Tomás Calvillo Unna
15/05/2024 - 12:04 am
La incógnita del asombro
“El taladro de su temperatura, cuando exhibe su presencia y la ostenta sin reparo alguno”.
I
La bruma del deseo,
y su paradoja;
este aliento del más allá
que se nombra aquí.
El conocimiento desplegado
al compartir la contemplación:
el pináculo y sus desnudas huellas.
II
El abrazo de la vida,
su alumbramiento que palpita;
la mirada que pronuncia
la verdad sin palabras.
Ese anhelo
de saberse
en la dicha del encuentro.
Su pausado gozo,
la intuición del misterio.
La belleza que se admira
en la ternura de su esencia,
al descifrar los signos
diseminados en los días.
III
Tomarse de la mano
es el primer poema:
el humano puente de los aprecios;
la sonrisa de la curva
que conoce mejor el camino,
de la recta y sus espejismos.
Las invisibles brazas del calor,
en un tronar de dedos,
arropan el desánimo;
las hojas secas crepitan
en los rincones del sentimiento.
IV
Las sombras,
son el templo oculto de los magos,
ahí conservan el tesoro de la noche:
el imaginario Santuario,
los polvos de su frescura
y sus anhelos,
para vencer el rigor
de la rutina de los días.
V
La agudeza del sol que se retira;
ese incendio esculpido en el horizonte;
su contundencia
en la distancia perfecta,
para ser la evidencia
más palpable
de su endiosamiento.
El taladro de su temperatura,
cuando exhibe su presencia
y la ostenta
sin reparo alguno.
VI
El círculo,
la sabiduría Impecable
de la rotación;
el bautizo de la sagrada danza
al descubrir los intervalos
que el viento alienta,
los pasos que quiebran
los grilletes de las horas:
esos tobillos sueltos,
los talones,
que pertenecen a los ríos.
Las cuevas y los árboles
custodios
de estas joyas olvidadas,
en medio de la aridez.
La primigenia soltura,
el desprendimiento;
la virtud de levantar la mirada;
el espejo de la altura;
el instinto de acortar la distancia:
la libertad de sentir;
los privilegios del ser,
su combatiente corazón.
Rendija: Este orden se resquebraja en nuestras manos.
Con los amigos buscamos palabras para descifrar el derrumbe de los días; buscamos razones, causas, responsables, incluso en nosotros mismos. Los excesos, la ceguera de la envidia y el resentimiento, las debilidades humanas arrastradas hasta el cansancio, por las diversas culturas cada vez más comprimidas en los algoritmos y sus matrices tecnológicas y conceptuales. Falta oxígeno y vitalidad en cada rincón, sometidos al circuito de la virtualidad y sus instintos magnificados. El ego de la prosperidad individual; los pasos apresurados de un suicidio colectivo. La profunda ignorancia de lo inmediato, el tiempo existencial reducido a los éxitos del instante virtual, la materia misma menospreciada; una suerte de extravío existencial crudo y abrumado de violencia. La barbarie arropada en la sofisticación de un lenguaje tecnológico que pretende ignorar la misma practica interior que nos define: la devoción, que es la semilla de la sabiduría, despojada hoy de su naturaleza de asombro y respeto, por la imposición del orgullo de un conocimiento que impera y no deja de lucrar con la ignorancia cotidiana.
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