Juan Gelman, perseguido por la represión militar, venció a las armas y a la violencia con la poesía

15/01/2014 - 12:00 am
Fumaba, bebía tequila, le iba al Club Atlanta, de Buenos Aires. Foto: EFE
Fumaba, bebía tequila, le iba al Club Atlanta, de Buenos Aires. Foto: EFE

Ciudad de México, 15 enero (SinEmbargo).– Un martes gris en México. Un martes de enero cuando es pleno invierno aquí y allá, como se sabe, es verano, intenso calor húmedo, pesado, insoportable.

Para aquí y para allá, él era el mismo poeta. Un Juan a secas, que al decir del escritor argentino Osvaldo Bayer era “el poeta de las calles, de los barrios, de las plazas. Del dar la mano”, porque  “Juan tiene mano de orfebre, de sembrador, la mano que acaricia la vida, pero que se vuelve puño en los tiempos humillados”.

Puño en los tiempos humillados: una definición exacta para un sobreviviente que murió aquí, en México, sin nunca haber dejado de ser de allá, de Argentina.

Juan Gelman falleció en la víspera, en el Distrito Federal. Tenía 83 años. Era poeta. Había ganado el Premio Cervantes en 2007 y había perdido, en una derrota desigual, cruel, inadmisible, la batalla contra la cruenta dictadura que asoló su país de origen entre 1976 y 1983.

Que conste. Su mayor tragedia fue vivir, sobrevivir.

Si hubiera vivido, si hubiera sobrevivido, el dibujante argentino Héctor  Oesterheld, el creador de “El Eternauta”, tendría 95 años. Como a Juan, a Héctor le asesinaron a sus hijas y desaparecieron a sus nietos. El gran historietista argentino fue asesinado por los militares en 1978.

Cuando recibió el Premio Cervantes, en 2007. Foto: EFE
Cuando recibió el Premio Cervantes, en 2007. Foto: EFE

Curioso. Aquí, Juan moría a los 83. Allá, la agrupación H.I.J.O.S., publicaba en las redes sociales una fotografía de una familia presumiblemente feliz, en blanco y negro, con la siguiente leyenda:

Mamá Elsa, papá Héctor, las hijas: Marina, Estela, Diana y Beatriz. De esa foto de toda la familia, sólo quedó Elsa. Los genocidas se llevaron a los demás. Quedaron Elsa y sus nietos. Todavía seguimos buscando a los hijos/as de Diana y Marina, quienes estaban embarazadas. El 13/2/2014 empieza el segundo juicio a los genocidas del Vesubio, centro clandestino de detención, tortura y exterminio al que fue llevado Héctor Germán Oesterheld. Los desaparecidos nos faltan a todos y sus hijos, nacidos en cautiverio y apropiados, también. Ayudanos a encontrarlos, ayudanos a encontrarte.

Si hubiera vivido, si hubiera sobrevivido, Rodolfo Walsh tendría 87 años. Como a Juan, al que podría ser considerado el inventor del periodismo argentino contemporáneo, le mataron a su hija. A él, a Rodolfo, lo acribillaron los militares en 1977 y luego lo desaparecieron. Tenía 50 años y unos pocos días antes de morir había hecho público un documento donde denunciaba los crímenes de la dictadura comandada por Jorge Rafael Videla.

“Carta abierta de un escritor a la Junta Militar” se llamaba el documento firmado por Walsh, autor entre otros del célebre Operación Masacre.

Si hubiera vivido, si hubiera sobrevivido, Paco Urondo tendría 84 años. Casi la edad de Juan. Al poeta, periodista y guerrillero argentino le asesinaron a su hija, Claudia, en 1976, el año en que él falleció también, a los 46, al tomarse en una redada del ejército una pastilla de cianuro. Le pegaron dos tiros en la cabeza, pero las investigaciones lo dan por muerto antes.

(¿bajo que árbol/sobre qué árbol/alrededor de qué árbol/francisco urondo asoma/o es el resplandor violeta de algún vientre de tigre rugiendo en mi país?/¿estás paquito ahí o en el temblor de esa mano que piensa en todos tus haberes/pasión o dignidad?/ ¿brillás en la mañana cantora/andás en la sonrisa estruendo pólvora/ Que atacan cada día al enemigo?…)

Paco Urondo. Rodolfo Walsh. Héctor Oesterheld. Contemporáneos de Juan Gelman, como él, amantes de la palabra y de la lucha revolucionaria en tiempos que como supo decir recientemente la uruguaya Lucía Topolansky, esposa del presidente José Mujica, la revolución estaba ahí, al alcance de la mano.

