Fabrizio Mejía Madrid
14/06/2023 - 12:05 am
“Dedazo colectivo”
Al contrario, el método de la encuesta le ha funcionado varias veces a la izquierda. La más vistosa es en el 2011, cuando deciden acudir a esa instancia los dos candidatos presidenciales, Andrés Manuel López Obrador y Marcelo Ebrard.
Estuvieron cinco años diciendo que AMLO se iba a reelegir y que, para ello, iba a cambiar la Constitución o pretextar la pandemia, que iba a dejar a uno de sus hijos, que iba a hacer a su esposa candidata. Cinco años en que, cada vez, el Presidente los desmintió. Ya que se acerca la fecha para la sucesión, ahora dicen que habrá un “maximato”.
El acuerdo que alcanzó el Consejo Nacional de Morena sobre el método para elegir a su candidato o candidata a la Presidencia de la República, ha desatado una legión de comentaristas en los medios corporativos de comunicación que buscan desprestigiarlo. Un poco antes, desde que la ciudadanía del Edomex le dio la espalda al PRI y al PAN, empezaron a quejarse de las encuestas, diciendo que estaban sesgadas a favor de Morena. Ahora sabemos que la diferencia entre esas encuestas que le otorgaban casi 20 puntos de ventaja a Delfina Gómez, se redujeron a la mitad por el fraude electoral que hizo el PRI del Estado de México. El fraude se puede documentar con las 78 casillas de Huixquilucan donde Alejandra del Moral tuvo entre 90 y 99 por ciento de los sufragios, es decir, “zapato”. Lo mismo sucedió en Ecatepec, Chimalhuacán, Naucalpan, Texcoco, Tlanepantla y Cuautitlán Izcalli, pero no les alcanzó porque Morena logró ganar en 36 de 45 distritos. La crítica que el PRI y Acción Nacional hicieron de las encuestas era para encubrir el fraude que habían hecho, aunque no tuviera el efecto deseado: acercar los números para que fuera el Tribunal Electoral, con esos próceres como Janine Otálora o Reyes Mondragón, el que les otorgara el triunfo. Pero criticaron a las encuestas también para adelantar lo que iban a decir sobre la legitimidad de la elección de la o el candidato de Morena, por encuestas. De eso trata esta columna, del ataque de los medios a la forma en que Morena decidirá: mediante una apertura a la ciudadanía.
Lo primero que obtusamente dijeron es que la encuesta era un “dedazo”. No hay forma no demente de sostener eso, pero lo hicieron. Leonardo Curzio, Leo Zuckerman, y otros tele opinions, sostuvieron dos ideas que no pueden coexistir: la decisión unipersonal del Presidente y una encuesta que no es de popularidad —como también se dijo— sino de juicio, de opinión, sobre el desempeño de los funcionarios públicos involucrados. Es necesario explicar qué fue el “dedazo” durante los regímenes del Partido Único. Era la potestad del Presidente saliente de elegir a su sucesor, en una especie de monarquía civil. Funcionaba de la siguiente manera: en el último año del sexenio, distintos grupos al interior del PRI-Gobierno filtraban a la prensa nombres y datos de quién podría estar en la cabeza del Presidente. Así, en 1957 un caricaturista, Abel Quezada, dibujó a un licenciado de traje con el rostro tapado por una sábana y contribuyó a hacerle publicidad a una marca de cigarros al ponerle un subtítulo que decía: “El tapado fuma Elegantes”. La figura del “tapado”, provenía del lenguaje de las peleas de gallos, donde se sacaba a un gallo del que no se sabía el peso ni la complexión contra otro plenamente conocido. Así, la apuesta por el “tapado” era una incógnita y reportaba mucho más dinero de resultar ganador. En la política mexicana el “tapado” podía ser el Secretario de Gobernación en turno, el Canciller, o en los últimos dedazos, algún economista de Hacienda. En las tenebras del secreto, las filtraciones, las patadas bajo la mesa, se iban descartando y validando los distintos personajes como sucesores. El método misterioso le valió sesudos análisis a los politólogos del régimen que querían ver en esa decisión unipersonal una supuesta consulta con los sindicatos del PRI, sus centrales campesinas o populares, con las cámaras empresariales, y la Iglesia católica. Pero la verdad es que tanto el “tapadismo” como su resultado, “el dedazo”, eran una resolución que decidía el Presidente saliente consultando con la almohada. Célebremente, cuando a Díaz Ordaz se le preguntó si se arrepentía de algo, cuando los reporteros esperaban que dijera que de la matanza de estudiantes el 2 de octubre de 1968, el expresidente dijo:
—Sí, de Echeverría.
