De acuerdo con testimonios de mineros, las paredes ya estaban húmedas dos días antes de la inundación. Aun así, los mineros recibieron la orden de continuar excavando. Por sí misma, la Región Carbonífera es de riesgo de inundación, advierten especialistas, pues debajo del suelo corren ríos y túneles; la región promedia un siniestro fatal cada año desde 1889.
Por Paloma Gatica y Francisco Rodríguez
Sabinas, 15 de agosto (Vanguardia).– Dos días antes, el lunes 1 de agosto, trabajadores de la mina alertaron de las filtraciones a los encargados del pocito. A pesar de la advertencia, los trabajos continuaron hasta que el miércoles 3 de agosto, la humedad de las paredes dio paso al agua embravecida que inundó de la mina de Agujita, en Sabinas, Coahuila, y atrapó a 10 mineros.
La Secretaría de Economía informó que en enero fue cuando la empresa Cía. Minera El Pinabete inició operación en el predio de Las Conchitas, donde están la excavación inundada y las operaciones de rescate.
Pero no hay datos de inspecciones a la mina en estos meses por parte de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social (STPS), una dependencia que únicamente cuenta con 9 inspectores para todo Coahuila y todas las industrias, en un territorio en el que la minería tiene concesionado el 7 por ciento de superficie del estado, es decir, un millón 36 mil hectáreas, según datos de la Secretaría de Economía.
HACE 4 AÑOS, LA CNDH LO ADVIRTIÓ
En 2018, la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) emitió la recomendación 62/2018 por diversas violaciones por la explotación de carbón mineral en Sabinas, particularmente por casos en los poblados de Agujita y Cloete.
En la recomendación se expuso un “importante” número de centros extractivos dentro de lotes de concesiones canceladas o sin títulos, así como lotes mineros que están en poblados, áreas naturales protegidas y, además, cuerpos hídricos incorporados al régimen de aguas nacionales.
No importó la recomendación. La empresa “El Pinabete” metió trabajadores a una profundidad de 65 metros a extraer carbón en un pocito empalmado con una mina abandonada e inundada desde hace al menos 30 años.
Entonces ocurrió lo que tenía que pasar cuando no hay estudios y barrenaciones como lo marcan las normas 023 y 032 de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social: se rompió una pared y a los pocitos entró el agua de la mina contigua.
Hace un año, en la tragedia de Rancherías en Múzquiz donde fallecieron siete mineros, los trabajadores se toparon con una mina a cielo abierto abandonada de hace 50 años. Y ocurrió lo mismo.
La Organización Familia Pasta de Conchos informó que, desde 2006, cuando murieron 65 mineros en Pasta de Conchos, han muerto 80 mineros más en pozos y cuevas en concesiones que se han otorgado sobre minados viejos.
MINAS ABANDONADAS TIENEN QUE RELLENARSE: ESPECIALISTA
Christian Lucas Rodríguez, ingeniero geofísico y maestro en geología aplicada, explica que, por normativa, después del abandono de cualquier mina se tienen que rellenar los socavones.
Sin embargo, reconoce que mucha minería pequeña no cuenta con los recursos necesarios para hacerlo y las minas terminan inundadas.
Las minas inundadas, si no se rellenan, terminan como depósitos de almacenamiento.
“La supervisión y el cumplimiento de la normativa es para minimizar el riesgo”, menciona Rodríguez.
El especialista detalla que, como cualquier zona minera, la Carbonífera tiene gran cantidad de túneles y galerías en el subsuelo y que, por ello el Servicio Geológico Mexicano (SGM) debe tener los croquis, planos e información geofísica que sirva de antecedentes.
Información que, dice, no suelen tener los mineros, a pesar de que la norma 023 refiere que lo lugares de riesgo señalados en los planos de localización de las zonas de acumulación de agua cercanas a las áreas de explotación, se deberán dar a conocer a los trabajadores.
La realidad es que no existen datos públicos de cuántas minas inactivas existan en la zona. Y eso es un problema si no se cumple con disposiciones normativas para detectar riesgos de inundaciones como realizar estudios hidrológicos, geotécnicos, topográficos y geológicos.