“Hasta que vino la derrota. El dolor profundo. Me escribiste a Berlín, Juan, desde Roma, el 27 de mayo de 1979. No te dabas por vencido. Me comunicaste que seguías trabajando ‘en un proyecto político que tiende a crear una síntesis a partir de la derrota, un proyecto que, antes o después, me regresará al país’. Y buscabas la razón de tu tristeza y me decías: ‘La pelea por conseguir una política más sensata, la pérdida de tantos compañeros, el secuestro de mi hijo, de su compañera, del nieto por nacer, me distrajeron de mi condición de desterrado, me hicieron rotar por un limbo extraño, contradictorio, fantasmal y, muchas veces, alucinado”, escribió Osvaldo Bayer en el periódico Página 12.

Contaba la historia de Juan Gelman desde el lado del amigo, del cercano y hablaba de cómo la derrota de tener que vivir cuando casi todos han muerto, tiene al final un sentido que cambia el curso de la historia.

Junto a Elena Poniatowska en México, en 2011. Foto: EFE
Junto a Elena Poniatowska en México, en 2011. Foto: EFE

Fue cuando Gelman ganó el Premio Cervantes, que Bayer explicó lo que todos entendimos.

“Cuando leí hace unos días que Juan había obtenido una distinción así, repetí lo que siempre me llena de satisfacción: el triunfo final de la ética. Alguien tan perseguido como Juan, con el eterno dolor de haber perdido a su hijo y a su nuera embarazada por obra de la bestial represión militar, era reconocido ahora como un poeta fundamental del presente. En cambio, los que lo persiguieron ya están malditos por todas las generaciones. Quisieron matar la poesía y surgió la pluma que derrotó todas las armas, todos los instrumentos de tortura, la desaparición.”.

LA POESÍA ES LA VICTORIA

Vivir para ser poeta. Y para reconocer entre la gente a los lectores fieles de poesía. Como destacó en una entrevista que le hiciéramos hace dos años en la Feria del Libro de Guadalajara.

“Hay gente que lee para entretenerse, se trata de meros lectores de libros  y no tengo nada en contra de ellos, pero la verdad es que la poesía tiene lectores y son fieles”, dijo entonces, a los 81, el autor de Violín y otras cuestiones y El juego en que andamos.

A sus 80 se le había dado por escribir cuentos infantiles y así nació “El ciempiés y la araña”, coeditado por la Dirección General de Publicaciones (DGP) del Conaculta y el Taller de Comunicación Gráfica.

Pero lo suyo suyo, era la poesía.

“La poesía es resistencia frente a un mundo que se vuelve cada vez más cruel, cada vez más terrible, deshumanizante, porque todo lo que pasa no está fuera de lo humano”, le dijo a la periodista y poeta Claudia Posadas el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en 2005, quien perseguido por la Triple A (organismo de represión del gobierno de Isabel Perón) se vio obligado a exiliarse en 1975.

Vivió en Italia, Francia y finalmente en México, donde ayer, el CONACULTA emitió un comunicado oficial que anunciaba su muerte y destacaba su legado. “En su poesía es constante la presencia de la cotidianeidad, el tono político, la denuncia, la indignación ante la injusticia, los niños y el exilio”, destacó el máximo organismo cultural de nuestro país.

Había nacido el 3 de mayo de 1930 en Buenos Aires, era hijo de inmigrantes judíos ucranianos, escribió más de 30 libros luego de abandonar en su juventud los estudios universitarios de química.

Estudió química en su juventud. Fue poeta toda su vida. Foto: Adriana Álvarez, Cuartoscuro
Estudió química en su juventud. Fue poeta toda su vida. Foto: Adriana Álvarez, Cuartoscuro

A los 11 años publicó su primer poema en la revista Rojo y negro. En 1955 fundó, junto con otros poetas, el grupo El Pan Duro. Fue secretario de redacción de la revista Crisis, director del suplemento cultural de La Opinión y jefe de redacción de Noticias; ejerció como traductor en la UNESCO y desde 2007 colaboró con el periódico de Buenos Aires, Página 12.

En el 2000 recibió el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo, por “su vasta obra caracterizada por la apropiación de múltiples facetas poéticas y culturales con las que dialoga: la poesía mística, española, hebrea –y sus vertientes bíblica y sefardí–, la poesía estadounidense y latinoamericana, la cultura popular”, dijo el fallo del jurado.

