Por Andrew Kennis, especial para SinEmbargo
Río de Janeiro, 14 de julio (SinEmbargo).– Mientras fumaba su pipa de tabaco frente a su pequeña casa de bloques de cemento, hacia la cima de su nativa Vidigal –una favela con vista a algunos de los barrios más lujosos de Río De Janeiro–, Jamil Jorge dio su parecer, en plena efervescencia del torneo, sobre Brasil como anfitrión: “La Copa del Mundo sólo beneficia a la gente y a las instituciones con dinero, no a gente como yo”.
Jamil acababa de meditar, en medio de una noche de brisa marina, desde uno de los varios peñones o promontorios de hermosas vistas que Vidigal ofrece. El mirador está al pie de la casa de (nada más y nada menos) David Beckham, lo cual revela el desarrollo disipado y volátil que ha experimentado Brasil en solamente la última década, lo cual ha llevado a decenas de millones a la clase media pero ha dejado a tantos otros rezagados, como sugiere el puesto número 85 de Brasil en la clasificación del Índice de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas.
Ante los motivos de la Federación Internacional de Futbol (FIFA) para la Copa en Brasil, Jorge se rió e hizo un gesto con las manos significando dinero. “Alguien se está beneficiando de esta Copa del Mundo, pero no soy yo …o nuestra favela”.
Hace siete años, cuando Brasil fue anunciado por la FIFA como país anfitrión de la Copa del Mundo de este año, los brasileños gritaban de júbilo. El entonces Presidente de Brasil, el vanguardista Luiz Inácio Lula da Silva, estaba inmerso en una marea de bonanza que catapultó a la economía brasileña a ser la séptima más grande del mundo. En ese momento, los oficiales de la FIFA fueron recibidos por lo que ellos orgullosamente describieron a los medios como “celebraciones espontáneas” de los brasileños. Las encuestas también revelaron un apoyo de casi ochenta por ciento a la idea de albergar la Copa.
El subsecuente anuncio en 2009 de que los Juegos Olímpicos también tendrían lugar en Brasil dos años después de la Copa del Mundo 2014, sólo añadieron al entusiasmo general. Desde donde se viera, Brasil estaba prendido de entusiasmo.
En este año electoral, no obstante, el apoyo que tenían la Copa y la actual Presidenta Dilma Roussef, quien proviene del mismo Partido Laboral que su popular predecesor, se han venido abajo. Sin que nadie hubiera podido predecirlo y como las encuestas lo han demostrado, la mayoría de la gente en el país que más veces ha ganado la Copa del Mundo no quería ser anfitriona del torneo cuyo final fue ayer, domingo.
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“Fue como un terremoto. El suelo se agitó con violencia”, dijo Daniel Magalhaes a los reporteros agazapados en torno a la escena de un accidente. “Escuché un ruido ensordecedor. Miré, y vi el puente colapsado”.
Encabezados en los medios de todo el mundo aparecieron inmediatamente el 3 de julio, cuando un puente localizado en la ciudad anfitriona de Belo Horizonte (y cercano al estadio Mineirao, en donde se celebraban partidos de la Copa Mundial) se vino abajo encima de un autobús y de autos en tránsito, en lo que fue una horripilante escena que se capturó en video. Hanna Cristiana Santos, una conductora de autobús, y Charlys do Nascimento, de 24 y 25 años de edad respectivamente, murieron en un instante. Casi dos docenas de personas resultaron heridas. La compañía constructora, anunció el gobierno de la ciudad, pagaría por los arreglos funerales de ambas familias.
Probablemente fueron pocos los brasileños que se sorprendieron de que uno de los proyectos inacabados de infraestructura que estaban destinados para la Copa Mundial terminara matando a varios de los suyos. Después de todo, menos de diez de los 56 proyectos de infraestructura, con costos que se elevaron a miles de millones de dólares, se terminaron a tiempo para el torneo.