ROMPER PACTO DE IMPUNIDAD, CLAMAN FAMILIAS
Cristina Auerbach critica que si en verdad el Gobierno quisiera tomar medidas de no repetición como se comprometió a partir de la tragedia Pasta de Conchos, debería cancelar todos los títulos de concesión empalmados en minados viejos y romper el pacto de impunidad con los empresarios del carbón.
La activista y directora de la Organización Familia Pasta de Conchos cuestiona por qué después de tantos años y tanto muerto, no se han cancelado los títulos sobrepuestos.
Porque los pocitos como el de la más reciente tragedia, son tiros verticales en donde los mineros sacan las migajas de lo que quedó de los grandes banquetes del siglo pasado, comenta Auerbach.
“Esta mina donde colindó Pinabete, era de Sidermex de los años 80. Desde entonces está abandonada”, comenta.
Auerbach dice que mientras sigan operando estas concesiones en áreas minadas, seguirán pasando las tragedias.
“No se ha castigado a nadie. No importa si son los de Pasta de Conchos de Fox, los de Calderón, los de Peña, los de Rancherías. No importa si es el PAN, es el PRI o Morena. El resultado es el mismo: los muertos los ponen los mineros y la riqueza se la quedan unos cuantos”, señala Auerbach.
RESCATÓ A OTROS MINEROS Y LUEGO DESAPARECIÓ EN EL AGUA
Jaime tiene 45 años de experiencia como minero, es la tercera generación de mineros de su familia. Se había jubilado hace poco, pero decidió trabajar en los pocitos para mantenerse activo y continuar con la misma solvencia económica. Hace 16 años en Pasta de Conchos murió su primo Gil Rico Montelongo, minero de toda la vida.
Las manos de Jaime Montelongo Pérez están ásperas y la mayoría del tiempo tienen raspones, dice su esposa María Elena, quien lo espera en la zona cero en la mina “El Pinabete”, después de que quedó atrapado junto a nueve de sus compañeros el pasado miércoles 3 de agosto.
Entre los mineros de la región reza un dicho: “mineros salvan mineros”, Jaime sabe bien el significado de esa frase, dice su familia y piensan que por eso el hombre ayudó a dos trabajadores a salir del pozo minutos después del colapso.
Lo que cuentan sus compañeros que sí alcanzaron a salir es que: “el agua ya me llegaba a la cintura y a pesar de que le gritamos que subiera al bote se regresó para buscar a los otros que estaban abajo para sacarlos, pero ya no salió”.
Jaime ya se había jubilado, pero a sus 61 años bajaba a los pocitos “para completar el gasto y mantenerse ocupado, porque es inquieto, un hombre que trabaja en esto desde los 14 años, por eso no puedo creer que esté ahí atrapado”, reitera su esposa María Elena.
Su esposa dice que a su edad, ya con sus tres hijos grandes y trabajando, el trabajo más que un sustento, era un pretexto para mantenerse activo y no perder el tiempo en el ocio. “En Sabinas es la forma de ganarse la vida”, asegura María Elena.
Por este trabajo, Jaime percibía un sueldo de casi 200 pesos por tonelada de carbón, 180 para ser exactos y en un día podían hacer entre seis y diez toneladas dependiendo del expertis, las ganas de cada quien de trabajar, pero sobre todo la necesidad de cada uno. En “El Pinabete”, se pagaba mejor que en cualquier otro pozo de la región la tonelada, en otros pozos se paga a 120 pesos.
Asegura que su marido sabe muchas cosas, que heredó esos conocimientos de su padre los conocidos generales y sus 45 años de experiencia, le permitieron ser un minero destacado y formador de generaciones en la región, valiéndole el cariño y respeto de la comunidad de Agujita.
Igual que a Jaime lo enseñó su padre, él enseñó a sus dos hijos, Epigmenio Montelongo Chávez y a Jaime Emmanuel Montelongo Chávez a trabajar el carbón, a ganarse el pan con su esfuerzo y a enfrentar la vida con responsabilidad.
Epigmenio, de 32 años, hijo del señor Jaime, acudió en busca de empleo momentos antes de la inundación, un día antes pero no lo obtuvo. Ese mismo miércoles, regresó para intentar una vez más conseguir sin obtenerlo, minutos después de retirarse Epigmenio regresó a la mina para ayudar con las labores de rescate de su padre.
