Javier Valdez Cárdenas escribió desde el corazón de Sinaloa. Lo hizo después de escuchar y oler las ciudades. Utilizó el periodismo para mostrar una realidad que ahí estaba, que ahí sigue. Se acercó a las víctimas y a los victimarios. Entrevistó a un morro que perdió un padre y a un joven gatillero. Sintió siempre.
Valdez Cárdenas fue asesinado un lunes. Era 15 de mayo, hace ya dos años. Ismael Bojórquez Perea, su amigo y colega, el mismo con el que fundó Ríodoce y bebió tequilas, lo recuerda en una entrevista con SinEmbargo.
Culiacán, Sinaloa, 15 de mayo (SinEmbargo).– Javier Valdez sabía que los problemas que le causaban malestar no iban a desaparecer rehuyéndoles o sacándoles la vuelta. Y es que, aunque te tapes los ojos, las cosas siguen ahí. Por eso trató de exponer el infierno con su herramienta: el periodismo. Escribió y escribió. Usó la crónica para documentar el drama. No hacía grandes análisis, él hacía crónica.
Valdez sufrió cuando era morro y hasta el final. Había cosas que le amargaban la existencia. Tendía a la depresión. Sufría mucho con lo que ocurría en su entorno. Sufría con los niños de la calle. Sufría con los indocumentados. Sufría por la violencia que lacera a México. Sufría con las víctimas y hasta sufría con los victimarios…
Él podía llorar entrevistando a un sicario, no solamente entrevistando a un niño que lleva años buscando a su padre. Valdez sufría. Y vivía. Siempre andaba cargando una losa en la espalda, contó Ismael Bojórquez, director del semanario Ríodoce.
Javier e Ismael se vieron el viernes 12 de mayo del 2017. Brindaron ese día. Valdez había estado preocupado por su salud, pero unos estudios confirmaron que estaba bien. Tres jornadas después, el lunes 15, ambos sostuvieron una reunión en las oficinas de Ríodoce. No sabían que era la última vez que hablarían.
“A veces se nos iba la junta en comentar cosas personales. Yo me fui como a las 11:30, más o menos. Me fui al banco que está aquí a unas cuadras. Hablé con él dos veces. Cuando yo regresaba del banco, lo vi tirado en la calle. Él salió al rato del que yo me fui, como media hora después. Se despidió de las muchachas, de todos. Y dijo: ‘que me vaya bien’. ‘Nos vemos, que me vaya bien’. Esas fueron sus últimas palabras. Se bajó y se fue. Él había hablado con su hijo para comer juntos, iba a llevar un pollo. Compró el pollo y tomó la ruta hacia su casa”, relató Bojórquez.
Sujetos interceptaron a Valdez en la avenida Riva Palacio, a dos cuadras de las oficinas de Ríodoce, en Culiacán. Ahí lo acribillaron.
Javier había documentado el horror de México en su columna Malayerba y en libros como Levantones, Los morros del narco, Con una granada en la boca. Ayudó siempre. Cada disparo de los sicarios sembró preguntas hacia “la perra y miserable vida”.
En las oficinas de Ríodoce hubo silencio. Nadie hablaba. Nada más se veían. Los golpearon en el corazón. “Les arrancaron un brazo. O los dos”.
“Ha sido un golpe demoledor. Pero no solo para nosotros. Un grupo de gatilleros asesinó a Javier Arturo Valdez Cárdenas, nuestro compañero. Lo esperaron a que saliera de la oficina de Ríodoce, donde estuvo trabajando por la mañana. Lo mataron con saña. Los asesinos simularon el robo de su vehículo, pero le dispararon en 12 ocasiones con dos armas distintas. No tenemos ninguna duda: quien ordenó el crimen pidió a los sicarios que se aseguraran del objetivo”.
“Es un golpe demoledor para nosotros, para su familia, pero también para el periodismo, el sinaloense, el mexicano, sobre todo ese que investiga, escribe y publica en libertad”.
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“Qué pena por nuestra sociedad; qué dolor de país”, decía la editorial que Ríodoce publicó el mismo 15 de mayo.
“Era una pérdida, no solamente para el equipo que fundó Ríodoce, era una pérdida para el país, para el periodismo nacional. Javier se convirtió en un símbolo. Él tenía ‘ángel’ para ganarse a la gente. No le caía mal a nadie. Se podía llevar mal con algunos, y podía decir: ‘ah, este cabrón’. Pero nadie podía decir que no quería a Javier. Era muy querible. Era dicharachero, bromista con todos. Él hacía cosas que nosotros normalmente no hacemos. En el cumpleaños de la señora que vendía cacahuates en el bar, él iba, la visitaba”, contó Bojórquez, después tomó su taza, una en la que está grabado el sombrero de Javier, y dio un sorbo. Antes de iniciar la charla, el periodista exhaló profundamente.
Javier e Ismael se conocieron en 1992. El primero era reportero de televisión, el segundo coordinaba el área de prensa de una campaña. Se hicieron amigos. A ambos les gustaba el blues, la trova, la vagancia y la cerveza. Ismael venía de la izquierda, Javier venía de la izquierda. Se identificaron rápido.
Cuando concluyó la campaña, Ismael se integró al equipo de Noroeste. En 1996, recibió la jefatura del medio y pidió que Javier se uniera. Trabajaron entre seis y siete años juntos. En el 2002, Ismael sacó del cajón un proyecto de semanario que tenía.
