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Susan Crowley

15/06/2024 - 12:04 am

Los Dudamel que nunca tendremos

La música es un arte capaz de curar el alma, gracias a ella se puede reconstruir el tejido social, rehabilitar las fisuras generadas aún en el seno materno, la orfandad, las carencias, los traumas acontecidos en la infancia. En manos de un niño la música se convierte en un instrumento de crecimiento y una verdadera oferta de esperanza.

Siempre es una mala noticia que los niños se queden sin música. Según una nota del periódico Reforma, las orquestas de la Nueva Escuela Mexicana (ONEM), quedaron en el abandono y probablemente esto termine en su extinción. No soy fan de las notas que publica ese periódico, así que he tratado de indagar el asunto, pero la información es mínima. Todo indica que se trata de una papa caliente entre la Secretaría de Educación y la Secretaría de Cultura. ¿Dónde quedó el futuro de tantos niños y niñas que eran parte de estas orquestas?

La eterna intención de enseñanza musical a niños de todo el país recibió un impulso por parte de TV Azteca con gran éxito. Con el nombramiento de Esteban Moctezuma como titular de Educación, las orquestas fueron incorporadas a la Secretaría, quedando más tarde a la deriva. Aparentemente la falta de presupuesto, yo diría más bien de amor por la infancia, conduce a su abandono. Si esto es verdad, es una triste noticia. La música es un arte capaz de curar el alma, gracias a ella se puede reconstruir el tejido social, rehabilitar las fisuras generadas aún en el seno materno, la orfandad, las carencias, los traumas acontecidos en la infancia. En manos de un niño la música se convierte en un instrumento de crecimiento y una verdadera oferta de esperanza.

Antes de nacer somos ritmo. La vida de un feto consiste en sonidos, se sabe que no ve, no huele, no toca, no saborea. Sólo escucha. Los latidos del corazón de su madre son el primer contacto con el universo. En su burbuja, protegido del mundo de afuera, vive ligado a las conversaciones, a las risas, a la tristeza. Escucha por la piel. Una de las experiencias más traumáticas, es la del nacimiento. El ser humano entra al mundo enfrentándose con ruidos que no conocía. Sus sentidos se abren a fuerza. Es la voz de su madre, las canciones de cuna, lo único que logra arroparlo. Las más antiguas voces entonaron canciones para arrullar, para labrar el campo, para el amor y para la muerte.

Tal vez la primera manifestación artística del ser humano haya sido trasladar sus latidos al golpeteo de un tambor. Su voz consiguió empalmarse al ritmo y con ello gestó un sonido articulado. A esto lo llamamos música. Primitiva, básica, fue explorando con las sensaciones, las emociones y se transformó en melodía.

Desde tiempos remotos la música calmó el miedo, incitó a la guerra, declaró el amor. Por generaciones ha acompañado al ser humano. Fue magia, ritual, y poco a poco se convirtió en religión. A través de la música la divinidad se hizo presente. Dios se volvió materia para acercarse al hombre y los himnos de alabanza le permitieron al hombre elevarse a Dios. En los sitios más alejados, los músicos con sus instrumentos y su inspiración cantaron a la amada y la sedujeron; no era fácil resistirse al poder de una melodía sensual que activaba los sentidos.

La música ha seguido de cerca la historia de quienes han sido desterrados de sus lugares de origen, con ella en el alma, fueron vendidos como esclavos. Lo único que llevaron consigo, eran los ecos de una música que recogía lo que habían sido y jamás volverían a ser. Con sus ritmos rogaron por la libertad; cantaron en las muchas horas de trabajo una especie de embriagador trance que les ayudaba a soportar latigazos y hambre. La usaron también para celebrar y así evocar aquella vida que les fue arrancada.

Durante la guerra, los sonidos del tambor recordaban al soldado que la marcha sólo podía ser hacia adelante y que nada lo detendría. Los infantes iban a tambor batiente. Eran los primeros en morir. La guerra es otra compañera injusta del ser humano. Se cobra con la vida. La narran los vencedores y se olvidan del silencio sepulcral en los campos de batalla; entonan himnos gloriosos.

Niños huérfanos, hambrientos, lo más terrible, sordos. El tronido de las armas, los gritos de dolor los obligaron a cerrar los oídos cuando no les fueron destrozados los tímpanos. El conocido tenor Luciano Pavarotti recorrió Bosnia después de la espantosa guerra de los Balcanes. Encontró tragedia, desolación, imposibilidad de construir algo sobre las ruinas. Fue, gracias a la música, que logró revivir la sensibilidad de aquellos niños y dar una salida a su orfandad. El proyecto instalado en Mostar recuperó el espíritu de la población con escuelas y centros de estudios musicales. Hoy nuevas generaciones tienen la posibilidad de hacer música, producir en estudios profesionales, acudir a salas de enseñanza, recibir musicoterapia y expresarse delante de un público en auditorios de conciertos.