“Juan ejerce el oficio de la poesía día y noche, con dolor, con amor, bajo la lluvia y en la catástrofe. Lo hace obligado por el dolor del mundo y por las separaciones, pero también por los besos del encuentro. Por eso trabaja con palabras que son como sangre. Su ars poética llega a un extremo solidario que supera las limitaciones del individualismo cerrado”.

Con esas palabras celebró el poeta mexicano Hugo Gutiérrez Vega la Medalla Bellas Artes que Juan recibió en el 2012, premio a un creador que había manifestado en varias oportunidades que jamás se iría de México.

Escribió en 1965 uno de sus libros más conocidos, Cólera Buey. Su obra ha sido traducida a más de siete idiomas y condecorada con varios reconocimientos como el Premio Internacional de Poesía Mondello (Italia 1980), el Premio Nacional de Literatura de Argentina (1977)  y los premios iberoamericanos de poesía Ramón López Velarde (2003), Pablo Neruda (2005), Reina Sofía (2005), y el Premio Cervantes (2007).

“Si los temas de Gelman no son tantos, son incontables sus métodos para describirlos, incorporarlos a otras multitudes de símbolos o de realidades que fueron o serán símbolos. Él siempre es sorprendente en la medida en que sus soluciones literarias no vienen de la monotonía del hallazgo petrificado, ni de los fuegos de artificio de quien diseña sus maestrías para ya no molestarse en ejercerlas”, escribió Carlos Monsiváis.

Velorio del solo (1961), Gotán (1956-1962), Los poemas de Sidney West (1969), Fábulas (1971), Cartas y Relaciones (1973), Hacia el Sur (1982), Com/posiciones (1986) y Anunciaciones (1988), Oficio ardiente (2005), Mundar (2007), Los otros (2008), De atrásalante en su porfía (2010), El emperrado corazón amora (2011), son otros de sus poemarios.

EL POETA QUE BUSCABA A UNA NIETA

El  24 de agosto de 1976, los militares argentinos irrumpieron en su casa cuando él ya se había marchado al exilio. En su lugar, los militares se llevaron a su hijo Marcelo y a su esposa, María Claudia García, embarazada, a su otra hija, Nora Eva Gelman y a un amigo de la familia, estos dos últimos liberados cuatro días más tarde.

13 años más tarde del secuestro se recuperó el cadáver de Marcelo, que yacía dentro de un barril de cemento y arena. Aún no se han encontrado los restos de María Claudia.

En octubre del 2011, cinco militares uruguayos fueron procesados por “homicidio muy especialmente agravado” en contra de María Claudia García, quien carecía absolutamente de militancia política.

Con su nieta Macarena, recuperada en el 2000, cuando la joven tenía 23 años. Foto: EFE
Con su nieta Macarena, recuperada en el 2000, cuando la joven tenía 23 años. Foto: EFE

En el fallo, el magistrado cuenta la detención que sufrió María Claudia cuando tenía 19 años, el 24 de agosto de 1976. Fue secuestrada con siete meses de embarazo, junto a su marido, Marcelo Ariel Gelman Schubaroff, y su cuñada, Nora Eva Gelman Schubaroff, y un amigo Luis Edgardo Peredo.

Nora y Luis fueron liberados cuatro días más tarde. Marcelo fue asesinado tras las intensas torturas a las que fue sometido en Automotores Orletti. A fines de setiembre o principios de octubre de 1976 fue ejecutado y su cuerpo arrojado al río.

María Claudia fue trasladada clandestinamente de Orletti a Uruguay. Según el fallo, ella “carecía en absoluto de militancia política” y “habría permanecido en Orletti privada de su libertad, hasta fines del mes de setiembre o principios del mes octubre del año 1976, en que fue trasladada a nuestro país. Continuó aquí privada de su libertad en cautiverio, hasta el nacimiento de su hija, luego de lo cual fue asesinada”.

“Seguramente luego del parto y de que fue separada de su hija, se procedió a darle muerte, de un modo aberrante, ya que implicó una ejecución y porque además se la mantuvo con vida hasta que dio a luz. Ello está marcando que el interés era que tuviera el hijo, luego ya carecía de valor, con la macabra consecuencia”, agrega el juez.

“Tu padre se llamaba Marcelo. Tu madre, Claudia. Los dos tenían 20 años y vos, siete meses en el vientre materno cuando eso ocurrió. A ella la trasladaron –ya vos en ella– al Pozo cuando estuvo a punto de parir. Allí debe de haber dado a luz solita, bajo la mirada de algún médico cómplice de la dictadura militar. Te sacaron entonces de su lado y fuiste a parar –así era casi siempre– a manos de una pareja estéril de marido militar o policía, o juez o periodista amigo de policía o militar.