“Solo Dios sabe porque no le dieron el trabajo el día anterior a mi hijo, si no se hubieran quedado mi hijo y mi esposo. Un día antes mi hijo no encontró al encargado, un día antes y vino al siguiente día. Mi hijo tenía quince minutos de haberse retirado de aquí cuando recibió la noticia de su papá”, dice apesarada María Elena, y recuerda que esta no es la primera ocasión en que la familia pasa por un capítulo amargo relacionado con las minas de carbón.
Hace 16 años en Pasta de Conchos la historia era similar, solo que Jaime y su familia apoyaban a sus primos Rico Montelongo. En aquella ocasión, fueron 65 los mineros que quedaron atrapados en la mina por una explosión debido al acumulamiento de gases, en el municipio de Nueva Rosita, a poco menos de 15 kilómetros de donde se ubica “El Pinabete”.
Entre los mineros atrapados estaba su primo Gil Rico Montelongo, quien al igual que Jaime se había dedicado toda la vida a la extracción del carbón en minas y pozos. Por eso dice la familia Rico que no es lo duro, sino lo tupido, pues las muertes y accidentes de mineros son constantes, pero no todas son mediáticas.
“A veces uno, o dos. El último así de muchos fue hace tiempo. Hace dos meses se murió uno, pero la gente ya hasta está curada de espanto, pero pesa mucho, es una angustia diaria”, dice la familia Rico Montelongo y agrega que “son pozos sin nombre a la brava. De estos hay uno cada tanto, pero no tienen permisos, no hay seguridad, ni tienen Seguro, pero tampoco hay mucho trabajo” señalan los familiares de Jaime.
BAJEN EL BOTE PORQUE VIENE EL AGUA
El agua estancada en una mina abandonada ya anunciaba su peligro con filtraciones que humedecían algunas zonas. Sólo fue cuestión de que las perforaciones le abrieran paso a su fuerza y arrollara a los mineros que, desprotegidos, se ganan la vida.
Dentro de las entrañas de la mina, Héctor Díaz escuchó tres, cuatro estallidos y un soplido fuerte.
Al mismo tiempo, el minero Guillermo Torres comía afuera. También escuchó un ruido, como un tronido que venía desde la mina y el grito de una persona. Entonces, miró que por la boca del pocito de carbón de 65 metros de profundidad salió aire moviendo el polvo, como un bufido desde las entrañas de la tierra. El rápido prólogo del agua bravía.
Óscar Manuel Hernández Pérez estaba por meterse. El minero se había puesto las botas, tenía el casco y la lámpara para introducirse a la mina, cuando oyó y también vio el estallido de polvo, como si saliera aire a presión de la boca de la perforación.
“¡Bajen el bote, bajen el bote porque viene el agua!”, escuchó Óscar Manuel que gritó alguien desde uno de los tres pozos de la mina.
En las profundidades del pocito, a 65 metros, Héctor Díaz, un hombre corpulento, se comunicó con el malacatero, quien es la persona que se encarga de operar la máquina para subir las cargas del mineral y a los mineros, a través de un teléfono especial.
“No pares el malacate”, le ordenó.
Héctor, su compañero Fidencio y Fernando, se subieron al bote minero en el que suelen subir el carbón que rascan de las paredes y que sirve también como ascensor para los carboneros. Pero al escuchar el rugido del agua, se bajó del bote e intentó correr como si con eso fuera a evitar el impacto del agua.
Pero como un tsunami, el agua lo alcanzó y lo tumbó.
El pocito se convirtió en un resumidero del agua que estaba estancada en una mina contigua y abandonada desde hace al menos 30 años, por el dueño, de quien hasta ahora se desconoce su nombre. Ni siquiera porque hubo advertencias de los trabajadores. Ni siquiera porque lo marca la ley.
– Uno les decía las cosas y no te hacían caso, relata el minero Óscar.
– ¿Qué cosas les decías?
– Que barrenaran pa’l agua. Pa’ andar a gusto.
– ¿Ya había agua?
-Ya. Desde que comenzamos y había agua y así, pero pagaban bien la tonelada: 150 (pesos).
Un minero del carbón llega a extraer en pareja hasta 6 toneladas diarias. Esto se traduce en un ingreso que puede ir desde los 2 mil 200 hasta los 4 mil pesos a la semana, dependiendo cuántas horas le quieran dedicar al trabajo. Y para los carboneros, es mejor esa paga que los mil 200 o mil 500 pesos que reciben a la semana en una maquila.
