“Aquí debería estar Bolaño”. Pero no está. A 10 años de la muerte del gran detective salvaje

15/07/2013 - 12:30 am
Foto: Especial
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Ciudad de México, 15 jul (SinEmbargo).-Hoy se cumplen 10 años desde que en 2003 muriera prematuramente el escritor chileno Roberto Bolaño, autor de la que es considerada la mejor novela mexicana de la contemporaneidad, Los detectives salvajes.

En Buenos Aires, el periodista Maximiliano Tomas organizó unas jornadas en su honor. En México, la editorial Anagrama, que tiene la mayor parte de su obra en español y que de hecho fue la que lo dio a conocer al mundo, llevó a cabo un acto en la Casa Alfonsina, donde viviera Alfonso Reyes, con la asistencia de David Miklos y esta servidora.

El 31 de julio toca el turno de Almadía, la editorial oaxaqueña comandada eficazmente por el joven Guillermo Quijas, que ha invitado al editor chileno Emilio Gordillo y a la escritora mexicana Anamaris Gomis, entre otros, para un acto que se llevará a cabo en la taberna Capote, en el Distrito Federal.

En Chile, en estos días transcurre el Congreso Estrella Distante, con 70 ponencias, 27 mesas temáticas y 9 conferencias plenarias, con la asistencia entre otros de la última mujer del escritor, Carmen Pérez de Vega.

Son sólo algunas de las maneras de recordar a quien de todos modos será evocado de la forma más dulce y justa que puede ser evocado un autor semejante: con el afán de sus lectores de volver a leerlo a través de páginas salvajes, densas e inolvidables como las que ofrece en 2666 y la nombrada Los detectives salvajes.

Son tiempos de hablar sobre Bolaño. En los medios nacionales e internacionales se procura la opinión de quienes estuvieron cerca o lejos del escritor nacido en Santiago de Chile en 1953 y muerto a causa de un problema hepático en un hospital de Barcelona, donde vivía desde hace muchos años.

A menudo, toca leer discursos ya gastados que tienden a cuestionar la importancia del también autor de Amberes, Llamadas telefónicas, La literatura nazi en América y Nocturno de Chile, basados en la perimida percepción del fenómeno póstumo generado sobre todo en el mercado anglosajón, donde las nuevas generaciones lo convirtieron en moda.

Resulta mezquino mirar a Bolaño a través de esa lupa ajada. Pasarán muchos años hasta que aparezca un autor de semejante influencia, adorado por los lectores de una forma extraordinaria, impensada y distinta. No hay autor más querido que Bolaño en nuestros tiempos.

Ha sido un escritor inmenso que dejó una obra tan poderosa como profusa y que estará a resguardo de las nuevas generaciones, destinadas a estudiarlo y a enseñarnos nuevas formas de leerlo, de conocerlo.

Y frente a la pertinencia de los actos conmemorativos, cuando mucha gente, a veces incluso de forma irrespetuosa, habla de “inflar” a un escritor que no se lo merece, se opone la bandera fervorosa de sus lectores dilectos.

Nada mejor para un continente aciago y doliente como el nuestro: es latinoamericano, ha sido chileno y escribió en español. ¡Viva Bolaño! Por siempre.

UN TEXTO IN MEMORIAM

Cada vez que pienso en Roberto Bolaño, me viene a la memoria un poema que sé, precisamente, de memoria: “Definiciones para esperar mi muerte”, del gran letrista de tango  y poeta argentino, Homero Manzi: Sé que mi nombre resonará en oídos queridos/ con la perfección de una imagen./ Y también sé que a veces dejará de ser un nombre/ y será un par de palabras sin sentido.

Resuena en mí sobre todo el verso “con la perfección de una imagen”, porque a tan pocos años de la pérdida irreparable de Roberto Bolaño, apenas una década en el tiempo infinito, casi un ayer nomás que nos tiene todavía alelados,  su figura es perfecta en la evocación de tantas personas que lo quisieron.

