Antonio Salgado Borge
15/02/2019 - 12:01 am
El PRI de Ivonne Ortega
México necesita partidos políticos de oposición serios y dispuestos a plantear argumentos que retén al actual Gobierno.
México necesita partidos políticos de oposición serios y dispuestos a plantear argumentos que retén al actual Gobierno. No hace falta ser enemigo de Morena para entender que el escenario de un solo partido que hoy despierta optimismo – consecuencia justa de los desastres panistas y priistas- difícilmente puede ofrecer resultados positivos en el largo plazo. La discusión, por ende, no puede girar en torno a si el surgimiento de una oposición partidista real a Morena es deseable, sino alrededor de la forma en que esta oposición puede articularse, y de las cualidades opositoras que nuestro país y el propio Morena necesitan.
Si algo ha quedado claro durante las últimas semanas es que la oposición seria e inteligente que requerimos no vendrá del PAN. Es fácil ver por qué. Este partido ha estado más enfocado en reproducir la campaña de miedo que les funcionó en 2006 -y que les dejó de funcionar desde entonces- que en plantear alternativas serias a los proyectos impulsados por el gobierno de AMLO. De esta forma, durante la presidencia de Marko Cortés el discurso panista ha estado contaminado por sus referencias alarmistas a Venezuela o por sus descalificaciones simplonas que buscan sembrar pánico. Sin embargo, considerando la altísima aprobación del nuevo gobierno, es claro que esta estrategia sólo ha funcionado en sectores muy reducidos. A ello tenemos que sumar que, en distintos estados, el PAN continúa marchando de la mano de grupos ultraconservadores anti-derechos. Esto es, nada parece indicar que el PAN vaya a resurgir pronto como una oposición seria e inteligente.
No se puede esperar algo mucho mejor del posible partido que busca fundar la dupla Zavala-Calderón, una escisión del PAN que representa lo peor de aquel partido y que constituye una apuesta a la desmemoria a todas luces impresentable. Tampoco sería sensato apostar por el conjunto de satélites conformado por los partidos más pequeños -PVEM, PES, PANAL, MC, PRD, Nueva Alianza, PT…-
Este escenario de carencias o miserias, por increíble que pueda parecer en primera instancia, abre al PRI la oportunidad de presentarse como una opción de oposición articulada y bien pensada. Dado que esta última frase está muy cerca de parecer una contradicción lógica, vale la pena replantearla con más detenimiento: para ser claro, el punto no es si el PRI puede mostrarse como el partido de la honestidad, de la congruencia o de la transformación sistémica; a estas alturas, el PRI no podría jamás presentarse como una opción creíble en este sentido y para lograr algo semejante se requerirían de años o décadas de trabajo serio y de buenos resultados.
Lo que importa aquí es que el PRI podría, a pesar de todo apelar a los recursos técnicos, a la mesura o la capacidad de articular ideas de algunos de sus integrantes, levantando así la mano como el único partido que está dispuesto a jugar el papel de una oposición institucional y seria. Esto, me parece, es lo mejor – y probablemente lo único- que el PRI puede ofrecer a México en estos momentos.
El problema es que un abismo separa al PRI actual de un proyecto de esta naturaleza. En consecuencia, los que los esfuerzos de algunos priistas con cualidades destacables que buscan ser una oposición inteligente y seria podrían ser insuficientes. Lo que es peor, es probable que el PRI termine optando por “relanzarse” sin haber modificado un ápice su más reciente versión fallida. Esto es, el PRI podría desperdiciar la oportunidad que se le abre e instalarse junto al PAN en la sección de partidos de oposición desprestigiados, faltos de argumentos y sin disposición a la renovación o la autocrítica. ¿Cómo podría el PRI garantizar que este sea su futuro inmediato? A través de una simple decisión: la elección de Ivonne Ortega como su próxima presidenta nacional.