“Se nos empezó a achicar la cancha y le prepuse a Javier (y a otros compañeros) que hiciéramos el semanario. Planeamos el asunto. Nos divertíamos mucho pensando y soñando qué íbamos a hacer. Teníamos que dejar el periódico, quedarnos sin ingresos, pero nos aventamos. En septiembre del 2002 salimos del periódico. Nos pusimos a trabajar en el proyecto. Hicimos un proyecto editorial, hicimos un proyecto empresarial. En cinco meses ya habíamos constituido una empresa y habíamos tirado el primer número. Salimos el 3 de febrero del 2003”. Nació Ríodoce.
Ismael aseguró que cuando Ríodoce surgió, no se imaginó que el país se cubriría de violencia como ocurrió:
“Ya vivíamos tiempos difíciles, sabíamos que, si no teníamos el cobijo de algún periódico grande, pues íbamos a ser vulnerables. Logramos prever ese riesgo. Al poco tiempo de que nosotros nacimos, el país se fue convulsionando por la violencia. Surgieron los Zetas, la guerra, los descabezados, las narcomantas, las cabezas en las hieleras. Se convirtió en un infierno esto. Comenzó una guerra muy sangrienta en Sinaloa. Cuando detienen a Arturo Beltrán Leyva, todavía más. Ya no sólo fue en Culiacán, en Sinaloa, sino en todo el país. En ese contexto el trabajo del periodista se volvió más riesgoso. Hay zonas del país en las que han matado muchos periodistas: Veracruz, Tamaulipas, Coahuila, Guerrero. En Sinaloa no habíamos estado exentos, pero veíamos el ambiente más tranquilo. Se metían con nosotros con mensajes, recados, pero no pasaba de ahí. Sentíamos que había cierto respeto por parte de los grandes narcos, pero eso se acabó. Los liderazgos en los cárteles se fueron agotando. Surgieron nuevos liderazgos de hijos, sobrinos… gente joven, con menos experiencia, más impulsivos. El trabajo del periodista en México se comenzó a descomponer mucho. Se pone en riesgo la vida. Cuesta la vida a los periodistas”.
Javier sufría ese infierno. Pero igual disfrutaba la vida. Se daba sus propios regalos. Él se regalaba, no esperaba. Se obsequiaba momentos. Se regalaba libros, se regalaba la música que tanto le gustaba, los paseos en el carro. Él decía: ‘voy a patrullar la ciudad’. En realidad, iba a ver la ciudad, a ver a la gente. Iba a escuchar los ruidos de la ciudad, a oler la ciudad. Eso le apasionaba mucho.
Ese era Javier Valdez. Era un tipo muy sensible. Era más amigo que muchos amigos, y más amigo que lo que muchos pueden ser. Era un hombre que olvidaba con mucha facilidad un agravio. Aunque lo siguiera chingando por dentro, él olvidaba, él perdonaba. Él seguía caminando. No guardaba resentimientos, describió Bojórquez, su amigo.
El trabajo de Javier le valió el Premio Internacional a la Libertad de Prensa en 2011. La gente comenzó a buscarlo para contarle sus historias. El hombre tenía un acervo inagotable de relatos.
Tres sujetos atacaron a Javier Valdez. Autoridades los identificaron como Juan Francisco “N”, El Quillo; Heriberto “N”, El Koala; y Luis Ildefonso “N”, El Diablo. El Quillo y El Koala ya están detenidos. El Diablo fue ejecutado en Sinaloa. Dámaso López, conocido como “El Licenciado”, aseguró en Estados Unidos que fueron los hijos de Joaquín Archivaldo Guzmán Loera los que ordenaron el crimen.
Ahorita están en el banquillo dos de los que jalaron el gatillo, pero hay que llevar al autor intelectual también, señaló Ismael Bojórquez.
De acuerdo con información de Artículo 19, desde el año 2000, a la fecha, en México han sido asesinados 123 periodistas. 47 de los crímenes ocurrieron durante el sexenio de Enrique Peña Nieto. Sólo en los primeros meses de Andrés Manuel López Obrador al frente del gobierno federal, seis trabajadores de los medios se sumaron a la lista de víctimas.
“La ausencia de Javier siempre será muy grande. El tiempo hace su trabajo. Las primeras semanas fueron muy duras, cansadas y estresantes. Todo el primer año, después de la muerte de Javier, lo dedicamos a mantener el periódico y a mantener viva la lucha por la justicia, la lucha por el esclarecimiento del crimen. En todo el primer año, nosotros anduvimos por dos vías, por la vía del trabajo cotidiano y por la vía de la lucha. Cada mes, sin parar, marchamos. Marchábamos a Palacio, a la Fiscalía, a la PGR. Hicimos una jornada de pega de carteles en la ciudad. No podíamos dejar de hacer el periódico. El periódico nació como un compromiso con la sociedad. Lo hicimos así explícitamente. Compromiso con la democracia, con las libertades, con los derechos humanos, la equidad de género, los jóvenes, la educación, contra la desigualdad. De repente nos falta Javier, de una manera trágica, y nosotros no vamos a abandonar el barco. Por ese compromiso, y por Javier, teníamos que seguir con el periódico. El mejor homenaje para Javier es hallar justicia: que paguen los que dieron la orden y los que jalaron el gatillo. En eso estamos. La investigación continúa”, relató Ismael.
En la esquina de Rivapalacio, donde lo atacaron, Javier quedó grabado: unos cacahuates, una botella de agua, una cruz blanca e imágenes de su sombrero, el que lo protegía del sol, ilustran uno de los tantos pasajes tristes para el periodismo nacional. Su mirada aún patrulla las calles de su Culiacán.