LOS CANDADOS ROTOS DE LA LEY
El artículo 8 de la Norma 023 de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social (STPS), por ejemplo, establece que se deben tener estudios geotécnicos, geológicos e hidrológicos para evaluar riesgos de inundación, como la ocurrida ese 3 de agosto en Agujita.
“Antes de iniciar las empresas deben tener estudio geohidrológico porque pueden conectar con un complejo minero abandonado, inundado, con el acuífero, con ríos subterráneos”, explica Luis Fernando Camacho Ortegón, director del Centro de Investigación en Geociencias Aplicadas de la Universidad Autónoma de Coahuila (UAdeC).
“Debe haber una exploración para localizar una fuente de agua y barrenar para poder continuar el minado”.
El doctor en Geociencias refiere que es la Secretaría del Trabajo la que debe llevar un registro de todos los complejos mineros para que, si sucede un accidente, se documente el cumplimiento de las normativas porque la ley no distingue complejos pequeños de grandes.
“Revisar la información, la carpeta de datos geológicos e hidrogeológicos”, menciona. Pero las autoridades no han informado si se cumplieron con estos detalles. Todo indica que no, porque según los trabajadores, no se hizo caso a las denuncias de filtraciones.
Lo que se conoce en la región, es que muchas veces los empresarios prefieren ahorrarse ese gasto en ingenieros y no realizar los estudios y diagnósticos, asegura el ingeniero metalúrgico y asesor técnico de la Organización Familia Pasta de Conchos, Guillermo Iglesias.
LA REGIÓN CARBONÍFERA ES ZONA DE AGUA SUBTERRÁNEA
La Región Carbonífera de Coahuila es una zona que parece queso gruyer. Por dentro y por fuera hay agujeros en todos lados y ni la Secretaría del Trabajo, ni la Secretaría de Economía ni el Servicio Geológico Mexicano tienen información sobre el número de minas inactivas en la región.
Y eso se vuelve un problema si además no hay estudios de diagnóstico hídrico.
Iglesias añade que además de las inundaciones en minas viejas, en la región fluyen veneros, acuíferos y corrientes subterráneas porque hace miles de años la región era un océano. Y esto también debería de involucrar a la Comisión Nacional del Agua (Conagua) porque la actividad minera rompe el acuífero, los desvía y provoca desecamientos, critica el especialista Luis Fernando Camacho.
Sin los estudios para localizar esa agua y sellar o drenar las filtraciones, ocurren estas tragedias.
“Los mineros excavan y se les viene el agua”, dice Iglesias.
Y se da, a pesar de las advertencias de los mineros, como la de Óscar Hernández Pérez que advirtió de las filtraciones a los encargados días antes.
“Barrenen para estar más a gusto”, pedía a los encargados. “Dale así”, le decían. “Nos tiraron a león”, reclama el minero días después.
Y esa negligencia provocó que, en segundos, los mineros quedaran atrapados, pues continuaron minando hasta abrir el boquete por el que entró el agua que estaba estancada en la mina contigua.
“VOY A MORIR LUCHANDO”
Héctor Díaz alcanzó a llegar a un “caído”, como se conocen a los huecos altos, a las burbujas donde los mineros pueden encontrar la forma de respirar porque el agua no sube hasta las paredes del techo.
Héctor quedó con la pierna atorada. No recuerda con qué se le atoró. A un costado tenía a su compañero Fidencio. Héctor alzaba la cara para que el agua no lo cubriera y pudiera respirar, como un niño de puntitas en una enorme alberca.
“Hasta aquí llegamos”, dijo Héctor. “Ahí nos vemos en el otro mundo”, dijeron Héctor y su compañero Fidencio.
En la superficie, Guillermo Torres, minero que tenía 20 minutos de haber salido de la mina porque vio nervioso al planchero (la persona que cuenta el carbón que se sube en las carretillas y el bote minero), aventó una cuerda por el tiro vertical. Esa cuerda sería la salvación.
Héctor Díaz miró la cuerda. Sabía que sería su única oportunidad de sobrevivir. A como pudo se destrabó la pierna, se quitó las botas y el cinturón para eliminar peso y se lanzó sobre ella. Debajo del agua, Héctor comenzó a jalar la cuerda.
