Melvin Cantarell Gamboa
14/06/2023 - 12:05 am
Vida filosófica: Segunda parte
“La vida tiene que ser vivida afirmativamente, la filosofía práctica nos da la libertad de disfrutarla con todo el potencial que nos ofrece el cuerpo, como dice Spinoza”.
Recapitulemos, vivir una vida filosófica significa aprender a vivirla como espíritu libre, con los recursos vitales propios y que, al mismo tiempo, sea una vida buena y digna de ser vivida. La filosofía tradicional invita a hacerlo centrando la mirada en la vida interior; en la modernidad el verdadero desafío incluye salir al encuentro y saber enfrentar la tiranía de la nueva barbarie neoliberal que conduce a los individuos a la codicia, la voracidad, la carencia de sentimientos y el hambre de poder; una existencia marcada por la insatisfacción, el estrés, producto de la actividad permanente a que nos someten los horarios de trabajo y la exigencia de rendir más.
Colocados en esta situación ¿Cómo alcanzar una subjetividad liberada en rebeldía permanente contra todo tipo de opresión, venga del poder, de la necesidad, la insatisfacción o del deseo de tener cada día más, para disfrutar una existencia placentera y asumir una política hedonista inclinada a la dicha de gozar de la vida? La respuesta parte del análisis de la condición humana en tiempos del neoliberalismo. Hoy la vida se caracteriza por la ausencia de tranquilidad y el exceso de actividad bajo el esquema estímulo-reacción, necesidad-satisfacción, problema-solución, condiciones que obligan a los seres humanos a un constante accionar, tan intenso, que la vida degenera en supervivencia. ¿Qué hacer para oponerse a esta forma de vivir y hacerlo con fuerza, optimismo y a nuestra manera? Hasta el presente sólo se han ofrecido propuestas de libertad ficticias que encajan en subjetividades grupales y terminan conduciendo a los sujetos a la aceptación de mitologías o utopías que constituyen nuevas formas de opresión, hacen de los individuo personalidades frágiles y manipulables ante políticas encaminadas al control del cuerpo y la conciencia que, llevadas al extremo, conducen a la gente a su lado oscuro, cuando de por sí vivir es ya terrorífico ante la tragedia de morir necesariamente (En este punto de reflexión me encontraba cuando me topé con un texto de Federico Nietzsche en El origen de la tragedia, capítulo tres, que provocó en mí tal turbación que retrasó por algunas semanas la entrega de esta segunda parte del artículo). El filósofo escribe: “Una vieja leyenda cuenta que el rey Midas, después de intentarlo muchas veces, logró cazar al padre adoptivo del dios Dionisio, el sátiro Sileno, descrito como un anciano sabio y borracho; cuando el viejo fue presentado ante el rey, éste le preguntó ¿Qué es lo mejor y más conveniente para el hombre? En medio de una risa estridente, el mordaz sátiro le respondió: Estirpe miserable, hijos del azar y la fatiga ¿Por qué me fuerzas a decirte lo que para ti sería más ventajoso no oír? Lo mejor de todo es totalmente inalcanzable para ti: no haber nacido, no ser, no ser nada. Y lo mejor en segundo lugar para ti es morir pronto”.
Ante tal postulado ¿Cómo conciliar en el ser humano actual con la tranquilidad, imperturbabilidad y paz de una vida filosófica? ¿Cómo deglutir el “más te hubiera no haber nacido, no ser, no ser nada” de Sileno con el imperativo vital de superar nuestras actuales carencias existenciales y no reincidir en un nuevo fracaso? ¿Cómo escapar al determinismo del sistema? ¿Qué hacer para vivir la vida de manera diferente y hacerlo con lo que somos, un cuerpo actuante con cinco sentidos, dominado por afecciones, pasiones y deseos, pero también dueño de una fuerza de existir y un potencial que aun desconocemos? ¿Cómo, en suma, liberarnos de la autoimposición y autoexplotación a las que nos obligan los presentes horarios de muerte? Sabemos que los sujetos de la ultramodernidad son adeptos a la sociedad tecnológica y sus sorprendentes productos. ¿Qué podemos ofrecerles para que aprendan a permanecer impasibles ante las asombrosas conquistas de la civilización técnica y a sus falsas promesas de libertad y felicidad?
Ni la libertad ni la felicidad se alcanzan mediante la sola voluntad de decidir; el libre albedrío no existe ni elegimos sin determinismos nuestros propios actos. ¿Qué hacer, si lo que deseamos es aprender a resistir los millones de estímulos que ofrece el entorno? Simplemente, atreverse a vivir de manera diferente y cuidar de no dirigir la mirada y poner los ojos en lugares donde es imposible encontrar respuestas (sectas, religiones o tradiciones importadas) incompatibles con lo que está en juego en la sociedad actual y en las circunstancias presentes; tampoco encontraremos soluciones, como ya lo hemos señalado, recurriendo a pensadores puros como Platón, Aristóteles, Agustín, Tomás de Aquino, Leibniz, Kant, Hegel quienes, sin desmedro de su grandeza intelectual nunca inquietaron ni contrariaron a nadie con sus filosofías, mucho menos tuvieron la intención de perjudicar la estupidez humana. Ahora bien, quienes procuren respuestas en las opciones mencionadas, puede sucederles lo que a Petrarca, quien escribió al margen de los Tratados aristotélicos: “Leer y comentar los tratados de Aristóteles no me permitieron ser mejor”; este poeta y humanista italiano se negó también a llamar filósofos a los profesores sentados en una cátedra.
