Pedro Mellado Rodríguez
14/07/2023 - 12:05 am
Cuídese de los mentirosos, los cínicos y los canallas
Tenga siempre presente que el deber superior de todo presunto servidor público es contribuir a crear las condiciones necesarias para que el pueblo pueda aspirar a la felicidad. La felicidad y el bienestar de unos pocos no se puede edificar sobre la desgracia y el abandono de la mayoría.
Véalos bien. Tenemos tiempo suficiente todavía para escucharlos con atención. Son seis y 13 los precandidatos de Morena y de la oposición. Algunos se quedarán en el camino. Otros llegarán a la final, en la disputa por la Presidencias de la República, el domingo 2 de junio del 2024. Pero si no somos cuidadosos en nuestra decisión, tendremos seis largos años para arrepentirnos y probablemente todo lo que nos reste de vida para lamentarlo.
¿Hay alguno, o siendo generosos, algunos, que valgan la pena? ¿Resisten la prueba del ácido, si los medimos a través de los imperativos éticos que les comprometen en el servicio al pueblo? ¿Observa usted en alguno o alguna de ellas, la respetable y reconocible conducta de quienes se guían por los principios que inspiran a las personas justas, valientes y honradas?
Hay decisiones en las que no hay regreso, no se trata sólo de ellos como personas, sino de lo que representan, pero, sobre todo, a quienes representan. ¿Tenemos algo en común con algunos de ellos, con sus ideas, con las presumibles buenas intenciones que aseguran les inspiran o solamente identificamos en algunos de ellos la perversa y deliberada prolongación de los agravios? Indistintamente tenemos que hacernos estas preguntas, y muchas otras, con respecto a ellas y ellos.
¿Tendrán claro, quienes aspiran a convertirse en los nuevos poderosos circunstanciales, que el poder que se deposita en sus manos sólo se les delega temporalmente, porque originariamente le pertenece al pueblo, que se los confía para que lo ejerzan en la procuración del bienestar y la felicidad de la mayoría?
Cuando los tenga enfrente y le vayan a pedir su firma o su voto, pregúnteles sobre los asuntos que son importantes para usted, aquellos que inspiran sus dudas, sus esperanzas y sus miedos, pues será a través de sus respuestas como usted podrá conocer la profundidad de sus almas, la oscuridad o luminosidad de sus pensamientos, la generosidad o mezquindad de sus corazones.
¿Compartirán algunos de ellos, sinceramente, las convicciones del benemérito Benito Juárez, con respecto a la recta conducta que debe guiar a los verdaderos servidores públicos, en la certeza de que “no se puede gobernar a base de impulsos de una voluntad caprichosa, sino con sujeción a las leyes”. De que “no se pueden improvisar fortunas, ni entregarse al ocio y a la disipación, sino consagrarse asiduamente al trabajo, disponiéndose a vivir, en la honrada medianía que proporciona la retribución que la Ley les señala”?
¿Conocerán algunos de ellos las ideas inspiradoras de los Sentimientos de la Nación, del insurgente José María Morelos y Pavón, autodefinido “Siervo de la Nación”, quien proclamó el 14 de septiembre de 1813 que “que como la buena Ley es superior a todo hombre, las que dicte nuestro Congreso deben ser tales, que obliguen a constancia y patriotismo, moderen la opulencia y la indigencia, y de tal suerte se aumente el jornal del pobre, que mejore sus costumbres, alejando la ignorancia, la rapiña y el hurto”?
¿Coincidirán con la idea del filósofo y jurista italiano Norberto Bobbio, de que “la República es una forma ideal de Estado, basada en la virtud de los ciudadanos y el amor a la Patria”, como lo expresa en su libro Diálogo en torno a la República, que publicó junto con otro científico social, Maurizio Viroli, en la colección Kriterios, de Tusquets Editores (España, 2002)?