“Voy a morir luchando”, pensó. No recuerda cuánto tiempo aguantó la respiración.
Entonces, simplemente sintió cómo el agua lo expulsó, como una ola de mar que te avienta a la arena.
Poco a poco, y con la ayuda de mineros, como Guillermo Torres, Héctor de 46 años salió de la mina de carbón.
“Sólo el de arriba sabe por qué me dejó”, reflexiona Héctor. “¿Por qué estoy vivo?”
Nunca se enteró que atrás lo siguieron Fidencio y Fernando, otros mineros que se salvaron.
Abajo quedaron 10 compañeros.
Héctor estuvo tres días hospitalizado. Se le reventó el oído y tenía agua en los pulmones.
Después de sacar a sus compañeros, Guillermo Torres, de 28 años, caminó hasta su casa en Agujita. Abrazó a su esposa y tres hijos.
Después fue con su papá, pastor cristiano de la localidad, y también lo abrazó. Enseguida regresó a la mina a ayudar con el rescate. Guillermo, que sabe lo que es meterse a los pocitos desde los 13 años, sabe que en días regresará al carbón.
Óscar Hernández volvió a la mina tres días después para reclamar porque solo le quieren dar mil pesos de liquidación.
A pesar de lo vivido, es probable que los tres mineros que no quedaron atrapados regresen a trabajar el carbón, porque en esta región de Coahuila, los mineros, “podemos salir con los pies por delante”, dice don Antonio Cabriales, minero retirado y padre de Mario Alberto Cabriales, uno de los 10 mineros que quedaron atrapados.
“Es una historia que se repite una y otra vez. Sea el año que sea. Es parte del mismo ciclo histórico”, comenta Ramiro Flores, historiador de Sabinas que ha documentado 129 accidentes fatales en la historia de la región.
Angélica Montelongo, hermana del minero atrapado, Jaime Montelongo, recuerda que siempre miraba esos “accidentes” y la familia decía “ojalá que nunca pasemos por eso”.
Pero el padre de Angélica siempre fue minero y heredó el oficio a su hermano. Y siempre dijo a la familia que Dios se lo llevaría cuando quisiera llevárselo. Esa misma mentalidad tenía su hermano Jaime. Esa mentalidad, dicen las familias, tienen los carboneros.
LAS DESGRACIAS DEL AGUA
En la casa del minero escasea el agua. Esperaba bañarse en el trabajo para regresar limpio a su hogar. Junto con 9 compañeros, quedó atrapado en la mina inundada.
Días antes del accidente en el Barrio 6 de Agujita, municipio de Sabinas no había agua; los días que la presión subía un poco apenas era suficiente para llenar una cubeta para bañarse a jicarazos.
En ese barrio está la casa de Hugo Tijerina Amaya, de 29 años de edad, desde su casa hasta la mina “El Pinabete”, son aproximadamente cinco minutos en carro, 20 en bicicleta, que es como comúnmente se trasladan los mineros que no usan el transporte para trasladarse a los pósitos.
El 3 de agosto, Hugo salió de su casa para ir a trabajar al pozo 1 del desarrollo carbonero como lo hacía todos los días, pero el agua -el mismo recurso por el que padecían desde hace tiempo en su colonia- lo dejó atrapado junto a nueve de sus compañeros.
Sus dos hermanos se salvaron de milagro de quedar a más de 60 metros de profundidad junto a él: José Luis, porque no fue a trabajar y a Raymundo lo arrojó a la superficie la fuerza del agua. Hugo es el hermano menor de los hombres, y el mediano de seis.
La noche anterior al accidente Hugo cenó con su esposa y sus tres hijos, más tarde al prepararse para el siguiente día ir al pozo a trabajar, les indico que tenía ganas de llegar y descansar, porque el calor de los últimos días y la falta de agua había estando pasándole factura y se sentía agotado.
“Dios es muy grande, y yo espero que salga vivo, porque yo lo vi el último ratito, entre las dice y la una yo estaba ahí con ellos, dijo: me voy a ir a trabajar y me voy a venir bañado para de allá, allá hay mucha agua y le dijimos que sí porque aquí no hay agua, pa que ya no batalles y llegue lleno de carbón, sucio y así te vas directo a descansar, les respondimos. Y aquí estoy desde que nos avisaron”, dice una de las tías del joven -quién prefiere el anonimato por respeto a su familia-, que lo espera afuera junto a sus hermanos y hermanas.
