Muchas personas crecimos acompañadas de animales como perros, gatos, conejos e incluso tortugas. Aprendimos a quererles, cuidarles y convivir con ellas y ellos. Los animales con los que más comúnmente compartimos nuestro hogar, al igual que aquellos que están en las granjas industriales, tienen la capacidad de sentir dolor y placer, buscan preservar su vida, valoran su libertad, cuidan a sus familias y no quieren ser lastimados. ¿En qué momento marcamos la línea que les divide?
La ganadería industrial esconde mucha crueldad y percibe a los animales como seres inferiores, como objetos proveedores que pueden explotar a conveniencia para llenarse los bolsillos de dinero y también llenar sus estómagos. Existe un sistema de creencias que establece el consumo de animales como una condición humana, el “deber ser”, cuando hoy en día hay cada vez más evidencia científica que demuestra que podemos vivir y ser saludables sin consumir animales.
La gran mayoría de animales de la industria son juveniles cuando son enviados al matadero, cuando llegan a las bandejas de carne de los supermercados. La industria cría animales como si fuesen objetos desechables y fácilmente reemplazables, sólo buscan el beneficio económico sin importar el irreversible impacto ambiental que causan sus prácticas ni el dolor y sufrimiento innecesario que infringen a los animales. En este escrito, quisiera exponer algunos ejemplos que demuestran la manera en la que los animales son percibidos y desechados en las granjas.
¿Sabes qué sucede en la industria del huevo? Los huevos salen de las incubadoras, los pollitos son sexados manualmente. Las hembras son enviadas a una granja en donde pasarán aproximadamente 2 años de su vida dentro de una jaula compartiendo un espacio equivalente al de una hoja tamaño carta con otras 5-6 gallinas. Sus picos serán cortados con cuchillas calientes para evitar que se lastimen debido al estrés por el hacinamiento y estarán toda su vida paradas sobre los alambres de la jaula. Cuando sus cansados cuerpos no produzcan la cantidad de huevos deseada, serán mandadas al matadero, se vuelven inútiles para la industria. En el caso de los pollitos machos, estos serán arrojados a contenedores de basura, asfixiados en bolsas de plástico o triturados vivos, ya que son incapaces de poner huevos y no crecen lo suficiente para ser criados y vendidos por su carne.
La vida de las vacas explotadas por su leche también es muy cruel. Si sus crías nacen siendo machos, serán vendidos como carne de ternera y si nacen hembras, serán condenadas al mismo destino de sus madres. Las vacas son inseminadas artificialmente para poder tener crías y así producir leche que será vendida para nuestro consumo. Cada vaca en México produce en promedio 25 litros de leche al día, la cual es extraída con máquinas todos los días, ocasionándoles dolorosas lesiones en sus ubres. La esperanza de vida de una vaca es de 20 años, pero en las granjas lecheras las matan a los 5 años, cuando la producción de leche comienza a disminuir, cuando ya consideran que no es rentable mantenerlas con vida.
Desechar y reemplazar, este es el patrón establecido en las granjas y es un ciclo que se repite una y otra vez. ¿En qué momento comenzamos a normalizar esto? La vida de los animales es valiosa, independientemente de la utilidad que pueda tener para otras personas.