Hace algunos días Ortega levantó la mano y anunció su interés de dirigir a su partido. Esta política yucateca ha afirmado que la respalda su experiencia, que sabe ganar elecciones, que busca la equidad de género y conoce el papel de oposición, pues fue gobernadora de Yucatán cuando Felipe Calderón (PAN) era presidente. Además, entre las cualidades que Ortega se autoatribuye está una formación académica que, según afirma, adquirió mientras fue funcionaria pública. En una entrevista concedida a Diario de Yucatán incluso aseguró que ahora estudia un doctorado en la Universidad Complutense, compromiso que implica que considera que es capaz de completar un programa académico serio y a la vez dirigir a su partido para convertirlo en una oposición inteligente o competitiva.
El nombre “Ivonne Ortega” probablemente diga muy poco en el plano nacional, así que vale la pena revisar algunos aspectos de su trayectoria. Estamos, en primer lugar, ante una exgobernadora de Yucatán (2007-2012) que legó a su estado una deuda histórica -más de dos mil millones de pesos- a cambio de nada -la pobreza aumentó durante su gobierno-. Ortega concluyó su mandato entre diversas acusaciones de corrupción, legando elefantes blancos ofensivos, hospitales inconclusos, represión a manifestantes pacíficos, dispendio y con una colección de banalidades que llevó a la revista Proceso a incluirla en su lista de “gobernadores de telenovela” (si se desea conocer más al respecto, mi artículo dedicado al resultado de la gestión de Ortega puede ser consultado aquí: https://www.sinembargo.mx/20-01-2017/3138118 ).
Las consecuencias de su gestión están a la vista en Yucatán. Su desprestigio en ese estado es tal que Ortega se vio obligada a mantenerse lejos de los reflectores durante la pasada elección de gobernador. El motivo: el PRI yucateco calculó, con razón, que la presencia de Ortega lastimaría las opciones de triunfo de su candidato. Y es que Ortega arrastra, como consecuencia de su gobierno, un repudio mayor al de cualquier otro político local. Para ilustrar, en términos de imagen, Ortega es a Yucatán lo que Peña Nieto o Carlos Salinas son a México, o lo que Javier Duarte, César Duarte o Guillermo Padrés son a sus respectivos estados.
Ivonne Ortega habla de combatir la corrupción, pero los señalamientos por corrupción en distintas formas y niveles en Yucatán se multiplicaron durante su gestión como gobernadora. Ivonne Ortega es joven -en su momento su edad e imagen fresca le llevaron a lograr ciertas simpatías-, pero a estas alturas no es ni lo suficientemente joven ni lo suficientemente vieja como para lavarse las manos del desastre que ha heredado su partido; cronológica y cualitativamente Ortega es una representante la generación del nuevo PRI, probablemente la peor generación en la historia de ese partido.
Ortega es mujer y habla de equidad de género, pero no es feminista: durante su gobierno en Yucatán no tuvo ninguna mujer en puesto de secretaría. Ortega viene de un origen humilde, pero su comportamiento desde los inicios de su gobierno en Yucatán es el de quien se sabe con recursos ilimitados para derrochar, festejar y saludar con sombrero ajeno. Finalmente, Ortega tiene carisma y capacidad de conmover audiencias, pero esta capacidad sólo puede funcionar cuando el personaje y su trayectoria no son suficientemente conocidos; con toda la información disponible, sería ingenuo pensar que alguien fuera de la militancia priista más disciplinada o los beneficiarios directos de su asenso podrían levantarle la mano con algún grado de convencimiento.
No tiene sentido evaluar la lista de razones que han llevado a una política que ha acumulado tales resultados y tanto rechazo de sus gobernados se sienta con la capacidad técnica y la autoridad moral necesaria no sólo para dirigir a un partido, sino para renovarlo. Lo importante aquí es que si Ortega ha decidido golpear a la puerta del PRI es porque cree que este partido acudirá a su llamado. Desde luego, por la mente de Ortega probablemente no pase que un escenario de esta naturaleza sería malo para el PRI y peor para México.
Y es que la llegada de Ortega a la presidencia del PRI enviará dos mensajes contundentes. El primero es que el desastre de la “generación Peña Nieto” no ha dejado lecciones de fondo y no amerita revisiones fundamentales en el PRI. El segundo es que el PRI sigue en manos del puñado de personas que tanto daño hicieron a su partido y a México; de un grupo que ya se frota las manos y sueña con la posibilidad de reeditar la misma fiesta que terminó en un monumental fracaso.
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