Foto: Especial
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Es difícil que el escritor que cambió el rumbo de la literatura de nuestro continente sea alguna vez “un par de palabras sin sentido”, pero aun ese verso de Manzi, descolocado frente a un ser cuya sombra se agiganta con el paso del tiempo, cobra esencia al pensar que el autor de Los detectives salvajes se guardaba para sí la cumbre máxima del sinsentido, el clímax del mayor absurdo; acaso ese absurdo que tan bien practicaba Alfred Jarry, un autor que le gustaba mucho.

Ay, Maristain: Aún respiro. Y ya soy el segundo de la cola. Besos, Bolaño PD: ¿Por qué no hacemos una entrevista, ligera, levísima, frívola incluso –son las que más me gustan– casi póstuma?

Ése fue el origen de la entrevista que resultó ser la última de su vida y que tanto ha corrido por las redes sociales. No fue mérito de la periodista, sino voluntad del entrevistado.

Y que haya sido publicada en el mes de su muerte, fue un privilegio que quiso darse el por entonces editor de Playboy México, Manuel Martínez Torres, sin dudas uno de los mejores periodistas de México y una de las mejores personas con las que me ha tocado trabajar.

Por entonces no era fácil publicar una larga entrevista a Roberto Bolaño en una revista mexicana, pero en ese mes había una portada fuerte, con una chica muy conocida, cuyo  nombre se me borra a cada instante, y “Manolo” me dijo:  “Rescatemos la entrevista a Bolaño, nos podemos dar ese lujo ya que vamos a vender muchos ejemplares”.

Todas las grandes cosas que pasan en la vida suelen ser fruto de gestos prosaicos y cotidianos, casuales, inesperados.

También la muerte. También las entrevistas.

No sé cómo fue que hubo un tiempo en México en que  el correo con el remitente “robertoba” era estímulo para la felicidad, la alegría. Que cuide a mi madre, que salude a mi  hermana, que no beba, no fume y publique, de ser posible, un cuento de Rodrigo Fresán en la revista. Que me desea suerte con la obra de teatro Sexo, drogas y rock and roll que estoy produciendo, pero que ni se me ocurra renunciar a Playboy.

Un día me escribía a la madrugada:

Querida Maristain: Son las tres y cuarto de la madrugada, mi hija de dos años ha tosido mucho, luego ha vomitado encima mío, yo he tenido que medio desnudarme (qué triste mi pobre cuerpo al lado del de mi hija) y vestirme otra vez, luego nos hemos puesto a ver el final de La dolce vita y ahora mi hija duerme y yo te escribo.  

La semana pasada estuve en Italia y una noche, mientras cenábamos en una calle de la parte vieja, me pareció que estaba dentro de una película de Fellini, que es algo que tarde o temprano sucede en Italia. Unos emigrantes tocaban el acordeón y otro instrumento improbable, puede que un timbal portátil, y la gente en las terrazas hablaba y se miraba con ese enorme amor a la vida, esa obstinación o feroz inocencia con que suelen mirar sólo los italianos (de origen o adopción). Al final se puso a llover, a cántaros, y aquello parecía el diluvio universal. Angelo Morino, que es escritor y que fue amigo de Puig, y que ha traducido algunos de mis libros, contó la historia de un amante suyo, allá por los setenta, que se fue a vivir con él y que se maravillaba de que en Turín había panaderías gay y hasta supermercados gay, lo que hablaba muy bien de la tolerancia turinesa. En realidad, este joven campesino feliz había confundido el apellido Gai o Gay (usual en el Piamonte, también en Cataluña, por otra parte) con los paraísos de San Francisco (California y también, quiero suponer, el santo de Asís). No he vuelto a leer la entrevista. En Chile quieren publicarla, tienes que decirme cuándo sale en Playboy para que los chilenos no jodan la exclusiva. Por acá todo va bien. Sigo el tercero en la cola de espera. Y leo novelas policiales alemanas en donde a la tercera página descubro al asesino y a la décima me doy cuenta de que el detective es un idiota. Recibe el fuerte abrazo de rigor y, sobre todo, Cuídate mucho, es decir no bebas, no fumes, dedica tu ocio a Bach y Vivaldi, a Leopardi y Döblin.