Sin embargo, el puente de Belo no fue lo único que se vino abajo. No más tarde que al día siguiente, el 4 de julio, el defensa colombiano Juan Camilo Zúñiga temerariamente saltó por los aires buscando pegarle al balón y dio de lleno contra el mismísimo Neymar Jr., el jugador estrella de Brasil para la Copa del Mundo. Neymar le dijo a uno de sus compañeros, “No siento las piernas”, después de sufrir el golpe de Zúñiga. El antiguo jugador favorito de Brasil, Ronaldo, le dijo a la prensa que veía el golpe como intencional en un partido que logró coleccionar más infracciones que ningún otro hasta ese momento del torneo.
Para muchos brasileños, las esperanzas de ver a Brasil campeón de la Copa Mundial menguaron si no es que se extinguieron después de la salida de Neymar y de Silva. Resultó que la seleçāo terminó sufriendo una derrota histórica en su siguiente partido, el de la Copa del Mundo, con un noqueo más que asimétrico. Los alemanes misericordiosamente aporrearon a una frágil defensa brasileña y ganaron 7 a 1. Sumándole más ironía, el lugar de la derrota fue donde se colapsó el puente: Belo Horizonte.
Hubo un amplio consenso entre los observadores de la Copa del Mundo de que una de las pocas maneras en que la FIFA y el gobierno de Brasil podían rescatar una desmejorada imagen pública en torno a la Copa Mundial, era que Brasil la ganara en su propio terreno y en el mismo estadio donde sufrió su más dolorosa derrota, la final de 1950, contra Uruguay (conocida como el maracanazo [maracanaço] por los brasileños, en referencia al estadio de Maracanā situado en Rio de Janeiro, que entonces tenía la capacidad de albergar a casi doscientas mil personas). Pero, ay, no habría final en Río. En lugar de ello, los brasileños causaron disturbios en las calles de esa ciudad, donde robos en masa fueron reportados en el famoso barrio playero de Copacabana.
Aunque ningún brasileño se hubiera esperado la magnitud del fracaso contra Alemania, pocos deben haberse sorprendido de que uno de los proyectos de infraestructura inacabados de la Copa del Mundo causara la muerte de varios de los suyos. Después de todo, menos de 10 de los 56 proyectos de infraestructura, de costos de miles de millones de dólares, se completaron a tiempo para el torneo.
“Casi ya nada que involucre ser anfitriones de esta copa del Mundo me sorprende”, dice Leonardo Silva, un conductor de taxis de 59 años que ha trabajado por mucho tiempo en Natal, una ciudad turística en la costa que acogió partidos de México y de Estados Unidos.
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Antes de que comenzara la Copa Mundial, la atmósfera en varias ciudades de Brasil era mucho más alicaída de lo que se hubiera esperado en el 2007. Uno tras otro, los diarios locales describieron la atmósfera pretorneo como “apagada” y como “mucho menos alentadora que en otras Copas del Mundo celebradas en el extranjero”.
Un año antes de que empezara la Copa del Mundo, protestas generalizadas atrajeron a millones de personas que se manifestaron en las calles de varias ciudades brasileñas. La cobertura de la prensa internacional en gran parte se concentró en un alza en el precio de pasajes de autobús que presuntamente desencadenó las protestas. Gil Castello Branco, director y fundador de Open Accounts, una ONG con base en Brasilia que funge como monitor del presupuesto público, argumentó que los problemas eran mucho más profundos que el solo aumento en precio de un pasaje de autobús.
“Las protestas… tú viste las protestas el año pasado, ¿no Andrew?”, preguntó un Castello vehemente el día siguiente al colapso del puente. “Los brasileños exigían beneficios públicos a raíz del suceso. Dijeron que querían escuelas con estándares de la FIFA para sus niños, como si se tratara de estadios”.
