Violeta Vázquez-Rojas Maldonado
15/01/2024 - 12:04 am
África en Morelos
“La identidad afromexicana no se basa en un tono de piel, sino que remite a culturas vivas”.
En Morelos hay una presencia invisible, o una ausencia palpable, según se la perciba, que atraviesa su historia desde hace más de 500 años. Casi no se menciona, pero basta que alguien la nombre para empezar a verla en todos lados: en el paisaje verde intenso de los cañaverales, en los camiones cargados de caña que se dirigen de los campos a los ingenios, en las briznas negras que vuelan erráticamente por el aire en la temporada de zafra, en el murmullo discreto del apantle, en lo que queda de una hacienda en ruinas.
Esa voz que no se oye, el pasado que nadie reclama, es la huella innegable de los trabajadores esclavizados, mujeres y hombres, provenientes de África. “Por el azúcar, es probable que las poblaciones permanentes en las haciendas azucareras en Morelos desde el siglo XVI y hasta el XVIII fueran principalmente, o al menos considerablemente, de origen africano, esclavos y exesclavos”, escribe John Womack en Zapata y la Revolución Mexicana. Siendo así, lo esperable es que estos pobladores de las zonas cañeras hayan tenido hijos nacidos de vientres libres, que crecieran en libertad y tuvieran, a su vez, hijos, legalmente considerados indios. “Pero tanto ahí como en otros pueblos comparables -continúa Womack-, ya sea por discriminación racial u otras razones, es probable que algunos se hubieran ido, o que al menos no se hubieran dedicado a la agricultura en el pueblo, sino que hubieran aprendido oficios itinerantes para ganarse la vida lejos de sus pueblos”.
Con la abolición de la esclavitud, en los albores de la independencia, dejaron de entrar africanos a México, y también dejaron de entrar, dice Womack, en los relatos de la historia hegemónica. “Pero los mexicanos de ascendencia africana seguían en México, visibles durante una generación más (ahí están el cura y general Morelos, Vicente Guerrero, Juan Álvarez y sus ‘pintos’). En la mayoría de los lugares, sus hijos y nietos, cada vez menos ostensiblemente africanos (…), ya no reconocidos como de origen africano, se fueron fundiendo con la población mexicana general, establecida por la historiografía anterior y posterior a ‘la Revolución mexicana’ como mestiza, una mezcla de las únicas dos razas culturalmente reconocidas, la española y la indígena, o bien se transmutaron por esfuerzo propio o por defecto simplemente en indios”.
La historiadora Fabiola Meléndez, de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos, se ha dedicado durante años a rastrear la huella de África en México, y últimamente de manera más específica en su estado natal. Hace un par de años comenzó a trabajar con la comunidad afro-morelense de Paracas, en el municipio de Yautepec. Paracas es una colonia fundada hace apenas unos treinta años, por personas que emigraron desde otras localidades vecinas, pero también desde la Costa Chica de Guerrero y Oaxaca. La población afrodescendiente en el estado de Morelos, explica Meléndez, tiene tres orígenes: la diáspora histórica, que se remonta a la época colonial y se relaciona con el comercio de esclavos para la producción de azúcar, la diáspora contemporánea nacional, por la que llegan a Morelos personas afrodescendientes provenientes sobre todo del estado de Guerrero -el estado con mayor presencia afrodescendiente en el país-, y la contemporánea internacional, que ha traído a México a nacionales de Centroamérica, el Caribe y en algunos casos de África en los años recientes.
Los resabios de la diáspora histórica apenas si se perciben. A unos pocos kilómetros de la colonia Paracas, en el municipio de Tlaltizapán, están las ruinas del que fuera el ingenio de Xochimancas, una propiedad jesuita que, según Horacio Crespo, habría sido el ingenio con mayor número de esclavos negros en el siglo XVII del que se tenga noticia. Llegaron a habitar aquí unas 300 personas esclavizadas. Según la revisión de registros demográficos elaborada por Julieta Pineda, un 55 por ciento eran mujeres y 45 por ciento hombres. La población esclavizada adulta llegaba a ser 69 por ciento, y niños el restante 31 por ciento. Es importante entender esta diversidad poblacional porque en Xochimancas, como en otros lugares, no sólo llegaban esclavos como resultado de la compra, sino que nacían ahí, herederos sin saberlo de una condena que cargaban desde la cuna.