Una vez anunciado el nombre del sucesor por el eterno dirigente de la Central de Trabajadores de México, Fidel Velázquez, ocurría el fenómeno llamado “la cargada” que era el apoyo ciego a quien el Presidente hubiera elegido. Se realizaba un mitin en la explanada del edificio del PRI en la capital que se llenaba con sindicalistas. Debo de contarles que yo fui a ver cómo era ese fenómeno de “la cargada” cuando se ungió a Luis Donaldo Colosio en el 28 de noviembre de 1993. Quería ver cómo era eso y me llegó un gafete tricolor que llenaba uno mismo a mano. Rodeado de profesores del sindicato de la educación de Elba Esther Gordillo, quienes no escucharon una palabra de lo que se dijo en la lejana y faraónica tribuna, los organizadores hicieron el simulacro de irle a avisar al candidato Colosio para que aceptara y dirigiera su primer discurso de campaña presidencial. A ese simulacro que rodeaba la decisión unipersonal del Presidente es a lo que nos referimos ahora como “dedazo”. Por lo tanto, una encuesta con cinco preguntas sobre el desempeño como servidor público del aspirante, no tiene nada que ver con la decisión unipersonal que exigía el secreto del “tapadismo”, es decir, del juego en las tinieblas de los aspirantes, sus medios, y sus equipos, y la puesta en marcha de “la cargada”, es decir, del voto corporativo de los sindicatos, organizaciones campesinas, y populares.
Pero los medios del viejo régimen insisten en llamarle a las encuestas, “dedazo”. En el colmo de la contradicción, el exconductor de la tele, Guillermo Ochoa, le llamó en Twitter: “dedazo colectivo”. Por definición, el “dedazo” es eso, un dedo solitario señala al elegido. Por definición, también, una encuesta es para saber la opinión de cada uno de los encuestados y, luego, sumarlos. No existe tal cosa como “dedazo colectivo”, pues se trataría, entonces, de una decisión democrática, en la que todas las opiniones valen igual y, al final, se conforma una mayoría. De igual forma, el expriista, exembajador de Fox en Irlanda, Agustín Basave, de Milenio, le llamó “dedo encuestador”. ¿Cómo manipularía el Presidente a los encuestados? ¿Telepatía? ¿Signos muy sutiles para que los que respondan la encuesta? ¿Sólo se encuestará a los que analizan las “mañaneras”? ¿Cómo se hace, como dijo la exasesora del Tribunal Electoral, Karolina Gilas, de la UNAM, “el resultado de la encuesta de Morena va a ser la persona más cercana al corazón del Presidente”? Es un disparate y casi una alucinación decir que una encuesta que se va a realizar de forma abierta, no sólo al interior de Morena, es un “dedazo” autoritario. Se trata, no sólo de los militantes o de los afiliados al partido del Presidente, sino de preguntarle a la población abierta cuál debe ser la candidata o el candidato. ¿Cómo las respuestas a un cuestionario podrían ser de índole unipersonal?
Ahora vayamos a la historia de por qué la izquierda decide hacer una encuesta, en vez de una elección interna. Todo tiene que ver con dos momentos de la izquierda cuando el obradorismo, cuando todavía era una corriente dentro del PRD. Uno es en 1999, cuando se tiene que anular la elección entre Amalia García y Jesús Ortega para presidir el PRD. Hubo más de un 20 por ciento de irregularidades como el desplazamiento súbito de casillas de un lugar de los “amalios” a uno de los “chuchos”, suplantación de funcionarios, falsificación de actas. Se quedaron sin elección y tuvo que entrar Pablo Gómez como interino. Ese es el trauma de las elecciones internas que viene de tiempos del PRD y que Cuauhtémoc Cárdenas eliminó con un “dedazo” en 2002 a favor de Rosario Robles, que era muy reconocida entonces por su papel como Jefa de Gobierno. Pero no obstante la desproporción, dirían hoy, “el piso disparejo”, la elección tuvo casi 16 por ciento de irregularidades. Pero no obstante el fracaso, el PRD volvió a hacer elecciones internas en 2008, cuando compitieron Alejandro Encinas y Jesús Ortega. Otra vez las prácticas fraudulentas alcanzaron al 26 por ciento de las casillas y hasta hubo urnas quemadas, no se diga robadas. Pero aquí intervino el Tribunal Electoral que, sin importar el fraude, le dio la presidencia del PRD a Jesús Ortega. Es decir, un agente externo impuso a “los chuchos” en la dirigencia, lo que traería la salida de López Obrador, la formación de Morena, y la debacle del perredismo. Pero, mucho más importante, esta izquierda de corrientes empatadas en sus prácticas fraudulentas, le dio al partido político una grave desventaja; los medios repitieron: la izquierda que no sabe perder, la izquierda siempre se divide, no puede acordar ni negociar y, por lo tanto, no puede gobernar.
