Sergio Saldaña Zorrilla
15/03/2016 - 12:01 am
El síndrome de Estocolmo mexicano
En el amplio sentido del término, hoy México carece de Estado: nuevamente está volviendo a privar la Ley del más fuerte en un triste retorno al salvajismo a la vez que la soberanía nacional se ha perdido. Por eso necesitamos volver a fundar el Estado mexicano. Hay quienes, más fundamentalmente, opinan que en realidad nunca se fundó Estado mexicano alguno.
Hoy México no puede darse el lujo siquiera de debatir si vamos a la izquierda o a la derecha. México necesita antes desmantelar la actual dictadura, refundar al Estado e implementar una República democrática. El error fundamental de la actual resistencia mexicana –término con el que describo a quienes se oponen a la actual dictadura- es que se conforman con divergir y no dan el paso a la ruptura con la dictadura.
El Estado es un conjunto de instituciones que poseen la autoridad para establecer las normas que regulan una sociedad y son soberanas tanto interna como externamente sobre un territorio determinado. Antes del Estado, las sociedades vivían en lo que Thomas Hobbes llamó el estado natural. El estado natural es aquel donde priva la Ley del más fuerte.
En el amplio sentido del término, hoy México carece de Estado: nuevamente está volviendo a privar la Ley del más fuerte en un triste retorno al salvajismo a la vez que la soberanía nacional se ha perdido. Por eso necesitamos volver a fundar el Estado mexicano. Hay quienes, más fundamentalmente, opinan que en realidad nunca se fundó Estado mexicano alguno. Sin embargo, es posible que la República Restaurada (1867-1876) haya sido acaso el único período de la historia de México en que hubo un Estado en toda la extensión del término. No obstante, sería un anacronismo re-restaurar un Estado basado en la forma de gobierno republicano Juarista. En su momento, Juárez consideró conveniente aliarse con los Estados Unidos de América (EUA) para ganar soberanía al alejarnos del recurrente intento de dominación europea; adoptar un federalismo, un bicamarismo y un presidencialismo parecido al de ellos, entre otras características que, más mímicas que adecuadas, al cabo de poco tiempo, demostraron su inadecuación.
La actual forma de gobierno en México es una dictadura presidencialista con enclaves de salvajismo y bajo el dominio de un imperio en decadencia. En su lugar, debemos fundar una República democrática participativa, con estado pleno de derecho, con una soberanía absoluta.
¿Por qué necesitamos fundar una República democrática? Pretender reducir el antagonismo de clases –objetivo de las democracias republicanas–, es, aparentemente, oponerle una fuerza artificial a la humanidad. Ortega y Gasset considera la democracia como el artificio más anti-natural de la civilización ya que, desde una óptica darwiniana de selección natural, la democracia crea mecanismos para impedir que los más fuertes siempre ganen, posibilitando la existencia de los más débiles a pesar de su tendencia natural a perecer. ¿Es entonces la democracia un sistema que desacelera la trayectoria evolutiva de la raza humana –en el camino al superhombre nietzscheano–, en tanto que obliga a ésta a cargar con el lastre de los más débiles? Parece que no.
La selección natural no premia precisamente al individuo más apto de la especie, sino a aquel cuyo comportamiento maximiza las probabilidades de éxito de la especie en su conjunto en el largo plazo. De ello presenta clara evidencia empírica la teoría genética evolutiva contemporánea, señalando que los genes del tipo de individuos que se comportan en beneficio de la especie en su conjunto, tienden a transmitirse más frecuentemente que los de aquellos que se comportan de otros modos.
Desde Pericles hasta nuestros días podemos observar que la instauración de dictaduras y democracias es cíclica. Las sociedades son inequívocamente aristocráticas y tienden a estratificarse de manera natural –lo que hace a las democracias republicanas tan vulnerables. Un simple hueco dejado por los sectores económicamente más débiles jamás lo desperdicia un fuerte. Aún con ello, el riesgo no consiste solamente en que los grupos económicos más poderosos instauren una monarquía, consiste más bien en la poca capacidad de análisis económico y político de largo plazo que tienen esos grupos, tendiendo a acumular la riqueza y de ahí el poder hasta el punto de asfixiar el poder adquisitivo generalizado y la libertad, ampliando la brecha de demanda de la economía y generando mayor polarización, punto de arranque de las grandes depresiones que terminan por golpear a las élites mismas.
La República de la antigua Roma es destituida por la dictadura, pero –para sorpresa de la retórica de Cicerón– logra devenir en imperio gracias a su superioridad tecnológica e institucional relativa a otras sociedades de la época. Similar al de egipcios, aztecas y todo imperio, el financiamiento tanto para las élites del imperio romano como para su pueblo se obtiene de la explotación a los pueblos tributarios. Sin embargo, sociedades sin esa fuente externa de explotación, como México, suelen ser reemplazadas por largas dictaduras sangrientas.
En dictaduras como la mexicana surge un particular conflicto moral al interior de la sociedad: el ciudadano que vive bajo una dictadura suele tener la impresión de estar haciendo algo malo. La interdependencia entre cualquier actividad de esa sociedad y la dictadura le genera al ciudadano una sensación de complicidad. Al mismo tiempo se exculpa porque sabe que está siendo obligado a ello y porque cree que su capacidad de organizar una insurgencia exitosa es muy baja.
Al igual que en la Alemania y la Austria nazis, en donde hasta la enfermera y el empleado de correos eran un engrane de la dictadura nacionalsocialista, de alguna manera en México también todos estamos involucrados con la dictadura: muchos reciben el programa Progresa, una beca del CONACYT, trabajan en alguna dependencia de gobierno, han asistido a escuelas y hospitales públicos, etc.
A la mayoría le es difícil discernir los límites entre la dictadura y sus instituciones; entre el colaboracionismo y la resistencia; entre el pacto con el diablo para minimizar los males y lucha sin tregua en su contra. Tal vez por eso no es poco frecuente observar las aparentes contradicciones de defensores de derechos humanos hartos del régimen abogando por víctimas en oficinas de gobierno; o ver a líderes políticos maldecir por los fraudes electorales que grotescamente les ha cometido el gobierno mexicano y que al mismo tiempo militan en un partido. Parece que a todos les tiembla la mano al intentar derrumbar esta dictadura. Lo piensan, lo comentan, lo fraguan pero no lo consuman. Esa indecisión de los grandes líderes sociales mexicanos actuales también está presente en vastos sectores de la sociedad mexicana ¿Tal vez padecen una especie de síndrome de Estocolmo en el que el secuestrado se enamora de su secuestrador? ¿Es indefensión aprendida? ¿O es cooptación sistemática de sus líderes, que uno a uno sucumbe al canto de las sirenas y cae en el mar del presupuesto gubernamental? ¿Es holgazanería del pueblo y sus líderes? ¿O es simple cobardía?
@SergioSaldanaZ
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