Frente a la descomposición que erosiona a una clase política mayoritariamente frívola y a una cofradía privilegiada de presuntos servidores públicos, Viroli, nacido en Italia en 1952, y profesor de historia del pensamiento político en la Universidad de Princeton, Estados Unidos, advierte, con severidad: “Si no hay ciudadanos dispuestos a mantener la vigilancia y a comprometerse, capaces de resistir ante los arrogantes y de servir al bien público, la república muere y se convierte en un lugar donde unos pocos dominan y los demás sirven”. Habría que recapitular que los tibios, los mansos, y los medianos de ánimo y corazón blando, poco aportan a la buena transformación del mundo.
¿Habrá en el ámbito de reflexión y de comprensión de los aspirantes a poderosos circunstanciales, espacio para las ideas que el filósofo francés Montesquieu expresa en su obra Del Espíritu de las Leyes publicada en 1748, cuando advierte que: “La virtud en una República, es la cosa más sencilla: es el amor a la República; es un sentimiento y no una serie de conocimientos, el último de los hombres puede sentir ese amor como el primero. Cuando el pueblo tiene buenas máximas, las practica mejor y se mantiene más tiempo incorruptible que las clases altas; es raro que comience por él la corrupción”?
En estos tiempos de ideologías extraviadas y convicciones frágiles, bien harían los políticos en recordar los consejos de Nicolás Maquiavelo, en su tratado sobre política y Gobierno llamado El Príncipe, publicado en 1513, quien describe los compromisos del gobernante, quien tendría que optar entre servir al pueblo, a la mayoría, o a las cofradías minoritarias privilegiadas: “Un príncipe jamás podrá dominar a un pueblo cuando lo tenga por enemigo, porque son muchos los que lo forman; a los nobles, como se trata de pocos, le será fácil (…) Lo peor que un príncipe puede esperar de un pueblo que no lo ame es el ser abandonado por él”.
Advierte el filósofo florentino: “El que llegue a príncipe mediante el favor del pueblo debe esforzarse en conservar su afecto, cosa fácil, pues el pueblo sólo pide no ser oprimido. Pero el que se convierta en príncipe por el favor de los nobles y contra el pueblo, procederá bien si se empeña ante todo en conquistarlo, lo que sólo le será fácil si lo toma bajo su protección”.
En forma reiterada y cíclica afirman los conocedores del alma humana que el pecado favorito del diablo es la soberbia, esa inocultable altivez y apetito desordenado de ser preferido a otros, esa satisfacción y envanecimiento por la contemplación de las propias prendas, con menosprecio de los demás, esa delirante pretensión de suponerse y asumirse como la más confiable esperanza de un mundo ansioso de ser iluminado por el último rayito de luz.
Un malsano frenesí agobia al mundo y consume con singular fugacidad las esperanzas de la gente, en tiempos muy cortos, de forma tal que muchos iluminados y falsos profetas transitan por el servicio público con la enfebrecida angustia de quienes aspiran a resolver su futuro con un sólo golpe de fortuna, en tres o seis años, al amparo de negocios lubricados con bienes y dinero público.
Vea con mucha atención a los presuntos precandidatos presidenciales. Observe sus expresiones y su conducta con mucho cuidado, escúchelos con interés, y no les crea a los mentirosos, los cínicos y los canallas.
Tenga siempre presente que el deber superior de todo presunto servidor público es contribuir a crear las condiciones necesarias para que el pueblo pueda aspirar a la felicidad. La felicidad y el bienestar de unos pocos no se puede edificar sobre la desgracia y el abandono de la mayoría.
De ninguna manera es moral y ético aceptar que se pueda hacer alarde de lo superfluo cuando hay tantos millones de mexicanos que carecen de lo esencial. Las complicidades entre el poder público y el poder económico para preservar privilegios, sólo profundizan la marginación, la discriminación, el clasismo y las desigualdades, en perjuicio de las mayorías. Eso pudre las fibras más sensibles de la sociedad, pues vulnera la dignidad del pueblo.
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