Ahora no queda del ingenio más que unos cuantos muros y arcos, marcados con las balas de las revueltas zapatistas. Meléndez sospecha que la primacía de la memoria revolucionaria ha opacado los recuerdos de la historia previa y con ello se ha borrado la huella de la presencia africana con cuya mano de obra se levantó la industria del azúcar, que sigue siendo intensamente productiva en esta zona. Sin embargo, para Womack, la Revolución del Sur no se explica sin la presencia de los descendientes de esta diáspora: “Sólo los hijos del Morelos ‘afro’, el Morelos mestizo-mulato-moreno-pardo, pudieron hacer la Revolución del Sur, unir las revueltas locales, hacerlas cooperar y organizar el Ejército Libertador del Sur, no ‘Liberal’, sino activa, directa y objetivamente libertador”. Después resume contundente: “La fuerza viva revolucionaria, amplia, expansiva e impulsora, en busca de justicia a nivel nacional de 1911 a 1920, fue la del Morelos afro-mestizo”.
La Senadora Susana Harp, impulsora de la Reforma Constitucional que desde 2019 reconoce la existencia de los pueblos y comunidades afromexicanas en México, enfatiza que la identidad afromexicana no se basa en un tono de piel, sino que remite a culturas vivas. La reforma es crucial porque a partir de ella el censo del INEGI de 2020 pudo contabilizar a la población que se identifica como afromexicana, afrodescendiente o negra. Pero, ¿de qué sirve reconocerse actualmente como afrodescendiente? Reconocer la identidad es una forma de acceder a derechos, responde Meléndez, sin titubeos. Meléndez y la Red Afro-MAM (Red Afro de Mujeres Afro Morelenses https://redafromam.org.mx/), han trabajado intensamente en la difusión de un decálogo de derechos: el derecho a ser representados de manera digna; el derecho a la identidad y la cultura afrocentrada, es decir, a que sean respetados sus saberes tradicionales, cosmogonía, forma de hablar, etc.; el derecho al empleo a través de acciones afirmativas, entre otros. Estos derechos «afromorelenses» no son distintos de los derechos reconocidos para las comunidades afrodescendientes en general, pero el reconocerse como afromorelense, y no únicamente como afrodescendiente, explica Meléndez, le confiere a la identidad señalada en el prefijo afro- un territorio particular. Los derechos no son abstractos, sino de personas y comunidades concretas localizadas en un lugar específico, y reconocer esta especificidad es lo que posibilita el acceso a ellos.
Ana García, integrante de la Red Afro-MAM, reporta, con base en el censo del Inegi 2020, que en Morelos el 1.9 por ciento de la población se reconoce como afrodescendiente, lo que equivale a unas 38 mil personas. Esta cifra es consistente con el porcentaje nacional, que es de dos por ciento (unos dos millones y medio de personas). Las integrantes de la Red Afro MAM señalan bien que “la diversidad cultural de Paracas es invisible para el ejercicio de derechos, pero no para la creación de prejuicios y estereotipos. Integrantes de la comunidad han denunciado ser víctimas de discriminación racial en la escuela, el trabajo, centros de salud y en la calle”.
El visibilizar la presencia afromorelense, dice Meléndez, implica reconocer la contribución de las personas afrodescendientes en el estado y su legado histórico a lo largo de los siglos, no sólo en el papel de personas esclavizadas, sino también su participación activa en procesos de liberación, de resistencia y de rebeldía. Es, pues, una herencia viva, aunque a diferencia de otras comunidades, la afrodescendiente, por las propias circunstancias de su arribo a este continente, no esté asociada a una lengua particular, a un solo territorio o a rasgos culturales claramente reconocibles. Sin embargo, es mucho lo que nuestra cultura nacional le debe a África, desde la jamaica y el tamarindo, recuerda Meléndez, hasta el espíritu libertador que posibilitó la rebelión contra los hacendados durante los procesos revolucionarios.
El 24 de enero se conmemora el Día Internacional de la Cultura Africana y los Afrodescendientes. Reconocer su legado, conocer su historia y reparar los daños infligidos a los hombres y mujeres que nos la heredaron no podría ser otra cosa que justicia.
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