El luminoso Centro Histórico de la capital de México adquiere el matiz de la tiniebla apenas cae la noche y cientos de adultos empiezan a buscar un pedazo de suelo para dormir. Enfermos, arrojando flemas o resistiéndolas, arman tenderetes con sus polvosas cobijas y piezas de cartón. Comen lo que les dan. Hablan o callan, con la misma vehemencia. Integran poco más de la mitad de la población callejera reconocida de manera oficial en el Distrito Federal. Son, pues, el microcosmos de la pobreza extrema.
Al mediodía, por el mismo sitio, aparece el Presidente de la República, Enrique Peña Nieto. El Estado Mayor Presidencial despliega sus fuerzas para resguardar El Palacio Nacional que en 2012 se convirtió en despacho del Ejecutivo, tras una restauración de millones de pesos. A un costado, se erige el edificio del Gobierno del Distrito Federal, que fue embellecido con luces poco después de que Miguel Ángel Mancera Espinoza tomara posesión. Y así, la vida ocurre en este perímetro donde el empresario Carlos Slim Helú posee 78 edificios repartidos en 80 mil 900 metros cuadrados; donde una renta para vivienda llega a tasarse en 400 dólares; donde las multinacionales de ropa han abarrotado, desde la estadounidense Forever 21 hasta la española Zara.
El Centro Histórico tiene dos corazones. Uno, el del poder y el dinero; otro, el de la profunda miseria.
I
Ciudad de México, 5 de julio (SinEmbargo).– Para vivir tinieblas, no hacen falta balas, ni agresiones, ni amenazas. Basta con el hambre.
El aire está revolcando las cosas mientras aparece una lluvia fiera. Sergio Cumplido Galicia ha sido bajado de su silla de ruedas. Ya tiene la cabeza puesta sobre su mochila; pero la mejilla roza con su propio vómito. Hace apenas unos minutos que arrojó los desperdicios de salsa verde que una mujer le dejó en este suelo. En el portal del Banco Bancomer, en la calle Venustiano Carranza del Centro Histórico capitalino, donde no une más lazo que las propias infecciones, la escena no le extraña a nadie. Ramona duerme completamente cubierta con una cobija negra. Gabriel atiende su propia herida que arroja una pus entre roja y amarilla.
Durante el día, pese a su hernia reventada, Gabriel le empujó la silla de ruedas a Sergio Cumplido. Dice que fueron por La Merced.
Ya tiene un mes que se conocieron. Fue aquí mismo, donde muchos se juntan a dormir, separados, sin desvestirse, como con profundo respeto por la herida que pueda traer el otro.
Esta noche, a unos 200 metros, en el Palacio Nacional, el Presidente de la República, Enrique Peña Nieto, recibe a los reyes de España, Felipe VI y Letizia en una cena de gala.
–Sergio, ¿sabes que por esta misma calle, ahí muy cerca, está El Palacio Nacional?
-Sí, lo sé. Lo sé bien.
II
Existen muchos Centros Históricos en la capital mexicana. Uno es el del poder. Otro es el del dinero. Uno más, es el del terror, el de la miseria. Para integrar el primero, en 2012, se invirtieron casi 500 millones de pesos en la remodelación de El Palacio Nacional. Así, a Enrique Peña Nieto le fue posible tomar posesión como Presidente de la República, la madrugada del 1 de diciembre de ese año. La inversión incluyó la restauración del baño privado del Primer Mandatario, así como los de visitas de los salones; las oficinas de su secretario particular; y el cubo de escaleras para los empleados, según el estudio costo-beneficio enviado por la Conservaduría a la Secretaría de Hacienda.
A un costado, se extiende el edificio del Gobierno del Distrito Federal donde desde ese año, despacha Miguel Ángel Mancera Espinoza. Al edificio lo cubre un alumbrado artístico cuya inversión fue de unos 25 millones de pesos, según el anuncio que hizo la Secretaría de Obras y Servicios (Sobse) el año pasado al presentar un plan de embellecimiento de edificios antiguos del Centro.
Desde su primer día de Gobierno, el Presidente Enrique Peña Nieto ha utilizado estos caminos para invitar a personalidades de Estado. El pasado 30 de junio recibió en El Palacio Nacional a los reyes de España, Felipe VI y Letizia; en abril de 2014, departió con su homólogo francés François Hollande, así como la actriz Salma Hayek; en junio de 2013 recibió al Presidente de China Xi Jinping y su esposa (durante la velada, cantó Lucero, vestida de charra); y en noviembre de 2013, le abrió la puerta al Presidente de Israel, Shimon Peres.