Ante la cruda historia que les ha tocado vivir a los jóvenes en Medio Oriente: guerra, terrorismo, exilios, falta de oportunidades, el filósofo Edwar Zaid y el director Daniel Barenboim, idearon una forma de ofrecer un espacio de resguardo. La West-East Divan Orquestra surgió con el ánimo de impulsar el talento y motivar la paz. Músicos en proceso de formación provenientes de regiones en conflicto: Israel, Palestina, Egipto, Líbano, Siria fueron convocados. El crecimiento social, espiritual y político de los integrantes logró una de las orquestas más queridas del mundo. Gracias a la música tienen la oportunidad de dibujar un porvenir.

El caso del maestro José Antonio Abreu es de un valor increíble. El Sistema, como se denominó a su proyecto, formó las orquestas Simón Bolívar en todo Venezuela y con ello sacó literalmente de la calle a niños sin un futuro más allá del crimen y los sueños perdidos. Con el apoyo del mediático director Gustavo Dudamel, uno de los más afamados del mundo y también surgido en sus filas, sus integrantes han llegado lejos. Una forma de resiliencia frente a los convulsos cambios que ha experimentado su país.

Cuando surgió la Orquesta Azteca tuve la oportunidad de asistir a un concierto en el que se presentaba como un logro de la empresa televisora y de su dueño Ricardo Salinas. Sin esperar mucho de un personaje tan controversial, me sorprendí de ver a los casi niños y niñas en el escenario, con sus instrumentos, haciendo música. En un documental se narraba la historia de cada uno de ellos y cómo habían sido salvados de la violencia intrafamiliar, de las drogas, el alcohol y el crimen. Pese al poco tiempo que llevaba de creada, la orquesta arrojaba un éxito sin precedente en nuestro país. Es importante señalar que no fue el primer esfuerzo y que Ricardo Salinas no lo inventó. Han sido muchos los intentos de formar músicos desde la infancia, el problema es que son intentos. Lamentable es que haya necesitado de la voluntad de un poderoso que como lo apoyó, lo olvidó.

Si Andrés Manuel López Obrador ha dicho “abrazos no balazos” y su intención de atender las causas de la violencia era tan genuina, el programa (que, de ser Orquesta Azteca, se convirtió en PETC y fue entregado a la SEP) le quedaba como anillo al dedo. Imaginar a toda esa juventud que vive en limbos, sin futuro, era una forma de adelantarse a cualquier infierno. Pero eso no parece haber ocurrido. Los miembros de las distintas orquestas formadas en toda la República se quedaron a la deriva. Entiendo que el proyecto Semillas de la titular de Cultura, Alejandra Frausto, contempla el apoyo a músicos, laudistas y compositores. Lo que no entiendo es por qué no se abrazó al Programa de Escuelas de Tiempo Completo. Por lo menos eso dice el Reforma. Enigma.

Una pena. Si tan sólo pensamos en el desarrollo neuronal, en la seguridad y en los sueños que despierta la música, no deberíamos dejar de impulsar este tipo de proyectos. El futuro no sólo está hecho de sueños en la Abogacía, la Medicina o la Ingeniería. Hacer música ofrece a los jóvenes una manera de estar frente al mundo. Claudia Sheinbaum ha dicho que quiere ser recordada como la Presidenta de la Educación. Empezar a edades tempranas con la música quiere decir que los niños y niñas tomen esta materia como si se tratara de Matemáticas, Geografía o Español. Y no sólo la música, las artes en general tienen mucho qué ofrecer. Si esa es la meta de la Presidenta electa, ¿qué espera para relanzar este paraíso de ideas, talento y música?

@Suscrowley

Susan Crowley
Nació en México el 5 de marzo de 1965 y estudió Historia del Arte con especialidad en Arte Ruso, Medieval y Contemporáneo. Ha coordinado y curado exposiciones de arte y es investigadora independiente. Ha asesorado y catalogado colecciones privadas de arte contemporáneo y emergente y es conferencista y profesora de grupos privados y universitarios. Ha publicado diversos ensayos y de crítica en diversas publicaciones especializadas. Conductora del programa Gabinete en TV UNAM de 2014 a 2016.

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