna cámara o teléfono celular cerca. Como quien dice, voy hacia al pasado, saliendo de lo que alguna vez conocimos como la revolución del futuro.
O será la edad, querido lector, que ha hecho que me aburra ante los zipizapes, las consignas, las turbas sentenciosas, las noticias falsas. Sobre todo, de la idea de la perpetuidad, el registro policiaco de nuestros pasos y nuestras opiniones banales. Ahora creo que, en realidad, a los debates y a las charlas debería sepultarlos el olvido. No somos, afortunadamente, tan importantes ¿no cree?
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