Tras la invasión de Ucrania, el COI recomendó que las federaciones deportivas y organizadores de eventos “no invitasen o admitiesen” a deportistas rusos o bielorrusos. Pero lo hizo no por la guerra en sí, sino porque se había violado la “tregua olímpica”.
Por Stephen Wade
Estados Unidos, 15 de marzo (AP).- El Comité Olímpico Internacional siempre adoptó posturas políticas, desde la admisión de jeques y la realeza en su seno hasta la aceptación de una banca en las Naciones Unidas para promover diálogos de paz entre las dos Coreas. El organismo, sin embargo, siempre pregonó una “neutralidad política”, que la invasión rusa de Ucrania pone en duda.
La politización del COI se hizo evidente durante los Juegos Olímpicos de 1936 en la Alemania de Hitler. Durante la Guerra Fría, los juegos fueron escenarios de conflictos (en Ciudad de México), violencia (Múnich) y boicots (Moscú). A lo largo de su historia el COI mantuvo relaciones con estados autoritarios como China y Rusia, escenificando los juegos de verano del en Beijing y Moscú, y los de invierno en Sochi y Beijing.
La realidad es que el COI es una empresa sin fines de lucro, con sede en Suiza, que genera el 90 por ciento de sus ingresos con la venta de los derechos de transmisión de sus justas y patrocinios. Y que debe satisfacer a sus patrocinadores, un fenómeno relativamente nuevo.
Hace 30 años, al borde de la bancarrota, el COI cambió de dirección y se hizo más comercial y profesional. Los deportistas olímpicos piden premios cada vez más altos, a sabiendas de que sus carreras son frágiles (solo un 30% participan en más de una justa olímpica).
El acto político más visible involucra el desfile inaugural de los juegos, con la participación de 206 naciones y territorios. A título de comparación, la ONU tiene solo 193 estados miembros.
Tras la invasión de Ucrania, el COI recomendó que las federaciones deportivas y organizadores de eventos “no invitasen o admitiesen” a deportistas rusos o bielorrusos. Pero lo hizo no por la guerra en sí, sino porque se había violado la “tregua olímpica”. Tampoco suspendió a los comités olímpicos ruso y bielorruso ni a miembros del COI de esas naciones, ni pidió a sus principales patrocinadores que tomasen medida alguna contra esos países.
El COI trata de quedar bien con todo el mundo.
“Asumir una postura firme hacia Rusia es algo relativamente seguro. Los únicos que son criticados somos los que ponemos en evidencia las inconsistencias del COI”, expresó Helen Hefferson Lenskyj, profesora emérita de la Universidad de Toronto y autora de “The Olympic Games — A Critical Approach” (Los Juegos Olímpicos – Un enfoque crítico).
¿ALGUIEN ESCUCHA A LOS DEPORTISTAS?
El COI tiene una Comisión de Deportistas, que enfrenta presiones de afuera. Para participar en los juegos, los deportistas deben firmar documentos que permiten el uso de su imagen, limitan su libertad y en los que renuncian a ciertos derechos. En relación con los Juegos de Verano de Tokio (2020) y los de invierno de Beijing (2022), hubo una cláusula adicional que eximía al COI de toda responsabilidad asociada con el COVID-19.
Rob Koehler, secretario general de Global Athlete, dijo que esa organización defensora de los derechos de los deportistas ayudó a los deportistas ucranianos a hacer llegar una carta el COI pidiendo la suspensión de los deportistas rusos y bielorrusos. Indicó que no recibieron respuesta alguna.
“No actuar con rapidez contra Rusia y Bielorrusia continuará empañando la imagen olímpica”, afirmó Koehler. “Y cuando esa imagen se empaña, los más perjudicados son los deportistas, que son los que llenan los estadios y atraen a los patrocinadores y las transmisiones televisivas”.
En su primera conferencia de prensa como presidente del COI, hace ocho años y medio, el líder de esa organización Thomas Bach no se anduvo con vueltas. Dijo que “el COI no puede ser apolítico”.
“Tenemos que admitir que nuestras decisiones tienen implicaciones políticas. Y cuando tomamos decisiones, debemos sopesar esas implicaciones políticas”.
Acto seguido, no obstante, afirmó que “para cumplir nuestro papel y garantizar que se respeta la Carta (olímpica), debemos guardar una estricta neutralidad política y proteger a los deportistas”.