A diferencia de siete de sus antecesores, Luis Echeverría (1970-2976), José López Portillo (1976-1982), Miguel de la Madrid (1982-1988), Carlos Salinas (1988-1994), Ernesto Zedillo (1994-2000), Vicente Fox (2000-2006) y Felipe Calderón (2006-2012), el Presidente Peña Nieto ha utilizado al Palacio Nacional como despacho principal y anfitrionía.
En el segundo Centro, el del dinero, domina el empresario Carlos Slim Helú, el hombre más rico de México, quien en 2003 empezó a adquirir inmuebles en el plan de restauración del primer cuadro, impulsado por el GDF, en ese momento a cargo de Andrés Manuel López Obrador. Hoy, a través de la Fundación del Centro Histórico, el magnate tiene 78 edificios repartidos en 80 mil 900 metros cuadrados, entre viviendas, hoteles y oficinas, de acuerdo con datos de la propia fundación. En calles recuperadas, como Madero, el metro cuadrado en renta equivale a una de Nueva York o París pues llega a los 400 dólares.
Es el mismo pedazo de mundo donde Benito Juárez murió en 1872, el punto en el que Porfirio Díaz se propuso un estilo francés a principios del siglo XX, la coordenada en la que Victoriano Huerta le asestó un golpe militar a Francisco I. Madero en 1913. Es también el Centro Histórico de los miserables, el del otro mundo. Donde abundan las ratas y bulle el cansancio.
Y por eso –quizá– el Centro de la capital mexicana se ha convertido en uno de los puntos más calientes del país. Un contraste irrepetible en la geografía donde se concentran los que tienen mucho y quienes tienen muy poco. Una caprichosa vista. Mientras el Presidente llega a sus eventos, por este territorio de 668 manzanas y 9.7 kilómetros cuadrados deambulan cientos de adultos en situación de calle cada día y cada noche. Integran el 52 por ciento de las poco más de cuatro mil personas que calcula el censo “Tú también cuentas IV” (2011-2012) del Instituto de Asistencia e Integración Social (IASIS) de la Secretaría de Desarrollo Social en el Distrito Federal.
Aquí duermen, tendidos o enroscados bajo polvosas cobijas y restos de cartón. Enfermos, arrojando flemas o resistiéndolas.
Dice Gerardo Esquivel, experto en Pobreza en El Colegio de México, que el Centro Histórico de la Ciudad de México es la prueba más fehaciente de cómo el Estado ha perdido la batalla en la repartición de la riqueza. O más bien, cómo ha permanecido ausente en esa tarea. “No se trata de un rincón de México. Es el gran espejo de la enorme desigualdad a nivel nacional. Es una estampa que describe al país. Es el microcosmos de cómo conviven en una zona pequeña los dueños del dinero y quienes no tienen para lo más mínimo de la canasta básica”.
Si se toma, pues, al Centro como postal, en lo que hace al Palacio Nacional, el inmueble insignia del poder, ha vivido una profunda transformación desde que en 2000, el entonces Presidente Ernesto Zedillo expidió el Reglamento que rige a la Conservaduría de las áreas, objetos y colecciones. En lo que hace a los indigentes que rodean al Palacio Nacional, en quince años, se multiplicaron, sin que surgiera un programa efectivo para su circunstancia.
III
Por un pedazo de suelo, Sergio Cumplido no pagará los 400 dólares que puede costar habitar en la calle Venustiano Carranza del Centro Histórico capitalino. En varias noches de plática ha repetido que él, lo único que deseaba era trabajar; pero lo asaltaron. Que viene de Jalapa, Veracruz. Que allá dejó a su familia: una mamá y una hermana. Que hay cosas de las que no se acuerda. Y que desde entonces, quedó así (piernas encorvadas, brazo débil y a veces, estómago revuelto). Que eso que cuenta le sucedió en el año 2000. Que desde entonces está deambulando.
Al lado de Sergio Cumplido no hay sitio para la policía. Desde una patrulla de la Secretaría de Seguridad Pública del GDF, un agente pregunta que si todo está bien. Sergio le dice que sí.