Los jóvenes del país, que se presentaron en multitudes a las protestas del año pasado y a las que acompañaron el inicio del torneo, constituyen un flagrante hoyo en el tejido del desarrollo en Brasil. A pesar de que cerca de 40 millones de brasileños se han sumado a la clase media y han superado la pobreza en el rápido ascenso del desarrollo en el país en lo que va del siglo, los jóvenes a menudo son dejados atrás cuando se trata de estabilidad y empleo a largo plazo.
“Prometer a la FIFA 12 estadios en 12 ciudades fue demasiado. Estos estadios, en especial en Manaus, Brasilia, Cuiaba y Natal, jamás volverán a ser usados al tope de su capacidad”, dijo Castello. Otros expertos, como Claudio Weber Abramo, el director ejecutivo de Transparency Brazil, estuvo de acuerdo con Castello. “La FIFA hace sus exigencias y luego se encargaron de tener doce lugares diferentes para los juegos. Fue simplemente demasiado. En algunas de estas ciudades, como Manaus, no había absolutamente ningún tipo de futbol profesional. Es ridículo”.
Aparentemente, los funcionarios Brasileños no prestaron atención a las palabras de uno de los íconos más famosos de Brasil, un cantautor y poeta llamado Chico Buarque, quien alguna vez declaró: “No puedes confiarte a un estadio de futbol. Esa es la lección que quedó después de 1950”.
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Ya desde la Copa Confederaciones, el torneo preparatorio para la Copa del Mundo que se alberga un año antes en el país anfitrión, cuando las muertes de obreros y los retrasos en construcción habían sido estimados en costos multimillonarios, millones de brasileños parecieron recordar las palabras de Buarque cuando marcharon por las calles. Por ese tiempo, Neymar, que rara vez expresa una opinión política, anunció en Facebook que “A partir de ahora entraré al terreno de juego inspirado por este movimiento”, explicando que quería ver a un “Brasil que sea más justo, seguro, sano y más honesto, lo cual es obligación del gobierno”.
Incluso el ícono del futbol brasileño, el legendario Pelé, se sumó al diálogo para expresar su simpatía al movimiento de protesta por la manera en que los fondos públicos habían sido gastados. “Ese dinero podría haber servido para escuelas, hospitales”, dijo Pelé a la prensa en mayo de este año. “Brasil lo necesita. Eso está claro. En ese punto, estoy de acuerdo con las protestas”, agregó. También criticó las preparaciones para la Copa del Mundo y los inacabados proyectos de estadios.
En un irónico azar, los planes para erigir una estatua de 300 kilogramos de Pelé antes del comienzo de la Copa Mundial frente al estadio de Maracanā, también quedaron incompletos cuando el proyecto fue “políticamente abandonado”, dijo al Times of India el frustrado artista que había sido comisionado para terminar la pieza, apenas unos días después de los comentarios de Pelé.
Para cuando el torneo estaba empezando, la lista de problemas relacionados a la Copa del Mundo era extensa, como Neil de Mause, co-autor de Field Schemes y un especialista en inversión pública en estadios privados, señaló. De Mause ha estado estudiando este tema durante las dos últimas décadas y mantiene un blog activo con el nombre de su libro.
Poco después de que empezara la Copa del Mundo, De Mause resaltó los peores problemas sociales y políticos relacionados a la copa en un artículo que publicó en línea:
• Los gastos en preparaciones para la Copa del Mundo, que se inflaron hasta los 15 mil millones de dólares, se tragaron por completo el presupuesto de desarrollo de regiones enteras y provocando manifestaciones generalizadas contra sueldos bajos.
• Aproximadamente 200,000 personas que fueron expulsadas de sus hogares, ya fuera para dejar el espacio libre a las construcciones de la Copa del Mundo o porque sus barrios fueron clasificados como zonas de “alto riesgo”.
• Los ocho obreros que murieron en accidentes de construcción durante el ajetreo para tener listos los estadios a tiempo para la Copa… a pesar de lo cual los estadios definitivamente no estuvieron listos.
• La cancelación de escuelas, hospitales y otros edificios públicos planificados que inicialmente fueron prometido pero que salieron de la agenda de construcciones una vez que el presupuesto se agotó.