Había entonces una lista de espera siniestra para cada campo de concentración: los anotados esperaban quedarse con el hijo robado a las prisioneras que parían y con alguna excepción, eran asesinadas inmediatamente después. Han pasado 13 años desde que los militares dejaron el gobierno y nada se sabe de tu madre. En cambio, en un tambor de grasa de 200 litros que los militares rellenaron con cemento y arena y arrojaron al río San Fernando, se encontraron los restos de tu padre 13 años después. Está enterrado en La Tablada. Al menos hay con él esa certeza”.

Ese es un fragmento de la carta que Juan Gelman escribió al nieto o nieta que buscó desesperadamente a lo largo de su vida, sin cesar, y que encontró en Uruguay, en el 2000.

Macarena Gelman García tenía 23 años cuando el poeta llegó a Montevideo, acompañado de su esposa Mara La Madrid, portando una carpeta voluminosa con documentos que probaban que ella era hija de su hijo Marcelo y de su nuera, la española Claudia García, ambos secuestrados, torturados y asesinados por la dictadura argentina y entregada a quien ella creía que era su padre: un policía uruguayo.

El examen de sangre posterior fue sólo un trámite que se llevó a cabo cuando Macarena ya sabía que era la nieta que el poeta había buscado incesantemente.

EL HOMBRE QUE FUMABA

Era un hombre que fumaba mucho. Bebía tequila. Le iba al club de futbol Atlanta, en la segunda división. Fue un poeta pobre que no vivió de los derechos de autor sino de los premios de poesía. Decía que el poema escrito, era poema muerto, porque nada reemplaza “el mejor momento de la creación, que es el de la escritura”.

Su hijo, Marcelo, iba a ser poeta, como él. De Marcelo, su hijo, solía recitar de memoria los versos que decían: “La oveja negra pace en campo negro/ sobre la nieve negra/ bajo la noche negra/ junto a la ciudad negra/donde lloro vestido de rojo”.

Su poesía destilaba dolor, es cierto. Pero también había mucho amor en ella. Tanto amor que al leerla, como supo escribir el novelista y periodista Alejandro Páez, “ya no podíamos pensar por cuenta propia”.

“Ya que cruzas el pantano conmigo y los dos nos manchamos hasta la barbilla y festejamos porque el lodo sabe a rosas para los que aman; ya que me obligas a olvidar mi nombre y a pronunciar el tuyo despacito para que se vuelva el mío; ya que te has convertido en el aliento de las tardes, en párrafos completos de Juan Gelman que leo o respiro o plagio porque no puedo pensar por cuenta propia…”, escribió en lo que llama “mi pequeño homenaje a Gelman” el autor de Música para perros.

Juan, a secas, como dijimos, había nacido en Buenos Aires. Y a Buenos Aires le escribió uno de sus poemas más celebrados, “Mi Buenos Aires querido”

Sentado al borde de una silla desfondada,

mareado, enfermo, casi vivo,

escribo versos previamente llorados

por la ciudad donde nací.

Hay que atraparlos, también aquí

nacieron hijos dulces míos

que entre tanto castigo te endulzan bellamente.

Hay que aprender a resistir.

Ni a irse ni a quedarse,

a resistir,

aunque es seguro

que habrá más penas y olvido.

Ese poema se hizo canción en la voz de Juan Carlos Baglietto.

Juan, el poeta de las calles, de las plazas, Juan a secas, muerto aquí y allá, ayer, a las 16:30 horas, a los 83. El periódico Página 12, de Buenos Aires, le dedicó la portada con una gran nota titulada “El hombre que hizo hablar a las palabras más allá de la muerte” y la transcripción de “Epitafio” su primer poema del libro Violín y otras cuestiones:

Un pájaro vivía en mí.

Una flor viajaba en mi sangre.

Mi corazón era un violín.

 

Quise o no quise. Pero a veces

me quisieron. También a mí

me alegraban: la primavera,

las manos juntas, lo feliz.

 ¡Digo que el hombre debe serlo!

 (Aquí yace un pájaro.

Una flor.

Un violín.)

Mónica Maristain
Es editora, periodista y escritora. Nació en Argentina y desde el 2000 reside en México. Ha escrito para distintos medios nacionales e internacionales, entre ellos la revista Playboy, de la que fue editora en jefe para Latinoamérica. Actualmente es editora de Cultura y Espectáculos en SinEmbargo.mx. Tiene 12 libros publicados.
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