Me enteré de la muerte de Bolaño a través de Internet y porque muy temprano llamó un amigo desde España, donde filmaba una película a las órdenes de Pedro Almodóvar.  “Moni, ¿ya sabes?”, me dijo mi amigo, quien en un momento libre en el rodaje se fue a Blanes para traerme un poco de arena, agua y una postal que ahora luce enmarcada en la pared de mi estudio.

Trajo dos postales, en realidad. Una de ellas la puse en el primer altar que hice en México. La foto de Bolaño al lado del Che. Vivía entonces con mi hermana Melina en un hermoso departamento en La Candelaria, Coyoacán.

Al regresar a la casa, nos encontramos con que habían estado los bomberos y que por poco no perdemos gran parte de nuestras pertenencias en el incendio que habían producido las velas puestas en el altar de Bolaño.

Foto: Wikipedia
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Mis amigos decían: “¿Cómo se te ocurre poner a Bolaño y al Che juntos?” Debo decir que esa costumbre tan mexicana de hacer altares todos los noviembres fue un hábito que adquirí y perdí casi en forma simultánea en aquella ocasión.

Son menesteres que los naturales de este país fantástico realizan con precisión y alevosía. En una transterrada se convierten en gestos apócrifos e inútiles, además de complicados.

Más allá de las coincidencias y los escándalos domésticos, ese punto minúsculo e imperceptible que fui en la rica y estrambótica vida de Bolaño, se sintió devastado con su muerte.

Desde entonces, comencé a preguntarme: ¿cómo se sentirán los que realmente fueron sus amigos? Los que pudieron disfrutar largas charlas con él. Aquéllos que compartieron su juventud, su niñez, su madurez.

Ése es un poco el germen de este trabajo. Conocer más a  Bolaño, a través de las personas que fueron importantes en su vida.

Imposible abarcarlas a todas. No era la intención. Muchas de las voces aquí proyectadas alcanzan sin embargo para certificar lo intuido: Roberto Bolaño era una persona extraordinaria, alguien capaz de tomarse el tiempo de escribirle a una ignota periodista perdida en el océano oscuro del Distrito Federal y alguien capaz de nombrar, en su ya  famoso Pregón de Blanes, al dueño del videoclub con quien  discutía los filmes de Woody Allen y Alex Cox.

De todas esas voces, me quedo con la del difunto y entrañable escritor chileno Rodrigo Quijada: “Bolaño es una de esas personas que conoces en un momento determinado de tu vida y al que puedes recordar siempre con mucha facilidad y mucho cariño. Los que conocieron a Bolaño saben  que lo que estoy diciendo es cierto. Es un hombre que se echaba de menos en una tertulia. ‘Aquí debería estar Bolaño’, decíamos cuando alguien se ponía muy insoportable”.

La gran tragedia de Bolaño no es que haya muerto, sino que haya amado tanto, tanto la vida.

La gran tragedia de Bolaño es doble. Le tocó y nos toca a propios y extraños. En este mundo insoportable, a menudo diremos, muchas veces: “Aquí debería estar Bolaño”. Pero no está. (Del libro El hijo de Mister Playa, editado a fines del 2012 por Almadía)

Mónica Maristain
Es editora, periodista y escritora. Nació en Argentina y desde el 2000 reside en México. Ha escrito para distintos medios nacionales e internacionales, entre ellos la revista Playboy, de la que fue editora en jefe para Latinoamérica. Actualmente es editora de Cultura y Espectáculos en SinEmbargo.mx. Tiene 12 libros publicados.
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