Las decenas mujeres con familiares desaparecidos que conforman el colectivo Guerreras Buscadoras de Sonora no esperaron que en la jornada de búsqueda de la semana pasada, y luego de horas de trabajo, encontraran los restos de 30 personas, su hallazgo más grande desde la fundación del grupo, en enero de 2018.
El hallazgo, que en un inicio era de 25 cuerpos, tuvo lugar este sábado tras una expedición liderada por el colectivo formado por familiares de desaparecidos, en la zona rural del Valle del Yaqui, donde el crimen organizado se disputa el territorio.
Por Astrid Arellano
Sonora, 15 de abril (Proyecto Puente/SinEmbargo).– El primer rastreo fue por inercia. La angustia y el dolor inmediato que produjo la desaparición de Fernando, provocó que María Teresa y su mamá, doña Rosa, salieran -sin tener idea de qué hacían ni cómo- al monte a buscarlo.
“Así andaba. Me quitaba los pedazos de piel seca de la cara: qué me importaba a mí ponerme bloqueador. No pensaba en eso, ni en traer manga larga. Me ponía una cachucha, si acaso, de mi viejo”.
Doña Rosa Kinijara García dice esto mientras se cambia sus tenis por unas botas de trabajo y se acomoda la camiseta impresa con el rostro de Fernando, su hijo. Ahora, junto a María Teresa, está a punto de salir de Empalme, el municipio sonorense donde residen, para liderar una nueva jornada de las Guerreras Buscadoras de Sonora y capacitar al nuevo grupo homónimo de Cajeme, en un rastreo de “tesoros”, como les llaman ellas a los desaparecidos.
“Son cuatro años y no pierdo la esperanza ni la fe”, continuó, “chueco o derecho, a mi hijo tenemos que encontrarlo”.
Fernando Valadéz Kinijara, de 30 años, desapareció en Guaymas, Sonora, el 11 de agosto de 2015, cuando iba al banco a cambiar el cheque de un préstamo que Rosa había conseguido para comer, y para que él pudiera comprar equipo de pesca para trabajar, pues había quedado desempleado al perder la vista de un ojo en su taller de soldadura. Pero apenas llegó a la puerta del banco cuando fue secuestrado. De él, sólo quedó una gorra tirada en la banqueta.
A casi cuatro años de su desaparición, siguen sin encontrarlo.
La madrugada de este sábado 13 de abril, su madre y hermana estaban preparadas para lo que fuera. En el Campo 30, un espacio internado en el monte del ejido Francisco I. Madero, en Cajeme, Sonora, se esperaba algo grande.
Sabían que eran varios los cuerpos enterrados entre los árboles, porque una semana antes, ya habían encontrado ocho. Aún así, nunca pensaron que, en sólo siete horas de trabajo, acompañadas por unas treinta mujeres más, ese día ubicarían 27, cifra que un día después anunciaron que aumentó a 30, su hallazgo más grande desde la fundación del grupo, en enero de 2018.
EL OLOR A MUERTE
Una varilla de acero, encajada en la tierra por una buscadora, definirá si en ese pedazo de suelo hay un tesoro que extraer a la superficie. “Es nuestra herramienta más importante”, dice María Teresa Valadéz Kinijara, a quien conocen como Maryte, “antes íbamos y mirábamos por encima, puros sahuaros, árboles…”.
Este artefacto está compuesto por una barra con un asa triangular de apoyo, en la parte superior, y un par de muescas ubicadas unos centímetros arriba de la punta inferior, y su uso les fue enseñado por Mirna Nereida Medina, líder de las Rastreadoras de El Fuerte Sinaloa, a quien consideran su maestra.
“Esto entra a la tierra y, cuando lo jalas, se trae lo que encuentre: restos, sangre o el puro olor”, explica Maryte, al acercarse el final de la varilla a la nariz, para confirmar que la búsqueda tuvo un resultado. Entonces, al grito de “¡positivo!”, alerta para que las compañeras con las palas se acerquen, y empiecen a cavar.
Luego agrega que la gente siempre les pregunta cómo le hacen para encontrar los cuerpos, que si cómo saben siempre dónde buscar, que deben estar coludidas con los delincuentes o hasta deben tener pacto con el diablo.
Ella ríe, y dice: “Los avisos nos llegan solos, la misma gente nos dice dónde buscar. Y si nosotras no buscamos, nadie más lo hará: a mí me dicen ¿y por qué se lo llevaron? No sé. ¿Andaba en malos pasos? A mí no me compete investigar; a nosotras nos corresponde buscar y encontrar, eso es todo”.
