David Ordaz Bulos
15/05/2022 - 12:02 am
Gran renuncia, home office y post-normalidad
“Para algunos, la gran renuncia es una exageración sin sustento propio de una «generación de cristal» que solamente es posible en economías de abundancia y para otros; es un fenómeno imparable, una nueva era de re-significación del tiempo y espacio del trabajo y de la vida”.
«El coronavirus tan sólo ha acentuado y hecho más patente algo que ya estaba ahí.
No es la chispa, ni el combustible, sino el acelerante»
Daniel Bernabé
Ya estábamos al final del algo. El origen de la crisis de la posnormalidad
El tráfico post-pandémico de la Ciudad de México con sus nuevas contingencias ambientales, es uno de los tantos síntomas de un ecosistema degenerativo y estancado. Como en la metáfora del iceberg, debajo de los síntomas está lo que no se ve: las estructuras y más abajo, los patrones mentales y relacionales.
Un estudio de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), que circuló hace unos días, muestra a México como el país con el peor balance entre vida y trabajo, entre treinta y ocho países evaluados. Aquí se trabaja mucho y se descansa poco, y sin embargo, más de la mitad de la población no tiene seguridad social y el 43 por ciento vive en pobreza.
Casi al mismo tiempo, el Home office fue tendencia en Twitter, tras la difusión de los resultados de una encuesta de OCCMundial, que dice que el 55 por ciento de los encuestados renunciarían a su trabajo si termina el home office. Y, en caso de encontrar una mejor opción, van a renunciar a la primera oportunidad. ¿Cómo se manifiesta el fenómeno de la gran renuncia en México? Todavía no lo sé.
El Observatorio de Competitividad y Nuevas Formas de Trabajo de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla, está desarrollando desde la guía de la Dra. Cynthia Montaudon Tomas, un proyecto que tiene como objetivo comprender a la gran renuncia en México, para amortiguar sus impactos y abonar por construir nuevas relaciones entre las organizaciones y los trabajadores.
Una presentación de dicho proyecto, explica que el término de la gran renuncia, fue acuñado por el psicólogo Antony Klotz y comenzó en el 2019, como una revolución silenciosa en los Estados Unidos, que se expandió en Europa y otras partes del mundo, provocando un shock empresarial tras la fuga masiva de trabajadores en diferentes sectores de la industria.
Para algunos, la gran renuncia es una exageración sin sustento propio de una «generación de cristal» que solamente es posible en economías de abundancia y para otros; es un fenómeno imparable, una nueva era de re-significación del tiempo y espacio del trabajo y de la vida, que principalmente toca a los menores de cuarenta años: millennials y la generación Z. Y también a las mujeres, porque en muchos casos, han tenido que dejar los trabajos para atender a los hijos porque las escuelas estaban cerradas.
La pandemia abrió la posibilidad de redefinir prioridades y conectar con nuevas formas de vida. Algunos no tenían idea de ellas y otros sabían que estaban ahí. Muchos han renunciado, han saltado al vacío siguiendo la conexión con esas prioridades a pesar de no tener un rumbo claro hacia dónde ir. Otros, todavía no han renunciado, esperan «el fin de la pandemia» y nuevas oportunidades que permitan esquivar la precariedad.
En la gran renuncia, la fuga es un signo de optimismo, un acto de recuperación del tiempo perdido y una posibilidad de proteger la salud mental; contrariamente a las crisis donde lo que se busca es conservar el trabajo. Algo así, como lo que la filósofa brasileña Suely Rolnik llama «recuperar la potencia de la vida expropiada».
También, desde la mirada al contexto de la precarización como forma de gobierno, de Isabell Lorey, estamos frente a un éxodo de las relaciones de dominación, en el que «la deserción de los modos de ser gobernados, no conduce necesariamente a la dispersión individualista, sino que puede dar lugar a una nueva fundación, una constitución», donde «el primer paso en esta dirección es la desobediencia, el rechazo del virtuosismo servil».
Podríamos pensar, que todos estos movimientos son una base, una posibilidad para conectar con el nuevo campo social emergente de la gran re-imaginación, con relaciones más sanas y creativas, con organizaciones autogestivas y encarriladas a propósitos mayores. Sin embargo, soltar lo que se tiene que ir para dejar que llegue lo nuevo, no es un proceso sencillo; cuesta trabajo porque significa dejar ir lo que nos ha funcionado.
La gran renuncia es un éxodo común hacia la posibilidad de crear un nuevo pacto. Dejar atrás las culturas laborales tóxicas de jerarquías grises y egocéntricas, para conectar con otros ecosistemas más equilibrados con la vida en el planeta. Es una búsqueda masiva gestada antes de la pandemia, una posibilidad para mejorar las condiciones laborales que las organizaciones y empresas tendrán que aprender a escuchar.
David Ordaz Bulos
@David_Orb
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