Las pruebas muestran una información provisional y parcial de lo que realmente ha ocurrido en el cuerpo humano con la COVID-19, y en ocasiones ofrecen resultados que no coinciden con lo que sabemos del coronavirus.
Por Esther Samper
Madrid, 14 de junio (eldiario.es).- La medicina dista de ser una ciencia exacta. El cuerpo humano es un elemento biológico tan extremadamente complejo que es imposible registrar y mostrar a la luz todos los factores que influyen y determinan, en su conjunto, la aparición de una enfermedad y su evolución clínica.
La medicina navega entre la incertidumbre: en cada cuerpo, en cada persona hay múltiples y pequeñas cajas negras, inaccesibles para los profesionales sanitarios, que influyen en que la enfermedad se dé de una determinada forma y no de otra. Como recoge el célebre aforismo médico: “No hay enfermedades, sino enfermos”.
La COVID-19 es solo el último ejemplo global e ilustrativo de cómo una misma causa (un diminuto coronavirus, en este caso) puede tener consecuencias tan extremadamente dispares entre las personas infectadas: desde la total ausencia de síntomas hasta la muerte.
Los tests de anticuerpos contra el coronavirus, que se están realizando a infinidad de individuos en un sinfín de lugares a lo largo del mundo, muestran otra faceta más de la elevada y desconocida variabilidad biológica del ser humano. Los resultados de numerosas personas no encajan con lo que teóricamente deberíamos encontrar tras una infección por coronavirus. Los falsos positivos y los falsos negativos que arrojan los diferentes tipos de pruebas pueden explicar, en parte, esos resultados inesperados, pero no todos. ¿Por qué son inesperados determinados resultados? Para entenderlo, es necesario conocer antes cómo aparecen los anticuerpos como respuesta a la infección por el virus SARS-CoV-2.
LAS INMUNOGLOBULINAS
Cuando una persona se expone al coronavirus y se infecta, pasan varios días hasta que el sistema inmunitario adaptativo se active y responda. Los diferentes elementos que componen este complejo sistema lo convierten un elemento defensivo extremadamente eficaz y preciso. Serían las fuerzas especiales del sistema inmunitario, entrenadas para combatir de forma selectiva a agentes patógenos. Dentro de estas fuerzas especiales están los linfocitos B . Cuando estas células se activan al detectar la presencia de un agente extraño (como el coronavirus) se multiplican rápidamente y liberan gran cantidad de unas proteínas llamadas anticuerpos o inmunoglobulinas (Ig).
Los anticuerpos son como misiles teledirigidos, se encaminan con precisión a ciertas moléculas de agentes patógenos para desactivarlos o destruirlos de forma directa o indirecta. Hay cinco clases diferentes de Ig: IgA, IgE, IgD, IgM e IgG. La absoluta mayoría de las pruebas que analizan los anticuerpos producidos contra el coronavirus (ya sean tests rápidos, como ELISA u otros tipos) registran la presencia de IgM e IgG en la sangre. ¿Por qué estos anticuerpos en particular? Porque, en su conjunto, ofrecen información muy valiosa sobre en qué fase de la infección está el paciente.
Las IgM son los primeros anticuerpos que aparecen en sangre contra el coronavirus, pero tienen la desventaja de que no son muy efectivos. Comienzan a liberarse en la sangre varios días después de la infección y son detectables a través de tests, normalmente a partir de 7-12 días. El nivel máximo de IgM se alcanza a las 2-3 semanas. Por otro lado, las IgG son anticuerpos mucho más precisos y efectivos, pero tardan más en aparecer en sangre: aparecen a partir de los 10-14 días tras la infección. El tiempo en el que se mantienen en sangre estos dos tipos de anticuerpos es muy diferente: las IgM van desapareciendo poco a poco a partir del día 20 hasta desaparecer. Por el contrario, las IgG alcanzan su pico máximo alrededor del día 50 y, aunque van disminuyendo sus niveles con el tiempo, persisten en sangre durante meses como mínimo (todavía no sabemos si durarán años).
Sabiendo este comportamiento de los anticuerpos contra el coronavirus, podemos deducir lo siguiente:
Si una persona es IgM+, pero IgG-, la persona está en una fase de infección activa aguda.
Si una persona es IgM+ e IgG+, la persona está en una fase de infección activa avanzada o en fase de infección tardía o convalecencia. No podemos saberlo con certeza sin hacer una PCR para saber si el coronavirus sigue estando presente.
Si una persona es IgM- e IgG+ la persona ha pasado probablemente la infección y se ha recuperado.
Esa es la teoría. En la práctica, se están observando resultados que no coinciden con este esquema. La revista científica Nature Medicine recoge en un estudio algunos de estos resultados inesperados a partir de 285 pacientes con COVID-19. En algunos pacientes aparecen las IgG antes que las IgM, en otros, ambas inmunoglobulinas aparecen al mismo tiempo o tardan en aparecer bastante más de lo previsto. Más inexplicables son los casos identificados por varios estudios de personas que han pasado la COVID-19, con PCR positiva previa, que no presentan IgG, una situación que parece ser más frecuente en bebés y niños.
NIÑOS SIN ANTICUERPOS
El estudio de seroprevalencia en España observó que, aunque alrededor del 5 por ciento de los ciudadanos ha pasado la infección por COVID-19, solo el 1.1 por ciento de los bebés de menos de un año tenía anticuerpos contra el coronavirus y solo el 2.2 por ciento de los niños entre 1 y 4 años tenían anticuerpos.
Las dos principales explicaciones apuntan a que los más jóvenes podrían haber estado menos expuestos al coronavirus. También podría ser que no produjeran anticuerpos con tanta frecuencia o con tanta intensidad como los adultos. Diferentes investigaciones han encontrado que los pacientes más jóvenes suelen tener niveles de anticuerpos más bajos y que, en el otro extremo, los pacientes más graves suelen generar mayores cantidades de anticuerpos.
Además, a la hora de interpretar los resultados de los tests de anticuerpos es necesario entender que no reflejan toda la verdad de la respuesta inmunitaria frente al coronavirus. El sistema inmunitario innato y la inmunidad celular son otras formas de lucha contra el coronavirus y no requieren la generación de anticuerpos.
Una de las hipótesis que se están barajando sobre por qué los bebés y los niños rara vez muestran complicaciones por la COVID-19 es que su sistema inmunitario innato respondería rápidamente y con efectividad al coronavirus. En algunos de ellos, los anticuerpos no llegarían a producirse o, si se produjeran, estarían en una cantidad tan baja que no se detectarían por las pruebas convencionales. Si así fuera, la ausencia de anticuerpos IgG en sangre no descartaría totalmente la falta de inmunidad, al menos en un reducido número de individuos.
Esto, unido al hecho de que aún no sabemos cuánto duran las IgG contra el coronavirus, más allá de unos meses, hacen que las pruebas de anticuerpos (que no suelen distinguir si los anticuerpos son neutralizantes o no) muestren una información provisional y parcial de lo que realmente ha ocurrido en el cuerpo humano.