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Salvador Camarena

15/05/2012 - 12:02 am

Ya no se están matando “entre ellos”

La nota fue publicada el miércoles en páginas interiores de diarios de Jalisco. En una casa de una población del municipio de Tala, Jalisco, a menos de 50 kilómetros de Guadalajara, el martes pasado fueron rescatadas doce personas. Es necesario detenerse en ese dato. Rescataron a doce personas y la información fue una nota con […]

La nota fue publicada el miércoles en páginas interiores de diarios de Jalisco. En una casa de una población del municipio de Tala, Jalisco, a menos de 50 kilómetros de Guadalajara, el martes pasado fueron rescatadas doce personas.

Es necesario detenerse en ese dato. Rescataron a doce personas y la información fue una nota con tratamiento normal. A pesar de todo lo que hemos visto, escuchado, atestiguado y leído en estos cinco años de horror (o precisamente por ello), a nadie le pareció que era nota de primera plana, ya no digamos local, sino nacional el reporte de que habían sido encontradas 12 personas en lo que desde el primer momento las autoridades policíacas consideraron una casa de seguridad de un grupo criminal.

Lo que luego fue sabiéndose debería provocar que despertemos ante la tragedia. Los rescatados iban a ser asesinados y luego tirados el diez de mayo –los criminales son retorcidos en sus provocaciones– en los Arcos del Milenio, mismo sitio donde en noviembre pasado ya habían sido abandonados 26 cadáveres. Además, se supo que los rescatados no tienen vínculos criminales. Eran personas elegidas al azar, como si fueran animales, que iban a ser sacrificadas para “mandar un mensaje”. Seres humanos raptados que durante días fueron retenidos a la espera de que llegara la orden de convertirlos en un montón de sueños rotos.

El rescate fue catapultado al primer plano debido a que la misma mañana en que los periódicos reportaban la liberación de los secuestrados, en una brecha de Ixtlahuacán de los Membrillos, población también distante unos 40 kilómetros de la capital jalisciense, aparecieron 18 cadáveres. A las pocas horas se comenzó a saber que entre ellos había estudiantes, meseros y albañiles.

Hay que empezar a corregir la narrativa a la que nos hemos acostumbrado a recurrir cuando nos vemos enfrentados a estos hechos. Ha quedado rebasado el esquema que planteaba preguntarse qué grupo había sido el autor de esas muertes y en contra de qué organización habría perpetrado tamaña monstruosidad. Aunque en un nivel nunca fue una cosa “entre ellos” –sus crímenes debimos siempre tomarlos como una afrenta a toda la comunidad– ahora más que nunca urge que nos demos cuenta de que es contra cada uno de nosotros. En otras palabras: tan cierto es que la sociedad nunca debió haberse asumido como parte de un daño colateral, como también lo es que ahora es un objetivo claro de los criminales.

El hallazgo de 49 torsos este domingo en Cadereyta supera de nueva cuenta límites. Pero quizá el problema está precisamente en que hemos sido permisivos y tolerantes cada vez que el horror establecía una nueva marca. Y no se entiende la aparición de un cadáver o de decenas de ellos sin la carencia absoluta, asumida por todos, de un sistema estructural, institucional, de denuncia y respuesta de un secuestro; vacío que posibilita que gente desaparezca y que durante días no se encienda ninguna alerta, que las pocas familias que acuden a denunciar sean tratadas con majadería o, en el menos peor de los casos, indolencia.

Los criminales saben desde hoy que cuando quieran volver a sacudirnos tendrán que invertir un poco más de esfuerzo para superar el número, o el macabro despliegue, de las víctimas de su bestialidad. Pero eso no les importa, porque tienen recursos para ello, mínimo temor (y bien fundado en las estadísticas) a ser castigados y, sobre todo, cuentan con que sobran los ciudadanos inermes que han tolerado por años que maten a uno, a tres, a diez, a 18, a 35, a 49, a 52, a 72… a decenas de miles.

Salvador Camarena
Es periodista y conductor de radio.

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