• 900 millones de dólares en fondos públicos usados en tecnología policíaca incluyendo drones de vigilancia para asegurarse de que nadie que estuviera descontento causaría demasiado revuelo.
De Mause explicó que esos problemas eran parte de un “modelo de deportes diseñado para socializar todos tus costos, para que puedas privatizar todas tus ganancias. Es mucho más fácil hacer un montón de dinero cuando alguien más está cubriendo tus costos. Eso es algo que ves. Se trate de los New York Yankees o de la Copa del Mundo”.
¿Que si se deberían haber anticipado estos problemas? Chris Gaffney responde con un firme “sí”, añadiendo que “nadie debería estar sorprendido”. Gaffney fue un profesor visitante en la Universidade Federal Fulminese; ha vivido en Brasil durante el último lustro y estudia la manera en que los megaeventos, como la Copa del Mundo, son dirigidos y conducidos.
“Los funcionarios públicos le podrían haber exigido a la FIFA que pidiera más de sus patrocinadores corporativos”, explicó Gaffney. “Pero esto no se trata de un sabio uso del dinero público. Es un modelo de negocios extractivo en el cual la FIFA articuló sus intereses comerciales y halló aliados en el gobierno brasileño y en sus élites económicas”.
La imagen de un modelo “extractivo” que evocó Gaffney parece similar a lo que otro especialista en megaeventos, el profesor Bent Flyvgjerg, de la Oxford School of Business, dijo cuando reportó los principales hallazgos de su investigación. Particularmente cuando se trata de gastos de los Juegos Olímpicos o de la Copa Mundial, Flyvgjerg dijo que “los costos terminan siendo significativamente más altos de lo que se estima inicialmente… mientras que en el lado de los beneficios, lo opuesto es cierto. Hallamos que los beneficios reales son más bajos de manera que obtienes un trancanzo con costos más altos y beneficios más bajos, cosa que ningún hombre de negocios llamaría una buena situación”.
Flyvgjerg agregó que “encontramos en general que a los políticos les gusta construir monumentos ostentosos y definitivamente algo como estadios caros inspirados por la Copa del Mundo. Desafortunadamente, hallamos que es muy difícil para los funcionaros encontrar un uso inteligente para esos estadios una vez terminada la Copa”.
No es una buena situación para el público, añadió Weber. Para la FIFA, dice, “quiero esto y quiero lo otro. Ése es su papel. Y obtienen lo que quieren a costas del público”.
El proceso de subasta que está detrás de lo que literalmente es ofrecido, demandado y acordado, está envuelto en misterio y secretismo, como notó Weber: “Todo es confidencial. FIFA y el comité de organización de Brasil pueden y, así lo hicieron, contratar lo que quieran”.
Es esta la razón por la que, como Gaffney explicó, “el libro de subastas de Brasil como anfitrión de la copa del mundo nunca ha visto la luz del día. La oferta fue hecha por el anterior presidente de la FIFA caído en desgracia, Ricardo Texeira, al jefe de la FIFA Sepp Blatter en 2007 y el documento nunca apareció públicamente”.
Lo que puede saberse, y lo que ha surgido a secuela de haberle otorgado la Copa a Brasil, son los proyectos de inversión pública relacionados con la FIFA.
En 2007, Lula hizo copiosas promesas y expresó altas expectativas de cooperación pública-privada después de que Brasil fuera elegido anfitrión. Prometió que “los estadios serán completamente construidos con fondos privados. Ni un centavo de dinero público será gastado”.
Por entonces, los emocionados agentes de la Federación de Futbol Brasileña hicieron eco a la florida retórica de Lula. Sin embargo, debido al fracaso de los planes público-privados, el gasto público se disparó y un importante rastro de documentos fue lo que quedó, un rastro que Weber y Castello han estudiado con atención desde entonces.