Rodeadas por militares, agentes ministeriales y peritos de la Fiscalía General de Justicia del Estado de Sonora, en el campo, las mujeres trabajaron sin descanso. En equipos, unas picaban la tierra, otras cavaban, unas más descubrían los cuerpos, una los contaba y registraba, por turnos, algunas se encargaban de la hidratación y protección e higiene del equipo.
Aún con la precisión de las tareas y la necesidad de no perder tiempo en nada, fue inevitable flaquear momentáneamente cuando el cuerpo encontrado se parecía al familiar perdido. Allí, fue cuando cada una se reflejaba en el dolor de la otra.
Eso le pasó a doña María de los Ángeles Valenzuela, cuando, al extraer un anillo de graduación de entre las falanges de una osamenta, creyera haber visto el que su hijo Mario Dagoberto usaba antes de desaparecer. Entonces rompió en llanto.
Quienes la rodeaban, la abrazaron para contenerla. “No llore, yo estoy con usted, yo sé lo que es sufrir, tengo un año diez meses buscando a mi hijo”, le dice otra compañera, “pero hay que estar fuertes, por ellos, ¿nos puede seguir ayudando? ¿Sí? Qué bueno, porque hay mucho que buscar, ¡denle una varilla o una pala a esta señorita, porque tiene muchas ganas de trabajar!”
Así fue en un par de ocasiones más con otras personas, eso, hasta que sucedieron los hallazgos más cercanos a una identificación. Don José, un señor que en alguna calle de Cajeme vio a las Buscadoras y les pidió que lo dejaran acompañarlas para rastrear a su sobrino, estuvo excavando por horas. Y, en una de esas, cuando un cuerpo fue extraído por el equipo de peritos, el hombre se partió en un grito. Estaba seguro de que había encontrado al joven desaparecido hacía apenas tres meses, por una pulsera roja que el cuerpo llevaba. Ahora sólo falta la prueba de ADN para confirmarlo.
Otra compañera más estalló cuando vio los tenis de un cuerpo desecho, idénticos a los de su hermano. O cuando uno de los cuerpos, el único con esta característica, portaba una billetera en su pantalón, con una identificación oficial. Con él, en cuestión de 15 minutos y por internet, Maryte encontró a la familia.
BUSCADORAS PARA HERMOSILLO
Guillermina Girón y Rigel Galindo, dos mujeres que en Hermosillo buscan a su hijo y primo, respectivamente, viajaron en camión la madrugada del sábado para encontrarse con las Guerreras de Empalme. Ellas dos representan a un grupo de más de 20 mujeres que, en la capital sonorense, están caminando los primeros pasos para dar con sus desaparecidos.
En este municipio, se está gestando el tercer grupo de buscadoras sonorenses y pronto buscarán apoyo de la comunidad para hacerse de equipo y recursos para iniciar sus propias búsquedas, capacitadas por el equipo de María Teresa.
“Nosotras hacemos gastos y no tenemos dinero”, les dijo doña Rosa, “somos de bajos recursos y, a como puedan, tienen que hacer sacrificios para que empiecen a aprender y que orienten a las demás, ustedes ya vieron lo que se batalla, ya saben la lista del equipo, prepárense y, con todo el favor de Dios, ya pasando estos días, vamos a dar una búsqueda allá en Hermosillo”.
Ambas son tímidas, pero determinadas. “Yo no voy a parar”, afirmó Guille, “vamos a botear en la calle, vamos a hacer actividades, pero necesitamos empezar ya… yo sé que allá hay muchos esperando que los encontremos”.
Ellas también colaboraron hasta el último minuto en Cajeme, donde la prueba de fuego del Campo 30 fue su entrenamiento. Con disciplina militar, las dos participaron en el hallazgo de osamentas, cuerpos y artículos que ayudarán a alguna familia a encontrar la paz.
La mañana del domingo, las más de 30 mujeres regresaron al Campo 30 y, como en cada búsqueda, se tomaron de las manos, en círculo, y realizaron una oración en la entrada del sitio para pedir fuerza y oportunidad de encontrar lo restante y cerrar el ciclo allí.
“Pedimos bendición, fuerzas y ganas para encontrar a quien sea”, dijo Maryte a sus compañeras, “recuerden”. Para el mediodía, encontraron tres cuerpos más. Luego cerraron la búsqueda.
“Con un total de 30 tesoros, gracias a Dios, por un descanso digno”, publicaron en su cuenta de Facebook, al final de la jornada.