Aunque el agua llegaba a cuenta gotas a su casa, el recibo del servicio era puntual cada dos meses. La última vez pagaron cerca de mil pesos, poco menos de la mitad de su salario a la semana, pues la tonelada se paga en 150 pesos -al menos en la mina El Pinabete- y en un día podían hacer entre cinco y seis toneladas, entre el minero y el planchero, lo que les significa que en cinco días de trabajo podrían tener un sueldo de hasta 2 mil 250 pesos, pero hay quienes llevan a hacer hasta 10 toneladas diarias.
La mayoría de los compañeros de Hugo, dicen que en los pozos de “El Pinabete”, es donde mejor se paga la tonelada, pues en las otras minas el precio máximo al que les pagan la tonelada de carbón es de 120 pesos, por eso muchos querían la oportunidad de trabajar en esta mina.
El más joven de los hermanos Tijerina ingresó a trabajar a los pozos de este predio al noreste de Agujita, desde que inició operaciones en el mes de febrero, según recuerdan sus familiares.
Hugo, como la mayoría de sus hermanos, se decida a la extracción de carbón desde joven, incluso antes de cumplir la mayoría de edad, porque a pesar de que a unos kilómetros está ubicada la preparatoria y metros más adelante el Tecnológico de Sabinas, no había recursos suficientes para estudiar una carrera técnica, mucho menos para una licenciatura o una ingeniería.
Sin embargo, él no deseaba lo mismo para sus tres hijos. “Es buen padre, quiere que sus hijos tengan otra suerte, que estudien y no terminen en la mina, porque es duro y se juegan la vida. Uno como mamá y esposa, vive todos los días la angustia de pensar que algo les puede pasar”, dice la tía de Hugo.
Mientras tanto, ha tratado de criar a sus hijos con el ejemplo del trabajo para poder tener una vida digna. Con el respeto a sus padres, la unión con la familia para preservar el legado de los Tijerina en Agujita, que son queridos y conocidos por la mayoría de los pobladores y la dedicación para lograr sus objetivos.
Afuera, en la superficie de la mina, su hermana Juany, su esposa quien no desea hablar con nadie que no sea su familia, porque sus hijos aún no saben nada del accidente, esperan volver a abrazarlo. Su hermano José Luis y su tío Jesús, participan como voluntarios en los trabajos de rescate, para sacar a Hugo y a sus nueve compañeros de las entrañas del socavón siniestrado.
“ERA UN ZUMBIDO”
Fernando Pompa Orta tiene una segunda oportunidad de vida, gracias al aviso de un compañero minero que no tuvo la misma suerte.
Un compañero, de quien prefiere guardar la identidad por respeto a su familia, le advirtió a Fernando Pompa Orta sobre el siniestro. “Me gritó, corre porque es agua, yo tenía mi carretilla a un lado y empiezo a correr. Era un zumbido, no sé algo así como aire a presión, algo inexplicable”, eso narra el niñero que logró salir a flote del pozo 2 de la mina el Pinabete.
No dice mucho, por qué va de prisa a la bocamina donde se realizan los trabajos que encabeza la Guardia Nacional para rescatar a sus nueve compañeros, atrapados desde el 3 de agosto. “Cuando volteó el agua ya vine con una fuerza y vi que ya traía a un compañero”, dice antes de ingresar a la zona cero.
Fernando ingresó por primera vez a una mina a los 17 años en el municipio de Cloete, municipio que se encuentra a unos cinco minutos de Agujita. Ahora tiene 37 años y una segunda oportunidad de vivir.
“Mi hijo empezó de pocero aquí en Cloete, un día que no lo encontraba y estaba yo muy enojado, vinieron a avisarme que estaba allá abajo en la mina. Fui a traerlo, pero todos los días tenía que cuidarlo de que no bajara, hasta que mejor le enseñe cómo mi papá me enseñó a mí, él fue el minero mayor en muchos lugares”, dice Fernando Pompa Maldonado, padre de Fernando Pompa Orta.