En el caso de la capital del país, Brasilia, un auditor municipal publicó un reporte de 140 páginas detallando más de 275 millones de sobregasto para un proyecto de construcción de 900 millones de un estadio para la ciudad anfitriona de la Copa del Mundo. El estadio es el segundo más caro en el mundo entre los foros para el futbol soccer, lo que resalta fuertemente en contraposición con la falta de un equipo profesional para llenar esos asientos una vez terminada la Copa.
Para Weber, aún con las revelaciones del mordaz reporte de auditoría de Brasilia, aún hay importantes límites a lo que se sabe hasta ahora: “El actual total en sobregasto por estadios y corrupción relacionada es ya bastante malo y será mucho peor de lo que la gente sabe y piensa ahora mismo”.
Carol Campos, una mujer brasileña de 22 que asistió a varias de las protestas en contra de la Copa, despotricó contra el fastuoso estadio de Natal, y señaló que el estadio sería inútil pasada la Copa Mundial. “Es realmente un hermoso estadio, si lo ves desde el cielo, y parece una duna de arena, lo que es típico de Natal. Pero la cosa es que la situación es demente. Construyen todo un estadio para cuatro juegos, ¡cuatro juegos!”.
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“Brasil no tuvo que competir contra nadie por la Copa Mundial”, Gaffney explicó. A la luz de esto, algunos expertos consideran que la razón por la cual la oposición a Brasil era inexistente en la rotación designada de la FIFA en Latinoamérica (FIFA rota a sus potenciales anfitriones por regiones contientales)– en algún punto, Colombia solamente expresó interés pero nunca aplicó formalmente – esto porque el tema empezaba a parecer como uno que no valía la pena para los políticos que querían construir un suntuoso monumento con su nombre. Incluso en términos puramente políticos, y con toda seguridad en el caso de Brasil, acoger mega-eventos ha probado ser riesgoso e impredecible. La manera en la que se ve el horizonte de la presidente Rousseff últimamente es un buen ejemplo.
La cercana asociación de Brasil con la FIFA y su economía en desaceleración parecen no haberle granjeado muchos puntos políticos a la presidenta Dilma Rousseff. Solamente durante esta copa del mundo, la FIFA ha estado plagada de controversias, con escándalos saliendo a la luz que incluyen reportes de soborno como un factor que le otorgó con éxito la oferta por albergar la Copa del Mundo a Qatar en 2022. La concesión pura a Qatar fue motivo de sospecha entre observadores de futbol a lo largo del mundo, en parte debido a que las temperaturas veraniegas de Qatar en la época en la que se celebra la Copa son calcinantes. Otros escándalos incluyeron uno en el que un oficial de la FIFA fue incluido en un círculo de reventas que generó millones de dólares en beneficios, así como un supuesto escándalo por un partido arreglado implicando a jugadores y posiblemente a agentes del equipo de Camerún.
En términos de política y de escándalos domésticos que han sido expuestos, una investigación de Associated Press publicada el mes pasado reveló que ciertas compañías que habían recibido fondos públicos por proyectos de construcción relacionados con la FIFA dedicaron sus presupuestos de patrocinio político a los mismos funcionarios que les habían otorgado los contratos, efectuando donaciones 500% más altas que las registradas en periodos previos.
El rango de aprobación de la presidenta Rousseff cayó hasta un insignificante 38% en abril del 2014 y al inicio de la Copa oscilaba por el 34%. No obstante, el adversario más popular de Rousseff aún se encuentra varios puntos porcentuales detrás de ella en las encuestas. Por lo tanto, la presidenta Rousseff podría sobrevivir a su ajada popularidad aun con una Copa del Mundo desastrosa. Los gobiernos –particularmente aquellos de países con economías en desarrollo o subdesarrolladas– podrían pensárselo dos veces antes de ofrecerse a hospedar la Copa del Mundo, sea para robar al asediado Qatar de su papel en el 2022 o más allá. Estas dudas pueden ser particularmente más pesadas si la gente en el país anfitrión tiene algún tipo de poder sobre la decisión.