En Motolinia (esa calle cuyo nombre en náhuatl es pobreza), está quien pide ser llamada María. No quiere ser citada, como tantos otros aquí. Sin embargo, cuando habla parece saber algo. O saberlo todo. “Nos conocemos. Esto es como un pueblo y sabemos qué droga se mete cada quien. El que habla con extraños queda marcado”. Robos, asesinatos, tráfico de enervantes. Esa es la hemeroteca de este Centro Histórico. Los delitos de los que han sido acusados en los años recientes quienes ocupan, a veces, un pedazo de banqueta.
¿Cómo pueden convivir el poder central y la indigencia de un país? “Simplemente no conviven. Se repelen. Están en lucha constante. Y por eso el caos”, dice Johanna Sánchez, coordinadora del área jurídica del Centro de Derechos Humanos, Fray Francisco de Vitoria (OPAC). “Y pese a todo, deben estar juntos. Los indigentes tienen derechos, pero no ven que estén garantizados. Desde vivienda, salud, trabajo y educación. Si del Centro tuviéramos una toma aérea, veríamos que quienes llenan las sillas del poder, tienen todos sus derechos garantizados. Quienes los rodean, sus gobernados más cercanos, no tienen ninguno”, dice.
IV
Artículo 123 es una calle que luce muy limpia. Los negocios se agrupan como zapatos de muchos colores. Cada uno tiene lo suyo. Hace un año, aquí, sobre su banqueta Alejandra gritaba que ella no era delincuente. No era una recién llegada a esa banqueta. De hecho, migró de la Alameda Central a este punto donde el comercio de artilugios lo abarca todo. Y vivió aquí con una treintena de hombres y mujeres hasta que abril se volvió maldito y llegó la policía. “Nos quitaron como a animales. Nos arrastraron. Nos rasparon las rodillas contra el suelo. Pero eso no fue lo peor”, dice a más de un año de ese destierro.
Artículo 123 no fue un dormitorio más en el Centro Histórico capitalino. Era una comuna. La relación entre sus integrantes fue siempre buena. Unos vivían como trabajadores, los más como limpia parabrisas. Había hombres y mujeres; parejas y solteros, algún inhalador de mona; pero también artesanos. No hay una foto monolítica de lo que fue ese pedazo de calle.
Llegaron ahí, poco a poco. “Sólo porque la banqueta era ancha”, explica Alejandra -29 años– quien insiste que los sitios para vivir “no se escogen, se van formando, se van haciendo”. Una vez ahí, lograron organizarse al grado que tenían turnos de guardia día y noche. “Era como un nido, aquello”, relata alguien que ahora vive en La Alameda Central y deja escapar cierta nostalgia.
Pero entonces, no hay quien no recuerde que abril fuera un mes extraño, triste, maldito. Elementos de la Secretaría de Seguridad Pública del Distrito Federal lograron en un operativo lo que no habían podido en otros intentos (unos once). Los policías usaron empujones y macanas. Y también la detención. A seis personas las acusaron de robo y a otras cinco de delitos contra la salud. “La primera visita de la policía suele ser de visita, así como formalidad; la segunda ya te apañan y te hunden en el hoyo”, dice otro de los desalojados que ahora habita en un cajero automático de un banco de Madero.
La organización El Caracol A.C. y el Centro Fray Francisco de Vitoria han acompañado de manera jurídica a los detenidos de Artículo 123. Los cinco acusados por delitos contra la salud lograron el beneficio de la libertad. En diciembre pasado, les dictaron una sentencia condenatoria a once meses, pero como fue pena menor, quedaron en libertad. Cuatro de los que fueron acusados de robo fueron puestos también en la calle porque no hubo pruebas suficientes en su contra. Dos purgan ahora mismo una condena de cuatro años en el Reclusorio Sur.
V
“En el Centro Histórico un mundo no puede sobreponerse a otro. Ya no resultan los desalojos; ahora se recurre a la criminalización. Es un camino para tapar el gran problema. Un problema que debió ser atendido mediante una política de salud pública. Pero siempre se ha preferido maquillar la calle por donde va a pasar el Jefe de Gobierno o el Presidente. Esas que son de Carlos Slim. Y una vez que ellos (los indigentes) ya no están, ¿dónde están?”, exclama Gustavo Leal, estudioso de la Salud Pública en la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), plantel Xochimilco.
Lo único que pide Sergio Cumplido esta noche es ayuda para poner la cabeza de perfil. No quiere dormir tan cerca de su vómito.