“Pero nadie puede enseñarle a otra persona cómo actuar en un momento así”, añade. “Fue Dios el que no lo dejó que se quedara ahí, y los compañeros que no soltaron el malacate, hasta que lo sacaron junto con otros dos”, afirma el padre de Fernando, quien también cuenta que su hijo subió poco más de 20 metros aferrado a las mangueras y cuerdas.
Aunque los golpes que Fernando se propinó al subir por las cuerdas eran fuertes, no lo detuvieron para cumplir con la máxima de: “mineros rescatan mineros”, y regreso a la mina el sábado, faltó a su cita en la Clínica 23 del IMSS en Nueva Rosita para una revisión general porque le costaba respirar después del incidente.
“Un mes antes del accidente se dio cuenta que no tenía Seguro, ahí les dicen que sí, pero él se había enfermado de la garganta o no recuerdo bien de qué y no estaba dado de alta. Ahora no le han pagado la semana que le debían y está menos”, asegura el padre de Fernando, quien exige a la empresa CIA. MINERA EL PINABETE, se haga responsable por las posibles secuelas que su hijo podría presentar.
A Fernando, como a muchos otros mineros que suspendieron labores por lo ocurrido, se les ve entrara por las mañanas con un gafete verde, en donde se lee su nombre y la leyenda: “rescatista”.
UN HOMBRE DISCIPLINADO
Apenas hace un mes, Sergio celebró los 15 años de su hija, a quien prometió trabajar duro para llevarla a la universidad; y tenía solo dos meses en El Pinabete; su familia advirtió la inseguridad de la mina.
Un mes antes de la inundación en la mina “El Pinabete”, Sergio Gabriel Cruz Gaytán, celebró la fiesta de 15 años de su hija mayor en el municipio La Florida perteneciente a Francisco I. Madero, bailó el vals con ella y le dijo que trabajaría duro para ofrecerle la oportunidad de ir a la universidad, pero por ahorita debería contentarse en ir a la prepararía.
Aunque Sergio nació y creció en aquel municipio, tenía cerca de tres años radicando en Agujita Sabinas, y apenas dos meses laborando en estos pozos de carbón, donde su familia asegura que no existían la condiciones de seguridad necesarias para los mineros.
Dice el padre de Sergio, el señor Sergio Cruz Castillo, que no deseaba que su vástago trabajara en la mina y que él para aminorar su angustia les decía que si era seguro bajar, de otra forma no hubiera aceptado el empleo.
“Tengo fe, pero estoy preparado para lo peor”, apunta el padre de Sergio, “cuando le preguntaba si había agua me decía que no, siempre me decía que no. Él siempre ha trabajado en las minas y esto es lo que a él siempre le ha gustado”, agrega el padre del minero que adoptó este oficio para su sustento desde los 20 años.
A pesar de qué hay escuelas técnicas y universitarias en la zona, Sergio optó por ganar dinero como lo hacen muchos de los hombres en la región: trabajando el carbón. En sus años de experiencia desempeñó diferentes puestos como malacatero, carretillero, minero y también adquirió conocimientos como gasero, lo que le permitía alcanzar en menor tiempo la cantidad de carbón que se propusiera.
Con frecuencia Sergio se quedaba abajo seis o más horas seguidas si se podía, aprovechaba que en “El Pinabete”, su paga por tonelada llegaba hasta los 180 pesos. Incluso “había días en los que si el cuerpo le permitía aumentar el ritmo de trabajo hacia hasta seis toneladas, eso sí nos contaba”, dice el padre de Sergio.
Es un hombre disciplinado y sobretodo buen padre, “desde que tengo a mis niñas conmigo se da sus vueltas seguido para ver cómo están y que les hace falta, trabaja muy duro para que nada les falte. Hace un mes apenas le hicimos su fiesta de quince años a la niña y estuvo muy gustoso bailando con ella”, agrega Plutarco Ruiz, abuelo de las hijas de Sergio y sobreviviente de un accidente minero hace catorce años.
En aquel accidente, Plutarco se encomendó a Dios los siete días que permaneció atrapado, por eso pide a la Virgen de Guadalupe, que proteja al padre de sus nietas, como lo hizo con él. “Tiene la experiencia para ponerse a salvo, y mis niñas le hablan, yo sé que cuando salga lo primero que uno quiere ver es a la familia, por eso las traje, porque es su papá”, dice Plutarco.