Al contrario, el método de la encuesta le ha funcionado varias veces a la izquierda. La más vistosa es en el 2011, cuando deciden acudir a esa instancia los dos candidatos presidenciales, Andrés Manuel López Obrador y Marcelo Ebrard. Esa vez, AMLO le ganó en tres de las cinco preguntas y Ebrard aceptó el resultado porque uno de los acuerdos era “el que gana, gana”, es decir, sin conflicto post-sondeo. Ebrard ya se había hecho a un lado para darle el paso a Obrador en 2000, cuando declinó su candidatura a la capital por el Centro Democrático, el partido de los seguidores de Manuel Camacho Solís, salinista de cepa hasta que le dieron la candidatura, por “dedazo” a Colosio. Pero esta vez, la primera encuesta de 2011 no era un favor político de hacerse a un lado, sino la aceptación de una derrota dentro del método que ambos contendientes habían acordado: “el que gana, gana”. No había posibilidad de otra encuesta o de dividirse porque el PRI de Peña Nieto podría avanzar incluso en la capital de la República. Así que esa experiencia de la encuesta prueba por qué ahora se utilizará.
Por último, me gustaría hablarles de los extravíos de la oposición que, a través de sus medios, está dispuesta a descalificar el método acordado por unanimidad en Morena. El PRI tuvo una pasarela de candidatos el 18 de octubre del año pasado. Si le buscan encontrarán una videocolumna como estas sobre lo que dijeron sus aspirantes. Acción Nacional, por su parte, tuvo una reunión de diputados en Aguascalientes, el 4 de mayo de este año, en donde redujeron sus aspirantes a dos: el Creel del Cártel Inmobiliario y la Lilly Téllez del partido facho Vox. También hay videocolumna sobre ello. Tanto en la reunión del PRI como en la del PAN, los métodos para ponerse de acuerdo fueron todo menos precisos: Silvano Aureoles habló de encuestas, pero no le hicieron caso. Por su parte, Marko Cortés habló de que cada candidato de ellos recabara un millón de firmas para siquiera acceder a estar en una contienda interna, cuyo procedimiento tampoco precisó. Si a la falta total de método, sumamos su ausencia de proyectos de país, lo que tenemos es a “Alito” levantando el puño o a Xóchitl Gálvez tocando una puerta. Por eso les urge ir contra la decisión de Morena que, si todos respetan los acuerdos, debe fortalecer al siguiente Gobierno de la 4T.
Los medios y sus catedráticos han decidido qué relato van a contar una vez que se legitime a la candidata o candidato de Morena por medio de las encuestas. Dirán que ellos perdieron, no por sus errores, su falta de autocrítica, su responsabilidad nunca asumida en la desigualdad y la corrupción, sino por culpa de la elección de Estado. Dirán que es una elección de Estado por los derechos constitucionales y los programas de contención a la pobreza, que se supone la gente intercambia por votos. Dirán que la “continuidad” es un “maximato”. Ya están diciendo que la única forma de probar que no hay “dedazo” es que Claudia Sheimbaum no gane. Buscan así influir en la única elección que tendrá futuro, porque la de la oposición, si es que llegan a eso, está derrotada de antemano. La idea del “maximato” es como la del “dedazo”, el “tapadismo” o la “cargada”. Usada sólo como peyorativa, la palabra carece de sentido en este momento. Como sabrán, el “maximato” en México es el periodo de tres presidencias muy acotadas entre el Gobierno de Calles y el de Cárdenas. Se trata de un proceso de abandono de la vía militar —el cuartelazo— como forma de acceder al Estado y la implementación del Partido Único como vínculo único de los caudillos y sus seguidores por todo el país con las instituciones. El “maximato” es justo el periodo de ajuste entre el último caudillo nacional y el Partido Único que se crea desde el Estado, confundiéndolo con el Gobierno. No hay forma de que se repita ese periodo, habida cuenta de que no existen caudillajes en el país, ni Morena se creó desde el Estado, sino desde la oposición y del movimiento popular democrático. Pero los medios ya han decidido que llamarle a la continuidad de la 4T un “maximato”. Se equivocan cuando repiten que la sucesión es la decisión más importante del sexenio de López Obrador. No lo es. Eso era en tiempos del PRI. Pero es cierto que una decisión, y no la más importante comparada con las obras, los programas, y el combate a la corrupción, será abrir a su propio partido a la decisiones de la mayoría.
Pero la oposición no ha entendido nada desde 2018. Creen que están combatiendo el “regreso” del PRI sin darse cuenta de que el PRI es, ahora, su principal aliado.
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