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María Rivera

15/06/2023 - 12:02 am

Lecciones

“Si desarrollamos esa consciencia muy probablemente podremos enfrentar la crisis climática, si es que los gobernantes del mundo lo entienden a tiempo”.

Uso de cubrebocas en la Ciudad de México.
“Ojalá que esa consciencia nos ayude para entender que no hay posibilidad de salvarnos, si no nos salvamos todos y que lo que sucede del otro lado del mundo nos puede afectar tanto como si estuviéramos allí”. Foto: Crisanta Espinosa Aguilar, Cuartoscuro

El otro día hablaba con una maestra, querido lector, sobre las consecuencias de la pandemia. La emergencia terminó, pero ese tiempo seguramente ha marcado nuestras vidas más allá de lo que reconocemos. No solo la pérdida de tanta gente, sino el periodo anómalo que vivimos. Se ve muy lejos, y difícilmente nos acordamos cuando no podíamos salir de la casa. Esos meses en los que se paralizó nuestra vida, quedará para historiadores y como recuerdo general. Las calles vacías, los animales reconquistando el espacio público, postales de lo que parecía el fin del mundo. El cloro, las desinfecciones, el lavado de manos. También, la enfermedad terrible de la asfixia y la falta de oxígeno y camas. La reconversión hospitalaria que dejó a miles sin atención médica. La zozobra ante familiares enfermos, las desgracias que llegaron con esos meses.

Luego, las primeras inmunizaciones, que vivimos como sobrevivientes quienes llegamos a ellas. Cientos de miles no llegaron, murieron los primeros años. Recordaremos también las decisiones radicales que muchos tomamos para sobrevivir, sobre todo, los vulnerables. Aunque este mundo se parece al anterior, no es, sin embargo, el mismo. No están todos los que estaban, ni somos los mismos. Generaciones de niños y adolescentes, perdieron años de su desarrollo y vida “normal”. No había de otra, la virtualidad salvó vidas pero privó de experiencias y desarrollo a muchos. De eso platicaba con la maestra, de las crisis de ansiedad, la depresión generalizada de alumnos. Ahora que la mayoría de las personas han dejado el uso del cubrebocas ¡qué similar parece todo! No sé, la verdad, querido lector, si las lecciones que nos dejó la pandemia sean buenas. Estar encerrados tanto tiempo fue devastador para muchos, para no pocos niños y mujeres. También, descubrimos que la humanidad no está preparada para afrontar una circunstancia semejante, que el mundo no pudo contener al virus que ya se quedó entre nosotros, prácticamente ha invadido todas las especies y seguirá mutando y enfermándonos. La pandemia también evidenció el catastrófico estado de nuestro sistema de salud y falta aún por hacer un recuento y un examen crítico de lo que ocurrió con las instituciones, en un país que tuvo un alto grado de mortalidad.

El desasosiego, la urgencia y la frustración de ver nuestras vidas alteradas irremediablemente es un recuerdo que marcará nuestras vidas, y seguramente determinará a las nuevas generaciones que vieron su desarrollo académico interrumpido. Ahora, el trabajo de recuperar ese desarrollo debería ser la tarea más urgente de las autoridades educativas del país: zanjar distancias, rellenar huecos de conocimientos, reponer ese tiempo.

Como sea, la vivencia de la pandemia, ahora que todo parece haber vuelto a la normalidad, quedará en nosotros, ya sea porque perdimos a algún ser querido, ya sea porque enfermamos y desarrollamos secuelas, ya sea que sobrevivimos indemnes.

Contado así, suena como un capítulo de alguna serie futurista, pero esa fue nuestra vida. El aislamiento. Hace tres años, querido lector, estábamos encerrados, y no contábamos con vacunas ¿se acuerda? No existían, sencillamente. Hace dos, se estaban poniendo las primeras dosis y hace un año ya casi habíamos completado el cuadro de vacunación, algunos.

Y aunque nos aislamos, a pesar de ese paréntesis, la primera lección que yo veo en todo esto es que es imposible detener a la humanidad. La vida sigue, pase lo que pase, y con ella nosotros. La maquinaria del mundo, su devenir vital, es muy poderoso. Somos una especie muy apta para sobrevivir, tal vez por eso somos la especie más destructiva del planeta. Parece que solo la tierra misma podrá detenernos, si acabamos con ella, como estamos haciendo.

Hoy, que hace tanto calor, que México se pinta de rojo intenso en los mapas climáticos, y el cielo está especialmente azul, pienso en cuán afortunados somos, los que sobrevivimos estos años, a pesar de las consecuencias y secuelas que vivir una etapa tan dura dejó en nosotros. Pienso en el espanto con que todavía relatamos a los otros nuestras experiencias, en comidas, en pasillos, cuando sale el tema. Estamos, todos, hermanados por la historia. Todos, en el mundo. Un francés con un australiano, con un japonés con un mexicano. Por primera vez, la humanidad compartió la misma experiencia de manera simultánea. Y quizá, por primera vez, pudimos desarrollar una consciencia con respecto a la interdependencia. La pandemia anuló la fantasía de que estamos separados: nos tuvimos que reconocer como partes orgánicas de un solo y mismo cuerpo, interconectados: esencialmente miembros de la misma especie amenazada.

Ojalá que esa consciencia nos ayude para entender que no hay posibilidad de salvarnos, si no nos salvamos todos y que lo que sucede del otro lado del mundo nos puede afectar tanto como si estuviéramos allí ¿Qué pasó en Wuhan realmente? ¿El coronavirus fue un virus creado en un laboratorio o fue una mutación natural? No lo sabemos, a ciencia cierta. Lo que sí sabemos es que nuestro destino personal puede estar en las manos de otros seres humanos, lejos muy lejos de nosotros. Si desarrollamos esa consciencia muy probablemente podremos enfrentar la crisis climática, si es que los gobernantes del mundo lo entienden a tiempo. Ojalá, querido lector, por el bien de la humanidad, que hayan aprendido la lección.

 

María Rivera
María Rivera es poeta, ensayista, cocinera, polemista. Nació en la ciudad de México, en los años setenta, todavía bajo la dictadura perfecta. Defiende la causa feminista, la pacificación, y la libertad. También es promotora y maestra de poesía. Es autora de los libros de poesía Traslación de dominio (FETA 2000) Hay batallas (Joaquín Mortiz, 2005), Los muertos (Calygramma, 2011) Casa de los Heridos (Parentalia, 2017). Obtuvo en 2005 el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes.

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