Tú no me quieres tuya, tú me quieres mía y más mía que nunca soy, más yo, más tú y yo tomados de la mano o sueltos y volando con las brisas, hinchados entre las nubes y cantando, más nosotros cuando somos y sueltos cuando conviene, siempre voladores, desde el principio, como si hubiéramos nacido con alas y no fueran los aleteos de tanto pájaro adentro que nos elevan y nos hacen girar para que, con cada soplo, nos rocemos los labios, nos entrelacemos las piernas, nos quedemos dormidos.
Tú me llamas “mi cielo” y quiero ser justo eso, y ser la luna de aquí y de allá que te alcanza cuando vuelves de noche, quiero lloverte cuando estés sediento y mirarte con cada pupila estelar para no perderme del pliegue en tus ojos sonrientes, de la voz cuando no es mía, de los latidos ahí, bajo las telas, en el pecho, entre las costillas, ahí donde me acunas cuando lloro, para llevar cuenta de todos y aprender cuáles son para mí, cuáles van a mi ritmo aunque, atardeciéndome, te espere bien lejos.
Tú me llamas “mi cielo” y yo quiero haberlo sido desde antes, desde siempre, cuando tu reloj y el mío giraban en distintos sentidos y no podía saber que era tu sombra la que se dibujaba en el horizonte, en la línea que hablaba del fin de mi noche y el principio del verano. Ser cielo, ser infinita, ser mirada desde abajo y luego precipitarse en forma de relámpago espectacular, prenderte en llamas, ser uno, absorbernos hasta lo más profundo de la tierra, correr hasta el mar, ser miles de gotas, ser aire, ser todo.
Tú me llamas “vida” y, sí, ser el aire, ser el sustento, el sueño que te arrulla, el futuro de tus manos, de tu vientre, de tus pasos, ser la arena en que marcamos el sendero con mis pies pequeños y los tuyos de pasos grandes porque sabes caminar, parar, callar, gritar y sabes, además, los nombres de las criaturas que habitan las olas, de sus vidas y de sus muertes, y sabes escribir los nuestros a la orilla del mar para que yo, desde la nube, el sol y la marea, sonría.
Vida, sí, ser el pasado paralelo, la espera que ignorabas, las escalas necesarias porque no nos dieron atajos y había que cruzar los puentes entre la niebla para descubrir que el tuyo llegaba al otro lado del planeta; el mío al otro lado de la muralla, al punto exacto y en el momento exacto en que la niebla se disiparía para que nos reconociéramos, quizá de otra vida, quizá de otro sueño, quizá no fuimos nosotros en absoluto sino esos pájaros que nos habitan y que, al reconocerse, trinaron la misma melodía, esa que nos ha puesto a bailar desde entonces y que nos coordina los pasos, mis pies pequeños, los tuyos de pasos grandes porque no tienes miedo de haber llegado, ni de compartir las provisiones, ni de saberte no más solo en un desierto que quizá, antes, te pertenecía y que quizá, antes no era para nadie más.
Vida, ser el presente absoluto, las letras que me arrancas entre suspiros, la única a la que perteneces en el instante porque yo sí te requiero mío, porque soy egoísta y te quiero mi cielo, mis paredes, mis besos, mi amor, mi alma, mi mañana. Mío tras el pasado, mío bajo las manos que no me pertenecían, mío en nuestras risas, en nuestras noches, sobre la almohada y entre mis dedos, mío ahora, que sólo hay ahora, ahorita, que puedo y que tengo y que te clamas, alegremente, mío para luego soltarte y que flotes libremente mientras yo, tu cielo, te abrazo entre mis tormentas, manantiales y estaciones, tuya, al final, en cada gota y en cada rayo de sol.