La sabiduría que necesitamos no aspira a la verdad científica ni se basa en supuestos, precisa de un modo de vida que preste atención a lo que el hombre es en vías de su perfeccionamiento, que identifique sus insuficiencias con autonomía e independencia, al mismo tiempo que aprenda a autocorregirse con miras a la propia transfiguración existencial.
Nos iniciamos en la vida filosófica cuando nos comprometemos con nosotros mismos a cuidar que haya coincidencia entre lo que se piensa y profesa, entre lo que se hace y se vive cotidianamente, en vistas a la transformación y edificación de sí, al mismo tiempo que se organizan los propios ordenamientos neuronales para activar la búsqueda de satisfacciones, goces y placeres agradables sin que sean respuestas obligadas ante el acoso de la realidad.
Lo que hoy llamamos felicidad sólo es compatible con su realización en los términos que plantea el sistema, que impone su perspectiva de lo que es la dicha, la satisfacción y el gozo, cuya realización no alcanzamos a percibir como vida realizada.
Por otro lado, hay que considerar que la felicidad está también en la bioquímica y no centrada exclusivamente en condiciones materiales y espirituales; en consecuencia, si deseamos ubicar las causas concretas de nuestras insatisfacciones hay que incluir aquellas producidas por las hormonas, neurotransmisores y neuronas culpables de nuestro descontento y desagrado, del miedo, la depresión y otros traumas producto de nuestras decepciones ante la frustración de no alcanzar objetivos y fines en la persecución del placer; de ahí que nunca como hoy tengamos urgencia de una filosofía del cuerpo; en tanto, hay que descartar la posibilidad de escapar de la insatisfacción y la infelicidad por la vía de los estimulantes, los antidepresivos, los analgésicos o las drogas, que constituyen una amenaza para nuestra higiene mental.
La vida filosófica, por lo contrario, ha de estar en contacto directo con el mundo real y la totalidad del contexto para acercarse a la sabiduría; en consecuencia, si lo que se quiere es adquirirla, el lugar para alcanzarla es el cuerpo (Spinoza y Nietzsche) y su fisiología; en él se concentra la potencia de vivir y sólo a través suyo experimentamos lo que somos, vivimos, disfrutamos y nos hace felices. Ahora bien, para llevar una vida filosófica, con la mira de construirnos un destino diferente, es inevitable empezar con una rebelión contra los conformismos, dogmatismos y los conservadurismo sociales e iniciarnos como aprendices de “artesano de la filosofía práctica” (el concepto lo creo el filósofo francés Michel Onfray); la subversión ha de alcanzar a la biopolítica del sistema, pues el desafío está dirigido a su biopoder, es decir, a las estrategias de control y dominio del orden neoliberal: domesticación, sometimiento, obediencia, sujeción y control de los cuerpos.
La libertad, la autonomía e independencia que da la vida filosófica se construye cuando se prioriza la realidad sobre las ideas, en la práctica existencial de la vida simple, en la elección de nuestros actos sin responder a la lógica del placer que ofrece el consumismo. Cuando llegamos a ser capaces de ubicar y rechazar aquellos estímulos provenientes de la vida mutilada a que nos condena la civilización alienada propia del neoliberalismo, que se expresa en la constante búsqueda de dinero, ganancia, riqueza, fama y reconocimiento y logramos escapar a las trampas del entorno es que estamos en camino de hacer valer la libertad del espíritu.
Las soluciones que obtengamos son útiles y buenas para nuestra existencia siempre que sus logros se confundan con la vida y no sean meros juegos de lenguaje; además de indicar que se están desechando las soluciones teoréticas y las visiones del mundo alejadas de lo que es propio de una subjetividad libre e inmanente, y en el experimento de sí mismo. Plotino, filósofo neoplatónico, de ninguna manera identificable con el materialismo existencial aquí propuesto, construye en su obra cumbre las Enéadas una bella figura retórica que vale la pena rescatar para ilustrar los avances en la vida filosófica: El filósofo imagina al hombre como un bloque de mármol sobre el que puede cincelar su yo; todos los días, con su conducta y su obrar va dando forma a lo que quiere ser; sólo estará satisfecho hasta que se modela tan perfecto y virtuoso como se ha concebido.
De la misma manera, nos acercamos a lo que queremos ser lentamente, a veces casi a nuestro pesar y, en la medida en que demos forma a lo que aspiramos, todo a nuestro entorno nos irá pareciendo más nítido, más cálido y más lúcido; nuestros sentimientos y simpatías irán adquiriendo profundidad y, a pequeñas dosis, viviremos tranquilos, en sosiego, pacientes y con mayor salud (Nietzsche).
La búsqueda de la sabiduría es interminable, la posibilidad de llevar una vida filosófica nos pone en el camino de ese saber, pues además de acercarnos a la subjetividad libertaria, nos impulsa a la práctica de la intersubjetividad, única vía constituyente del comunitarismo, que hoy es una exigencia social.
Para concluir, la vida tiene que ser vivida afirmativamente, la filosofía práctica nos da la libertad de disfrutarla con todo el potencial que nos ofrece el cuerpo, como dice Spinoza. Ahora bien, vivir filosóficamente es mostrar a pleno sol y sin ocultamientos nuestro ethos, es decir, la manera como reaccionamos frente a las situaciones y circunstancias del contexto y mostrar, a través de una elección existencial, el poder y la fuerza de que poseemos para renunciar a lo impuesto por sistema.
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