El día previo a la inauguración de los recientes Juegos de Invierno de Beijing, Bach reiteró la postura de “neutralidad política” del COI, diciendo que no hacerlo haría “peligrar los juegos”. Tres semanas después, y luego de que Bach se fotografiase con los presidentes de Rusia, Vladimir Putin, y China, Xi Jinping, en la ceremonia inaugural, Rusia invadió Ucrania.
El COI dijo entonces que la guerra había generado “un dilema que no se puede resolver”.
Xu Guoqi, historiador de la Universidad de Hong Kong y autor de “Olympic Dreams: China and Sports” (Sueños Olímpicos: China y el deporte), destaca que durante la Guerra Fría “todo fue político” y que hubo boicots en tres justas, las de Montreal, Moscú y Los Ángeles.
“Nunca hubo juegos olímpicos puros”, sostuvo Xu.
LA CLAVE DEL ÉXITO
El éxito de las justas olímpicas responde a factores tanto deportivos como políticos. Parte de su atractivo es la competencia entre países, el nacionalismo, las banderas ondeando y la emotiva entonación de los himnos nacionales. Ganar la mayor cantidad de medallas genera una sensación de superioridad nacional y hay una fuerte competencia entre democracias y gobiernos autoritarios.
Muchas disciplinas olímpicas no son populares, pero atraen grandes audiencias en el marco de esa batalla de nacionalismos.
El patriotismo y la política son parte del atractivo para los patrocinadores y la televisión, pero el COI insiste en que es políticamente neutral.
El COI es un observador permanente de la ONU, lo que aumenta su influencia política más que reducirla. Muy pocos organismos no gubernamentales gozan de ese status, como la Cruz Roja.
Jules Boykoff, profesor de ciencias políticas de la Universidad del Pacífico y detractor del COI, opina que los deportistas no deberían desfilar con la bandera de su país sino con la de su deporte. Todos los de un deporte en un mismo grupo.
Eliminar el nacionalismo, sin embargo, es impensable. Por ello, dice Boykoff, autor de “Power Games: A Political History of the Olympics” (Juegos de poder: Una historia política de los Juegos Olímpicos), dice que, si admite su politización, el COI “abre las puertas a un debate más serio acerca de las políticas que apoya”.
“A lo largo de los años el COI se ha mostrado muy tolerante de las tiranías. Pero el usar el término ‘apolítico’ como escudo, se protege de las críticas legítimas y de las denuncias justas de que se asocia con todos, sin importar sus políticas. Elige ignorar el hecho de que la neutralidad puede implicar apoyar fuerzas opresivas”.
LA POLÍTICA PRESENTE DESDE SIEMPRE
Casi todas las justas olímpicas modernas han tenido matices políticos desde que se reanudaron estas competencias en 1896.
A las de Amberes de 1920 no fueron invitados los países derrotados en la Primera Guerra Mundial. Tampoco la recién nacida Unión Soviética.
Hitler trató de usar las de 1936 en Berlín para promover la superioridad racial aria. El estadounidense Jesse Owens, un afroestadounidense, ganó cuatro medallas de oro y frustró la propaganda nazi.
En Ciudad de México, en 1968, los afroestadounidenses Tommie Smith y John Carlos elevaron sus puños, simbolizando el poder negro, en el podio. El comité olímpico estadounidense los expulsó del equipo, pero en el 2019 ambos fueron incorporados al Salón de la Fama del Comité Olímpico y Paralímpico de Estados Unidos.
Se pensó que la realización de los Juegos Olímpicos del 2008 en Beijing ayudaría a promover los derechos humanos en China, pero la impresión generalizada es que eso no sucedió. Y los recién concluidos Juegos de Invierno en la misma ciudad tuvieron lugar en medio de una fuerte represión de las minorías uigur y tibetanas, y de un férreo control de Hong Kong.
El presidente del Comité Internacional Paralímpico Andrew Parsons se quejó de que su discurso en la ceremonia inaugural del 4 de marzo, en el que hizo un apasionado llamado antibélico, fue censurado por los medios chinos. China no ha criticado públicamente la invasión rusa de Ucrania y las palabras de Parsons en inglés fueron silenciadas o no fueron traducidas, algo que los chinos atribuyeron a una “falla” no explicada.